Llevo más de
sesenta años escribiendo de toros y, aunque me inquieta la actualidad, me
inspira mucho más el recuerdo. De pronto me he encontrado con el cartel de
Olivenza y me ha entusiasmado el motivo gráfico en el que se apoya, en las
estampas de Carnicero o en la de los grabadores franceses, ingleses o alemanes.
En Zaragoza, a vueltas con los dos siglos y medio del coso de Pignatelli, en el
Palacio de Sástago, los parientes de don Ramón, se ha inaugurado una exposición
con manchas y líneas toreras de Picasso, y en el espacio de Juan Lamarca he
contemplado la foto de José acompañado por los banderilleros Blanquet, “El
Cuco”y “El Almedro” y “El Caracol” padre, su mozo de espadas. Su sobrina,
Gabriela Ortega, la hermana de los Gallino, recita apasionada, rugosa y trágica
entre los aromas de olor a cera que llegaban del Levante valenciano.
Hace unos
días se rememoraba en ese mismo espacio la despedida madrileña de Joaquín
Rodríguez “Cagancho” y se reproducían fragmentos de las crónicas de “Barico” de
“El Ruedo”. “Barico” era Benjamín Bentura Sariñena, mi padre, y puede que el
periodista que más escritos firmó en ese semanario y, antes de su fundación, en
la sección de “El Ruedo” que se publicaba en el diario deportivo “Marca”. Le
jubilaron porque a mí se me ocurrió la peregrina idea de hacerle la competencia
a la Iglesia y al Estado al fundar la revista “Fiesta Española” sin dinero y
sin bagaje técnico, pero con muchas ganas y múltiples ayudas y colaboraciones.
Había, y hay, mucha gente que buscaba, y busca, un espacio para dejar
constancia de sus pensamientos. Otra cosa es que los que más se notan son los
profetas de la catástrofe, los agoreros, los que rompen, queman y destruyen
todo lo que despide luz e ilusión. Imposible: aquí todo es mentira, suciedad y
hedor. “Cagancho”, al que Corrochano había comparado con la talla del Cristo de
Montañés y algún comentarista motejaba de monigote de “K-hito”, al que el ratoncito
de Xaudaró, en un rincón de la celda de la cárcel de Almagro (por cierto, al
año siguiente volvió a Almagro y salió por la puerta grande), recordaba “las 8
de la tarde y Cagancho sin venir”, el de
la “espantá” o la marcha a Casetas para tomar el tren a Madrid vestido de
luces, volvía de México a España por un rato y se pegaba una pequeña “tuornée ”
por los ruedos hispanos. ¿Qué espera de su actuación en Las Ventas? “Que me
sirva más que la oreja que corté en Sevilla”. No le sirvió, pero ahí quedaron
aquellas muestras de su arte. Y yo lo recuerdo y aviva mi memoria el leer las
opiniones de mi padre, aunque tenga que reconocer que, como a mí, a “Barico” le
atraía lo gitano. En una corrida que lidiaron en Carabanchel el propio
“Cagancho”, Rafael, el de los “Gitanillos de Tríana”, hermano de “Curro Puya”,
don Joaquín también era trianero, y Rafael el del Albaicín, su crónica la
escribió con la ayuda de un diccionario de caló. Y es que no es posible hablar
de este arte sin tener en cuenta a lo gitano. Y en esa ocasión que ahora evoco fueron dos
corridas, la primera el 31 de mayo de 1953 y la segunda el 14 de junio
siguiente. Hace sesenta años. Por ello a nadie extrañará que mezcle mis
recuerdos. La primera la asocio a la presencia en un palco de honor de Las
Ventas de la reina Soraya, esposa de Sha de Persia. Le acompañaba el marqués de
la Valdavia, que era el presidente de la Diputación madrileña. Ese día,
“Cagancho” vistió un traje verde mar bordado en plata y no se me despinta su
grácil figura en el tercio del tendido 1
brindado su faena a la egregia dama. Y tampoco olvido que en la segunda
corrida, con más viento que en la anterior, con un vestido negro bordado en
oro, se fue a terrenos del 4 y ligó cinco lances a la verónica que para mí
guardo. Seguramente, con las modernas técnicas de conservación de efímeras y
volátiles imágenes, mi encantamiento se diluiría como un azucarillo en un vaso
de agua. Ese privilegio tengo. No existían los vídeos ni las pantallas
digitales. A lo concreto: en la corrida del día primero se lidiaron toros de
Alfonso Sánchez Fabrés que tomaron veintiséis varas y derribaron en doce
ocasiones. Mi padre habla en su crónica de la personalidad, la elegancia, la
finura y la armonía de Joaquín Rodríguez a sus cincuenta años. De un quite por
verónicas, esencia del arte más puro, por el que tuvo que saludar montera
en mano tres veces, de que el toro tomó
cuatro varas y derribó en tres, de la faena, la media estocada y el descabello
al quinto golpe. Y, aun así, clamorosa vuelta al ruedo. En esa primera corrida,
con el prólogo a caballo de Ángel Peralta, le confirmó la alternativa al
venezolano Joselito Torres en presencia de Manolo Carmona. Y en la segunda, con
toros de Ignacio Saavedra y Sánchez, alternó con Pepe Bienvenida y Antonio Caro.
Soraya, la princesa de los ojos y el destino tristes, también fue a los toros a
Toledo, el día del Corpus, en tarde en la que Antonio Chenel le brindó el sexto
toro. Hablo de lo que recuerdo.
Pienso que
esa es la síntesis de lo que se puede considerar como arte. Bien, es cierto,
hace falta una base técnica, a cuyo conocimiento puede llegar cualquier ser
humano con cierto nivel de comprensión que no me atrevo a calificar de
inteligencia, de intelectualidad, pero es imprescindible un grado de valor que
no nuble toda esa capacidad de entendimiento, inteligencia, valor, técnica e
inspiración. Finalmente, la suerte de que ello coincida ese día, a esa hora y
con el toro que no desbarate todo el prodigioso tinglado del arte. ¡Cuán
difícil me lo ponéis! Para que luego venga un artilugio mágico a demostrarte que tu sueño
ha sido pura fantasía. Tengo la suerte de que en mis recuerdos mando yo. En los
viejos, los que apoyo en el examen de las fuentes, las de papel, alguna de
celuloide, el dibujo o el cartel. Ahora hay estupendos artistas, el colombiano
Diego Ramos, el evolucionado López Canito, los Arjona, un Moncín de Calatayud
que una mañana de la pasada Feria del Pilar estrujó entre sus manos las luces
de un sol mágico, muchos más, muchos. Pero luego no les veo anunciando los
grandes acontecimientos taurinos y, si tienen que retratar a los toros en el
campo, resulta que estos llevan los “rulos” puestos. El progreso. No tiene
comparación un caballo sin peto con otro con la armadura protectora puesta. Es
como si le ponemos una gabardina al Moisés de Miguel Ángel. Cuando Primo de
Rivera impuso el peto en los caballos de
picar, algunos aficionados gritaron que con ello se acababa la fiesta. Hoy me
he preguntado muchas veces si hubiera sido posible su supervivencia con tan
desagradable, sangrienta y asidua posibilidad. Tampoco con la absoluta
impunidad. Por eso he hablado tantas veces del peto anatómico, para mantener la
emoción y para que no sean prescindibles los señores de a caballo. Sé que no
les gusta la idea, pero peor sería un “ere” a la andaluza. El gitano trianero
se marchó otra vez a México y allí cerraron sus glaucos ojos verdes.
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