domingo, 27 de mayo de 2018

A LA VEJEZ …, RECUERDOS




Gracias a Juan Lamarca y su portal “Del toro al infinito” me enteré de  algo que renovó mi juvenil gozo. Hace muchos años publiqué en “El Ruedo” una serie de artículos sobre le historia taurina de Méjico (con j), el primero, el 19 de noviembre de 1953, y el último de los once totales, el 18 de febrero de 1954. Tenía por entonces 22 años y veía crecer la hierba periodística. Podía con todo, hasta con emprender tan gran empresa. Existía desde 1924 la “Historia del México Taurino” de Nicolás Rangel, pero yo no la conocía. Mi madrina, Clotilde Íñiguez, era bibliotecaria de la Nacional y fue mi máxima consejera para informarme del devenir torero de aquellas latitudes. Con esa sólida base hice todo el esfuerzo posible para que mi trabajo tuviera cierta altura y validez. Años después completé ese trabajo hasta llegar a nuestros días y se lo ofrecí a la Casa Domecq, que por entonces tenía una prestigiosa delegación en la tierra de los aztecas y algunos indígenas más. Me argumentaron que no era conveniente la publicación de un libro escrito desde España. Ahí se quedó la carpeta con sus docenas de folios a máquina y mis ilusiones mustias como las hierbas que veía crecer. Repaso el blog (¿se dice así?) de Lamarca y encuentro mi nombre añadido al seudónimo con el que me inicie en estos menesteres: “Barico II”. Hablaba de mí y de mi trabajo don José Francisco Coello Ugalde, lo hacía elogiosamente y justificaba mi condición y naturaleza, la española, claro, y lo de escribir México con j. Esto lo corregí pronto, en 1964, cuando estuve unos meses al otro lado de los mares. Me sirvió de mucho aquel viaje. Fue como el estallido de una nueva galaxia en mi propia mente. Una ventana al exterior. Aquel año estuvieron en México Paco Camino, Diego Puerta, Miguelín, Álvaro Domecq y Manuel Benítez en su paseo termonuclear por la plaza de “El Toreo”, fuera de las fronteras del Distrito Federal, aquel tremendo edificio de hierro que tenía una cubierta abatible que hacía un ruido infernal cuando se ponía en marcha. A Juan García “Mondeño” le despidió Carlos León con una carta al Papa Juan XXIII, a Camino, en su salida a hombros de la México, le sacaron del estuche la Rosa Guadalupana que había ganado en buena lid y la grey taurina mexicana no tenía otro peón que Jaime Rangel para plantarle cara a uno de los españoles que ha mandado en sus ruedos, “El Niño Sabio de Camas”, ya no tan niño y recién casado con Norma Gaona, la hija del empresario de la Monumental. Conocí a unos cuantos toreros históricos: “Armillita”, Garza, “El Soldado”, “El Calesero”, Fermín Rivera y luego, en España, a los hijos de algunos de ellos, Manolo Espinosa, Alfonso Ramírez y Curro Rivera, el que cortó cuatro orejas una tarde en Las Ventas. Tres toreros nuevos en esa campaña mexicana de 1964 que maduraron en las plazas españolas, Fernando de la Peña, al que le dio la alternativa Antonio Bienvenida en Barcelona, Guillermo Sandoval, también doctorado en la capital catalana, y Oscar Realme, en Oviedo, los tres confirmados en Madrid antes de volver a su tierra para continuar sus inciertos caminos. Don Isidoro, murciano y masón, era el conserje de la Monumental, la que me enseñó por dentro y por fuera y hasta el bar de la logia a la que pertennecía. Nada más.
