VUELVE
MORANTE
La última
Feria y la última letra del abecedario: Zaragoza. Pero tenemos una larga
historia. Somos, con Pamplona, las dos
ciudades en las que se conserva la advocación festiva, San Fermín y la Virgen
del Pilar, y la celebración taurina. Fiesta y toros. Fiesta española. En unos
días en los que la bandera de España luce en los balcones y ventanas de muchos
edificios de la Patria, bueno será, sin coger el rábano por las hojas, afirmar
que los enemigos de esa España nuestra quieren acabar con su Fiesta porque nos
representa física y metafóricamente. El toro de la carretera. Domingo, 8 de
octubre de 2017, a los pies de la estatua de Agustina de Aragón, nacida en
Cataluña y fallecida en Ceuta, el grupo
de anti-taurinos de todos los años nos insultaba a los que accedíamos al coso
de Pignatelli. Nos llamaban asesinos con el puño izquierdo en alto. Los hijos
de Stalín, ejemplo de demócrata dialogador. Lo dijo Salvador Dalí en el Ateneo
madrileño: “Picasso es comunista. Yo tampoco”. A los pies de la estatua de
Agustina Raimunda María Zaragoza Domenech, que de Aragón tenía solo el apellido,
el de Zaragoza, puesto que nació en Reus, 1786, y murió en Ceuta, 1857. Reus
está cerca Salou, playa aragonesa por asistencia, y en Reus nacieron Mariano
Fortuny, pintor de batallas marroquíes, patios andaluces y plazas de toros, y
Ceferino Olivé i Cabré, el mejor acuarelista, a mi modo de ver. Sus trenes
entrando en la estación de Reus me recuerdan al tren que llevó a Madrid al
padre de Manolo Caracol, mozo de espadas de Joselito, y a su cuadrilla y, ya en
la estación de Delicias, al pasar junto a la locomotora, esta lanzó una nube de
humo blanco con un ruido de explosión: “Esos cataplines pa Despeñaperros”. En
fin, junto a la iglesia de El Portillo, junto al monumento de Agustina de
Aragón, todos los años se reúnen un centenar de individuos que nos insultan y
nos prometen que nos cerraran las puertas del coso de don Ramón de Pignatelli.
Paciencia. Y a Zaragoza vienen todos los años unos cuantos catalanes, cómo
nosotros íbamos antes a Biarritz o Hendaya a ver la película de Marlón Brando o
a comprar los libros del “Ruedo Ibérico”.
Me ha
sorprendido gratamente la noticia de que Manuel Lozano, el mayor de los
hermanos de la saga de la Alameda toledana, verso suelto en su canto torero,
anuncie que va a apoderar el año que viene a Morante de la Puebla. El mayor de
los Lozano Martín, descendientes de Manuel Martín Alonso, que compró la
ganadería de Veragua en 1927 y se la vendió a Juan Pedro Domecq y Núñez de
Villavicencio tres años después, ha sido durante muchos temporadas un apoderado
independiente y un empresario de plazas cómo Segovia o Tánger. En esta quiso
contratar a Manuel Benítez para una corrida y este le puso cómo condición el
darle la alternativa. Así ocurrió el 4 de octubre de 1970, con la participación
de Gabriel de la Casa, hijo de Morenito de Talavera. Fue presentación y
despedida puesto que no volvió a participar en ninguna otra corrida de toros.
Pero el Lozano solitario es un hombre peculiar y recuerdo que en los años 60
del siglo pasado me contaba un sueño que había tenido y en el que se presentaba
como apoderado de su padrino de alternativa. Se había construido en Alameda de
la Sagra un palacete con una piscina climatizada con teléfono en la orilla y
una rubia encantadora que cogía las llamadas. ¿Quiénes llamaban? Pedro Balañá,
Pablo Chopera, don Livinio en nombre de Jardón, Canorea, Barceló y Jumillano.
“Don Manuel no se puede poner porque está nadando”. Cien veces la misma
respuesta. Me recordaba la anécdota de Ortega y Gasset cuando alguien fue a
visitarlo en su casa y la doncella le dijo “Don José no está; está pensando”.
Manuel Lozano no fue nunca apoderado de El Cordobés, pero bueno será que una
persona como él acompañe este año que viene a Morante de la Puebla en su andar pausado
por los ruedos de España. Estos toreros no se pueden ir nunca.
Ya habrán
leído el feliz remate de la temporada de 2017 con el recuerdo a hitos
destacados a lo largo de su desarrollo en las distintas plazas de España
excepto Cataluña y Canarias aunque también sean españolas. Desde Francia hemos
recibido cumplida noticia de todo lo acontecido y un placer de aficionado
recordar Sevilla, Madrid, Bilbao, Santander, Arles, Nimes, Granada, Málaga o
Zaragoza, Ponce, Bautista, Pepe Luis, Manzanares, Talavante, Perera, Castella,
Ginés, Garrido o Roca Rey. Mucho y bueno que contar. Pero hay una cosa que a mí
me quita el sueño: el primer tercio. Con motivo de los aniversarios del
nacimiento y la muerte de Manolete se ha hablado largo y tendido de las
corridas de su tiempo, de la lidia de utreros y del escaso trapío de lo que
entonces se lidiaba y rara era la corrida no soportara más de veinticinco
puyazos y hasta más de treinta, en un tiempo en el que la puya era de
limoncillo y El Pimpi, picador en la cuadrilla del cordobés y con un brazo de
acero, le metía al toro las cuerdas y dos palmos de la vara. ¿Ahora? Una docena de puyazos por imperativo
reglamentario y a los picadores se les ovaciona cuando levantan el palo o
disimulan con la suerte “de la fregona”. ¿Remedio? El peto anatómico que dé
opción al toro a romanear a caballo y jinete y poder pelear en igualdad de
fuerzas. Sé que esta propuesta no gustará a los picadores, pero, si la
situación actual se agudiza, pronto serán picadores todos los que se puedan subir
a un caballo y hasta es posible que se recorten las cuadrillas para disminuir
gastos. Hay quién ha apuntado que a los picadores les cuesta más vestirse que
picar a un toro. Mi pensamiento está lejos de desear mayor riesgo a los de a
caballo, pero lo cierto es que sin riesgo el toreo se diluye, se volatiliza, se
esfuma. No quiero llegar a lo de antaño porque el público de hoy no aguantaría
tanta víctima equina. Tampoco la cabaña caballar. ¿Y los animalistas? Todo
necesita de un equilibrio: el toro, el caballo, el picador, los banderilleros,
el matador. Dinamizar con las mayores garantías una suerte que es fundamental
para medir la bravura del toro, la eficacia del castigo y el mérito de la lidia
que en su primera acepción significa batallar y pelear. Batallar y pelear con
arte. Eso es torear. Y en la suerte de picar también cuenta el arte. Se hizo
famoso el pareado de Joselito a su picador: “Camero, pica delantero”. Hoy
habría que decírselo a la mayoría de los que utilizan la vara larga. El punto
idóneo es muy pequeño y adelante o atrás las lesiones son graves y afectan a la
movilidad de los toros. Picar bien es un arte y una ciencia. Como la
acupuntura.¿ Habrá que buscar piqueros en China o Japón? Pinchar en su sitio.
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