Antes de
iniciar mi perorata taurina, quiero hacerles partícipes de la insólita noticia
que ha leído en “Heraldo de Aragón”: “Roban en Trasmoz una estatua de Bécquer”.
En un subtítulo se aclara que, para el robo, los ladrones usaron un vehículo,
se supone que de cuatro ruedas porque la estatua es de bronce y pesa más de 300
quilos y no era cosa de llevarla a hombros aunque los cacos fueran fervientes
admiradores del poeta sevillano. Aclararé para los no conocedores del lugar de
las cercanías del Moncayo, cerca del Monasterio de Veruela, que Trasmoz es un
pequeño pueblo situado en un montículo, que en lo más alto está el castillo de
LAS BRUJAS, tema de una leyenda becqueriana, y que en este lugar estuvo secuestrado
el padre de Julio Iglesias, quizá el acontecimiento más popular de lo sucedido
por estos lares desde hace siglos. La estatua es obra de Luigi Maráez, que
cobró 20 mil euros por la obra. La policía no sabe todavía si el motivo del
robo es el de la devoción poética o el más presumible de la fundición de la broncínea imagen para su posterior y
provechosa pignoración. Pero el hecho en sí, al margen de todas estas mis
elucubraciones calenturientas, es francamente bochornoso y muestra del poco
respeto que las gentes de hoy le tienen al arte sea en la disciplina que sea.
Por ejemplo: la empresa que comanda Simón Casas con la participación de dos
personas de mi particular aprecio como son Enrique Patón y José Luis Ruiz,
anuncia los carteles de su estreno en Zaragoza con la singular versión del
grabado de Goya con Martincho matando un toro a la salida del chiquero
zaragozano, de 1764 y con grilletes en los tobillos. Muy bien. Lo que ya no
encuentro tan lógico es que el señor Cano, autor de la versión, explique los
motivos por los que ha elegido a Goya y Martincho como protagonistas de este
cartel que, según definición precisa y rotunda, debe ser un grito pegado en la
pared, no un discurso. Para este caso creo que hubiera sido suficiente con el
original. El arte, si hay que explicarlo, ya no es arte. Sí podría admitir
versiones actualizadas de “El sueño de una noche de verano”, de Sakespeare, don
William, cuya primera muestra cinematográfica vi, allá por los años cuarenta,
en una película protagonizada por Mikey Rooney en 1934. Un recuerdo también al
actor recientemente fallecido, que tuvo el valor y la osadía de casarse con Ava
Gadner, torera hasta la muerte.
Pero,
películas, poetas y artistas al margen, la situación de la Plaza de Toros de
Zaragoza es francamente preocupante. Bueno, viene siendo preocupante desde hace
años y hasta siglos. Ahora que me he dedicado a estudiar un poco sus
vicisitudes, tengo testimonios apabullantes de que la situación no es nueva. Me
remontaré al año 1908. En Zaragoza, los intelectuales, políticos y comerciantes
tuvieron la feliz idea de conmemorar los cien años de la Guerra de la
Independencia y añadir a esa conmemoración el deseo de la conciliación entre
españoles y franceses. Todos los franceses no tenían la culpa de los afanes expansionistas
de Napoleón. Como a todos los alemanes no le podemos culpar de las ansias
antisemíticas de Hitler ni a todos los rusos de los crímenes de Stalín. ¿De
acuerdo? Se organizó la Exposición
Hispano-francesa y, en su apoyo, cuatro o cinco corridas, a una de las cuales,
el 14 de junio, asistió el rey Alfonso XIII, en festejo en el que, con toros de
Miura, participaron el sobrino de “Lagartijo” y Vicente Pastor. Pues bien, en
todas esas corridas de la primavera zaragozana de 1908, como afirma el señor Sotillo,
crítico de la revista “Sol y Sombra”, la empresa perdió una buena cantidad de
duros y lo mismo ha ocurrido y ocurre por los siglos de los siglos. Era 1908 y
pocos años después resulta que la fiesta de los toros alcanzó el máximo
esplendor en la ciudad de Zaragoza. ¿Qué
ocurrió? Que surgieron dos chavales que ilusionaron a dos sectores de nuestra
población y que se enfrentaron en el ruedo de don Ramón Pignatelli, que se
quedó pequeño y que hubo que ampliarlo y remozarlo en 1917. La pena es que para su reapertura ya no
existía ninguno de los dos, ni Herrerín ni Ballesteros. Pero el hecho
sintomático es que para que la Plaza de Toros de Zaragoza funcione tiene que
darse la rivalidad torera, unas veces entre nativos, otras entre foráneos o
nativos y foráneos frente a frente: “Lagartijo” y “Frascuelo”, “Joselito” y
Belmonte, “Manolete” y Pepe Luis, “Litri” y Aparicio, Luis Miguel y Ordóñez,
Chamaco y Palacios, novilleros, o Paco Camino y “Chiquito de Aragón”, sin
caballos. Lo he dicho y lo repito: solo los toreros y el toro pueden arreglar
esto. Lo demás, cuentos de la “buena Pipa”. Hubo iconos en solitario,
“Guerrita” y “El Cordobés”, pero más hijos de las circunstancias que de sus
propios merecimientos. Fenómenos impares.
