LA INTOLERANCIA NACIONALISTA CIERRA EL ÚLTIMO BALUARTE
He leído mucho sobre la desaparición de las corridas de toros en Cataluña y casi todos los argumentos se centran en la supuesta estulticia de los políticos nacionalistas en su afán de borrar de su territorio todas las huellas españolistas y, aunque sean los verdugos de la sentencia dictada ya el 6 de abril de 2004 por la que el Ayuntamiento de Barcelona y su Consejo Plenario declaraban que “era contrario a la práctica de las corridas de toros”, lo cierto es que la crisis viene de mucho antes, de cuando desaparecieron personas como don Pedro Balañá, Moya o Zulueta. Don Pedro, que llevó a Barcelona a ser el municipio español que más festejos taurinos celebraba de la Península y todas sus islas, no acertó a transmitir a su hijo Pedrito el secreto de hacer Monumental el coso taurino donde se consagraron Domingo Ortega o, en otra dimensión, Antonio Borrero “Chamaco”. En los 30 años del tercio medio del siglo XX, Barcelona, Las Arenas y la Monumental, era la capital taurina de las Españas. De este y el otro lado del Atlántico, los turistas italianos, los franceses de Nimes y Ceret hasta Pau y Marsella empujados por la afición y la visión comercial de don Pedro. Del jueves para el domingo siguiente: “Chamaco y dos más”. Del domingo para el jueves siguiente: “Chamaco y Bernadó”. Don Pedrito, su hijo, pese a los años, no ha alcanzado la significación taurina de su padre. No le gustaba el juguete y se lo ha prestado a personas más entusiastas como Manolo Martín y, últimamente, al joven Antonio Matilla, que ha aprovechado el tirón de José Tomás para que el canto de cisne del precioso coso enquistado en la Barcelona cosmopolita y multicultural resultara más solemne y dramático envuelto en esa muralla medieval que se cubre de banderas, cascos y armaduras y gritos contra los bárbaros que se refugian en las cuevas rupestres de su libertad de cazadores de bisontes y toros. A Europa la raptó un toro y todo el Mediterráneo cantó las epopeyas de Teseo y sus doncellas bailarinas y saltadoras. ¿Quién puede negar que Cataluña está en la Península Ibérica y en el Mediterráneo?
Pero Barcelona es el último baluarte del taurinismo catalán, al margen de los “correbous” del Delta del Ebro, río, junto al Guadalquivir, taurino por excelencia. Antes cayeron Gerona, Tarragona, Lloret de Mar, San Feliú de Guixols, Olot, La Ermita y otros lugares en los que se celebraban todo tipo de espectáculos taurinos y a los que se asomaban desde el otro lado de los Pirineos los franceses que todavía no habían consolidado su “fiesta a la española”. Ahora los españoles de Cataluña, como los que iban a Bayona para contemplar como Marlon Brando se dejaba embadurnar de mantequilla, tendrán que atravesar las montañas para ver una corrida de toros en Francia presidida por la bandera española, que tiene los mismos colores que la señera y las de Baleares, Valencia y Aragón, su origen. Fui testigo de la lucha de Moya y Zulueta para que el negocio en algunas de las plazas citadas fuera algo rentable. Recuerdo a Moya recorriendo las playas de Cambrils, Salou o La Pineda, en donde colocaba unas taquillas para vender localidades a los veraneantes y a Zulueta que, por conducto de Mario Cabré, me hizo el favor de incluir en un cartel de Lloret al matador de toros malagueño Antonio Medina, que acudió a mí en última instancia porque no conseguía contrato alguno para las plazas de su Costa del Sol. Fue al único torero que recomendé en mi larga vida de periodista. Yo tenía una gran amistad heredada de mi padre con Mario Cabré y él fue mi principal contacto con la fiesta catalana aunque, posteriormente, acudí en algunas ocasiones a ciertos acontecimientos taurinos como, por ejemplo, a la presentación en Barcelona de Dámaso González, cuando en su época de novillero le apoderó Camará. Don José me dijo en aquella ocasión sobre el albaceteño: “Me fijo mucho en la mirada de los toreros y este Dámaso tiene la misma tiste y profunda que Manolete”. Y siempre recuerdo lo que el propio don José Flores, que hablaba muy poco y por eso parecía más sabio, comentó tajante cuando un señor, ante el cambio de un toro titular por el de otra ganadería, afirmó con desparpajo que la del sobrero daba toros muy bravos: “¿Y quién le ha dicho a usted que a los toreros le gustan los toros bravos?” Demoledor. Don José Flores “Camará” fue el primer apoderado auténtico. Algo le ayudó “Manolete”.