Tuve contacto con excelentes escritores como Álvaro Albornoz, hijo del ministro de la II República Española y jefe del Gobierno en el exilio, autor de unos aforismos a los que llamó “revoleras” y persona de sutil humor: “Tuvo que suspender la batalla porque con tantos tiros no podía escuchar bien la música que tocaban las bandas militares”. A mi tío José María, primo hermano de mi madre, que decía que no volvería a España hasta que se muriera Franco, le recomendaba: “Pues vuelve y no le hables”. El citado Carlos León, sus cartas a famosos y los diálogos de las películas de Cantinflas. Se parecía mucho a Alfonso XIII. Otro mucho más vinculado a los toros, Carlos Fernández y López de Valdenebro, madrileño de nacimiento (1912), hijo del secretario de las Cortes de la II República y de “veraneo” en tierras mexicanas. En los carteles, “Pepe Alameda”, locutor, escritor, poeta, recitador y, en inglés, “showman”, hombre espectáculo. Vino a España a retransmitir “la corrida del siglo” desde Jaén y con “El Cordobés” de protagonista. Le entrevisté en la cafetería del hotel Wellington y me sorprendió que desayunara con coñac francés, Napoleón. Su frase: “El toreo no es graciosa huida sino apasionada entrega”. Su obra: “Los Arquitectos de la Moderna Tauromaquia”. El toreo ligado de Manuel Jiménez “Chicuelo” y su faena con el toro “Corchaíto”, de Pérez Tabernero. Madrid, 24 de mayo de 1928. En estos días se cumple el noventa aniversario. “Chicuelo” fue también uno de los favoritos de los aficionados mexicanos. De Rodolfo Gaona, el Indio Grande, tenía referencias por mi padre cuando visitó España y le preguntó por Paquita Escribano, una cupletista de gran fama y con vínculos en Ejea de los Caballeros. Gaona se casó con la Moragas y su matrimonio duró menos que el de Rafael el Gallo con Pastora.
Una hermana de “Pepe Alameda”, María Victoria Fernández y López de Valdenebro, divorciada de José María Jardón, empresario de Las Ventas con don Livinio y Escanciano, fue la segunda esposa de Domingo (López) Ortega. La primera, la hija de los marqueses de Amboage, murió joven y como consecuencia de un acceso en la cabeza que se le infectó con un tinte que le aplicaron en la peluquería en abril de 1944. Su familia pleiteó denodadamente para conseguir el cincuenta por ciento de lo que había ganado el de Borox  en las plazas de toros durante los siete años de matrimonio (No recuerdo que hiciera a mi lado ningún paseíllo y vestida de luces”). Creo que se conformaron con las joyas de la fallecida. Dos años después, el 21 de septiembre de 1946, Domingo se casó en Madrid, en San Fermín de los Navarros, con María Victoria, “Picuqui”.
Recuerdo un libro del cronista de la ciudad de México, Artemio de Valle-Arizpe, “Calle Vieja y Calle Nueva”, en el que menciona a  Bernardo Gabiño, un torero de Puerto Real, Cádiz, y del que dice que “ocupa lugar preeminente y campea lleno de prestigio en la historia de la tauromaquia mexicana”. Asegura que vivía en el número 5 y medio del callejón de Tarasquillo y cita a la señora de Calderon de la Barca y su obra “Vida en México”, en la que hace unas encarecidas alabanzas de Gabiño, su garbo y fina gracia bailando la zarabanda, el vito, la farruca, el polo, las peteneras, soleares o la jota aragonesa, valenciana o murciana, el zapateao, la jarana, el palomo, la zanchenga o el jarabe. No había baile que se le resistiera. Dicen que el de Puerto Real asombraba a los aficionados con sus fulgurantes e incomparables metisacas. Cuenta el cronista un ataque de indios comanches (¿?) en un viaje en el que le acompañaban su picador Ignacio Cruz y su banderillero Fernando Hernández, su defensa con las balas de las carabinas y su llegada al lugar de destino heridos pero respondiendo a su función de toreros. El portorrealense  ganaba y gastaba largo, quebró la casa comercio (hoy, Banco) donde tenía sus ahorros de 80 mil pesos y, entre la pobreza y los achaques de la vejez, se contrataba por 30 pesos por corrida, hasta que el 31 de enero de 1886, en Texcoco, cuando un toro de Ayala, “Chicharrón”, le pegó una cornada junto al recto, no se dejó intervenir en el cochambroso cuarto que servía de enfermería, lo trasladaron a la capital y, en el cuchitril del callejón de Tarasquillo donde residía, murió