Hace muchos años, más de 50, en “Fiesta Española” se nos ocurrió colocar en la portada las fotos de Antonio Bienvenida, Manolo Vázquez y creo que Antonio Ordóñez bajo un espectacular titular:¡¡CULPABLES!! Ya saben ustedes como somos los españoles: pese a nuestra proverbial o soleada alegría y optimismo, somos morbosos. ¿De qué acusábamos a tan destacados representantes del arte de torear? Del triunfo arrollador de Manuel Benítez “El Cordobés”. Tan preclaros artistas tenían que acabar con el masivo poder de “El Piyayo de El Pardo”, hasta donde le había llevado el genio publicista de don Rafael Sánchez “Pipo”. Lo que ocurrió, y es justo reconocerlo ahora, es que Manuel Benítez, a pesar de su zafiedad en los manivelazos tranviarios con el capote a modo de verónicas o escupiendo sus manos antes de tomar muleta y estoque, tenía capacidad de sufrimiento y ambición de glorias y dineros muy superiores a las normales. En México, el gran dibujante Pancho Flores plasmó la caricatura del señor de Villalobillos con una tremenda muleta en la que metía a una incalculable muchedumbre. Era el antídoto que necesitaba la fiesta y por eso fueron hasta el dormitorio de su finca cordobesa don Livinio, don Pablo, don Pedro y todos sus acólitos, que, muy ilusionados, firmaron en la funda de la almohada del “robagallinas”.
¿Quién en estos tiempos podría cambiar el ambiente taurino gris y cataléptico actual? Ese, ese, el que algunos califican de “Mesías” y otros distinguen con el título de “mejor torero de todos los tiempos”. Y todo dentro de las normas clásicas del arte de torear, sin revoluciones populares, por lo que ahora es difícil buscar culpables como hace medio siglo. ¿Ponce? ¿Manzanares? ¿Morante? “El Juli”, no, que da la cara como un jabato. ¿Empresarios peregrinos de este momento? Es difícil encontrar clones de aquellos fabulosos gerentes y de otros de menor categoría pero voluntad de hierro: Zulueta o Moya por las cercanías de la Costa Brava. Ahora bastaría con que José de Tomás, de Román y de Martín, cuatro nombres propios y un sola persona, decidiera torear treinta festejos en las treinta primeras plazas de España y con toros de las doce más prestigiosas y diversas ganaderías. Ello supondría multiplicar al menos por diez los ingresos de esas plazas por su repercusión en los festejos en los que fuera protagonista y por los correspondientes abonos. Ahora, pues, sólo hay un culpable, el de Galapagar. Y unos colaboradores, los empresarios. Y hay empresarios como los Lozano, prudentes y agazapados, José Antonio, sin muchas ganas, los hijos del káiser Manolo, adormilados, los franceses Simón, Jelabert y Roberto Piles y pocos más porque no me fío del Canorea que mandó a su casa a Curro Romero, de su cuñado Valencia o de los Serolos, polémicos y judiciables, que podían ir a casa de José Tomás y firmarle una nueva almohada para que los sueños le sean propicios y se decida a ejercer sus poderes. Yo creo que se alegraría hasta Carlos Abella, su panegirista áulico, al que el espíritu “mondeñista” le tiene obnibulado. Primero, Tomás; después, “nadie”, ni siquiera Enrique Ponce con sus más de veinte años a la cabeza del escalafón, con más de dos mil corridas, cuarenta toros indultados y cerca de la mítica cifra de los cinco mil toros estoqueados. Algo tendrá el agua cuando la bendicen.
Hay nombres y hombres. Habrá que aunar voluntades. No la mía que no puedo nada, pero sí la de los que manejan el cotarro y, sobre todo, la de ese monstruo de nuestra moderna convivencia que es la televisión. Esa que hace famosos al empresario Colate de importantes y psiquiátricos apellidos por “ser mal padre” y buen amador, Patricia, Alejandra, Inés, la duquesa Eugenia y Paulina, la de la cadera rota, y al Rivera Pantoja, hijo de Francisco e Isabel, por pinchar discos al modo de Fonsi Nieto (Alfonso Gónzález Nieto), sobrino de un super campeón de la moto mínima y cuyos personales triunfos se pierden en la nebulosas de los tiempos.
Últimamente, Rafael Camino, el hijo de Paco y la ingeniera técnica agrícola Maria de los Ángeles Sanz, que nos tuvo años pendiente de la separación de su primera esposa, nos anunció que volvía a los ruedos y ahora comunica “urbi et orbi” que se casa otra vez. Recuerdo un día en el que vi a Rafi actuar en Las Ventas del Espíritu Santo, yo en un burladero y junto a su progenitor. No pretendo reproducir los comentarios de don Paco. Bueno, mejor es anunciar la buena nueva de un nuevo matrimonio que decir que sales del armario, como aseguró el hijo de otro matador de toros de los años 50 y 60. Son cosas inimaginables hace unos años, bastantes, cuando yo era niño: ¿Podía yo imaginar que Antonio Labrador “Pinturas” le diera un cachete en el antifonario a “Manolete” antes del paseíllo para darle suerte?
¿O podían imaginar ustedes que un polvo taurino trajera, además de la consiguiente y benéfica maternidad, los lodos áuricos de una amplia fortuna y el noble y popular título de “princesa del pueblo”? Así está el paciente pueblo, hoy apesadumbrado porque ha muerto “la madre de dios”, guapa desde niña a matrona, más favorecida en los retratos y esculturas que en sus definiciones humanas porque adoptar un niño y ponerle de nombre Zeus, padre y rey de los dioses del Olimpo con múltiples apetencias eróticas y varios matrimonios, y a una niña y llamerle Thais, diosa griega cortesana de Alejandro Magno convertida al cristianismo y considerada santa por coptos, católicos y ortodoxos, protagonista de una novela de Anatole France y una ópera de Massenet, la flor más bella, flor del oasis, bella princesa, aquella que se mantiene bella durante muchos años, la propia Sara, llamada María Antonia, manchega recriada en Orihuela, es como para definir a la adoptante, la madre particular de dios y de santa Thais. Mucho arroz, Catalina.
Es cierto que los guapos envejecen peor que los feos, pero Saritísima mantenía el tipo y hasta podía mostrar desnudeces en un calendario benéfico. Los mitos no tienen edad. Recuerdo que en los años 60 se estrenó “El último cuplé”, película en la que aparecían varios escenarios del Madrid de “La Verbena de la Paloma” y acompañaba a la moderna Dulcinea un torero bien vestido por la hija de “La Nati”, desaparecido de los ruedos y perdido por las tierras del otro lado del Atlántico, Enrique Vera. La emoción en los ambientes del exilio español era tremenda. Había nostálgicos que iban todas las noches al cine para contemplar esos ambientes y escuchar la media voz acariciante de Sara en el “fumando espero”. Un puro habano en su mano, vigilada por Carrillo, a la izquierda, y Francisco Umbral, a la derecha, ambos puede que poco afectos al aroma del cubano. Que yo sepa, la Montiel no tuvo amores toreros, le gustaban más los galanes cinematográficos o lo científicos ilustres. ¡Gozadica te vas, Sara! Algún sinsabor te habrás llevado en tu corazón y ya que no fuiste madre biológica, al menos te coronaste como madre putativa de Zeus y Thais.
Estos días se han publicado “Los diez mandamientos de los ancianos” y el último dice así: “No pensarás que cualquier tiempo pasado fue mejor”. Me esfuerzo, pero no consigo convencerme a mí mismo. Soy viejo y añorante. Cualquier tiempo pasado no fue mejor, pero me lo parece.
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