Hablaba de Mario Cabré, que en la tertulia de “El Gato Negro” calificaba a mi padre de “el boss”. Era este café la antesala del teatro de La Comedia que regentaba don Tirso Escudero y que estaba en la calle Príncipe. Y sigue estando aunque el café desapareció como casi todos aquellos tertulianos: los Dominguín que vivían en la misma calle, Alfredo Marqueríe, crítico de teatro del ABC, aficionado al circo y comentarista de toros en “El Ruedo”, Redondela, decorador teatral y padre del famoso pintor del mismo nombre de la Escuela de Madrid con Menchu Gal, el canario Guillermo o Martínez Novillo, Joaquín Roa, actor de reparto en las más famosas películas españolas (“Marcelino, pan y vino”, “Bienvenido Mister Marshall” y “Viridiana”) y personalísimo sobre las tablas de los escenarios, Sendín Galiana, autor, y Paco Ugalde, el más original de los caricaturistas españoles, paisano de Raquel Meller, Paco Martínez Soria, y, sin más nombres porque mi memoria ya es tan frágil como mis fuerzas, un variado grupo de apoderados, periodistas, picadores ( “Hiena II”), banderilleros y demás gente de mal vivir. Llegaba Mario desde Barcelona o después de alguna de sus excursiones curiosas y aventureras y se alborotaba la reunión. Recuerdo que también tuvieron tertulia, tras “El Gato Negro”, en “Cancela” y “Marfil” y que, antes que todos ellos, se cobijaron en el “Castilla”, adornadas sus paredes con caricaturas de Sirio y Ugalde y prestigiado el cónclave por Jardiel Pomcela, Serrano Enguita o el poeta maldito Emilio Carrere. Mario Cabré se hospedaba en el hotel Carlos V, entre Preciados y El Carmen y alternaba sus actividades taurinas, teatrales, cinéfilas y poéticas en una permanente expresión de sus virtudes humanas y artísticas. Una tarde de un afable otoño madrileño toreó en Las Ventas del Espíritu Santo, le cortó una oreja a un toro y por la noche, en un teatro de la Gran Vía, interpretó el eterno Don Juan. En los años 50 del pasado siglo, en el balbuceante ejercicio de mis primeras armas periodísticas, le hice una entrevista al gran personaje políglota y polifacético. Era, en mi fuero interno, mi consagración. Mario me regaló una pluma estilográfica que todavía conservo. Años después fui a Barcelona para que Mario me orientara en los entresijos de la noche de las Ramblas y sus alrededores en compañía de sus amigos de la policía y de las salas de fiesta. Desde su doloroso retiro de Benicassim recibí durante muchos años sus publicaciones poéticas con las que felicitaba las Navidades a sus amigos. La dedicatoria la escribía con la mano izquierda puesto que su parte derecha la tenía paralizada por una hemiplejia como consecuencia de su grave enfermedad cardiaca. Su férrea voluntad superó todas las dificultades. Un gran hombre.
La larga lista de matadores catalanes la presenté hace más de un lustro en la Agenda Taurina que dirige Vidal Pérez Herrero. No importa repetirla aunque sea en su versión más escueta. Se inicia con Pedro Aixalá Torner “Peroy”, conductor de diligencias entre Barcelona y Zaragoza, le sigue José Roviros Virgili, personaje curioso y acomodado que, retirado como torero por una lesión en la tibia, se hizo oftalmólogo, continua con Eugenio Ventoldrá y Gil Tovar hasta llegar a nuestro Mario Cabré que nacionalizó su valer torero y tomó la alternativa en Sevilla de manos de Domingo Ortega, consagrado en Barcelona como novillero y doctorado en ese mismo lugar. Luego para Mario Cabré vendría su fama internacional como torero y como artista. También grabó un disco de boleros. No me extraña la proyección de su sobrino y ahijado, Mario Gas, hijo del bajo cantante Manuel Gas, policía en muchas películas e interprete de zarzuelas como “Don Manolito” y “La Tabernera del Puerto”, y de la hermana de Cabré, bailarina.
