Es el tema
de actualidad y el momento de la reflexión y el consejo. ¿La actualidad? La
fiesta se muere. ¿La reflexión? Aquí estoy yo para salvarla. ¿El consejo? Soy
yo el que puedo poner el remedio. Y lo dicen los mismos que durante casi medio
siglo han gobernado esto desde los puestos de mando que, sin vestirse de luces
o criar un toro bravo, manejan los mecanismos de este negocio: la empresa y la
televisión. Y, al hilo de esos comentarios, a los que brujulean alrededor de la
fiesta se les ocurre formar comisiones, plataformas y hasta organismos públicos
que se encargarán de dictar normas que hagan posible el que surja “el Mesías”
añorado y “el toro bravo y más toro”, se encuentren en una plaza “abarrotá” y
se dé el milagro del espectáculo tan ancestral como el que más porque desde que
existen toro y hombre (no sé cuál fue primero) existe el toreo. Hay dos tipos
de espectáculos taurinos, los populares y los programados. Primero fue el
popular, anterior a la etapa caballeresca y superviviente porque nacía del
contacto directo entre el hombre, el pastor, y el animal, el toro bravo. Fue a
partir del tercer tercio del siglo XVIII cuando las locuras de “Martincho” se
transformaron en los alardes dominadores y artísticos de tres toreros que
formaron el único triunvirato estable de esta historia, Pedro Romero, Joaquín
Rodríguez “Costillares” y José Delgado “Pepe-Hillo”, que tuvieron la suerte de
encontrarse con un director de escena, Goya, que le dio brillo, esplendor y
belleza a esa lucha que se llamó lidia, batalla, pelea, pleito o litigio, en la
que siempre tiene que haber un vencedor. Para vencer y convencer a base de
lucha con arte hubo a lo largo de estos tres últimos siglos muchos hombres que
encontraron su camino y lograron que las gentes hicieran el esfuerzo de
invertir unos dineros en el boleto que les permitía ser testigos del milagro. Y
ese milagro, a lo largo de estos tiempos, ha sido siempre el mismo: toro,
torero y espectador. Las leyes y los legisladores, los gestores y sus acólitos
sólo han servido para mantener el negocio, subir los impuestos y aumentar las
nóminas. Creadores de fenómenos conozco a muy pocos y únicamente reconozco que
uno de ellos fuera capaz de obrar el milagro de obtenerlo de la nada: a don Rafael
Sánchez Ortiz. Creó el fenómeno Benítez, le asignó su leyenda y lo dejó en la
cumbre en apenas dos temporadas. Luego se encontró en Linares con José Fuentes
y apuntó el milagro de la resurrección, a Pallares en Salamanca y a Curro Vázquez en el mismo lugar
que a Fuentes pero con otros argumentos, el fino amontillado de la Mezquita, la
garrocha del espejeño Porras o la apostasía del Mesías autoproclamado. Hubo
más, Espartinas se convirtió en Espartaco y dos locos de la vida, uno murciano
y otro mexicano, acentuaron la abulia del doctor Franquestein. Creaba los
monstruos, les daba cuerda y él se iba a inventar la crema de marisco. Y el
héroe se hizo carne y acampó entre nosotros. La gran masa hizo lo demás, como
en los tiempos de Hitler o Stalín, pero con muy distintas consecuencias. ¿Quién
es capaz ahora de anunciarnos una buena nueva parecida? Nadie. Algunos aseguran
que otro nuevo “Mesías” está entre nosotros, pero lo cierto es que no ejerce.
No quiere. Tiene 60 mil seguidores a la temporada y reniega hasta de los nuevos
sistemas de comunicación. Quiere seguir
siendo un misterio y no le pesa ni el manto de púrpura del poder y la gloria.
Es un asceta con profeta y todo: Juan García “Mondeño”. Hay en estos momentos
más de una docena de toreros importantes y, sin embargo, se echa en falta al “Gran
Jefe”, a la pareja competitiva, al triunvirato imperial y romano. ¿Llegará a
tiempo alguno de ellos?
