Fui a
Madrid, toque chufa y me volví. Con paciencia y buen vino, me senté frente al
televisor y pasé mis buenos ratos, los regulares y algún sueño como terror
infantil. No escuchaba la voz de los relatores porque no me gusta que me
anuncien lo que va a suceder o lo que estoy viendo: “Ahora coge la muleta con
la izquierda” o “le pone un par por el derecho”. Evidente, amigo Watson. Y
últimamente hay un señor que lo sabe todo, con más memoria que el bueno de
Suarez Güanes o un “google” enciclopédico. De vez en cuando, aparecen unos
números en la pantalla sobre una vista panorámica de Las Ventas y unos letreros
con indicaciones de “Puerta de Cuadrillas”, “Chiqueros” o “Puerta Grande” que
no sé qué beneficios proporciona a los videntes. Y en caso de cogida, sus múltiples
repeticiones abonan el sentido morboso de los que mandan en el medio. Yo vuelvo
la cara o cierro los ojos, válvula de cerdo en mi corazón, como los cerré
cuando el gallego de Orduña, Fandiño, entró a matar sin engaño en la mano
izquierda. Había un rejoneador extremeño que le quitaba el cabezal al caballo
en sus actuaciones en los ruedos. Don Álvaro Domecq y Díez comentaba que eso era
como torear sin muleta, instrumento, engaño o abrigo que no le sirve de mucho a
Fandila, que en su ya larga y abundante trayectoria profesional no recuerdo
haya cortado una oreja en la Monumental madrileña, la primera plaza del Mundo.
Sin embargo, el conocido por “Fandi” comanda las clasificaciones anuales a lo
largo de las últimas temporadas y este año también. Tampoco pueden tirar
cohetes el Pirata de Jerez y el Campeador de Salteras, mientras que he
borrado mis simpatías hacia el hidrocálido Joselito Adámez porque no se puede
vestir uno tan churriguerescamente para hacer el paseíllo en las duras arenas
de Madrid. En la verbena de San Isidro hubiera pasado más desapercibido. A Javier
Castaños se lo comen cada vez más crudo su picador y banderilleros ya marren o
no se cuadren con sus oponentes, pinchó el camión de Morante con bronca a la
antigua usanza y se salvó Uceda Leal en la confirmación de su consideración
como el mejor de los intérpretes de la estocada. Dice que sus modelos son
Rafael Ortega y Paco Camino. No es mal triunvirato de intérpretes de la suerte
suprema, en la que no me olvido del hijo de Manzanares, al que tienen
crucificado los ultrapuristas madrileños. Recomiendo la lectura del artículo de
José Luis Ramón de 6TOROS6 de esta semana y en el que se explica lo que es el
toreo ligado o el sincopado. De Perera a Urdiales. Ahí está el detalle.
He visto
toros buenos, no el toro de bandera que predicaba Domingo Ortega. De entre los
vilipendiados domecqs de Jandilla, Parladé, Fuente Ymbro o Victoriano del Río y
los no menos despreciados lisardos de Puerto de San Lorenzo. Y por un lado
aparecieron los descastados victorinos y
por otro los edulcorados miuras. Pero ninguno de ellos ha completado un
auténtico tercio de varas. Y sin demostrarlo en el caballo, no hay toro bravo
que valga. Los de don Victorino se salvan siempre aunque presente el conjunto
más juvenil de toda la Feria porque los pontífices de la moderna religión taúrica
aseguran que se lo pasan de rechupete con los toros tobilleros que embisten
para herir al que se pone delante vestido de sedas y oros o platas. Además,
tenían caras de chivatos, como las que hace unos años hicieron que don
Victorino, el más listo de los muchos pueblos de España, riñera con el
veterinario Sanz y se llevara toda su camada a Francia. En el otro platillo de
la balanza cornúpeta, los de Miura, don Eduardo II y don Antonio III,
descendientes de don Juan, vendedor de sombreros de la calle Sierpes que,
aunque nació en Sevilla, procedía de Zugarramundi, cerca de Urdax, en la
Navarra vasca y fronteriza con Francia. Es curioso que dos de las señas de
identidad sevillana más significativas tengan origen vasco, la Feria de Abril y
la ganadería de Zahariche. Miura, que suprimió la h intercalada que conservó al
famoso comediógrafo don Miguel, el de “Maribel y su extraña familia”, venía de
ese pueblo navarro que era famoso por sus brujas, aquelarres, cuevas y Prado
del Cabrón, Catedral del Diablo, tiene
garantizada su trágica estela por su decena de víctimas mortales, entre las que
se recuerdan especialmente las de Pepete,
El Espartero y Manolete y escritos en letras negras los nombres de Jocinero, Perdigón e Islero. Y para
no renegar de sus orígenes navarros la historia del toro, colorao ojo de
perdiz, de Pérez Laborda de Tudela, al que le perdonó la vida Lagartijo en Córdoba y regaló a los
ganaderos provenientes de Cabrera y Utrera para que se las entendiera con un
buen puñado de vacas. Dicen los eruditos vacunos que no ha habido más refrescos
de la casta miureña, lo que no me atrevo a asegurar que dé como resultado la
nobleza y buen son de, al menos, tres de los ejemplares lidiados en Madrid en
el remate de la Feria Más Importante del Mundo, con Zahonero en lo más alto aunque no llegó a consumar con empuje y
fijeza su pelea con los petos y bragas del caballo de pica. El más entonado de
los diestros fue el catalán Serafín Marín porque el especialista “Rafaelillo”
se inclinó demasiado en los cites y no resolvió las suertes con dominio y
largura, y Javier Castaño parece dormirse en los laureles que le proporcionan
Sandoval, Adalid y Fernando Sánchez, en esta ocasión no con la brillantez de
otras oportunidades.
Como colofón
de esta Feria de San Isidro de 2014, la despedida de Don Juan Carlos I desde el
Palco de Honor de Las Ventas del Espíritu Santo. Uno, que tuvo el privilegio de
conocer a S. M., entonces Príncipe de Asturias, en la Venta del Batán de la
Casa de Campo de Madrid, en mayo de 1973, se conforma con reproducir lo escrito por don Juan Andrés
Muñoz Arnau, profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de La Rioja,
y publicado en ABC con motivo de lo acontecido el 4 de junio pasado: “Frente a
la desorganización y poliformismo de las manifestaciones callejeras – algunas
veces algaradas – los toros han proporcionado siempre, sin renunciar a su
espíritu popular, democrático, la perfección de la geometría – el ruedo – y el
imperio de las formas. Todo en la corrida está regulado y todos los veredictos democráticos
expresados son admisibles. De la bronca al aplauso”. Mi aplauso para Don Juan
Carlos I, al que creo que le gusta más ver la corrida desde la barrera que
desde las alturas del Palco de Honor. Le esperamos, Majestad. Claro que en este
ruedo no vuelve a crecer la coleta. La barba, sí.
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