Son temas
que me atraen: Goya, Hemingway, Teseo y el rapto de Europa, Picasso y el
Guernica. Y siempre recuerdo lo que le dijo Dalí a su compañero al margen del
famoso comienzo de su charla en el Ateneo de Madrid: “Picasso es un genio; yo
también. Picasso es comunista; yo tampoco”. El ingenio daliniano no era
discursivo. Era tajante, golpeador, como rayos que despedían sus engominados e
inhiestos bigotes. Era un gran dibujante. Quizás el malagueño fuera mucho más
grande. Por eso desdibujaba tan violentamente y el llamado y ochentón
“Guernica” es un desdibujo apabullante, el toro, el caballo, el hijo muerto,
las manos deformadas a lo Oswaldo Guayasamin, la bombilla y el quinqué, las
bocas abiertas y las lenguas como puntas de lanzas, las cabezas proyectadas
hacia el centro y la muerte adivinada en diversos signos, sobre todo en la
calavera que hace de morro del caballo. Estaba en esos pensamientos cuando leí en la contraportada de ABC una columna de
Ignacio Ruiz-Quintano, amplísimo archivo de dichos y sus autores, en el que
contaba que el amigo que abastecía a Picasso de percebes coruñeses de
veinticinco uñas decía que “el Guernica es sólo una corrida de toros inspirada
en la muerte de Sánchez Mejías”. Entonces se tranquilizó mi conciencia porque a
mí este cuadro en blanco, grises y negros, me pareció feo y me vino a la
memoria esa otra memoria de Dalí y que
apuntaba al principio, en la que le agradecía a su compañero el haber pintado y
dibujado todo lo feo que había en este mundo. “Gracias, Pablo”. Lo cierto es
que no acabó con el feísmo y todavía se han visto cosas más feas como obras de
arte y muchas instalaciones como si fueran esculturas de García Condoy o Pablo
Gargallo. O hasta Rodín y Miguel Angel.
En esa misma
columna, Ruiz-Quintano citaba al pintor
Malevich y sus cuadros en negro total (ausencia de color), al que yo añado a
Mark Rothko, rectángulos de todos los colores y uno solo blanco (conjunto de
todos ellos) y mi recuerdo al actor José María Flotats, todo vestido de blanco,
al que admiré en 1998 en la interpretación de la obra “Arte”, de Yasmina Reza,
con el fondo albo de una tela sin mancha. Fue en el teatro Marquina de Madrid,
cerca del café “Gijón”. Curioso que Rothko fuese de origen letón y que Malevich
fuera ruso y creara el estilo de pintura
del “suprematismo” en plena revolución bolchevique. Más curioso todavía que las
obras de arte de ambos haya que explicarlas y se conviertan en sentimientos de
los que las contemplan. Si usted, espectador, no ve nada es porque le falta
sensibilidad. El caso es que ante las Meninas, los fusilamientos del 3 de mayo
en la Moncloa
de Madrid o el entierro del Conde Orgaz siento un temblor interno sin que nadie
me lo tenga que explicar.
Me pasa
también con la música. En la COPE ,
uno de los habituales y pródigos tertulianos hablaba de los “The Beatles” y la
mejor música que el locutor había escuchado en su vida. A mí me vinieron a la
memoria Johann Sebastián Bach y Wolfgang Amadeus Mozart y, por arrimar la sardina a mi ascua, las
voces de Miguel Fleta y Plácido Domingo. Me pueden gustar unos y otros, pero,
en cuanto a significación artística, no creo que puedan equipararse. Hay
músicas de las que entiendo muy poco, flamenco y jazz, y me llenan de placidez
cuando las escucho. El caso es que el que hablaba por la COPE recordó cuando los de
Liverpool vinieron a España en julio de 1965 y actuaron en Madrid y Barcelona,
en sus plazas de toros, y bajaron del avión en Barajas tocados por sendas
monteras toreras. Los Paul Mc Cartney,
George Harrison, John Lennon y Ringo Starr hoy no lo harían por temor a las
huestes anti-taurinas. Como Madonna no se metería en una chaquetilla bordada en
oro, se tocaría con prenda torera y haría
un vídeo con diestro parlante Emilio Muñoz.
