Muchas veces
me acuerdo de don Manuel, del padre de los Bienvenida. Era un tipo curioso,
simpático, conversador, fabulador y
enamoradizo. Por aquellos días en que le hice una amplia entrevista en su
templo madrileño de General Mola vivía solo por cierta infidelidad a la que la
esposa, doña Carmen, respondió con su ausencia de una docena de días en los que
se fue a vivir a casa de su hijo Ángel Luis. Una joven y guapa cajera de la
cafetería “Galatea”, en la esquina de General Mola con Alcalá, era el
involuntario origen de aquella separación. Nuestra conversación tuvo matices de
todos los colores, de la técnica en el toreo, de sus hijos, de la desgracia de
su hijo Miguel, de la mala suerte de Manolo, de la maestría de Pepote, el mejor
banderillero de los hermanos, de Ángel Luis y sus afanes aventureros, de su
debilidad por Juanito y de la inconfundible Tauromaquia de la naturalidad
escrita en sangre por don Antonio. Pocos años después, vueltas las aguas a su cauce
matrimonial, don Manuel fue a ver a Antonio a la plaza de San Sebastián de los
Reyes, septiembre de 1964. “Ya he visto torear, ya me puedo morir tranquilo”. Y
se murió, se murió: el día 4 del inmediato mes de octubre. Once años después,
el 7 de octubre de 1975, falleció su hijo Antonio como consecuencia de la
voltereta que le propinó una utrera de Amelia Pérez Tabernero en la finca de El
Escorial. Antonio Bienvenida era torero de Madrid y de su provincia, Las
Ventas, Carabanchel, San Sebastián de los Reyes, Colmenar Viejo y Arganda del
Rey, en donde se montaba una plaza de toros que cortaba la carretera y, entre
novillo y novillo, se abrían las puertas para que continuaran viaje los
vehículos retenidos durante la lidia del correspondiente utrero de ese festival
que organizaba todos los años la familia
Bienvenida y que fue en el que “Manolete” puso un par de banderillas, el único
de su carrera taurina del que se tiene constancia pública.
Y me acuerdo
de “El Papa Negro” porque en estos días
he podido decir lo que afirmaba don Manuel: me puedo morir tranquilo, he visto
torear. Y esta afirmación tiene su primer argumento en lo que Curro Díaz hizo
en la plaza de Zaragoza el día 23 del pasado mes de abril. Antes había visto
torear en el amplio sentido de la afirmación muchas veces. De chico y de joven,
cuando con 19 años me inicié en la crónica taurina con el orgullo especial de
haber asistido a una corrida en El Escorial con Pepe Luis, en tarde gloriosa en
la que toreo por la mano izquierda con la muleta al revés, con los vuelos hacia
dentro. A Pepín en la
Beneficencia y su faena inmortalizada en la película de
“Currito de la Cruz ”,
a Cagancho el día en que la princesa Soraya estuvo en la plaza de Madrid, Luis
Miguel, al propio Antonio Bienvenida, Julio Aparicio, Manolo Vázquez que puso
el toreo de frente, Rafael Ortega o Antonio Ordóñez, los desconocidos Aguado de
Castro, Frasquito, Codeseda o Luis Alfonso Garcés, y los más conocidos Cesar
Girón, Antoñete o Juan Silveti, los artistas, el hijo de Chicuelo, Curro Romero
o Rafael de Paula, el triunvirato Puerta, Camino y El Viti y el senequismo
elegante y personal de Mondeño, Juan García, el cuarto Mosquetero aunque
naciera en Puerto Real, Cádiz.
Y no sigo
porque va a perecer esta relación un listín telefónico de los toreros que
me han dicho algo. Muchos, por fortuna.
Y mientras tanto lo he pensado bien y le he pedido a la Divina Providencia
lo que le pedía Andrés Segovia hace unos años: que me deje aquí un ratico más
porque, pese a los disgusto que me llevo puesto que no veo claro el porvenir de mis hijos y de
mis nietos, me encuentro muy a gusto. Había sido feliz con la confirmación
artística del gitano linarense en Zaragoza. Tras la muerte de Manolete en la
plaza de Linares, escenario de docena de elegías dedicadas al “monstruo” de
Córdoba, en ese lugar nacieron, además del fugaz Víctor Quesada, José Fuentes,
Sebastián Palomo y Curro Vázquez con
canciones del eterno Raphael. Buen programa.
De Zaragoza pasamos a la Feria de Sevilla y allí
también vimos torear pese a los muchos toros descastados que salieron por lo
chiqueros. Cuando apareció la casta surgió un torero que confirmó mi teoría de
que la edad es el buqué de los toreros y uno que, tras colocar los palos en los
rubios del toro, daba un salto tocándose la punta de las zapatillas con los
dedos de sus manos se asentó en el albero maestrante y lidió a un toro de
Victorino Martín en la línea del maestro de Borox, sobre las piernas y con el
preciso y precioso juego de sus brazos. Una completa labor desde el primer
capotazo al último pase de muleta y una sincronía y un dominio impares. Mereció
las orejas y el rabo que yo, en mi fuero interno, le concedo a Antonio Ferrera
sin ningún atisbo de rubor. Aunque, en realidad, para mí los despojos no tienen
significación artística. Otro torero que no ha cortado orejas ni ha dado una
vuelta al ruedo ha sido Morante de la
Puebla y, sin embargo, yo creo que ha estado en su sitio en
los ocho toros que ha matado en la
Feria abrileña consumada en la primera semana de mayo. Los cuatro
toros de Nuñez del Cuvillo tan descastados como los otros cuatro de los otros
ganaderos. Pero el de la Puebla
demostró la amplitud de sus virtudes toreras, que es el torero enclavado en la
orden de los artistas más largo de los que en el mundo han sido. En el toro que
se despedía de esta Feria hasta puso banderillas para recordar a los incrédulos
que no hay suerte torera que tenga secretos para su bien amueblada y engominada
cabeza. Fueron tres pares de fácil ejecución y el detalle de un recorte para
cortar el viaje del toro. ¡Torero! Más fácil defensa tiene Manzanares que posee
la llave del éxito en su sentido barroco del toreo y en la consumación de la
llamada “suerte suprema”. Fácil también el reseñar el éxito de Andrés Roca Rey
porque torea con la misma verdad por delante y por la espalda y porque su valor
está a prueba de balas. Es de pura ley. Y como glorioso colofón, la alegría del
éxito del discípulo de Manolo Cortés en la corrida que cerró el ciclo
sevillano. Sendas orejas de los toros de Miura que lidio
Pepe Moral en esa tarde. ¿Cómo quieren que me vaya ahora? Hace años, Jesús
Rodríguez “El Chato de Ronda”, un fotógrafo que siguió la estela del gran
Arjona sevillano, le decía a la gente pesimista que el toreo no se acabaría
mientras hubiera mujeres hispanas que trajeran al mundo muchachos capaces de
vestir al traje de luces y crear arte en la lidia de los toros bravos. Esa es
la esencia del toreo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario