Dice el
diccionario de la Real Academia que la expresión que me sirve de titular para
estos comentarios viene del alemán y es “el conjunto de los caracteres
supuestamente permanentes e inmutables de la psicología femenina”, lo que no
quiere significar que esos caracteres sean achacables a todas las mujeres; las hay que levantan 150
kilos en la práctica de la “alterofilia”, dirigen un Banco o te arreglan el
motor de tu coche. Quiero decir que hay mujeres capaces de realizar lo que se
considera predominantemente varonil y hombres que pueden conducirse como las
féminas sin que haya que descalificarlos como tales varones. En resumen: todos
los seres humanos nos podemos conducir cómo tales, el eterno hombre genérico,
aunque haya que admitir sus rasgos característicos. A mí, por ejemplo, me
sorprende que a lo largo de los siglos no se hayan dado figuras femeninas de la
pintura como Miguel Ángel, Velázquez o Goya. En Burdeos, la hija de Leocadia
Zorrilla de Weiss, ama de llaves de don Francisco, Rosario Weis Zorrilla, tenía
buenas cualidades en el arte del dibujo, el retrato, dos de su padrino y los de
los escritores Espronceda, Zorrilla, Duque de Rivas, Larra y Mesoneros Romanos,
y la litografía, nuevo método de grabado descubierto por Goya en Burdeos,
maravillosos “Toros de Burdeos”, lo que, dada la aureola caballeresca de don
Francisco, puede originar algunas interpretaciones genealógicas no probadas.
Leocadia estaba casada con el joyero bávaro Isidoro Weiss, que tenía su
establecimiento en la calle Mayor de Madrid y del que se separó en los días en
los que el de Fuendetodos se marchó a Francia huyendo del absolutismo de
Fernando VII. Decidió Leocadia acompañarle con su hija y uno de sus dos hijos
varones, Guillermo, los tres nacidos en
Madrid. Cuando falleció Goya en Burdeos, 1828, Leocadia y sus hijos se
encontraron sin ninguna posibilidad de subsistencia y regresaron a Madrid, en
donde Rosarito tuvo destacada presencia en la Academia de San Fernando y en Palacio, cuando Fernando
VII la contrató para que les enseñara dibujo a sus hijas, Isabel II y Luisa
Fernanda. Pero murió muy joven de cólera, en 1843 y sin cumplir los 29 años. A
su nombre pionero, opinión muy personal, yo añadiría los de Menchu Gal, guipuzcoana que perteneció a la
Escuela de Madrid, sucesora de la de Vallecas, que capitanearon Benjamín
Palencia y Daniel Vázquez Díaz y en la que figuraron junto a la irunesa Agustín
Redondela, Cirilo Martínez Novillo, el canario Juan Guillermo, Luis
García-Ochoa, Álvaro Delgado y unos cuantos artistas más que le dieron lustre
al arte pictórico de la segunda mitad del siglo XX. Sumaría los nombres de la monja Isabel Guerra,
hiperrealista a lo membrillo cuadriculado de Antonio López, Marián Ribas, la
hija del gran dibujante Federico Ribas y esposa de Rafael Amézaga, algunas
pintoras naif y los de las taurinas Matilde García Mozón, Peñuca de la Serna,
hija del matador de toros Victoriano de la Serna, y Jacaranda Albaicín, hija de
Joaquín Bernadó y María Albaicín, nieta de Rafael, primer traje de luces verde
y plata gracias a los pinceles majestuosos de don Ignacio Zuluaga.
Estaba con el
señor de Fuendetodos que, además de preparar a Rosario Weiss para el arte del
retrato y el grabado, inmortalizó a la que en casi todos los tratados sobre el
tema del toreó femenino se considera como la primera torera: Nicolasa Escamilla
“La Pajuelera”, el valor varonil de la vendedora de pajuelas de azufre poniendo
un puyazo en todo lo alto a un toro fiero en la plaza de Zaragoza. Añadir los
nombres de “La Fregosa”, “La Martina” y Teresa Bolsi, esta dibujada por Gustavo
Doré con una falda de encaje abullonada, talle de avispa, la espada y la muleta
en la mano derecha, el sombrero en la izquierda y el toro a sus pies. Davillier,
el relator del texto a ilustrar por Doré, dice que Teresa Bolsi era una mujer
joven, de veintiocho a treinta años, bien proporcionada, de rasgos llenos de
energía y que mató al cornúpeto “de una estocada “a la verónica”, es decir, de
frente”. “Viaje por España”, escrito por el barón Ch. Davillier y dibujos de
Gustavo Doré, está fechado en los comienzos del último tercio del siglo XIX y
son Goya y Doré quienes nos dan noticia de las primeras mujeres que pisaron los
ruedos como toreras. Otra cosa ocurre con las féminas que escribieron de toros.
Según mis
conocimientos, la primera noticia que tenemos de una cronista taurina se fecha
en 1660, cuando la aragonesa Eugenia Buesso relata lo ocurrido en los festejos
reales que se celebraron en Zaragoza en honor del virrey Juan José de Austria.
Muriel Feiner, que es la autora de la más completa relación de la mujer en el
mundillo de los toros, toreras, pintoras, escultoras, poetas, aficionadas, escritoras
o periodistas, incluye a Eugenia Buesso con el título de “Relación de la
corrida de toros que le imperial ciudad de Zaragoza hizo en obsequio de su
Alteza”, compuesto de cincuenta y cinco octavas reales y en ellas se relatan
los pormenores del festejo en honor del virrey. Tienen que pasar muchos años
para que aparezca la siguiente cronista taurina. En el siglo XX, la extremeña
María de la Hiz “Mahizflor”, que escribió poemas, tenía un museo en su casa
madrileña, en una calle paralela a la Avenida de los Toreros que desemboca en
la de Julio Camba y que sentía una admiración especial por los diestros de la dinastía
de los Bienvenida, las aragonesas María Teresa Trémul Bados y María Carmen
Campo Gode y la recitadora Gabriela Ortega, hija de la hermana de Rafael y José
y “El Cuco” y hermana de Rafael y José Ortega Gómez.