el 11 de febrero, a las 9 y media de la tarde. Dice don Artemio de Valle - Arizpe que Gabiño tenía cuando falleció 83 años, no sale la cuenta, y que llevaba 51 de torero. Puede que esos años fueran los que llevaba en México, a los que habría que sumar los que toreó en España antes de partir hacia las Américas. Según mis noticias en realidad tenía 73 años, tampoco edad muy propicia para enfrentarse a los toros. La figura de Gabiño ha sido realzada por don José Francisco Coello Ugalde, mi panegirista mexicano que se considera a sí mismo como “maestro de Historia”. Ni profesor, catedrático o doctor, MAESTRO. Y sus apellidos me recuerda, el primero a uno de los banderilleros más artista de Portugal, Mario Coello (Conejo), matador de toros después, y el segundo, Ugalde, al más auténtico caricaturista español, de Tarazona de Aragón y cuarenta años en las páginas de ABC. El maestro Coello Ugalde dice que Gabiño nació en Puerto Real el 20 de agosto de 1812, que no tomó la alternativa en España, que se la dio Manuel Domínguez “Desperdicios” en Montevideo, Uruguay,  y que su presentación en México se dio entre 1829 y 1834. Fue Gabiño el primero que otorgó una alternativa en las plazas mexicanas, en 1879 y a Ponciano Díaz, que una vez doctorado sí vino a la península para torear y sorprendió más que nada por su poblado bigote.
En el libro de Luis González Obregón publicado en 1947 con ilustraciones de Bardano y Molina, “Las calles de México”, se cita la Plaza del Volador como el lugar de la ciudad de México en la que se celebraban las grandes fiestas populares, perros y liebres, peleas de gallos, juegos de cañas y suelta de toros bravos. Citan como especiales las fiestas de febrero de 1773 y las del mismo mes de 1803, en la que hubo un eclipse de sol. Como anécdota de los festejos de la “Plaza del Volador”, no sé si fidedigna y creíble, la de que Hernán Cortés, en unos juegos de cañas en el siglo XVI, sufrió tal cañazo en un pie y del que anduvo mucho tiempo cojo y enfermo. Fue peor lo de “la noche triste”.
El caso es que gracias a mi padre y su actividad como cronista de toros yo tengo un antiguo y buen recuerdo de los diestros mexicanos. El 24 de agosto de 1934 se publicó en “El Debate” una crónica firmada por “Barico”, Benjamín Bentura Sariñena, de un mano a mano entre Lorenzo Garza y Luis Castro “El Soldado”. Calor sofocante, Joselito Gómez como sobresaliente y novillos de Coquilla. Lleno a reventar en la plaza que se iba a clausurar a finales de aquel mismo año para ya inaugurar la de Las Ventas del Espíritu Santo. Garza y su compañero brindaron sus respectivos primeros novillos a Domingo Ortega. Lorenzo “el Magnífico” cortó sendas orejas al primero y al tercero, pasó a la enfermería y no mató al quinto. Lo mató Luis Castro que obtuvo las dos orejas y el rabo del sexto. La crónica  fue ilustrada con cuatro apuntes a pluma de Roberto Domingo, dos muletazos de Garza, uno de “El Soldado” y la estampa de un toro. Le regalaron a mi padre aquellas obras de arte que yo vi siempre en las paredes de nuestra casa madrileña de la calle Libertad y luego de Colomer, junto a la Avenida de Los Toreros. Y ahora los contemplo cada día, privilegiado que soy, en mi cuarto de estar zaragozano. Mi santo y seña por los siglos de los siglos.
A Luis Castro “El Soldado” lo conocí en mi viaje a México, también a Garza que recuerdo que alternó una tarde con José Fuentes creo recordar que en su tierra natal, Monterrey, regiomontano, maravilla expresiva, y luego, en Madrid, en el Museo de Las Ventas, el día en que Pablo Ignacio Lozano presentaba su escultura, reproducción en bronce de una extraordinaria foto de Arjona de un lance de Antonio Ordóñez con una rodilla en tierra. Otra maravilla. A Fermín Espinosa “Armillita” le saludé en Pamplona en el hotel Yoldi, antes de que el Maisonave nos recogiera a los escribidores taurinos, entre los que estaba también don César Jalón “Clarito”, ministro de la República que me contó que le había retirado de la crítica Franco al reconocerles a algunos de los ministros republicanos una jubilación. “Si tengo alguna necesidad especial escribo un artículo para El Ruedo” – me contó don César en nuestro último “sanfermín”. Ya había publicado sus interesantes y sabias memorias”.
