EN TIEMPOS
CONVULSOS NO HACER MUDANZAS
BENJAMÍN
BENTURA REMACHA
¡Qué tiempos
aquellos! Había limpiabotas por las calles y Paco Rabal y El Brujo se juntaban
en una tasca para hablar de toros. A Fernando Saturio García Terrel, durante
muchos años presidente de la plaza de toros de Zaragoza, se le ocurrió fundar
en la Casa de Andalucía de la capital de Aragón una tertulia taurina con el
nombre de El Mentidero, sitio o lugar
donde se junta para conversar la gente
ociosa, dice la Academia. Yo suprimiría el adjetivo de ociosa. La
conversación es benéfica para todos los hombres (y las mujeres aunque para mí
el genérico siga vigente y me parezca inútil insistir en lo de todos y todas, puesto que de esto no
depende el trato justo y respetuoso del hombre a la mujer). Hay un
lugar en Zaragoza en donde todavía se
habla de toros. Ese lugar se llama El Mentidero, se localiza en la Casa de
Andalucía y su alma es un hombre que durante muchos años actuó como delegado de
la autoridad y presidente de la plaza de toros de don Ramón Pignatelli. Se
trata, repito, de Fernando Saturio Garcia Terrel y señalo su segundo nombre, el
de Saturio, porque nos aclara que el señor es soriano y émulo del hermano del
poeta Manuel Machado que llevó a Soria todas las esencias de su sentir andaluz,
como García Terrel las ha traído hasta Zaragoza y pelea gallardamente por la
continuidad de nuestras tradiciones y devociones. La devoción al toro puede
adquirirse por nacimiento o por curiosidad. Quizá sea más fervorosa esta
última porque nace de la propia voluntad
aunque tenga que reconocer que a mí me la inocularon en la propia cuna, allá
por Magallón, lugar donde yo nací el año 31 del siglo XX. Unos meses después me
llevaron a vivir a Madrid, donde mi padre había entrado a trabajar en El
Debate, el diario matutino que dirigía don Ángel Herrera Oria, años después
arzobispo de Málaga. En El Debate mi
padre entró en la sección de Sucesos y escribió sus primeras crónicas taurinas
desde Carabanchel, la misma plaza en la que yo inicié mi incursión en este
campo dieciocho años después. Mi herencia. Mi padre participó en la fundación
de EL Ruedo como revista semanal después de haber sido sección del diario Marca, pasó también por Pueblo y
la Agencia Logos, dirigió durante nuestra guerra el diario Hoy de Badajoz y
fundó varias revistas, entre ellas, Meridiano y la colección de Biblioteca
Teatral, donde brillaron Pedro Muñoz Seca, Arniches, los Quintero, los Paso y
Jardiel Poncela. Una vida dedicada el periodismo, los toros y el teatro. Su
caricatura era una de las muchas que adornaban las paredes del café Castilla. A
mí me obligó a rematar la carrera de Derecho antes de permitirme explorar el
periodismo taurino. Y de esa exploración y ante la dificultad de entrar en un
medio informativo sin tener que contribuir a sus beneficios vino la idea de
fundar Fiesta Española en 1961, buena oportunidad para hacerle la competencia a
Dígame y El Ruedo, con la aparición en las arenas de Diego Puerta, Paco Camino
y El Viti en competición con los ya consagrados cómo Ordóñez, Luis Miguel,
Antonio Bienvenida, Rafael Ortega, Manolo Vázquez o Antoñete y la explosiva
aparición de Manuel Benítez El Cordobés, que atraía lectores críticos con sus
maneras y partidarios de hueso colorado que llegaban a utilizar las páginas de
Fiesta como papel higiénico y nos las enviaban a la redacción por correo. Esos
años, los 60 del siglo pasado, fueron brillantes y entretenidos por estos y
otros muchos personajes, Miguelín, Mondeño, Ostos, Chamaco, Curro Romero en su
medido caminar hasta el nuevo siglo, Ruiz Miguel gracias a las alimañas de don
Victorino, a las que también agradeció sus favores el paleto de Villalpando.
Rafael de Paula estaba escondido por los rincones andaluces. Y, para mayor gloria
del toreo, el sacrificio de Paquirri y Yiyo, Pozoblanco y Colmenar, y la
tremenda sorpresa de la muerte de don Antonio por el atropello de una utrera de
Amelia Pérez Tabernero, estos tristes acontecimientos, ya en la década de los
70, cuando había desaparecido Fiesta Española y yo desarrollaba mi vocación
periodística en las páginas del diario El Alcazar, desde la diagramación al
cierre, los reportajes, las entrevistas, la jefatura de la sección de Nacional,
las crónicas de los secuestros de ETA, la composición en linotipias, los
ajustes en las platinas o las tejas para las rotativas. Fueron los 70 mi década
más periodística que prolongué como redactor-jefe de Aragón exprés y mis casi
veinte años en la Diputación de Zaragoza, en los que tuve la suerte de colaborar
en la restauración de la plaza de toros que construyera en 1764 don Ramón
Pignatelli, labor continuada hasta conseguir que Zaragoza sea la más cómoda de
las viejas plazas de toros y la primera
cubierta de las de España. También tengo la satisfacción de haber llevado a sus
tendidos la figura de don Francisco Goya, el más grande y prolijo, segunda
acepción, cuidadoso o esmerado, de los divulgadores de la fiesta de los toros.