La francesa
Michelle Cartier, “Madame Migueleta”, fundó en 1925 la revista “Bióu et Toros”
en Nimes, que en 1946 redujo su denominación a “Toros” (“Toros de Nimes”) y que
prolongó su existencia hasta finales del ese siglo XX tan pródigo en
acontecimientos taurinos pese a serlo también en lo que se refiere a conflictos
bélicos. Sonaron en alguna ocasión los nombres de Josefina Carabias, esposa de
Augusto Assía, corresponsal en el extranjero, y el de Pilar Ibars, colaboradora
de “El Ruedo”, pero hasta los años 60 de este siglo XX no se dio el extraño
fenómeno de una mujer cronista de toros en su sentido más estricto. Fue en la
revista “Fiesta Española” y se trató de la madrileña María Pilar Fernández y de
sus crónicas de los festejos celebrados en la plaza de Carabanchel durante los
ocho años que se publicó la citada revista. Deliciosa la entrevista que le hizo
a Manuel Benítez con pluma y peine. No tengo conocimiento de que antes que
María Pilar una mujer cumpliera con ese específica función periodística y si
que tuvo continuación en la renombrada Mariví Romero. Se me permitirá mi
prudente mutis por el foro para no recordar lo que Amilibia dijo de la sección
taurina de Pueblo que dirigía el padre de Mariví y del que tengo versión diferente
a la manifestada por el famoso reportero “pueblerino”: Papá Romero no puso a
Navalón al frente de la crítica taurina para purificar el espacio, lo hizo para
castigo de la torería andante porque Paco Camino le hizo cierta manifestación
al ministro sindical García Ramal a la entrada del director en la fiesta de los
Populares. Luego fue Mariví la que se sentó en el sillón de la crítica y la que
accedió a la TV.E., el toque de rebato para la llegada de algunas féminas más y
ya estamos en plena adaptación a la igualdad genérica con un nombre tan
destacado como el de Patricia Navarro, jefa de la sección taurina de “La
Razón”, el de Isabel Sauco que figura al frente de Radio Cinco Villas y Gallur
y colabora en la televisión aragonesa y algunas más, sin olvidar a Esperanza
Piña que fue la propietaria de “El Mundo de los Toros”, revista publicada
en Palma de Mallorca. También en México,
Colombia y Ecuador se da este fenómeno y lo cuenta Muriel con toda suerte de
detalles..
En la
fotografía taurina hay un nombre señero, el de la francesa Christine Splenger,
y una figura emergente, la de Náyade Moncín, hija de Carlos Moncín, de
Calatayud , exponente máximo del arte fotográfico aragonés y con especial
sensibilidad para la foto torera. Muriel Feiner es también una destacada
fotógrafa con su cámara siempre enfocada
al arte y a la actualidad taurina.
En el
capítulo de aficionadas de alcurnia habrá que acordarse de S.A. R. la Condesa
de Barcelona, la Duquesa de Alba, afición heredada y una señora norteamericana,
Alicia Hall, nacida en Georgia, profesora de español en su tierra, que vio su
primera corrida en Perú en 1950 y que
vino a España hasta los 90 de ese siglo XX. La conocí en Pamplona cuando
llevaba dos banderitas dedicadas a Diego Puerta y Paco Camino, aunque con el de
Camas se enfadó y ya no saludaba sus actuaciones agitando su bandera, que hubo años que vino
acompañada de unas cuantas compatriotas mucho más jóvenes que ella y que
recordaba la corrida de Madrid de 1959, cuando salieron por la Puerta Grande de
Las Ventas Pepe Luis Vázquez, Antonio Bienvenida y Julio Aparicio. Feiner dice
que murió en su tierra natal el 27 de febrero de 1993, hace 25 años y ella en
sus noventa. Muriel Feiner lo cuenta casi todo en su libro “La mujer en el
mundo del toro”, incluidas las mujeres que se relacionaron con la fiesta
española en los países americanos, ella misma, que asistió a su primera corrida
de toros en Las Ventas en 1965, vino a vivir a España para estar en contacto
con los toros y se casó con Pedro Giraldo, torero de oro y plata, palentino de
Cisneros, matador de toros en la capital de su provincia en 1978.
Recordar a
Raquel Meller y su “Relicario”, a Paquita Escribano y “Sangre Torera”, Gaona
preguntó por ella cuando vino a España, la mexicana Lola Beltrán, su imponente
“Guapango Torero” y sus matrimonios con Tirado y Alfredo Leal, Concha Piquer,
esposa de Antonio Márquez y madre de Conchín Piquer, esposa de Curro Romero,
las esposas de Fernando “el Gallo”, Manuel Jiménez “Chicuelo” y Francisco
Rivera “Paquirri”, María Antinea y Félix Rodríguez, la hija de Pastora y Rafael
Vega de los Reyes “Gitanillo de Triana”, Soledad Miralles, esposa de “Carnicerito
de Málaga” y suegra de Rafael de Paula, la bailadora Malene Loreto y Julio
Aparicio, Ortega Cano y la de Chipiona, Pedro Martínez “Pedrés” y la cantaora
Teresa Jareño… ¡Cuantas historias! Luis Miguel decía que si no hubiera mujeres
en el tendido, él no se hubiera vestido de luces. Negó siempre que fuera cierta
la anécdota divulgadísima con Ava Gadner. ¡Olé! De las “matadoras” hablaré un
día de estos.
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