Tenía muchos
temas en mi pequeña pantalla; podía hablar de Manuel Benítez, Curro Romero o
Epifanio Rubio Borox, grande como un oso, tierno como un arcángel. De Manuel
Benítez hasta han pasado en la
televisión de España un corto muy largo, de una hora, contando su vida gentes
de toda índole y alguna mal encarada, como de pontífice desmitrado. A nadie se
le ocurrió decir que el de Palma del Río encontró el temple una tarde del año
1964, en la plaza de “El Toreo” de México. A su poderosa muleta imprimió el
sentido del temple, la suavidad, el encanto de la embestida de un toro de
Ernesto Cuevas. Lo sé porque yo estaba allí. Pero tampoco puedo olvidar toda la
zahorra que enmascaraba ese poder y su innegable valentía. Califa sucesor de la
estirpe que coronara hace muchos años, segundo tercio del siglo XIX, don
Mariano de Cavia, primero de los artífices de la crónica taurina como pieza
literaria. También se ha hablado y escrito mucho de los 80 años de don
Francisco Romero. Yo, que nunca he sido currista, comulgo más con los artistas
que fueron incondicionales del de Camas. Soy romerista como Manolo Caracol,
Pepín Cabrales y “Picoco”. Un día estaba en Sevilla, en la Maestranza , y toreaba
Curro con Juan Antonio Ruiz “Espartaco”. En una fila más adelante, los hermanos
del de Espartinas y a mi lado, “ Picoco”. Tantas cosas le decía este al camero
que, ya harto, uno de los hermanos se volvió y le espetó con algo de violencia:
“Es usted mucho de Romero”. “¿Qué si soy? Vamos, que se muere mi padre y torea
Curro en Sevilla y le digo a los míos que vayan rezando que ahora vuelvo yo,
cuando termine la corrida”. Y a la salida, alguien le preguntó a “Picoco” como
había estado Curro y le contestó: “Ahí le he dejado, dando media verónica”. Soy
de estos romeristas, no de los que confunden y lían unas cosas con otras. Por
ejemplo, el día que un espectador saltó al ruedo a insultarle cuando Romero
llevaba el estoque en sus manos. Ese día
no fue el que se negó a matar un toro. Y recuerdo la tarde de Madrid, con un
toro de Bohórquez. No le habían banderilleado cuando ya Curro portaba espada y
muleta para iniciar la faena. Son cosas que no se pueden explicar. Yo las
cuento, pero no las explico. De vez en cuando le pido a Gonzalo Sánchez Conde
que me cante un fandango por lo bajo y se me amontonan los recuerdos.
Pero mi
personaje hoy, por encima de los “monstruos”, es Epifanio Rubio, de Nombela,
picador de toros bravos porque en 1937, con 16 años, se colocó en la finca de “La Companza ” y, al final de
la guerra, se encontró con los hermanos Dominguín que volvían de Portugal a la
finca que llevaba su madre. No sé si Domingo se había caído ya del caballo como
San Pablo pero al revés, aunque la cosa fue bien sencilla: ¿Cómo se gana más,
con el azadón o con la vara? Pues, al
caballo, aunque Epifanio, hasta su debut como picador reserva un día del Corpus
en Toledo (22 de junio de 1945), no había montado nada más que en burro o en
mula en tareas campestres, labrar con el
arado romano o transportar leña para el hogar. El picador reserva de aquellos
tiempos era el que paraba el primer impulso de los toros, dejaba el paso al de
tanda y se hacía como el hierro en el yunque, a golpes. Aquel día del luminoso
Corpus toledano actuaban a las orillas escarpadas del Tajo los tres hermanos
Bienvenida, José, Antonio y Angel Luis, los tres eternizados por el color y el
movimiento de los pinceles de Roberto Domingo. A Mora de Toledo con los
Dominguín, primero Pepe, luego Luis Miguel. Pepe le enseñó a leer y escribir y
tiempo después dibujó su semblanza literaria en su obra maestra, “Mi gente”.