En el ámbito
del toreo popular pienso que hubo unos años de transición en los que este tipo
de festejos ayudaron al mantenimiento de algunas plazas y que en el exceso de
reglamentaciones, organigramas y mercantilizaciones se va diluyendo su adjetivo
fundamental: el de popular. Espontáneo, directo, amateur, porque me gusta, nada
más. Lo que ocurría en otros tiempos hasta llegar a los de Goya y su fabulosa
memoria gráfica. Antes, yo iniciaba mi temporada en Valdemorillo, cerca de
Madrid, y recuerdo la estampa de los novilleros vistiéndose en un salón del
ayuntamiento al calor de una estufa de leña. Desde hace unos años, mi primer
festejo taurino es una suelta de vacas en Rivas, barrio de Ejea de los
Caballeros en el camino hacia Farasdués, donde nació “Martíncho”, el primero
del escalafón torero. Rivas, quinientos habitantes y cincuenta profesores
músicos, el 10% de su población, incluye en los festejos de Navidad y San
Vitorián un concierto de su Banda. Acudí al acontecimiento y me sorprendieron
con la magnífica interpretación de tres pasodobles (paso doble) de muy distinta
factura. El primero fue el titulado “Ateneo Musical”, obra del valenciano de
Torrente Mariano Puig Yago, que nació en 1898 y que, aunque murió muy joven,
fue director de la banda de su pueblo, de Cullera y Alcubias y se consagró como
un excelente compositor. Este “Ateneo Musical” es un pasodoble muy superior a
los que se prodigan por esas plazas, incluidos el de “Nerva”, “Paquito el Chocolatero”
o “Er Chichi”. El segundo pasodoble fue el de “Gallito”, uno de los cuatro que
compuso Santiago Lope, nacido en Ezcaray pero afincado en Valencia, para una
novillada de la Prensa en la capital levantina en 1905 y en la que actuaron
Fernando Gómez Ortega “Gallito”, Agustín Dauder Borrás “Colibrí”, Ángel
González Mazón “Angelillo” y Manuel Pérez Gómez “Vito”, ninguno de los cuales
alcanzó mayores glorias con la espada aunque el segundo de los Gómez Ortega,
hermano de Rafael “El Gallo” y “Joselito”, llegara a tomar una alternativa en
México no reconocida en España. Dauder era valenciano y, como Fernando “Gallito”,
“Angelillo” y “Vito”, sevillanos, este último padre de Manuel Pérez Herrera
“Vito” buen banderillero y destacado apoderado y de Julio, quizás el mejor
rehiletero de todos los tiempos. Ahora, cuando se habla de “Gallito” y su
pasodoble, la mayoría se acuerda de su hermano José y no del auténtico
destinatario de la composición, Fernando, banderillero en las cuadrillas de sus
hermanos más como consejero que como práctico del toreo. Dicen que fue el
inspirador de las diversas y originales suertes que aportó al arte de torear su
hermano Rafael.
A la altura
de este “Gallito” de Lope está el pasodoble conocido por “España Cañí” de
Pascual Marquina Narro, músico de Calatayud, al que se puede considerar como el
“Rey del pasodoble” si a este famosísimo
unimos los de “¡Viva la Jota!”, Ricardo Anlló “Nacional”, “Gitanazo”, “Joselito
Bienvenida”, “Cielo Español”, “España y Toros”, “Cielo Español”, “Cielo
Andaluz”, “Hermanas Palmeño”, “Viva Aragón” y “Los Ricla”, bagaje musical más
que suficiente para mantener a Marquina en el trono de la trompeta y el bombo
si, además, anotamos que fue el de Calatayud el que dirigió durante muchos años
la producción discográfica de “La Voz de su Amo” con el emblema del perro junto
al gramófono de los años 30 del siglo pasado. Hay otro músico distinguido en
Aragón, Pablo Luna, pero de este tengo más constancia zarzuelera que el de la marcha de doble paso. Sólo le recuerdo un pasodoble, “Ballesteros”, que tiene
quizá más significado por lo que supuso Florentino, el de le Inclusa, para el
arte de torear. Y cito a estos dos músicos aragoneses para dar noticia del
tercer pasodoble de este concierto navideño de Rivas: “Tardes de Triunfo”, de
Sergio Jiménez Lacima, un joven compositor de Ejea de los Caballeros que se
inició como pianista desde muy joven, que ha roto amarras y ya es autor de bandas
sonoras para el cine, la televisión y los juegos digitales por tierras
americanas, allá por Los Ángeles,
California y las grandes industrias de la comunicación. Me gustó su
composición y me sorprendió que todavía se encuentren registros nuevos para acompañar
el éxtasis de una faena torera. Y luego, las vacas en la calle con jóvenes
recortadores y aguerridos mantenedores de los llamados por estos lares
roscaderos y representados por Goya como cestos o cuévanos. Así he iniciado mi
temporada taurina número 76. El que no se consuela es porque no tiene remedio:
soy optimista.
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