En las
páginas de 6TOROS6, su director, José Luis Ramón, ha tenido la generosidad de
dejarme un espacio para que contase mi vida. Ya le he enviado media docena de
capítulos, a dos páginas por capítulos, pero siempre se me quedan muchas cosas
en el tintero y otras me vienen a esa “memoria” que trato de activar al tiempo
que mis neuronas dan vueltas en la hormigonera del cerebro. Y como se inicia un
nuevo año, bueno será hacer recuento del pasado, en el que mi gran
acontecimiento fue la llegada de mi nieto Benjamín V de Ejea de los Caballeros
y I de Luesia por mamá, tataranieto de Benjamín I, alcalde de la villa ejeana,
diputado provincial y presidente de la sociedad que construyó el ferrocarril de
Gallur a Sádaba, que no vio funcionar porque murió en 1912 y el tren se
inauguró en 1914, con Basilio Paraíso en el puesto de don Benjamín. Este
Benjamín de hoy se une a Diego y Blanca, con los que forma mi menguada pero cualificada
cosecha humana, en la que tengo confiada mi luenga supervivencia. ¡Y que sea
por muchos años!
Otro
capítulo importante es el recuento de las personas que nos han abandonado. También en este aspecto
tengo que resaltar una íntima pérdida, la de mi hermana María Luisa, doctora en
Farmacia e investigadora por vocación y dedicación, que murió en el pasado mes
de julio. Y en el aspecto taurino, Pepe Luis, el único personaje de nuestro
planeta cañabetero que se incluye entre el casi centenar de desaparecidos que
citaba en su suplemento “El Mundo” de fin de año, aunque con una pequeña
gacetilla y no en la amplitud de sus merecimientos artísticos. Algo es algo.
Mas brillo se le daba a la figura de Marifé de Tríana, la de María de la O, y
ninguno a Dolores Aguirre, ganadera de reses bravas. Vi en la 2 un reportaje
sobre el “sunami” Lola Flores y me enamoré
(con perdón, don Javier Conde) de Estrella Morante, por su voz, por su
naturalidad, su elegancia y distinción, y, sobre todo, porque no tiene nada de
la soberbia y afectación de las grandes y más viudas de España. En la mañana
del primer día del 2014 escuché un concierto de don Juan Sebastián y el clásico
de Viena mientras hacía una merluza rellena al horno para el primer condumio
familiar del año. Benjamín V, mucha teta y un buen biberón, llorar y dormir.
De las cosas
que me acuerdo y no he incluido en el próximo capítulo de mis “Memorias” está
Dámaso González. Se había hecho cargo de su apoderamiento don Manuel Flores
“Camará”, que se guiaba para tomar sus
decisiones profesionales por la expresión de los ojos del aspirante a disfrutar
de sus habilidades gestoras. “Me acordaba siempre de la mirada de Manolo. De
“Manolete”, naturalmente. Y Dámaso mira, y mira afortunadamente, con la misma
intensidad febril que lo hacia el de Córdoba”. En lo demás se parecían poco,
pero Dámaso se quedaba muy quieto y templaba los engaños con una largura
inusitada para su corta alzada y su reducida envergadura. Dámaso había recorrido
plazas de pueblo, capeas y tentaderos furtivos y vivido aventuras macuto al
hombro bajo el sobrenombre de “El Alba”, apócope de su lugar natal, y con buena
fama entre los maletillas de toda España. Pero, oficialmente, se presentaba con
picadores en Barcelona, lugar al que me invitó a acudir don Manuel y donde descubrí
un nuevo concepto del toreo que luego macizaría el de Sanlúcar de Barrameda.
Otro tema es
el croquis que publique en “El Alcázar” sobre los cambios a caballo de Álvaro
Domecq. Eran una serie de diminutas sombras chinescas de caballo y toro apuntando
la salida de la suerte por un lado y realizándola por el otro. No se había
contemplado en España semejante suerte en nuestro cantado arte del toreo de a
caballo. Ni el héroe nacional cordobés Cañero, ni los centauros de la Puebla,
ni los doctos Pinohermoso o don Álvaro, la gentil Conchita, los Ribeiro, Veiga
o los muchos lusitanos que en el rejoneo han sido y los que desde la arena se
subieron al caballo, don Juan o don Carlos el azteca, habían ejecutado tal
suerte en un ruedo español. Al menos, yo no lo recordaba. Y don Álvaro padre me
lo confirmaba. Creo que fue el propio Alvarito, diminutivo admisible por su
juventud y peso físico de entonces, el que me informó de que había sido el gran
Joao Nuncio el que se lo había enseñado en una visita a tierras portuguesas. Me
imagino que así fue porque, como es mi caso y mis disgustos y hasta agresiones
me costó, Nuncio vio en el Domecq joven a auténtico maestro del toreo
caballeresco. Y es que aquellos quiebros o cambios, que todavía no he podido
aclararme y definirme sobre si el cambio es posible en banderillas a pie o a
caballo, son base del rejoneo que ha fijado en toda su amplitud el monarca que
vino de Estella. Eso, el vestido, el olvido de las colleras y el paso de
costado.
Bueno, ese
es otro asunto de mi etapa bajo la laureada de San Fernando. Uno más ocurrió en
1972 y fue el del comisario Panguas y su “maléfica” concesión del rabo de un
toro a Sebastián Palomo Linares en la plaza de toros de Madrid. Al día
siguiente, los talibanes taurinos pusieron lazos negros en los reposteros de
las gradas y andanadas. Lloraban como si hubieran perdido a un familiar cercano
y condenaban al fuego eterno al bondadoso ser humano que era el comisario
Panguas. Tiempo después recibí un ejemplar dedicado de un libro mecanografíado
y reproducido en ciclostil, en el que el
señor presidente ya dimitido explicaba pormenores de tal acontecimiento. Nadie
se acordaba ya de los rabos que cortaron en ese mismo ruedo Juan Belmonte y
Marcial Lalanda en 1934, año de la inauguración oficial, Manolo Bienvenida,
otra vez Belmonte, Lorenzo Garza. Alfredo Corrochano, Curro Caro y Domingo
Ortega en los años siguientes, antes de
la guerra. Después vino la austeridad en los trofeos y la prohibición de la
música durante las faenas. Esto último se queda para los anhelos pueblerinos de
mi Zaragoza. Otra vez, todo viene de los pueblos.
Unos días
antes, el 15 de mayo de 1972, confirmaba su alternativa en Madrid Raúl Aranda y
Panguas me invitó a vivir a su lado todo un día como presidente de un festejo
hasta en el palco de la autoridad. Muy cerca estaba don José Roger “Valencia”,
asesor artístico, que me hizo una pregunta para calibrar mi capacidad taurina:
¿Qué es un puyazo al relance? “El que se ejecuta sin pausa a la salida de un
capotazo”, le respondí con rapidez. Bien. Lo fenomenal para Aranda fue que
Panguas le concedió las dos orejas del sexto toro de Paco Galache y que salió
par la puerta grande.
Como rematé,
mi eutrapélico mensaje para 2014: MUCHOS CUERNOS Y POCAS CORNADAS ( si es
posible ninguna, mejor).
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