Después Ramón Arosa “Fuentes” y el torero más largo y de más amplia trayectoria profesional, de Santa Coloma de Gramanet, Joaquín Bernadó. Se completa la lista con Enrique Patón, Luis Barceló, Manuel Amaya, Francisco Javier Batalla, Manolo Martín, Ángel Leira, Miguel Angel, Rubén Marín, Serafín Marín y Alfonso Casado.
También es larga la lista de charnegos o nacidos en Cataluña de padres emigrantes: los Corpas, Roberto Espinosa, Abelardo Vergara, “Finito de Córdoba” (de Sabadell), Manolo Porcel, Marcos Sánchez –Mejías y Paco Aguilar. Caso aparte es Pedro Basauri “Pedrucho de Eibar” que nació en este lugar de Guipúzcoa, pero fue a vivir a Barcelona a los dos años y tiempo después – novillero, matador de toros y director de su escuela taurina barcelonesa - se convirtió en emblemático modelo taurinocatalán. Y no remataré esta relación sin citar a Pepe Chalmeta y José Boixadé “Niño de la Brocha”, novilleros dedicados a la chapa del auto, y Rafael Ataide “Rafaelillo” que, aunque nacido en Vallafanes, Castellón, e hijo de un picador sevillano, se considera catalán. Prometedor novillero y excelente banderillero. Victoriano Valencia, su padre, comisario en Barcelona, Manolo Blázquez, Manuel García “Espartero de Zarsagoza”, Ángel Agudo “El Greco” y Miguel Cárdenas, el colombiano que se hizo famoso por su asedio a la Monumental pidiendo una oportunidad.. Gonzalo Sánchez “Gonzalito”, el mozo de espadas de Curro Romero, algunos años en el puesto de un mercado barcelonés y Raimundo Entrena que quería ser novillero y se hizo sastre de caballeros en la Ciudad Condal.
Para rematar dos nombres de aragoneses que también se ganaron la denominación de catalanes y taurinos, Ventura Bagüés “Don Ventura”, certero y riguroso escritor, y Alcalde Molinero, incansable dibujante del natural que apoyaba las crónicas con sus apuntes fidedignos. Y sería injusto terminar mi sermón de fe taurino-catalana sin citar a Alberto Boadella, paisano de Dalí y universal como el malagueño Picasso. Algo tienen que ver todos los que en aquí figuran con Cataluña y los toros. Amén.
He leído mucho sobre la desaparición de las corridas de toros en Cataluña y casi todos los argumentos se centran en la supuesta estulticia de los políticos nacionalistas en su afán de borrar de su territorio todas las huellas españolistas y, aunque sean los verdugos de la sentencia dictada ya el 6 de abril de 2004 por la que el Ayuntamiento de Barcelona y su Consejo Plenario declaraban que “era contrario a la práctica de las corridas de toros”, lo cierto es que la crisis viene de mucho antes, de cuando desaparecieron personas como don Pedro Balañá, Moya o Zulueta. Don Pedro, que llevó a Barcelona a ser el municipio español que más festejos taurinos celebraba de la Península y todas sus islas, no acertó a transmitir a su hijo Pedrito el secreto de hacer Monumental el coso taurino donde se consagraron Domingo Ortega o, en otra dimensión, Antonio Borrero “Chamaco”. En los 30 años del tercio medio del siglo XX, Barcelona, Las Arenas y la Monumental, era la capital taurina de las Españas. De este y el otro lado del Atlántico, los turistas italianos, los franceses de Nimes y Ceret hasta Pau y Marsella empujados por la afición y la visión comercial de don Pedro. Del jueves para el domingo siguiente: “Chamaco y dos más”. Del domingo para el jueves siguiente: “Chamaco y Bernadó”. Don Pedrito, su hijo, pese a los años, no ha alcanzado la significación taurina de su padre. No le gustaba el juguete y se lo ha prestado a personas más entusiastas como Manolo Martín y, últimamente, al joven Antonio Matilla, que ha aprovechado el tirón de José Tomás para que el canto de cisne del precioso coso enquistado en la Barcelona cosmopolita y multicultural resultara más solemne y dramático envuelto en esa muralla medieval que se cubre de banderas, cascos y armaduras y gritos contra los bárbaros que se refugian en las cuevas rupestres de su libertad de cazadores de bisontes y toros. A Europa la raptó un toro y todo el Mediterráneo cantó las epopeyas de Teseo y sus doncellas bailarinas y saltadoras. ¿Quién puede negar que Cataluña está en la Península Ibérica y en el Mediterráneo?