Bueno, me he alargado demasiado. Me puede la inquietud de no tener el tiempo suficiente para contar mis recuerdos y me motiva el impulso que me ha dado el reconocimiento del MAESTRO DE HISTORIA don José Francisco Coello Ugalde, a quien dedico esta mi memoria de más que un octogenario superviviente.
Zaragoza, mayo de 2018.            


viernes, 4 de mayo de 2018

POR QUÉ LANGUIDECE LA FIESTA

BENJAMÍN BENTURA REMACHA


Es un tema que me preocupa y me ha preocupado porque siempre he vivido en esa incertidumbre. La FIESTA se muere desde que nació y ya se sabe que para morir se precisa que eso que va a morir esté vivo. ¿Está viva la FIESTA? Está viva, pero muy malita. Y no por los toros y los toreros, sí por sus circunstancias. Respecto al toro, animal totémico por excelencia como emblema de protección de la tribu y muy particularmente como progenitor hasta las sábanas del tálamo nupcial, estamos en un periodo francamente positivo porque su estudio ha llegado hasta las profundidades de los análisis científicos que promocionó don Álvaro Domecq Díez junto al catedrático don Isaías Zarazaga. Por una casualidad informática, he llegado hasta el conocimiento de los estudios de dos investigadores prestigiosos, don Fernando Gil, biólogo, y don Julio Fernández Sanz, veterinario. Por ellos he sabido por qué embiste el toro, su capacidad para responder al estrés y la fisiología de la agresividad. El cortisol y las endorfinas  que produce al animal bloquean los receptores del dolor. El toro lucha sin preocuparse por el dolor y lo hace también aunque esté en campo abierto y tenga espacio para huir del castigo. No hace falta acorralarle para que embista. Embiste porque produce dopamina. Por último, la mayor agresividad de unos ejemplares de ciertas ganaderías calificadas como “duras” se basa en que estas tienen menos seretoninas, con lo que los ilustres especialistas del toro bravo concretan que el misterio de la bravura es “un cóctel de hormonas”.
Aseguran que los puyazos caídos o traseros inutilizan al toro para la lidia y pueden producir hasta un neumotórax, lesiones motrices o medulares dada la mayor extensión de la puya y sus aceradas aristas. Y, además, la impunidad del peto con el gran faldón protector contra el que el toro no tiene posibilidad alguna  de ataque. El peto, desde luego, salvó el futuro de la fiesta porque, en las circunstancias actuales, no se podría mantener la renovación diaria de las cuadras de caballos y tampoco el siniestro espectáculo en el que el tal caballo fuera “la víctima de la fiesta”. Pero no se puede pasar de su sacrificio continuado (incluido el de sus jinetes) a la desaparición total del riesgo que puede generar por ahorro y eficacia la eliminación de los picadores de las cuadrillas. Sin riesgo no hace falta buenos jinetes de brazo fuerte. Un titular y un sustituto para toda una corrida. Hace muchos años propuse el peto anatómico para que el toro pueda romanear, verbo a conjugar cuando se trataba de ahormar el embestir del bravo animal. Y disminuir la extensión del casquillo de la puya y el arpón de las banderillas aunque, en realidad, la sangría no sea lo que más influya en la debilitación de las fuerzas del toro.
Y si el desarrollo de la lidia es fundamental para el futuro de la FIESTA, no es menos importante que su difusión vuelva a los parámetros que vivimos a mitad del siglo XX, cuando me empeñé en la lucha contra “el sobre” periodístico. Mi padre me sacó del error cuando señaló que los culpables no eran los receptores del óbolo misericordioso sino los medios de información que cobraban el espacio a los que ejercían la crítica. Sin embargo, por entonces casi  todos los medios escritos, hablados o televisados tenían sus espacios dedicados a la difusión de la fiesta y se competía para dar la más profusa información de las ferias de las plazas de primera y las noticias de agencia (EFE, Logos, Mencheta y alguna más) del resto de los cosos taurinos de España, Francia o América. Me horroriza si hoy dan una noticia taurina en una televisión: o se trata de una cornada posiblemente mortal (la de Fandiño, por ejemplo) o algún chisme sentimental de los diestros más mediáticos en los espacios del “cuore”.