La empresa
de Simón Casas, que ha asumido el arriendo de la plaza zaragozana no hace
muchos días, ha realizado un gran esfuerzo publicitario para llevar a todos los
rincones interesados la noticia de que para San Jorge se iban a celebrar dos
festejos de interés, uno el día del Patrón, con un mano a mano entre “Finito de
Córdoba”, impacto artístico en la Feria del Pilar del año pasado y confirmación
en Valencia este año, y Morante de la Puebla, el torero en activo que cuenta con el mayor conjunto de
fieles peregrinos. Publicidades en los medios de comunicación aragoneses, en
los autobuses urbanos, en las revistas especializadas, en la estación de
Barcelona, en Francia, Navarra o las Vascongadas, tres o cuatro páginas a todo
color del torero poblense en un diario de la capital de Aragón, que ha sido, a
posteriori, el primero en dudar de la veracidad de sus intenciones de acudir a
la cita con el “dragón de las siete cabezas”, al modo de la decisión del
soldado de Capadocia en las cercanías de la capital oscense. Un par de docenas
de antitaurinos, casi todos en la pubertad, lanzaban sus chilliditos junto a la
estatua de Agustina de Aragón y Juliana Larena. Es igual, la fiesta española no
necesita enemigos externos. Los tenemos dentro. Para el sábado está anunciada
una corrida-concurso de ganaderías. He leído que estas se oficializaron
institucionalmente en esta plaza en el año 2000. ¿Quién patrocinó la
corrida-concurso de 1978 en la que rigieron las normas redactadas por don Ramón
Blasco, funcionario de la DPZ? ¿Dónde se ubicó el Jurado de aquel festejo y los
de los años siguientes, hasta 1984? En el palco de honor. También he leído
recientemente que fue Pagés el que inventó en 1927 las corridas goyescas, la
primera de ellas celebrada en Zaragoza con motivo del centenario de la muerte
de Goya que se cumplía en 1928 y para el que se organizaron numerosos actos en
los que intervinieron importantes personajes, con la colaboración inestimable
de Ignacio Zuloaga, quien hasta localizó en Fuendetodos la casa en la que
afirmó que había nacido don Francisco. Y pudo ser así. Pero lo de los trajes goyescos
no era nuevo y bien lo demuestra una foto publicada en “Sol y Sombra” de mayo
de 1908, en la que aparecen los alumnos de Ingenieros y Arquitectos que
participaron en Madrid en una becerrada vestidos con chaquetillas de jalones, corbatines
estrechos, fajas amplias y taleguillas de seda sin bordados, calzados con
zapatillas de amplias hebillas y tocados con sombreros de dos picos. La crónica
decía que iban vestidos al estilo de la época de Pepe-Hillo y que en la lidia
fueron asesorados por “Machaquito” y “Mazzantinito”. Y es que el mejor remedio
para la ignorancia es la lectura.
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