Pero Barcelona es el último baluarte del taurinismo catalán, al margen de los “correbous” del Delta del Ebro, río, junto al Guadalquivir, taurino por excelencia. Antes cayeron Gerona, Tarragona, Lloret de Mar, San Feliú de Guixols, Olot, La Ermita y otros lugares en los que se celebraban todo tipo de espectáculos taurinos y a los que se asomaban desde el otro lado de los Pirineos los franceses que todavía no habían consolidado su “fiesta a la española”. Ahora los españoles de Cataluña, como los que iban a Bayona para contemplar como Marlon Brando se dejaba embadurnar de mantequilla, tendrán que atravesar las montañas para ver una corrida de toros en Francia presidida por la bandera española, que tiene los mismos colores que la señera y las de Baleares, Valencia y Aragón, su origen. Fui testigo de la lucha de Moya y Zulueta para que el negocio en algunas de las plazas citadas fuera algo rentable. Recuerdo a Moya recorriendo las playas de Cambrils, Salou o La Pineda, en donde colocaba unas taquillas para vender localidades a los veraneantes y a Zulueta que, por conducto de Mario Cabré, me hizo el favor de incluir en un cartel de Lloret al matador de toros malagueño Antonio Medina, que acudió a mí en última instancia porque no conseguía contrato alguno para las plazas de su Costa del Sol. Fue al único torero que recomendé en mi larga vida de periodista. Yo tenía una gran amistad heredada de mi padre con Mario Cabré y él fue mi principal contacto con la fiesta catalana aunque, posteriormente, acudí en algunas ocasiones a ciertos acontecimientos taurinos como, por ejemplo, a la presentación en Barcelona de Dámaso González, cuando en su época de novillero le apoderó Camará. Don José me dijo en aquella ocasión sobre el albaceteño: “Me fijo mucho en la mirada de los toreros y este Dámaso tiene la misma tiste y profunda que Manolete”. Y siempre recuerdo lo que el propio don José Flores, que hablaba muy poco y por eso parecía más sabio, comentó tajante cuando un señor, ante el cambio de un toro titular por el de otra ganadería, afirmó con desparpajo que la del sobrero daba toros muy bravos: “¿Y quién le ha dicho a usted que a los toreros le gustan los toros bravos?” Demoledor. Don José Flores “Camará” fue el primer apoderado auténtico. Algo le ayudó “Manolete”.
Hablaba de Mario Cabré, que en la tertulia de “El Gato Negro” calificaba a mi padre de “el boss”. Era este café la antesala del teatro de La Comedia que regentaba don Tirso Escudero y que estaba en la calle Príncipe. Y sigue estando aunque el café desapareció como casi todos aquellos tertulianos: los Dominguín que vivían en la misma calle, Alfredo Marqueríe, crítico de teatro del ABC, aficionado al circo y comentarista de toros en “El Ruedo”, Redondela, decorador teatral y padre del famoso pintor del mismo nombre de la Escuela de Madrid con Menchu Gal, el canario Guillermo o Martínez Novillo, Joaquín Roa, actor de reparto en las más famosas películas españolas (“Marcelino, pan y vino”, “Bienvenido Mister Marshall” y “Viridiana”) y personalísimo sobre las tablas de los escenarios, Sendín Galiana, autor, y Paco Ugalde, el más original de los caricaturistas españoles, paisano de Raquel Meller, Paco Martínez Soria, y, sin más nombres porque mi memoria ya es tan frágil como mis fuerzas, un variado grupo de apoderados, periodistas, picadores ( “Hiena II”), banderilleros y demás gente de mal vivir. Llegaba Mario desde Barcelona o después de alguna de sus excursiones curiosas y aventureras y se alborotaba la reunión. Recuerdo que también tuvieron tertulia, tras “El Gato Negro”, en “Cancela” y “Marfil” y que, antes que todos ellos, se cobijaron en el “Castilla”, adornadas sus paredes con caricaturas de Sirio y Ugalde y prestigiado el cónclave por Jardiel Pomcela, Serrano Enguita o el poeta maldito Emilio Carrere. Mario Cabré se hospedaba en el hotel Carlos V, entre Preciados y El Carmen y alternaba sus actividades taurinas, teatrales, cinéfilas y poéticas en una permanente expresión de sus virtudes humanas y artísticas. Una tarde de un afable otoño madrileño toreó en Las Ventas del Espíritu Santo, le cortó una oreja a un toro y por la noche, en un teatro de la Gran Vía, interpretó el eterno Don Juan. En los años 50 del pasado siglo, en el balbuceante ejercicio de mis primeras armas periodísticas, le hice una entrevista al gran personaje políglota y polifacético. Era, en mi fuero interno, mi consagración. Mario me regaló una pluma estilográfica que todavía conservo. Años después fui a Barcelona para que Mario me orientara en los entresijos de la noche de las Ramblas y sus alrededores en compañía de sus amigos de la policía y de las salas de fiesta. Desde su doloroso retiro de Benicassim recibí durante muchos años sus publicaciones poéticas con las que felicitaba las Navidades a sus amigos. La dedicatoria la escribía con la mano izquierda puesto que su parte derecha la tenía paralizada por una hemiplejia como consecuencia de su grave enfermedad cardiaca. Su férrea voluntad superó todas las dificultades. Un gran hombre.
