Me fui a París con mi señora y mis hijos Elena y Benjamín. Sorpresa: me encontré con la misma ciudad que conocí hace más de cuarenta años. Es maravilloso que la capital de las grandes revoluciones sea la más conservadora del Universo. Nuevos autobuses descubiertos de dos pisos, más “bateaus” en el Sena y multitud de turistas en todos los lugares. Me sorprendió la Santa Capilla del interior del Palacio de Justicia que no recordaba y, pese a mi edad, subí y bajé las escaleras de caracol para empaparme en la maravilla de su encanto envuelto en vidrieras de colores. Lo demás, lo mismo, Notre-Dame, el Arco del Triunfo, la Torre Eiffel, el Sacré-Coeur y la gran vista de la ciudad completa, los Campos Elíseos, el Hótel de Ville, Louvre, D’Orsay, con la novedad de dos muestras de pintores españoles, Sorolla y Picasso, la place des Vosges, Royal, Concorde, la Ópera, Montmartre, sus tabernas y pintores, los Inválidos, Pigalle y el Molino Rojo, las estatuas doradas o las verjas rematadas en puntas de lanza que parecen de oro. Dos o tres tipos de casas, la cúpula sorpresa de Lafayette y toros bravos en una de las muchas galerías de arte de las plazas porticadas parisinas. Desde la habitación del hotel se veían las torres cuadradas y el estilete flamígero de Notre-Dame. De París a San Sebastián, al “Buena-Vista” del Igueldo, ahora Ijeldo, como Guipuzcoa es Jipuzkoa. Que ganas de cambiarlo todo con lo bonito que era el cristino lugar de Donostia. En el Bulevar, cerca del Ayuntamiento antes Casino, una carpa rodeada de carteles que no entendí porque estaban escritos en vasco. Y yo me pregunto ¿dónde irían los vascos viajeros si no supieran español, francés o inglés? Los catalanes tienen más posibilidades porque su raíz, como el español, es el romance. Pueden hablar hasta en latín. Está bien lo de guardar y conservar las peculiaridades de cada cual, pero en la moderna “aldea global” hay que entenderse con la mayoría. Lo que si me agradó fue comprar “El Correo”, al que antes le ponían el apellido de Español como a “La Vanguardia”, y leer la crónica de “Barquerito” de la corrida de la Feria Sevillana en la que maravilló el arte sin par de Morante de la Puebla. Para mis adentros pensé que seguramente en “Heraldo de Aragón” no dieron tal noticia, sí la de la cogida de El Juli y, muy posiblemente, la condena de Ortega Cano por su desgraciado accidente. Por sorpresa, “El Juli” pidió el alta médica, cogió el AVE en Sevilla, no paró en Madrid, siguió hasta Zaragoza y se puso en manos del doctor don Carlos Val Carreres. Tenía fiebre y los Val Carreres, hijos, nietos y biznietos de médicos especializados en la cirugía taurina, tienen la confianza de los toreros.
Pues en San Sebastián, donde se impiden las corridas de toros, se publican crónicas de Ignacio Álvarez Vara, el leones errante, cronista viajero y gastronómico y mayor autoridad en el conocimiento y estudio del toro en función del toreo. En Zaragoza, no. Y eso que la agencia para la que trabaja Ignacio es Colpisa, que creo pertenece al mismo grupo que el decano de la prensa aragonesa, a Vocento. El toreo, por estas tierras tan tradicionalmente taurinas de Aragón, con la segunda plaza de toros del Universo Mundo, solo interesa como tragedia o chismorreo. Así resulta que en la corrida-concurso del otro día hubo menos de un décimo de entrada y en la del día de San Jorge, ochocientos sufridores mal contados. Claro que, si entramos en el detalle de toros y toreros de ambos carteles, aun puede calificarse de milagroso que los atrevidos “paganinis” superaran el centenar. Si esa es la forma de reivindicarse los señores empresarios frente a las pretensiones desahuciadoras de la Diputación de Zaragoza, que venga Dios y lo vea. A la puerta centenaria de la obra iniciada por don Ramón de Pignatelli estaba el “escrache” (acoso en español) de los anti-taurinos verdes y rojos, animalistas y partidarios del aborto. A estos, todo lo español les sabe a cuerno “quemao”, que es sabor que llega hasta el seso de los intransigentes. Y los sesos se les vuelven agua sucia.