Son tantos
los ejemplos que nos vinculan con el toro y su lidia que el propio John Lennon,
antes de venir a España, publicó un libro, “Spaniard in the Works”, con una
portada en la que aparecía con capa y sombrero andaluces. Y a alguien se le
ocurrió que Manuel Benítez, en plena efervescencia cordobesista, se hiciera una
fotografía con los británicos por aquello de que a estos se les conocía también
por su peculiar peinado con frequillo y al torero algunos le llamaban “El
Pelos”. Una amiga mía, María Pilar, una de las primeras críticas de toros (creo
que sólo le precedió en esa actividad madame Cantier, directora de “Toros” de
Nimes), le hizo al de Córdoba una entrevista iluminada con una foto en la que
ella le peinaba sus largos y enmarañados cabellos. La foto buscada, la de “El
Cordobés” con los “The Beatlees”, no se
pudo hacer porque el famoso cuarteto descansaba de sus ruidosas correrías.
Muchos años
antes, 1923, “Papa Ernesto”, el Hemingway, famoso novelista y combatiente en la Primera Guerra
Mundial¸ vino a España por recomendación de Gertrude Steín, a quién retrató en
París, en 1906, Pablo Picasso. El novelista había visto toros en la frontera de
México y Estados Unidos y la
Stein le convenció para que viera toros en Madrid. Su primera
corrida en la capital fue en mayo de ese año de 1923 y con un cartel en el que
figuraban dos aragoneses, Braulio Lausín
“Gitanillo” y Nicanor Villalta y el sevillano “Chicuelo”. Después vendría toda
su enorme obra, su especial atención a
los toros en “Fiesta” con Cayetano “Niño
de la Palma ”,
Pamplona y su peculiar modo de vivir los toros, lo que llevó a reconocerle como
su gran divulgador y colocarlo a la entrada de los encierros en la plaza en
bronce sobre piedra. “Muerte en la tarde” y “El verano sangriento” son otros dos
relatos sobre la fiesta, el primero como amplio resumen de la historia del
toreo y sus protagonistas y el segundo como minuciosa crónica del buscado
encuentro en los ruedos de Luis Miguel y su cuñado Ordóñez. Lo malo fueron las
primeras traducciones de ambos textos.
Todo ello
contribuye a la supervivencia de la fiesta española, más española cuanto más
internacional y, aunque ese tremendo cartel de propaganda que cumple ahora 80
años busque sus argumentos en un bombardeo, algunos expertos aseguren que el rabo
del toro, a la izquierda del monumental cuadro, es una columna de humo de las
explosiones, y que Goya era anti-taurino, me fío más de los argumentos en
contrario. Comparan los “Desastres de la guerra” goyescos con su “Tauromaquia”,
que no es tal tauromaquia sino un relato histórico y un recuerdo personal. De
la afición a los toros de Goya tenemos pruebas escritas, amistades, actividades
y recuerdos tangibles de esa su inclinación hasta su postrer estancia en
Burdeos. Todo alrededor del de Fuendetodos nos lleva a resultados completamente
opuestos a los afirmados por ciertas autoridades del conocimiento pictórico. El
hombre siempre es el más importante
Para rematar
está barroca faena quiero fijarme en un hecho prometedor: el Domingo de Ramos
hubo en Madrid, Las Ventas, casi 18 mil
espectadores. Se lidiaban, es cierto, seis toros de Victorino, pero la terna de
toreros no era de relumbrón. Tres cuartos de plaza. La publicidad ha sido
insistente, eficaz y original. Páginas y páginas con las caricaturas de los
Martín, padre e hijo. Ha respondido la gente. Buen tanto el que se ha apuntado
Simón Casas. Para San Jorge, en Zaragoza también nos prepara el de Nimes un
aceptable programa. Me gusta ver al gitano Curro Díez y el “sevillano” Ginés
Marín en el mismo cartel. Supongo que la publicidad moverá conciencias. No
queda más remedio que agitar a las masas en estos tiempos de atonía
informativa. Y eso que en TV. E. al mediodía, nos ponen casi a diario al hijo
de la Pantoja
y “Paquirri”, a su hermana, a Ortega
Cano y su hijo, a Manuel Benítez y su hijo Manuel Díaz, ambos conocidos con el
mismo seudónimo, a Bustamante y Bisbal. Estos dos como cantantes predilectos
del medio. No sé cómo no se rebelan el resto de las mozas y mozos que se
dedican al “bel canto”. Yo también quiero cantar en la televisión de España.
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