La larga lista de matadores catalanes la presenté hace más de un lustro en la Agenda Taurina que dirige Vidal Pérez Herrero. No importa repetirla aunque sea en su versión más escueta. Se inicia con Pedro Aixalá Torner “Peroy”, conductor de diligencias entre Barcelona y Zaragoza, le sigue José Roviros Virgili, personaje curioso y acomodado que, retirado como torero por una lesión en la tibia, se hizo oftalmólogo, continua con Eugenio Ventoldrá y Gil Tovar hasta llegar a nuestro Mario Cabré que nacionalizó su valer torero y tomó la alternativa en Sevilla de manos de Domingo Ortega, consagrado en Barcelona como novillero y doctorado en ese mismo lugar. Luego para Mario Cabré vendría su fama internacional como torero y como artista. También grabó un disco de boleros. No me extraña la proyección de su sobrino y ahijado, Mario Gas, hijo del bajo cantante Manuel Gas, policía en muchas películas e interprete de zarzuelas como “Don Manolito” y “La Tabernera del Puerto”, y de la hermana de Cabré, bailarina.
Después Ramón Arosa “Fuentes” y el torero más largo y de más amplia trayectoria profesional, de Santa Coloma de Gramanet, Joaquín Bernadó. Se completa la lista con Enrique Patón, Luis Barceló, Manuel Amaya, Francisco Javier Batalla, Manolo Martín, Ángel Leira, Miguel Angel, Rubén Marín, Serafín Marín y Alfonso Casado.
También es larga la lista de charnegos o nacidos en Cataluña de padres emigrantes: los Corpas, Roberto Espinosa, Abelardo Vergara, “Finito de Córdoba” (de Sabadell), Manolo Porcel, Marcos Sánchez –Mejías y Paco Aguilar. Caso aparte es Pedro Basauri “Pedrucho de Eibar” que nació en este lugar de Guipúzcoa, pero fue a vivir a Barcelona a los dos años y tiempo después – novillero, matador de toros y director de su escuela taurina barcelonesa - se convirtió en emblemático modelo taurinocatalán. Y no remataré esta relación sin citar a Pepe Chalmeta y José Boixadé “Niño de la Brocha”, novilleros dedicados a la chapa del auto, y Rafael Ataide “Rafaelillo” que, aunque nacido en Vallafanes, Castellón, e hijo de un picador sevillano, se considera catalán. Prometedor novillero y excelente banderillero. Victoriano Valencia, su padre, comisario en Barcelona, Manolo Blázquez, Manuel García “Espartero de Zarsagoza”, Ángel Agudo “El Greco” y Miguel Cárdenas, el colombiano que se hizo famoso por su asedio a la Monumental pidiendo una oportunidad.. Gonzalo Sánchez “Gonzalito”, el mozo de espadas de Curro Romero, algunos años en el puesto de un mercado barcelonés y Raimundo Entrena que quería ser novillero y se hizo sastre de caballeros en la Ciudad Condal.
Para rematar dos nombres de aragoneses que también se ganaron la denominación de catalanes y taurinos, Ventura Bagüés “Don Ventura”, certero y riguroso escritor, y Alcalde Molinero, incansable dibujante del natural que apoyaba las crónicas con sus apuntes fidedignos. Y sería injusto terminar mi sermón de fe taurino-catalana sin citar a Alberto Boadella, paisano de Dalí y universal como el malagueño Picasso. Algo tienen que ver todos los que en aquí figuran con Cataluña y los toros. Amén.