En días
cercanos, dos matadores de toros han fallecido, Pepe Ordóñez y Manolo Cortés.
De Ordóñez no se han prodigado los panegíricos ni las escuetas esquelas. Sí de
Manolo Cortés. En este caso con fallos estrepitosos al decir que nació en
Ginés, con acento en la e, y su supuesta
ascendencia gitana. Su pueblo sevillano es Gines y su ascendencia, paya.
¿Parecía gitano? Pues, sí, tenía la tez verde aceituna, pelo negro e inspiración
calé cuando toreaba por “templarias”. El don del temple es muy característico
del arte caló. En caló nos hablaba también Curro, el payo de Camas. Y Manolo,
el de Gines, tuvo continuidad en otra paisano suyo, Cepeda, que rige los
destinos artísticos del extremeño Miguel Ángel Perera, también torero activo y
de importancia.
Mi amigo
José María, “El Hombre Tranquilo”, presidente de la peña El Castoreño de
Córdoba, me ameniza la existencia con
música de lo más variada y, para rebatir mi teoría de que las hijas del primer
matrimonio de doña Angustias eran hermanastras de “Manolete”, me cuenta una
anécdota de Pedro Martínez “Pedrés” cuando le apoderaba don José “Camará” y le
hablaba de los toreros cordobeses: “Hombre, don José, ya sé que los toreros de
Córdoba son los mejores toreros del mundo, que no hay más toreros que los de
Córdoba, pero que no se le olvide que “Manolete” se coció en un puchero de
Albacete”. Doña Angustías era paisana de “Pedrés” y Dámaso González, del que el
sabio y silencioso hombre de las gafas oscuras, manoletinas, decía que tenía la
misma mirada que el Monstruo cordobés.
Tenía sus
razones para afirmar la primacía de los toreros cordobeses porque del grupo
selecto que forman los toreros que han mandado en el toreo a lo largo de los
tiempos, Pedro Romero, “Costillares” y “Pepe-Hillo”, único triunvirato de estos
últimos cuatro siglos, “Paquiro”, “Lagartijo” y “Frascuelo”, “Guerrita”,
“Joselito” y Belmonte, “Manolete” y “El Cordobés”, cuatro son nacidos en
Córdoba. A la lista de los mandones habría que añadir el nombre de José Tomás,
pero él mismo ha abdicado de tal poder y se conforma con un pirulí de la Habana cuando podía empuñar
en su mano la torre Eifel de París. Y cuando hablo de mandones no me refiero a
que hayan sido los mejores toreros de cada época y menos aun los que sumaron el
mayor número de corridas de cada temporada. Bastará con unos cuantos ejemplos:
“Litri”, Curro Girón, “Espartaco”, “Jesulín de Ubrique o “El Fandi” en nuestros
días. Tampoco me refiero a otros diestros de gran categoría como “El
Chiclanero”, Fuentes, “Bombita” y “Machaquito”, los Bienvenida, Domingo Ortega,
Marcial, Domingo Ortega, Pepe Luis, Julio Aparicio, Antonio Ordóñez, Manolo
Vázquez,el otro triunvirato, Puerta, Camino y “El Viti”, “Paquirri” o “El Yiyo”
como póstumo homenaje a los que dieron su vida a cambio de la purificación de
la fiesta. Hablaría del santanderino Félix Rodríguez, al que no vi actuar, pero
del que me habló maravillas Curro Caro, del genial Victoriano de la Serna , al que conocí en el
café “Riesgo” de la calle Peligros de Madrid, de “Cagancho” y “Curro Puya” y el
resto de los gitanos que en el toreo han sido, de Manolo Escudero orfebre de la
verónica, elegante y desafortunado cuando un toro le atravesó el pecho en San
Sebastián, Pepín Martín Vázquez, del que se conserva una de sus mejores faenas
en la plaza de Las Ventas gracias a la película de “Currito de la Cruz ”, de Rafael Ortega al
que solo le faltó la percha porque lo tenía todo, capote, muleta y espada, ¿la
mejor?, el murciano Manolo Cascales y su mala cabeza y Victoriano Valencia,
nieto del banderillero que iba con “El Espartero” el día que le cogió el toro
de Miura en Madrid. Para hablar de Victoriano baste con señalar cuatro nombres
de toros: “Carpeto”, novillo de Palha, 1958, “Talaverano”, de Samuel Flores,
1960, “Malvaloco”, de Bohórquez, 1961, y “Arábica”, del Conde de la Corte y al que mató de media
estocada y los cortó las dos orejas. Todos ellos en Madrid. En los otros tres,
vueltas por pinchar antes de la estocada. A Victoriano se le conocía por “el
torero de las faenas memorables”. Cuatro faenas memorables en Madrid valen el
peso en oro de esos cuatro toros de Palha, Samuel Flores, Fermín Bohórquez y
Conde de la Corte. Y
recordaría otros nombres como el de “Mondeño”, “Antoñete”, José Fuentes, Ángel
Teruel, Miguel Márquez y un cartel mexicano en el que juntaría a Gaona, los
Armillita, Garza, El Soldado, los Rivera, los Calesero, los “Mosqueteros”,
Silverio o Arruza. Y, en el escalafón banderillero, mi paisano Pinturas, con
“Manolete” y “El Viti”, “Michelín el del garfio a las narices del toro, Chaves
Flores, “el tercer hombre” frente a la pareja Aparico-Litri, “Tito de San
Bernardo”, los “Boni”, Luis Parra, Julio
Pérez “Vito”, “Miguelañez”, “Bojilla” y
mi especial recuerdo para “Joaquinillo”, que fue un banderillero de primera y
tuvo que acabar sus días como mozo de espadas de Fuentes, el de “Linares se lo
llevó y Linares nos lo devuelve”. Lástima.
Mi recuerdo
para Pepe Ordóñez como torero que fue y como miembro de una saga torera que
puede que sea una de las más extensas de la historia del toreo puesto que la
familia Ordóñez se unió a la de los Dominguín con las dos Carmina, madre e
hija; otra Dominguín, hija de Domingo, con Curro Vázquez y una hermana de esta
con Paco Alcalde. Otra Dominguín con Ángel Teruel. Y Belén Ordóñez lo hizo con
Juan Carlos Beca Belmonte, nieto de Juan Belmonte. Explosión torera aunque no
hay señales de continuidad. Mal asunto.
La clave de
nuestro futuro no está en los despachos y los políticos. La clave está en el
campo donde se cría el toro y en el vientre de las madres que traen al mundo
seres capaces de crear arte con la embestida de un toro bravo. Y esto último no
se aprende. También los buenos aficionados nacen. Hace muchos años, en un
programa de televisión en el que intervenía Luis Miguel Dominguín, una
aficionada le argumentó que una señora que dirigía un programa taurino tenía
que saber muchísimo de toros porque viajaba mucho y veía muchas corridas. Luis
Miguel, rápido, centelleante, le contestó: “Yo tengo una maleta que viene
siempre conmigo y todavía no sabe nada”. Todo esto viene del cielo. “Y puesto
que al cielo vamos, bebamos”. ¡Va por ustedes!
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