No me meto
en los vericuetos farragosos de las ideologías. Como en la Legión, cada uno
será lo que quiera. Hablo de lo que a lo largo de los últimos cincuenta años se
ha ido convirtiendo en tradicional. San
Fermín, como santo festero y salvador, es una herencia de siglos. El canto ante
su hornacina de lo alto de la Cuesta de Santo Domingo es moderno y más si el
pareado se canta en vascuence. En
español rima patrón con bendición. Lo del periódico como batuta del
ritmo tampoco es tan antiguo. Lo de la camisa y el pantalón blancos y el
pañuelo colorado no ha cumplido el siglo. Repaso fotos desde los años 40 del siglo XX y es a partir
de los 50 cuando se nota en el encierro el contraste del albo vestir y el rojo
amparador del pañuelico, a veces convertido en el capotillo de la menguada
imagen del primer obispo y santo navarro, solo apantallado por la fama
peregrina y misionera de San Francisco Javier, brillante seguidor de las
doctrinas de San Ignacio, hace unos días conmemorado y cantado desde Azpeitia por otro Ignacio,
“Barquerito”, bautizado con sangre en la
misma Cuesta de Santo Domingo de Pamplona. Fue el 13 de julio de 1991 por culpa
(¿?) de un toro del Marqués de Domecq y, Dios sea loado, Ignacio Álvarez
Vara sigue en la brecha y demostrando
ser el mejor en la crítica pura, en la gastronomía y en la literatura viajera.
Lo digo porque me encuentro entre los privilegiados que puedo leerle a diario.
Volvemos a Pamplona
y a sus tradiciones seculares o perdidas por el paso de las modas o los modos.
Cuando llegó la televisión se impuso el toque de atención de la conexión
eurotelevisiva, se cantaba la “Chica yeyé”, la ranchera “del Rey” o lo
pistonudo de “El Viti”, al que siguieron unos cuantos más, y la sincopada
repetición de las sílabas de “El Formidable”. Durante muchos años el regreso de
los picadores al Patio de Caballos era un tormento y una afrenta insoportable
sin tener en cuenta las circunstancias de sus actuaciones. Barras de pan,
trozos de hielo, cubos, botellas y demás
objetos arrojadizos caían sobre las cabezas protegidas por los castoreños y las
espaldas defendidas por las reforzadas chaquetillas de los varilargueros. Hasta
que llegó un día y el delegado de la autoridad conocido por “Mondeño” obligó a
Antonio Díaz “Ratón”, picador de la cuadrilla de Diego Puerta, a recorrer todo
el ruedo puesto que había picado justo al lado derecho de la Puerta de
Cuadrillas. La lluvia de toda suerte de objetos fue tan intensa que cuando “Ratón” llegó al patio y se bajó del caballo,
tomó la vara entre sus manos y se fue directo a ensartar en ella al
inmisericorde policía. El gobernador Gerona de la Figuera lo destituyó al día
siguiente, lo trasladó a otra provincia y ordenó que, a partir de entonces, los
picadores puedan regresar al Patio de Caballos sin pasar por los tendidos de
Sol, circulando de derechas a izquierdas, lo que ha convertido a Pamplona en la
única plaza de España donde se practica lo que ya es una tradición. En
Inglaterra se circula por la izquierda, sólo en el resto del Mundo se circula
por la derecha.
Pamplona,
Navarra, es paraíso de tradiciones y, además, cuenta con estupendos relatores que
dan brillo y fijeza a lo que transcriben desde la cuna a la actualidad.
