Bajaba por
la ruta mudéjar desde Zaragoza, entre estrellas representativas, esculturas
pedestres y algunas encantadoras y representativas como el dibujo en alambres
de un San Jorge aragonés y universal o un toraco elefantiásico, hipertrofia
exagerada del torico turolense, me deslizaba por los toboganes del Ragudo,
festoneaba las murallas numantinas y llegaba a la populosa Valencia como en los fértiles años 60 y 70, cuando por
estos lares había toros, lucha libre, boxeo y festivales musicales, la familia
Miranda, granadinos, llevaba la plaza, el doctor de Luz reparaba la cornada más
grave que sufrió en su vida Enrique Bernedo “Bojilla, los Usó, parientes de Molés, vendían más
naranjas que nadie y yo le hacía entrevistas a Miguel Báez “Litri”, que
reaparecía, a Pepe Blanco, que ya no estaba con la Carmen Morel y cantaba
“Cocidito madrileño” con aromas de costillas al sarmiento y “jarabe” de la
Rioja, y me bañaba en la playa de Cullera con Ginés, Curro Fetén, Ernesto Cruz
Franquet, el mexicano Curro Rivera y Jesús, el chato de Ronda, primero taxista
y luego seguidor de las artes fotográficas de Pepe Arjona. Años después, el
propio Miguel “Litri”, nacido en Gandía porque la novia de su hermano Manuel,
cogido de muerte en Málaga en 1926, se casó con su padre y, como ocurría en
aquellos tiempos, se fue a dar a luz (vulgo, parir)a su pueblo, de forma que el
onubense de los 50 del siglo pasado era valenciano, les pedía a los Lozano, a
la sazón nuevos empresarios de la plaza, que le mandaran a casa a su hijo, que
le hacía más apaño que en los ruedos. Se escondía en la meseta de toril y se
afanaba por pasar desapercibido.
Volvía ahora
a Valencia a ver una corrida de toros. La última vez que estuve creo que fue en
1995, cuando se casó en olor de multitudes Enrique Ponce con Paloma Cuevas en la
Catedral, con el arzobispo de maestro de la ceremonia y el padre Manolo
Rodríguez, de Ejea de los Caballeros y procedente del valle leonés del Curueño,
portavoz de la bendición vaticana, piropeaba a la novia (“Soy sacerdote, pero
tengo ojos en la cara”), y se celebraba el ágape nupcial en un lugar llamado
algo así como “Garden Devesa”, cerca de El Saler, al que acudimos unas
quinientas personas y de entre las que elijo una sola porque fue la última vez
que hable con él: Julio Robles. Olvido a Massiel que montó un número. Pepe Cuevas
Roger, hermano de Victoriano, padre de
la novia, me contó en el hotel “Meliá” de la Valencia moderna por qué los Alba
le llamaban a Eugenia, duquesa de Montoro, “la ratona”, por entonces, novia del
cuarto de los “Litri”. Bueno, coincide que, en estos días y en Valencia, Ponce
ha pasado por un doloroso trance, pero, al fin, con mucha suerte. Graves
consecuencias, un tiempo de recuperación y vuelta al mismo sitio, al ruedo. Han
pasado muchos años y, sin embargo, no creo que el de Chivas abandone sin volver
a vestir el traje de luces. Cinco mil toros y, que yo recuerde, cinco graves
cogidas en Sevilla, Alicante, El Puerto, León, la más extrema y similar a la
última, la de Valencia. El uno por mil. De los grandes, solo cuatro toreros se
salvaron de la quema: Pedro Romero, “Lagartijo”, una cornada en un brazo en Madrid, “Cúchares” y “Guerrita”,
ambos coincidentes en el escenario de sus desgracias, Francisco Arjona porque
fue a torear a La Habana y allí murió de vómito negro, y el Guerra porque en
aquella plaza, ¿cuándo volverán los toros a Cuba?, sufrió la única cornada
grave de su vida. Pero, a cambio de la animadversión de la plebe. “No me voy,
me echan”, dijo Rafael Guerra en Zaragoza. Lo de Pepe Bienvenida fue diferente:
estuvo muchos años en el ruedo y sólo pasó por la enfermería una tarde en Pamplona por culpa de una contusión, pero fue
a morir de infarto en la plaza de toros de Lima después de poner un par de
banderillas, suerte en la que era el mejor de los hijos del “Papa Negro”. En
eso y con la espada. Las gentes se ponen de parte de los desafortunados y casi
toda la suerte de los Bienvenida se la llevó Pepe y se la arrebató, sin querer,
indudablemente, a su hermano Antonio, desafortunado hasta el último muletazo. Mejor
final pero abundante daño tuvieron Diego Puerta y Antonio Ordóñez aunque el
parecido entre ellos sea pura coincidencia.
Pero estaba
con Enrique Ponce y en Valencia. No fui
a ver a Ponce en esta ocasión. Aproveché el fin de semana para asistir a la
corrida en la que coincidían Juan Serrano “Finito de Córdoba”, José Antonio
Morante, el de La Puebla, y José Mari Dols “Manzanares”. Buen cartel, vive
Dios. Me fijé en los toros, pero poco, “los
artistas” de don Juan Pedro. No aprendo. Aunque no me arrepiento. Lo que ocurre
es que noté al público valenciano muy cambiado. Hablador, no saben o no pueden
susurrar, inquieto, “gintonics” y pipas
de girasol, casi no se oía la música. Me
gustó “Finito” pero menos que en Zaragoza. Si va a Madrid tiene que olvidarse
del pico. Alado y geométrico, Manzanares, aunque impacte instantáneamente con
la masa. De no partirse la mano izquierda el sexto toro en uno de los primeros
muletazos, el alicantino habría sumado dos orejas más a las ya cercenadas del
tercero de la tarde. Completísimo técnica y artísticamente “Morante de la
Puebla” en función de sus toros. Al segundo de la tarde lo toreó a la verónica en
armónica profundidad, le ligó muletazos doctos y encauzadores, de sentimiento,
con la derecha, pero solo pudo bocetar algún muletazo con la izquierda porque
el de don Juan Pedro tenía poca cuerda. Lo viví todo con especial regusto, con
juvenil regocijo, sin, en este sentido, añoranzas. Y es que cualquier tiempo
pasado, por pasado no fue mejor. Adolfo Bollaín, de los Bollaín de Colmenar
Viejo, vivero de buenos aficionados, Alberto Vera “Areva”, Luis Fernández
Salcedo, los Martínez de los siete toros de “Joselito”, los Salcedo, el picador
y el de la cafetería de Caballero de Gracia, Agapito García “Serranito”… Don
Adolfo, hermano de don Luis, notario de Sevilla y belmontista de hueso
colorado, escribió en los años 50 del siglo pasado un libro que tituló “Hoy se
torea peor que nunca”. No era verdad. Como tampoco sería verdad que en este
momento, uno de los muchos pontífices de la moderna Tauromaquia se le ocurriera
hacer la misma afirmación. Un detalle, en mis tiempos jóvenes se escuchaba a menudo
que tal o cual torero codilleaba. Hoy no codillea nadie y hay ocasiones en que
el codillear es una virtud. Todo cambia en función del toro que es el que
manda. Lo importante es que existan hombres (en el sentido genérico de la
palabra) que manden en el toro.
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