Resucité la revista El Chiquero en el vespertino Aragón exprés, colaboré en
Hoja del Lunes de Zaragoza, El Día, Diario 16, el Anuario de la Asociación de
la Prensa de Madrid que se publicaba para apoyar su corrida, la de la Prensa, y,
desde 2004 hasta hoy, en la Agenda Taurina de Vidal Pérez Herrero, en la
revista Caireles de Barcelona y en múltiples publicaciones de la Diputación de
Zaragoza, programas de las Ferias del Pilar , catálogos de exposiciones de las
que fui comisario y grandes obras sobre Goya y las vicisitudes de la
Tauromaquia aragonesa y la historia de las plazas de toros de Zaragoza, Ejea de
los Caballeros, Tarazona y Gallur. Y de lo que presumo con orgullo de gozno del
ganadero más destacado de la cabaña ejeana del siglo XVIII, don Diego Bentura,
primero de los Bentura nacidos en la actual capital de Cinco Villas. Mi libro
Casta Brava Aragonesa es el mejor y el peor de los libros escritos sobre
nuestra ganadería. No hay otro.
Todo lo
relatado hasta ahora lo he contado para justificar que en la Casa de Andalucía,
el pasado día 11 de noviembre, me concedieron el premio a mi ejecutoria
profesional, acto en el que yo intervine para agradecer la distinción y, sobre
todo, señalar mi vinculación con el
resto de los premiados en este acto. Cómo decía José Luis Pecker en unos cursos
de periodismo que nos dio hace años el Ejercito del Aire, los que hablamos en
público somos cómo los polvorones, si nos quitan los papeles nos deshacemos. Yo
llevaba unos papeles, pero no me atreví a sacarlos. En esos papeles tenía
apuntado que la Casa de Andalucía está situada en la calle de Julio García
Condoy, pintor y hermano del escultor Honorio García Condoy, ambos hijos de
Eliseo García Martínez, profesor de la Escuela de Bellas Artes de Zaragoza y
autor del Ecce Homo del Santuario de Nuestra Señora de la Misericordia que la
aficionada de Borja convirtió en la caricatura de Paquirrín, el hijo de la
Pantoja, que en lo físico siguió la estela materna. Igualico que su abuela.
Buenos pintores el padre y el hijo, Eliseo y Julio, Honorio excelente escultor,
a mi entender, el segundo del arte del modelado aragonés, tras Pablo Gargallo.
El segundo apellido de los hijos de don Eliseo era Condón y lo convirtieron en
Condoy para evitar bromas de mal gusto. Ahí, en esa Casa de Andalucía, manifiesta
sus inquietudes toreras don Fernando Saturio, que ha sumado a su equipo dos
lugartenientes exquisitos, José Manuel Valero Soriano y José Ramón Bonilla.
Valero montó el gran programa tras el buen yantar. Un recuerdo a las gentes del
toro desaparecidas: Fandiño, Dámaso González, Palomo Linares, Gregorio Sánchez,
Manolo Cortes, el mexicano Miguel Armillita, el mítico ganadero Victorino y
Pepe Cerdán (José Cerdán Lasanta), el corralero de la plaza de toros de
Zaragoza, que el día de la alternativa de Luis Francisco Esplá, 23 de mayo de
1976, sufrió una grave cornada a astas de un toro de Manuel Benítez devuelto a
los corrales. Paco Camino era el maestro de la ceremonia y Niño de la Capea, el
testigo. Buen cartel. Valero Soriano cantó las excelencias de Serafín Marín,
juncal figura y torería con barretina,
Bonilla ensalzó la tarea de la asociación
Mar de Nubes, enseñar a los niños que quieren jugar al toro y practicar
con los aficionados a este arte, y Fernando García Terrel me sacó los colores
de esta historia mía que nace en la cómoda supervivencia de una heredada
afición. A Serafín Marín le recordé que la primera entrevista que hice en mi
vida fue a un torero catalán, Mario Cabré, al novillero Jorge Isiegas,
revelación de la torería aragonesa, que su abuelo Octavio fue en los años 40 y
50 del siglo pasado un novillero muy
activo aunque no recuerdo que diera al paso decisivo, me congratulé del poético
Mar de Nubes y que el primero que contemplé en mi vida antes de montar en un
avión lo presencie en el Moncayo, desde la Peña del Cucharón, encima de donde
estaba la residencia del obispado de Tarazona. Antes de cenar había que rezar
el Rosario. El novillero Miguel Cuartero es el alma de tan curioso empeño:
toreo de salón para los niños y tentaderos para los aficionados prácticos. Y
rematé mi parlamento con mi especial agradecimiento a García Terrel porque su
hija Beatriz ha sido dos años profesora
de mi nieta Blanca. En mis nietos
fundamento todas las ilusiones de futuro.
Nota buena:
He leído en Heraldo que la Diputación de Zaragoza no ha concedido la prórroga del contrato de
arrendamiento de su plaza de toros a la
empresa de Simón Casas y Cia porque los propios empresarios han confesado que
han aumentado los abonos, la cifra de asistente a los festejos de la Feria del
Pilar y se había superado la complicada situación en la que dejó la plaza el
empresario anterior, Serolo. Uno, en su inocencia, deducía que esas eran
poderosas razones para prorrogar a la empresa autora de esa buena gestión. Al
parecer, la Diputación ha pensado que es el momento de aumentar sus beneficios
con un nuevo contrato de arrendamiento. ¿Hay moros en la costa? ¿No hubiera
sido preferible el consolidar las mejoras contempladas? Recuerdo la decisión de
hace unos años de aplicar a la explotación de la plaza una gestión directa y
todavía no se han divulgado los negativos resultados de aquella gestión. Creo
que fue Napoleón el que recomendó no hacer mudanzas cuando las cosas están
complicadas y el toro está en un tiempo convulso. Simón Casas ha acertado en
muchas cosas y, ante todo, en la publicidad del espectáculo. Elemental, amigo,
Watson.
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