Los
antecedentes taurinos de Goya hay que buscarlos en su juventud, cuando su
maestro Luzán le hacía copiar estampas de santos y en los pueblos le
encargaban adornar las pechinas de las
cúpulas de sus iglesias al tiempo que asistía a los festejos populares en los
que se prodigaban las suertes que luego reflejó en muchas de las estampas de su
mal llamada “Tauromaquia”. Téngase en cuenta que Goya nació en 1746 y los
dibujos preparatorios del encargo que le hicieron sobre el relato de Fernández
Moratín los inició en 1815, cuando ya había experimentado la emoción de su
afición a los toros y protagonizado alguna que otra aventura en el papel de
maletilla. Se asegura que participó en una pelea entre feligreses de dos
parroquias y que, al resultar herido de gravedad uno del otro bando, Goya se
junto con una cuadrilla de toreros y se fue a Cataluña, para trasladarse
después a Italia, en donde le reconocieron antes y con más honores que en su
patria. Su cuadro “Aníbal cruzando los Alpes” fue distinguido con una mención
especial. Copias en pequeño formato de Tiépolo, Giaquinto y Mens para
supervivir, el regreso a España, su matrimonio con la hermana de los Bayeu, con
los que no se llevaba nadie bien por las jugarretas que le hicieron en sus
intenciones de entrar en la
Academia o pintar las cúpulas del Pilar y eso que los
hermanos de su esposa también eran aficionados a los toros.
Mariano de
Cavia “Sobaquillo” asegura que “Francho” (asi le llamaban a Goya de infante)
pintó unos tableros en la plaza de toros de Pignatelli que se perdieron por la incultura y la
necesidad de las gentes de aquellos tiempos. Puede que fueran pasto de las
llamas para hacer brasas y asar unas costillas de carnero o, en plena Guerra de
la Independencia ,
para calentarse los torerillos, como lo fueron las pinturas de la iglesia de
San Fernando del monte de Torrero o las de la parroquia de Fuendetodos en
nuestra última guerra.
La primera muestra gráfica de la inclinación
goyesca por los toros es el cartón que pintó don Francisco para el tapiz de “La Novillada ”. En él
aparece el autor con un vestido de seda rosa de vistosas hombreas, faja amplia,
calzón ajustado y sujeto bajo las rodillas, zapatos de hebilla y redecilla en
el pelo. Un delicioso cuadro al óleo titulado “Niños jugando al toro”, las
hojalatas de Torrecillas, más Tauromaquia que la así denominada, ocho muestras
del ambiente de una plaza, sus suertes, sus desgracias y el lance conocido por
“la aragonesa”, de frente por detrás y con el capote a la espalda. El
protagonista es Pedro Romero pese a que se le atribuya su invención a
“Pepe-Hillo” y lo cierto es que se le calificó de “aragonesa” porque fue el
aragonés Goya el que se lo enseñó a sus amigos, con los que estuvo en relación
amistosa y festiva desde la inauguración de la plaza de toros de Zaragoza con
la presencia también de “Costillares” y
la despedida de Antonio Ebassun “Martincho”, otro aragonés importante (primer
diestro de a pie con retrato y biografía) y
nacido en Farasdués, a 14 kilómetros de Ejea de los Caballeros, donde
pastaban las mejores ganaderías del siglo XVIII. De Ejea eran los diez toros de
Francisco Bentura que se lidiaron en la Plaza Mayor de Madrid con motivo de la Coronación de Carlos
IV, en septiembre de 1789, festejos que se desarrollaron bajo las directrices
artísticas, desfiles, vestuarios, adornos y otros detalles del buen aficionado
que era Goya. Escribía a Martín Zapater y le confesaba su predilección por
Pedro Romero. Pero retrató a los tres,Romero, “Costillares” y “Pepe-Hillo”,
primer triunvirato de la historia del toreo, a José, hermano de Pedro, a “La Pajuelera ”, al Moro
Gazul, los picadores Fernando del Toro y Rendón, al Indio Ceballos, a la vez
que mostraba sus destrezas en aguafuertes, litografías y óleos, a Bernardo
Alcalde y Merino, “El Licenciado de Falces”, a los riojanos Apiñani y el salto
de la garrocha de Juanito, las temeridades del propio Martincho saltando desde
una mesa o con un sombrero y grilletes a la puerta del chiquero, los sucesos
trágicos, las suertes populares, los quiebros, los saltos o los roscaderos,
cuévamos o cestos. Por todo ello, la Diputación de Zaragoza creyó oportuno que Goya
tuviera su sitio en la plaza y la escultura de bronce de Manuel Arcón se ubicó
en 1991, el día de San Jorge de hace veinticinco años, en un tendido dibujando la estampa del salto de
Apiñani.
El escritor
peruano Mujica Gallo, en su obra “Goya, figura del toreo” manifiesta lo
siguiente:”Todo este apogeo del toreo de a pie (finales del siglo XVIII) no
solo coincide con el desarrollo de la personalidad artística de Goya, sino que
sostengo que está, mientras no se demuestre lo contrario, bajo la influencia
estética y taurina del gran aficionado aragonés".
Fernández
Moratín en 1825 comentó: “Goya dice que en su tiempo fue torero y que con el
estoque en la mano no tiene miedo a nadie y eso que dentro de dos meses
cumplirá ochenta años”. Su viejo criado, Antonio Trueba, sentenciaba: “En dos
cosas era mi amo incorregible, en su afición a los toros y en su afición a las
hijas de Eva”.
¿Qué
opinaban de Goya los pintores Lucas, Fortuny, Roberto Domingo, Zuloaga o
Picasso, este autor de una Tauromaquia al dictado de la de Antonio Carnicero,
desde el paseíllo de las cuadrillas al arrastre del toro, el filósofo Ortega y
Gasset o los poetas Villalón, Lorca, Miguel Hernández, Dámaso Alonso o Gerardo
Diego? El humo ciega sus ojos, señor Doctor. # !. (