Entre unas cosas y otras, el de Nombela cobró 1.750 pesetas en cuatro meses .
Aprendió a caer antes que a picar y a que no hay que dar un paso atrás porque
entonces el enemigo se crece más. ¿Miedo? Solo al fracaso. Dámaso Gómez, Pepe,
Domingo y Luis Miguel. Siempre Luis Miguel. Reapareció el “uno” y su jefe,
Santiago Martín “El Viti” comprendió su abandono.
Grande,
enorme. Dos hermanos siguieron sus pasos, Mariano y Ladislao, como el padre, al
que en el mundo de los toros se conocía como “Chiquilín”. Domingo Ortega,
“Cagancho”, Julio “El Vito”, Jesús Córdoba, “Macandro”, “Pedrés”, Antonio
Ordóñez, “Jumillano”, “Litri”, Palomo, Curro Vázquez, José Luis Palomar… Con
este último tomó parte en la llamada “corrida del siglo” de Madrid y picó el
último toro. Con Luis Miguel se bajó del caballo en Carabanchel para que el de
Príncipe, cerca de Huertas, Casa Alberto y “La Alemana ”, consumara su
hazaña de picar a un toro sin mona ni castoreño (3 de octubre de 1952). Muchas
primeras figuras que se entregaban a la fuerza y la templanza del “Mozo
Grande”. Doce años con el de Vitigudino. En 1971, en América, picó en tres
ruedos diferentes en un espacio de 18 horas: a las 9 de la noche en
Bucaramanga, a las 12 de la mañana del día siguiente en Bogotá y a las 4 de la
tarde en Medellín. América de arriba abajo. En México, un día mi tía Pilar
Merenciano le invitó a caracoles y el comentario fue de lo más expresivo:
“Señora, los caracoles estupendos, pero ¡la salsa…! Sin palabras. No era hombre
de mucho hablar, pero muy expresivo. Si me dejan ponerme cursi podría decir que
sus claros ojos azules hablaban entre las blancas espumas de sus pobladas
cejas. Tenía un gran carisma y por ello no me extraña que llegara a ser alcalde
de su pueblo, de Nombela. Autodidacta como otro toledano ilustre, Domingo López
Ortega, reflexivo, sensato y sentencioso. El banderillero Mella, el compañero
de los tiempos gloriosos de “Magritas”, un día le pidió un préstamo a plazo
indefinido, veinte duros. “Toma cuarenta y ni me los devuelvas ni me pidas
más”.
Ha muerto
Epifanio Rubio Borox “Mozo”. ¿Por qué lo de mozo? “Tenía tres años y ya me lo
llamaban”. Quizá por su amplia humanidad desde chiquitito. Humanidad física y
espiritual. “Pinturas”, Chaves Flores y los “Mozo”. Manuel Rodríguez “Tito de
San Bernardo” con el capote a una mano, “El Boni” antes, “El Vito” con los
palos. Y en Madrid, Orteguita, “Faroles”, Valbuena, Parrao o “Miguelañez”,
apoderado solo de rejoneadoras después de haber largado tela a tantos toros por
delante de su amplia barriga, “Aldeano Chico” a caballo, el que dio la
alternativa a “Mejorcito”, los García de Pérez Tabernero, “Salitas” desde los
campos de los Urquijo, Barroso o Lausín y “Melones”. Tantos y tantos que me
vienen a la memoria ahora que estoy de evocación de un mozo que se hizo hombre
en los campos de Toledo y que, sin desertar de su nacencia, se hizo caballero,
vara de detener en su mano derecha y riendas de cuero en su izquierda. Y un
corazón como él de grande. Epifanio, epifanía, manifestación, aparición,
adoración de los Reyes Magos. Mozo, que Dios te lleve en su cuadrilla.
Amén.
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