En Sevilla ganó Julián López “El Juli” porque abrió la Puerta del Príncipe el Domingo de Resurrección y porque resultó gravemente herido por un toro de Victoriano del Río y no pudo hacer el paseíllo en el cierre de Feria con toros de Miura. La Fiesta Española necesita de triunfos y de tragedias. Para sus exigencias, hacía mucho tiempo que una figura no pasaba por el hule de la mesa de operaciones. Es doloroso que así suceda, pero el monstruo de miles de cabezas de la afición es morboso y, de vez en cuando, necesita sangre. Luego, si, muchos lloros y lutos negros, catafalcos solemnes, entierros multitudinarios y vueltas al ruedo póstumas, pero así se justifica que en estas arenas se muere de verdad. Sí, sí, se muere aunque el toro y la Ciencia han dulcificado el tétrico panorama. Y algunos, unos cuantos, se lo toman muy mal y lanzan soflamas hirientes y burlescos contra ganaderos y toreros. Entre nosotros siempre han triunfado los tremendistas.
Que se recuerde un hecho puntual de una feria solía ser patrimonio de otros tiempos, cuando no había tan específicos y puntuales medios de difusión. Me viene a la memoria una Feria de San Isidro que se recordaba porque José Mari Manzanares, padre, dio un intenso, largo y emocionante pase de pecho. Onomatopéyico: ¡Oooooh! Epopeya sonora. En Sevilla, este año, Morante de la Puebla ha interpretado la más maravillosa media verónica que parieron los siglos pese a que yo evoque lo que, hace unos cuantos años, “Picoco” les dijo a unos amigos que le preguntaron por Curro Romero a la salida de la Maestranza: “Ahí le he dejado dando media verónica”. Si es mejor esta que aquella queda para la intimidad de los que sintieron una y otra. Ví un resumen de la actuación del de La Puebla y a la media verónica yo añadiría unos cuantos lances más y puede que media docena de muletazos de alcurnia regia. El toreo es un puro sentimiento que, en la mayoría de las ocasiones, no aguanta el análisis. Y, en el examen posterior de las dos revistas especializadas, me encuentro con la sorpresa de la nueva saga de los Arjona, Agustín, Joaquín y un González Arjona que puede ser hijo de la hermana de Agustín, todos descendientes del imponente don José que revive en esa exposición sevillana, de la que trataré de conseguir el catálogo porque es seguro que tendré muchos motivos de recuerdos y evocaciones.
Como ha pasado en otras muchas ocasiones, a “El Juli” le sustituyó un torero con ya un amplio historial en los ruedos, pero sin reflejo en las estadísticas hispanas. Manuel Escribano tiene más sitio en los ruedos franceses y americanos que en los españoles. Escribano se encontró con el sexto toro de Miura y le cortó las dos orejas. Lo dijo mi paisano Miguel Cinco Villas cuando le cortó las dos orejas a un toro en la vieja “Chata” carabanchelera: “Este invierno pitará en mi casa la “magefesa””. En esta primavera invernal estamos de cara al verano y es factible que Escribano figure en una treintena de carteles futuros si es que la Real Maestranza de Sevilla y los Miuras todavía tienen importancia en la revuelta Fiesta. Destacaron además los también lugareños Antonio Nazaré y Daniel Luque y el adoptado Diego Ventura, que lidió en solitario y a caballo seis toros, cortó cuatro orejas y salió a hombros por la Puerta del Príncipe aunque la proporción de trofeos no sea la adecuada: si con dos toros tienes que cortar tres orejas para abrir tan afamada cancela, para franquearla en el caso de lidiar seis tenían que ser necesarias nueve orejas. Pero no añadamos trabas a la exigencia maestrante.
Mientras tanto, por tierras mexicanas, Pablo Hermoso de Mendoza toreaba su festejo dos mil, cifra a la que no ha llegado ningún caballero toreador, incluídos los afamados lusitanos del arte de Marialba. Que un mozo de la navarra Estella haya superado tan fantástica barrera es la confirmación de que estamos ante la más alta dignidad del toreo de a caballo. Y aprovecho la ocasión de ensalzar los méritos de un torero de Navarra para quejarme de que en una publicación de ABC se nombre a don Santiago Ramón y Cajal como “médico navarro”. Es cierto, don Santiago nació en Petilla de Aragón, un pequeño enclave ganado por el rey navarro al aragonés Pedro IV en una partida de cartas, y estudió Medicina. Pero en realidad él se consideraba aragonés y el Mundo le reconoció su categoría de investigador científico con el Nobel. La infancia de don Ramón transcurrió entre los lugares de Valpalmas, en Las Cinco Villas de Aragón, y en la oscense Ayerbe, donde fue aprendiz de zapatero porque su padre no apreciaba las virtudes estudiantiles del hijo que se examinaba de Bachillerato en Huesca. Creo más justo definir a Santiago Ramón y Cajal como científico aragonés, de padres aragoneses, niñez y juventud aragonesa. No era aficionado a los toros pero las pruebas de una emulsión para hacer fotografías instantáneas las hizo en la plaza de toros de don Ramón de Pignatelli. Algo es algo.
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