La vida de hoy es una vida “a gran velocidad”, como antes se enviaban los encargos más importantes. Para mí ha sido un trayecto largo y sinuoso plagado de muchas dificultades y de recuerdos imborrables como esa primera foto con mi madre cuando yo apenas tenía nueve meses y nos hicieron el retrato coloreado en Madrid, después de mi traslado desde Magallón, Zaragoza, en un coche “Amílcar” que tenía mi tío Félez Bentura, pintor de cierta altura artística. 1932. Todavía no se había inaugurado efectivamente la plaza de toros de Las Ventas y mi padre no había debutado como cronista de toros en las páginas de “El Debate”, aunque ya, licenciado en Filosofía y Letras, cursaba estudios de Periodismo en su Escuela, la que dirigía don Ángel Herrera Oria, luego arzobispo de Málaga. Pero, tras la guerra del 36, en septiembre de 1939, yo, con ocho años recién cumplidos, debuté en esa misma plaza de Las Ventas del Espíritu Santo en el festejo de la confirmación de Belmonte hijo y “Manolete”. Por ello, cuando vuelvo a la Monumental madrileña, avivo un poco mi memoria y pienso que soy el único superviviente presente y con conocimiento. Un viejo sin memoria es muy poca cosa y por ello estoy de acuerdo con el ministro japonés de Finanzas, Taro Aso, que ha pedido a sus ancianos que “se den prisa en morir” para ahorrar al Estado gastos sanitarios. Solo falta que se construyan los hospitales al lado de los cementerios y ahorrar, además, gastos funerarios. Y el Gobierno Español se equivoca y nos prohíbe a los viejos fumar en los locales cerrados, beber alcohol, comer grasas o abusar del amor (cosa harto difícil). Yo se lo decía muchas veces a mi amigo Vicente Sola, que es un buen aficionado a los toros y propietario de un “pub” muy a la inglesa, en el que cuadrillas de señores de larga edad se jugaban su partida de poker, mus o guiñote, se tomaban su café y sus copas y se fumaban sus buenos habanos. Les han mandada a sus casas. Un cigarrillo se puede fumar a la puerta de cualquier chiringuito en cinco minutos. Un habano, amplio y de calidad, necesita de una hora en lugar cerrado y confortable. Ya lo decía Sarita Montiel y por eso continúa fumando puros. Ahora no te los puedes fumar ni en los toros o en el fútbol. Los vecinos de localidad miran al hipotético transgresor con ceño fruncido y no queda más remedio que esconder el humo, comerse el puro y apagarlo lo antes posible. Se pierde el sabor y ganan los vendedores de bebidas, con el “gintonic” como favorito aunque sea en vaso de plástico. Ha desaparecido la flor en la solapa, la separación de sexos en el tendido y la grada, la espontaneidad y la participación. Antes eran los espectadores los que sacaban a hombros a los toreros triunfadores; ahora, el de la camiseta de la Posada del Mar y el “secretario” del caballero de Estella son los que protagonizan el mayor número de portadas de las revistas taurinas. Se vivía más la fiesta y también era más misteriosa. Tenía su público y su secreto. Hace unos días, en un artículo conté que Joselito exigía a los empresarios de su tiempo que no hubiera aparatos de grabar cine en los tendidos y por cada uno que se colara el empresario le tenía que pagar al de Gelves 5.500 pesetas. Intuía el peligro de la divulgación perenne de un arte tan etéreo como es el toreo. Si el toreo se hace mesurable el encanto se difumina. Sin embargo, el propio José se equivocó en lo de hacerle la competencia a la Maestranza construyendo en Sevilla una Monumental. El toreo es tan tradicional que aguanta todas las incomodidades y el sol de justicia, las moscas pejigueras o el viento de Las Ventas. Los toros no es un espectáculo de arte y ensayo aunque hubo proyectos de corridas con Campuzano al piano, Paco de Lucía a la guitarra, la desgarrada voz de Camarón y los tamborileros de las Marismas después de que Ángel Peralta perdiera el peluquín y se cortara el pelo al cero y sus caballos le fueran a esperar a la puerta del penal.