Es importante la difusión de la Fiesta en los medios de comunicación. Uno de los medios actuales que más atención le presta a los toros, pero no tiene ni punto de comparación con las portadas que ese mismo ABC le dedicaba a los acontecimientos taurinos hace un siglo. Suelo curiosear ese pequeño apartado del diario de la calle madrileña de Serrano y me satisface la continuidad con la que son noticia de portada los acontecimientos del coso de la carretera de Aragón o cualquier otro acontecer en el que sean protagonistas toreros, ganaderos o aficionados. Se medían los tiempos y los espacios de otra forma. El toro estaba en la calle y en la conversación de las gentes. Todavía llegué a conocer la mítica “playa de Madrid”, entre la calle Sevilla y la acera de La Tropical, en la calle de Alcalá. Allí se juntaban centenares de toreros y aficionados, se le instalaba un kiosco de la ONCE al picador “Melones” o se exponía en el escaparate de una gran zapatería el vestido de luces que iba a lucir el Príncipe Gitano en su debut con picadores. Se arreglaba una cuadrilla o se sellaba un apoderamiento con un apretón de manos. Hoy no queda nadie. Ni allí ni en la plaza de Santa Ana o la explanada de la Casa de Campo, donde se toreaba de salón o se jugaba un partido de futbol como el que Joselito jugó en la Real Maestranza  años antes. Cristiano metió un gol “de chilena” y durante un par de semanas se cantó como el mejor gol del siglo. Supongo que de este siglo XXI porque en el anterior ya hay reseñados goles de tal guisa desde 1914. Y supongo que el autor fue un jugador chileno de “cuyo nombre no puedo acordarme”. Dos mil policías se movilizan para garantizar el orden en un partido de fútbol. Y aún hay ciudadanos que dicen que las corridas de toros pueden perjudicar a la educación de nuestros infantes.
Y luego hay noticias que perjudican al buen desarrollo del ambiente taurino. He leído estos días que la más fundamental de esas noticias es que José Tomás va a torear una corrida en Algeciras. Y ni una más. ¿Toros? ¿Toreros? ¡Qué más da! Y cuando leo este anunció a toda página y alumbrado por toda la luminaria siempre recuerdo que “Manolete”, en 1946, sólo se anunció en España en una corrida. En Madrid. La Beneficencia. Con Gitanillo de Triana y Antonio Bienvenida y Luis Miguel Dominguín, que venía con la escoba y se ofreció a torear pagándose sus toros. Amén, respondió el de Córdoba. No sé si será cierto, pero a mí me contó Jaime Marco “El Choni”, que era amigo del abuelo de José Tomás, que, de chico, el de Galapagar prefería jugar al fútbol que torear. Mis cortos conocimientos me dan para deducir que el misterio de la dieta taurina del serrano no le permite atracones de toro. Ya lo decía Curro Romero: “Torear todos los días es trabajar”. Una vez a la semana, señor Tomás, cosa sana. Para la Fiesta, don José.
El estrambote a tanta lírica taurófila es la afirmación de Ignacio Ruiz-Quintano en su columna de ABC de que Mazzantini fue concejal después de retirarse del toreo. Y fue algo más que concejal de Madrid. Gobernador Civil de Guadalajara y Avila. Italiano de origen, habrá que agradecer el que en su tiempo no hubiera micrófonos que amplificaran la voz y su decisión de montar la espada y hacerse gran estoqueador desde su primera estocada. Con más voz hubiera sido cantante de ópera. “Muertos que yo maté no os podéis quejar de mí, pues si buena vida os quité, mejor sepultura os di”. Y no pretendo competir con Ruiz-Quintano en la cita de maestros en el pensar y escribir. Yo sólo pienso en el feliz devenir de la Fiesta. Apliquemos los remedios necesarios.