Le haré caso a mi amigo Fernando García Terrel y voy a realizar una faena más corta. “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”. Fernando, que también se llama Saturio porque vio su primera luz por las tierras poéticas de don Antonio, hermano del también poeta Manuel que se mecía mejor en las olas del Guadalquivir, me aconseja que no me alargue tanto porque en estos nuevos soportes la lectura es menos cómoda y más acuciante. El caso es, señor presidente, que yo quería hablar de la corrida goyesca del 2 de mayo en Madrid. La primera goyesca de nuestra historia, al margen de las de la Plaza Mayor de Madrid en la coronación de Carlos IV, tuvo lugar en Zaragoza en 1927 y ya se sabe cuál fue el comentario de Rafael el Gallo, torero de mi predilección si yo hubiera vivido en los primeros treinta años del siglo XX. Se ha mantenido el invento con el apoyo logístico del señor Cornejo y algunas aportaciones interesantes que nunca llegan a cuajar en el uso habitual de los toreadores. Ha habido varias revoluciones en el vestir de los toreros y, sin ánimo ni pretensión de ser exhaustivo, siempre ha prevalecido la tradición, aunque Luis Miguel impusiera un tipo de vestido cómodo, ligero de bordados y sin apreturas que adoptó J.J. Padilla hasta lo del ojo, y las grecas y las solapas pegadas dibujadas por John Fulton, de Filadelfia, y puestas en práctica por Fermín, el traje de terciopelo de Romero, el recamado de Ponce o las innovaciones anuales de Ronda. Y la montera que es como el capitel dórico, jónico o corintio, parte superior o corona de la columna que es el torero. Fue en principio como una boina con madroños, caso de Paquiro, nave de agua dulce con Cayetano Sanz o simple barquichuela en tiempos modernos en los que también quisieron innovar el propio Luis Miguel y su imitador Padilla.
Pero el otro día en Madrid se rizo el rizo de la fantasía con el vestido que le hicieron los modistos italo-sevillanos a Ferrera. Un vestido que algunos dicen que era de color espuma de mar – que yo casi siempre veo blanca – o de una mar descolorida y purísima concepción, media y zapatillas incluidas, chaleco oscuro y corbata de fantasía. Las solapas pegadas, el dibujo de la fina taleguilla, una greca a lo largo de la pernera, menguadas hombreras y bordados como leves mantillas de madroños. Una monada de traje, pero un trapo sucio al final de la tarde. El mayor defecto del original vestido es que al torero se le abría la chaquetilla y se le veía el sobaco, como sucedía en la foto de un derechazo de Ferrera que ilustraba la crónica de Zabala de la Serna en “El Mundo”. Cosa distinta es como estuvo el torero nacido en Ibiza pero extremeño de herencia. Ha madurado, se ha templado y los músicos de los toros de los Lozano hicieron la demás en la tarde en la que también mojaron Alberto Aguilar y Morenito de Aranda. Tarde en la que, incluso, se vio una larga cordobesa en el capote del buen torero madrileño. Llevo años esperando ver semejante lance que prodigaba en sus tiempos don Rafael Lagartijo. ¡Casi nadie al aparato! Los Lozano no querrán, pero podían volver por Zaragoza para tratar de solucionar nuestro entuerto. El de la “miserere cordis” de los taurinos de hoy. Los Lozano deberían hacer ese sacrificio en recuerdo de la circunstancia especial de que llegaran a ser los empresarios de Madrid gracias a que antes lo fueron de Zaragoza.
Y esta semana cierro el chiringuito de mi ordenador porque me voy a Madrid para algún asunto personal y para asistir a un almuerzo de “La Escalera del Éxito” en homenaje a la asociación “Cordobeses por el mundo”, al matador de toros Gabriel de la Casa, al escritor Gómez Santos y al asaltador de montañas César Pérez de Tudela, el de la nariz transparente. Del que tengo más noticias y alguna inédita es de Gabriel de la Casa, hijo de “Morenito de Talavera”, sobrino de Pedro de la Casa y hermano de José Luis, con el que hacía pareja en sus tiempos de novilleros. En cierta ocasión actuaron en el toledano lugar de Méntrida, buenos vinos, y Gabriel me brindó uno de los erales y yo le correspondí con el obsequio de un billete de dólar, no recuerdo de qué cuantía, que espero conservase y pusiera a criar. También me viene a la memoria una tarde en que los hermanos de la Casa hicieron el paseíllo en Madrid, creo que en el mes de mayo, y nevó llegando casi a cuajar sobre la arena de Las Ventas. Pero, sobre todo, recuerdo la voluntad de hierro de este Gabriel de la Casa que había sufrido de chico de una poliomelitis no demasiado aguda pero que le dejó la secuela de una pierna más delgada que la otra y que compensaba estéticamente con un relleno en la correspondiente pernera de la taleguilla. Gabriel no tenía la fuerza y la agilidad de su padre, Emiliano, de su tío Pedro y su hermano José Luis y fueron su fuerza anímica, su conocimiento del toreo y su entrega sin reservas los que superaron todas las dificultades y por ello consiguió ser un matador de toros de larga y provechosa trayectoria. De aquella tarde de Méntrida a hoy han pasado muchos días, muchos años y, sin embargo, afortunadamente, todavía me acuerdo. Corto porque don Fernando Saturio es de pañuelo ligero para esto de los avisos. No hace muchos años ocupaba el palco de la Presidencia del coso de Pignatelli y sigue involucrado en este nuestro mundo, Soria y Andalucía en Zaragoza. Esta semana bailaremos por sevillanas.
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