Recuerdo con especial regusto a Ignacio Baleztena “Premín de Iruña” y a José
María Iribarren autor de “Retablo de Curiosidades”, “El porqué de los dichos” y
de “Pascuas a Ramos” y del magnífico y emocionante relato de la cogida de
Rafael Ortega el 8 de julio de 1950. Dos cornadas, una en la pierna derecha y
otra en el recto y la vejiga que le produjo un toro de Bohórquez. También a Rafael García Serrano con “Los toros de
Iberia”, “Los sanfermines (1963) y “Las Vacas de Olite”, a Ignacio Aldecoa, de
Vitoria, con su “Caballo de Pica” y dejo en cuarentena a Luis del Campo Julio
por su acusado chauvinismo que le lleva a convertir a Martincho en vasco o
navarro, vamos, vasconavarro, ignorando las pruebas contundentes de su origen
aragonés y su indiscutible identidad en Antonio Ebassun, natural de Farasdués,
en Las Cinco Villas de Aragón. Luis del Campo, pródigo y feraz investigador,
tenía la obsesión de hacer todo navarro y cometer errores que hasta Premín de
Iruña desmanteló antes de que el señor
Cossío acercara a Martincho hasta la villla de Ejea de los Caballeros. Hace más
de cincuenta años que publiqué en “El Ruedo” la identidad y origen de Antonio Ebassun y luego el
sacerdote guipuzcoano Felipe García Dueñas firmó la biografía del primer torero
español con rostro e historia. ¿Es posible que se mantenga el equívoco?
Bueno,
hablaba de Pamplona y sus tradiciones, algunas de ellas pasajeras y otras que
hacen fortuna y se mantienen: la del paseíllo de los alguaciles, las mulillas y
la banda de música por la Plaza del Castillo, que hasta 1840 fue el escenario
de los festejos taurinos y en donde se pudieron comprobar las virtudes toreras
de Martincho y compañeros y la bravura
de los toros de las ganaderías de Ejea de los Caballeros, que en el siglo XVIII
proporcionaron casi el 40% de los toros que se lidiaron en esa plaza. Luego
hubo otra plaza muy provisional y la de la avenida de Carlos III de Navarra
junto al teatro Gayarre, que dio paso en los años 20 del siglo pasado a la
actual, ampliada después hasta alcanzar casi los 20 mil espectadores de hoy con
mayoría de blancos y rojos, matiz que me atrevo a fijar hacia los años 50 del
mencionado siglo XX, después de examinar bastante material fotográfico, como el
de la implantación del uniforme sanferminero. Una reciente publicación de ABC
con la reproducción de sus portadas a lo largo de los últimos 110 años, varias
dedicadas al tema taurina y la de 1922 al encierro a su paso por la que
entonces era Plaza de Doña Blanca de Navarra, con toros de Miura, un mozo caído
en el pavimento de adoquines y una docena de corredores tras la manada con uno
solo al final que parece llevar un guardapolvos de color claro. Era el segundo
año de la nueva y definitiva ubicación de la plaza y de la configuración del
nuevo encierro encarrilado hacia la Telefónica por la calle Estafeta, dejando a
un lado la Plaza del Castillo destinataria de otros encierros en los que
intervenían alguaciles y jinetes mezclados con los corredores de a pie.
Este año la última innovación junto al telón ocultador
del balcón del Ayuntamiento, ha sido la de agarrar el pañuelo rojo con las dos
manos y, estirado, y seguir el movimiento ondulante de la gran muchedumbre
ilusionada y a la espera del chupinazo liberador de toda inhibición. ¡Viva San
Fermín! ¿Y en la plaza? Se han prodigado las banderas piratas al ritmo del
pareado consiguiente: “Illa, illa, illa, Padillla, maravilla. ¿Y de toros? Por circunstancias familiares, no he visto
todas las corridas y solo recuerdo en lo bueno a los toros de Torrestrella y a
los de Dolores Aguirre mientras coloco a los Fraile en el otro punto de la
balanza. El torero que más me ha ilusionado es Jiménez Fortes aunque no me
agradara su chaquetilla sin alamares de su primera tarde. Pero tiene grandes
posibilidades si ata a su apoderado a un burladero y le prohibe las
insinuaciones como aquella de los molinetes abelmontados detrás de las tablas protectoras. Me recordó
a don José Flores “Camará”, del que decían que según apoyara su puño a un lado
u otro de su cara, “Manolete” tenía que seguir con la derecha o con la
izquierda. Y don José, impertérrito, ni se quitaba las gafas oscuras ni emitía
juicio alguno. Y, como remate personal, decir que el torero que más me gustó de
la última Feria Sanferminera fue José Antonio Carretero, de la cuadrilla de
Jiménez Fortes. Dio tres lances largos y templados para que sus compañeros
colocaran tres pares de banderillas. Otro pareado final: “Carretero, Carretero,
el mejor del Mundo entero”.
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