Casi todo en el toreo es memoria. Un viejo sin memoria se puede morir que aquí poco tiene que hacer. Yo recuerdo a muchos toreros y no me atrevo a señalar al torero perfecto. ¿Lo lograría con el sabor del cartucho de pescado, el pase cambiado, los lances gitanos, el patinar del boroxiano, la espada de san Fernando, el estoiscimo cordobés o los palos del ballet de don Vito. Me faltan muchos en la relación y es que, a lo largo de mis setenta años de espectador, he visto a muchos toreros buenos, excelentes, maravillosos. Pero ¿existe o existió alguno que aguantara su examen al microscopio? Ninguno. Hubo, eso sí, coincidencias como las de Lagartijo y Frascuelo, Joselito y Belmonte, Manolete y Arruza, Aparicio y Litri, El Tino y Pacorro en Alicante, Chamaco y dos más en la agenda de don Pedro o, en la primer tercio del siglo XX, en Zaragoza, Herrerín y Ballesteros, la Edad de Plata de los años 20 trágicos del siglo pasado, Granero, Sánchez Mejías, Marcial, los Valencia, Curro Puya, Cagancho, Domingo Ortega; Armillita, Garza y El Soldado, don Antonio, el trío de los 60, la longevidad artística del “chivato” o la visión mesiánica del cristo hidrocálido que ha descubierto que la televisión perjudica a los toreros y al toreo. Lo vulgariza. Y el torero sigue siendo un tipo de amplio interés social si recibe su castigo en forma de cornada, si se divorcia o tiene un lío con un futbolista. ¿Por qué Manuel Benítez metió en su internacional y amplísima muleta a millones de entusiastas? Yo no lo sé y, sin embargo, tengo memoria. Por eso me acuerdo de los gitanos y me sorprenden por su respeto hacia sus ancianos. El patriarca. Y mientras tenga memoria quiero tener un sitio para contar mis cosas. En los peores años de mi vida, guerra y paz, se decía que “si el trabajo es salud, ¡viva la tuberculosis!”. Paradojas del lenguaje popular. Los meteorólogos aseguran cuando llueve que “hace mal tiempo” y luego nos previenen contra la “pertinaz sequía”. Falacias de la vida. Una más: los que llevan años gobernando esto de los toros desde los puestos fundamentales de la fiesta española, la ganadería, las empresas, los medios informativos, la política, sindicatos o toreros nos advierten del poco tiempo que nos queda. Es cierto que esto mismo lo he escuchado varias veces a lo largo de mi vida y que, como el Ministro de Agricultura con los yogures, no creo en su caducidad, pero algo habrá que hacer para que los sones de la fiesta sean alegres y joviales. Así, a bote pronto, abaratar el espectáculo, impuestos, salarios, personal, asistencias técnicas y científicas, alquileres, aumentar la verdad y la emoción de la suerte de varas, valorar en el segundo tercio al que va al toro andando en lugar del velocista-violinista, la variedad con el capote, el toreo a una mano, la larga cordobesa, por ejemplo, la muleta, el tamaño de la tela y el estaquillador, adelantar la pierna de salida y no la contraria, andar sin prisas (también a caballo, al paso mejor que al trote y mucho mejor que al galope, por la afueras y no al abrigo de las tablas a base de espuelazos, que no se vea sangre en los flancos del caballo, Maese Pablo, por ejemplo).
Y, de remate, una aclaración sobre Rafael de Paula, al que no conocieron en Madrid hasta muchos años después de su alternativa en Ronda. He dicho más de una vez que se le conoce por el de la Paula por su madre y no es cierto. Se le conoce así por su padre Francisco de Paula Soto, domador de caballos del Ejército en la finca de Moratalla, en Marinaleda, donde preparaba un tiro de seis yeguas y una de pericón (suplente). “Si tengo algo de artista – asegura Rafael Soto Moreno – se lo debo a mi padre que era cochero y llevaba las riendas y la fusta de una manera especial, con elegancia lo que significa naturalidad y sencillez”. Desde su tatarabuelo, todos los Soto son Paulas, Rafael, su primo Ramón Soto Vargas que murió de cornada en Sevilla el 14 de septiembre de 1992, el cantaor de seguiriyas José de Paula y muchos de sus primos gitanos y con arte. Hablamos de Rafael de Paula porque decía Bergamín, apóstata, que tenía percha literaria. Hasta Gala lo dice: “De su toreo hay una sutil música callada”. “No soy un torero artista. Soy un torero de arte” Sutilezas, don Rafael el pierniquebrado. ¿Qué hubiera sido usted con las dos rodillas sanas? Qui sait.
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