“Todo a
cien” pasó a la historia. ¿Cien qué? Artículos que he escrito para este espacio
que me gobiernan mis hijos porque mis meninges no asimilan las nuevas técnicas
de comunicación, que no sé si son más eficaces que las viejas porque la
multiplicación de conocimientos nos lleva a una peligrosa dispersión, como yo
no sé comprar en las rebajas porque me abruman con las numerosísimas ofertas.
Pero escribir el artículo 100 del blog BARICOEJEA, merece especial atención. Y
más cuando hoy se recuerda el vil (todos lo son) asesinato de Gregorio Ordóñez.
Hace 19 años, en San Sebastián, en el bar “La Cepa” y de un tiro en la nuca. Lo
hizo un etarra, pariente de esos que mandan ahora en el ayuntamiento
donostiarra y que han cerrado la plaza de toros que impulso el llamado
familiarmente Goyo. Le evitaron un disgusto porque el valiente, honrado y
entusiasta Ordóñez se empeñó junto a Jesús Martínez Flamarique en hallar la
solución para conseguir que la Perla del Cantábrico volviera a tener esa plaza
de toros que se cargó la piqueta urbanística a principios de los 70 del siglo
pasado. La hazaña reparadora la consumó “Chopera el Grande”, “Gran Chopera”, el
hermano de Jesús, Manolo, y la han destrozado los herederos de los que acabaron
con la vida de Goyo. Y a mí me duele este despropósito porque San Sebastián me
gusta, viví en ella tres años de mi niñez, en la calle San Martín, cerca del
Buen Pastor, porque era amigo del “Belmontito de Donostia”, José Mari Recondo,
que me recomendó hospedarme en un caserío que hay en la subida al Igueldo,
frente al mar, y donde disfruté de mi primera etapa de mi taurino viaje de
novios, y porque casi todos los años vuelvo a pasear hasta Santa María y
recuerdo a Joaquín y Nico y sus impares manjares, de la ayuda de Joaquín en los
tiempos en que me enviaban a cubrir las informaciones de los secuestros de ETA,
del paseo por el bulevar o los cisnes de la plaza de la Diputación, del puerto
o de la subida a Ilumbe, en donde si algo desentona es el “monstro de concreto”
de su plaza de toros, de lo que no tuvieron la culpa ni Ordóñez ni Jesús
Chopera porque ninguno de los dos vivió para inaugurar el nuevo coso que
sustituía al Chofre del otro lado del Urumea.
San Sebastián
era la capital taurina de la Francia del Cantábrico, de San Juan de Luz,
Biarritz, Bayona, Mont de Marsan , Dax y hasta Burdeos. Ahora los de san
Sebastián se tienen que desplazar hasta esos lugares para disfrutar del
espectáculo español. Y lo franceses lo hacen estupendamente. Alguno o algunos
tendrán que entonar el “mea culpa”. “¿Qué he hecho – y no he hecho, más bien –
para merecer el repudio?” Goyo, Jesús, José Mari, descansad en paz.
Lo que me
trae de los nervios y no controlo pese a estar cerca de otro centenario, el de
mi nacimiento (diecisiete años tendrá entonces la criatura, Benjamín V) es lo
de la plaza de Zaragoza. Se resolvieron los eventos judiciales a favor de la
propietaria del coso Pignatelli y los “Serolo”
abandonaron las oficinas y las gestiones empresariales y ahora es la
corporación provincial la que tiene que
resolver el tema de los nuevos gestores. Hay varias soluciones y a lo largo de
los dos siglos y medio de su vida, efeméride que se celebra este año, han
existido circunstancias similares que unas veces se resolvieron nombrando un
personaje específico y puntual, como ocurrió en 1946, cuando uno de los
empresarios se suicidó y el otro renunció a la explotación, con el encargo de
organizar la Feria del Pilar a Marcial Lalanda, apoderado por entonces de Pepe
Luis Vázquez, o con una gestión interesada cuando, en 1981, José Antonio
Chopera se declaró impotente para levantar la gestión de la empresa zaragozana,
se creó un clima de absoluta inoperancia torera y en dos convocatorias no hubo
ni un solo aspirante a la mano misericordiosa. La fórmula fue la elección de
los hermanos Lozano presentados por el futbolero José Angel Zalba y una gestión
interesada, el 5% de los ingresos de taquilla, controlando el billetaje y su
venta, contención de precios en bares y almohadillas, supresión de la
publicidad interior, restauración del edificio y control de gastos y carteles.
Cuatro años después surgieron los problemas de la competencia entre aspirantes
y alguno llegó a sacar los pies del tiesto y a insultar y desprestigiar a
personas y órganos que no le elegían como destinatario del arriendo convocado.
Lo sé porque lo viví muy directamente y lo sufrí no con paciencia pero sí con
resignación. Ya no sé los resultados económicos de la gestión directa que se implantó
en los años noventa, en los que se disparó con “pólvora del rey” y se lograron
los mejores carteles y el contento general de toreros y ganaderos que veían en
la plaza de Zaragoza una tierra de promisión en la que se esfumaban las últimas
pesetas de la historia y a mí me jubilaban con una fiesta de despedida en la
que se commemoró el 250 aniversario del nacimiento de don Francisco el de los
Toros con un espectáculo goyesco popular y torero, con saltos de la garrocha,
recortes y roscaderos y la presencia del navarro-montañes Marquitos, el
alagonés Luis Antonio Gaspar “Paulita” y, sin caballos, Ricardo Torres, del
barrio de Valdefierro y primer apellido complicado, Altismasveres, que se
encargaron de la lidia de cuatro novillos utreros y dos erales. Fue el canto de
cisne de mi paso por la Diputación de Zaragoza.
No me atrevo
a dar consejos ni aunque estemos celebrando el centenario de este “blog”
confesional. Casi siempre el éxito ha estado vinculado al trabajo, la afición y
la prodigalidad sensata. Pienso que no hay fórmulas redactadas. Una buena parte
del éxito depende de las circunstancias y de la suerte. Las mejores galas de
esta historia de dos siglos y medio de vigencia han coincidido con la presencia
de diestros de más o menos valía, pero que concitaban el partidismo y el
enfrentamiento. La cumbre, con los dos Ballesteros aunque no fueran parientes,
Florentino y “Herrerín”, los dos infortunados porque no pudieron disfrutar da
la ampliación y mejora de la plaza que ellos hicieron insuficiente. Lo que decía
Fernández Florez, el toreo necesita de las dos porterías futbolísticas. Y lo
apuntó Napoleón cuando sus ejércitos trataban de mandar en Europa. “Es un gran
militar, un estratega fabuloso, valiente y resolutivo”, le decía su asesor. Y
él le preguntaba: “¿pero tiene suerte?”.
Sobran
consejeros y fórmulas mágicas. Quieren mandar los políticos, los empresarios,
los ganaderos, apoderados, toreros, informadores (periodistas hay pocos) y los
públicos, a los que algunos motejan de aficionados, y son estos últimos los que
tienen la sartén por el mango: asomarse o no a la ventanilla de la taquilla. El
hombre es aquel que tenga la fórmula para esa ventana se quede sin telarañas.
Me acuerdo de dos empresarios que llevaban a las gentes a los tendidos de
Tarragona y Lloret de Mar, Moya y Zulueta. Ponían taquillas en las playas del
Mediterráneo, desde Sitges a Paafrugell, hoy terreno antitaurino. De los
salvadores, libranos Señor.
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