Presentaba su Agenda Taurina Vidal Pérez Herrero en su marco
habitual, junto a la Casa
del Reloj del viejo Matadero Municipal
de Legazpi, en el distrito de La Arganzuela. Estuvieron
presentes, como casi siempre a lo largo de las dos últimas décadas, José María
Álvarez del Manzano, ex-alcalde de Madrid, y Lola Navarro, ex-concejala del
castizo barrio madrileño, en esta ocasión con taurina chaqueta roja, a lo Reina
Letizia, cordial y guapísima y siempre confesando sus fervores toreros, lo que
también es habitual en el caso del señor Álvarez Manzano, lo de las aficiones
taurinas, no lo de la chaqueta roja. Hablaron también de toros y toreros
Victorino Martín hijo, este de sus toros y del necesario apoyo estatal, Andrés
Amorós insistiendo en las virtudes de los “victorinos”, Juan Arboniés, diputado
delegado de la plaza de toros de Zaragoza, en el 250 aniversario de esta,
Alfonso Gómez, de “El Cordobés”, François Zumbielh, de Mont de Marsan y sus
encantos, y a mí me correspondió el honor de subir a los altares del arte al
colombiano Diego Ramos. Empecé por anunciar que no iba a hablar del tal don
Diego, que dedicaría mis minutos de charla a defender el auténtico cartel de
toros, un grito pegado en la pared para llamar la atención de la gente y que
acudiera a presenciar la corrida anunciada. Recordé los antecedentes de
Carnicero y Goya, de los padres del invento, Daniel Perea, más taurino, y
Marcelino Unceta, más artista universal, del paso al impresionismo de Roberto
Domingo y Carlos Ruano Llopis, sus continuadores, Casero, Saavedra, Reus, Cros
Estrems, Martínez de León, Terruella, Alcaraz y Ricardo Marín. De Fortuny,
Manet, Benlluire, Picasso, Juan Gris o Alberti, este anunciador de la vuelta al
ruedo de Luis Miguel, para el que también diseñó esos trajes de luces que
algunos calificaron de pijamas con bordados. No me olvidé de Jesús Bernal, más
ilustrador que cartelista, dos carteles de la Beneficencia en
Madrid, Manolo Prieto y su símbolo del “toro de la carretera”, Luis García
Campos, bilbaíno con aromas del campo de Salamanca. Álvarez Carmena, Pepe
Puente, Pepe Díaz (Camino en Badajoz y “Antoñete” en Madrid), César Palacios y
López Canito. Ciga en Pamplona, Escacena en Andalucía o, más reciente, Calderón
Jácome en Madrid. Mariano Benlliure en
versión gráfica, Pablo Lozano con su grupo de picadores en bronce, John
Fultón y Robert Ryan desde el otro lado del Atlántico y, al más alto nivel,
Fortuny y Manet. Recordé a Ángel González Marcos, bohemio y fatalista, porque
sé que también está en el aprecio de Diego Ramos. De Falcó, Barceló, que copio
uno de los torillos de Goya de su famoso grabado de “Lluvia de toros” para un
cartel de Sevilla, Ducasse, francés y caminista, y Quinito Caldentey, torero
balear e inspirado acuarelista. Es mi relación de heraldos taurinos que cada
uno puede completar a su gusto, memorias o predilecciones. Recordé que las dos
más importantes factorías del viejo cartel fueron las de Ortega en Valencia y
la de Portabella en Zaragoza y que el primer cartel con las fotos de los
toreros actuantes fue uno de Toledo de la corrida celebrada el 19 de agosto de
1891 y en la que hicieron el paseíllo Ángel Pastor y Rafael Guerra “Guerrita”.
Apunté que en muchos de los carteles aparecen primeros
planos de mujeres, flores, rincones de la ciudad o medios de comunicación,
ferrocarriles, autos o jumentos y que algunos de esos carteles sirvieron para
identificar una suerte, el pase de muleta de las flores de Victoriano de la Serna o el salto en la
ejecución de la estocada de Jaime Ostos. O de adjetivo superlativo a ciertos
cronistas de léxico limitado: un lance de cartel. Bajo el imperio de la foto o
el ordenador, menos mal que nos queda Diego Ramos, del que no quería hablar
porque no creo que a un artista haya que explicarlo. Hay que verlo y todo
depende de lo que él, sin hablar, te diga desde la maestría de su dibujo y la
inspiración de su color. Él, su obra, lo cuenta todo en las páginas que nos
ofrece Vidal Pérez Herrero. Y es Diego Ramos el que nos retrata con tremenda
fidelidad a los toreros de hoy, a los que ha visto torear, y a los que adivina:
Joselito y El Gallo, Cagancho, Pepe Luis, Romero o Paula. Maravilloso.
Vidal Pérez Herrero apuntó la necesidad del apoyo de los
políticos para la supervivencia de la Fiesta. Hubo su pequeña polémica sobre el papel
de cada cual en su supervivencia. Hay muchos palos que tocar en este aspecto,
pero, para mí, la máxima responsabilidad la tienen los toreros, los ganaderos y
el público. Ninguna expresión artística se perpetúa con leyes o decretos, ni
siquiera se destruye con prohibiciones o destierros, anatemas o encíclicas.
Bueno sería que se aliviara el gasto con rebaja de impuestos, por ejemplo, con
mejor información en los medios estatales, su suprimieran reglamentos y se exigiera
lo que anuncian los carteles: “6TOROS6 que serán picados, banderilleados,
lidiados y muertos a estoque por tales diestros”. No hace falta más. Un torero
puede cambiar el panorama de la noche a
la mañana. Lo hizo Manolete en 1939.
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