El pasado 23
de septiembre, pocos días después de mi paso del ecuador octogenario, me
encontré con el regalo sorprendente e inesperado de una foto a toda página de
Manolo Cortés y el texto de Gonzalo I. Bienvenida, nieto de don Antonio y
compañero en ilusiones toreras de Pepe Luis Vázquez, nieto de don Pepe Luis, y
creo que coincidentes también en andanzas periodísticas. Vi la foto y, al
instante, dirigí la mirada hacia la firma del fotógrafo de tan maravilloso
documento: Arjona. Pepe Arjona, el mejor de los de antes de la cámaras con
motor o digitales. Se trataba de una página del diario “El Mundo” que relataba
el homenaje que le había ofrecido en Sevilla, en el Hotel Colón, al diestro de
Gines por parte de Pepe Luis hijo, Emilio Muñoz, Espartaco, Fernando Cepeda y
Dávila Miura, matadores de toros, y Zabala de la Serna y Carlos Crivell, cómo
moderadores del acto. Me quedé largo tiempo contemplando la foto sin pasar a la
información. El pie decía: “Una escultural verónica de Manolo Cortés sobre el
albero de la Maestranza”. ¡Una escultura! Y era cierto: una escultura. Ya
Ignacio Pablo Lozano, el hijo y sobrino de los Lozano de la Sagra toledana,
convirtió en escultura una foto de Arjona de Antonio Ordóñez en un lance con la
rodilla en tierra, ¿podría convertir este documento en otra escultura? Es pura
armonía, placidez, ensueño y belleza. Sin exageraciones, con ritmo y con
templanza, un poco adelantado el pie derecho, apenas sujeto el capote con la
mano del mismo lado, el toro humillando, asomando la mazorca de su cuerno
izquierdo por el corto vuelo del capote y el público absorto en la
contemplación de la prodigiosa verónica interpretada por ese gran artista que
fue Manolo Cortes. Merecía el lance esas músicas al modo de las dianas
mexicanas que escuché recientemente en Arles en lances sueltos o pares de
banderillas en la corrida llamada goyesca pero más bien picassiana o dedicada a
la pintura Naif de Alberti. Una gran tarde de Juan Bautista, que repitió en
Logroño con el toro “Verdadero” de Victorino Martín, a quién el propio ganadero
negó el indulto porque dijo que no le había parecido merecedor de tal premio,
quizás porque le faltó fuerza, casta brava. ¿Noble? Nobilísimo y bien toreado.
Es el fallo
que veo yo en la fiesta de nuestros días. Una corrida de los tiempos de
Manolete aguantaba treinta puyazos con la puya de arandela y “El Pimpi” les
metía a los toros las cuerdas, la arandela y un palmo de la vara. Hasta a los
de Galapagar les falta eso, fuerzas. He visto este verano grandes cosas de arte
a Ponce en Bilbao y Málaga, a Curro Díaz
con un victorino, Ginés Marín, a Ferrera
en Pamplona, al propio Bautista que es el rival de Manzanares en la ejecución
de la suerte suprema, a Roca Rey en Ejea de los Caballeros, con permiso, en dos
toros de Bañuelos, el valor de Colombo, matador de toros en Zaragoza con el
mexicano Valadez, a Castella o Cayetano. Mucho toreo, poco toro. En los lugares
en los que es obligatorio poner a los toros dos veces al caballo, la segunda
puya suele ser simulada.
Es necesario
para el futuro de la fiesta recobrar la emoción. Y esto no quiere decir que
pretenda que los toreros sufran más cornadas. Lejos de mi pensamiento tal cosa.
Cómo no pretendo que los picadores estén expuestos a más peligro, pero llegará
el momento en que, para disminuir gastos, con un solo varilarguero se pique
toda una corrida. Y casta hay para recuperar ese toro de los años 30 del siglo
pasado. Está Ana Romero y sus santacolomas, Alvaro Domecq con lo que creó su
padre y él mantiene, un toro suyo, en Ejea de los Caballeros, otra vez con
permiso, puso en evidencia al de la bandera pirata, los núñez de Alcurrucen, los
jandillas de Fuente Ymbro, los saltillos y santacolomas de Cuadri y algunos más,
sin tener que acudir a los antiguos Palhas de horror, terror y furor de los
carteles de otros tiempos. La puya, el peto. Hace años que propuse el peto
anatómico de materiales ligeros pero impenetrables por balas y pitones. Algunos
me declararon “enemigo público”. No era así entonces y no lo es ahora. Había
toreros y hay toreros consagrados y promesas ciertas. No hace falta citar a
Ponce, el torero que ha roto todas las estadísticas, Morante aunque se haya acurrucado
en su rincón a filosofar, El Juli, pura dedicación , a Manzanares, el hijo de
su padre, as de espadas en el dique seco para volver a navegar, a Castella, el
gallo de oro, a Perera siempre de la mano de Cepeda, Talavante, el
improvisador, Cayetano, la casta de todas las castas que en el toreo han sido,
Paquirri, los Ordóñez y los Dominguín , la madurez de Ferrera y mi debilidad
gitana, Curro Díaz, Urdiales, Pepe Moral, Pérez Mota, Paulita o los Adámez. En
efervescencia, Roca Rey y Ginés Marín. Y me han dicho que Pablo Aguado, que
acaba de recibir la alternativa en Sevilla, es de los que me va a gustar. He
visto alguna foto y he notado su pellizco. Desde chico me he fijado mucho en
las fotos de los toreros, mejor de frente que de espaldas, la chaquetilla sin
desbocarse, bien puesta la faja, sin quitarse las zapatillas, la taleguilla sin
arrugas, el instante, la naturalidad, ese pellizco fotográfico que te daba la
instantánea de Arjona, don José. Hubo muchos buenos fotógrafos desde los
tiempos de las placas en los cajones oscuros. Ese premio internacional a
Cervera por la foto de Toledo, una caída de picador, luego las películas de
paso universal de Cuevas, de Jesús, “el chato Rodríguez”, Santos Yubero en
Madrid, Sebastián de Barcelona, Cerdá de Valencia, Marín Chivite en Zaragoza,
Mateo por los pueblos de Madrid y la factoría de los Botán. Uno de Calatayud
desde los años 80 del siglo pasado, Carlos Moncín, tiene su sitio privilegiado.
Las docenas de “estampitas” que encargaban los toreros para regalarlas a sus
admiradores y el centenario Canito que se colocó su gorra blanca y recorrió todos los callejones de
España. Hay estudios doctos y justos sobre la importancia de la fotografía en
los toros. La importancia de la imagen frente a la palabra. La técnica moderna
facilita el logro de una buena imagen. Pero ¿quién es el que mejora lo que
Arjona plasmó hace años con Manolo Cortés de protagonista? Y con unos cuantos
más que comulgaban con el arte. ¿Recuerdan ustedes la foto de Pepe Luis del “el
cartucho de pescao” en la mano izquierda, el toro en primer término y el
anuncio del “Tío Pepe” como telón de fondo? Estábamos en Jerez de la Frontera,
que tampoco es mal lugar para saborear el arte. Desde allí vinieron los toros
de don Álvaro.
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