Recuerdo los
mejores años de nuestra vida taurina, cuando en Barcelona se daban más corridas
que en Madrid y Tarragona y la Costa Brava eran un hervidero torero en el que
se cocían los futuros manjares de la fiesta, con Balañá, don Pedro, Moya y
Zulueta como cocineros cotidianos de aquel guiso que olía a rabo de toro.
La bullanguera e inquieta, turística y
maniobrera Costa del Sol. Y en Pamplona se reunían genios como Orson Welles y
Hemingway, bellezas como Ava Gadner y Deborah Kerr, siempre acompañada de su
marido Peter Viertel, un encantador de mocitas y maduras, y la venerable
Alicia, profesora de español en los Estados Unidos, acompañada de sus adorables
“sobrinas” y huyendo de los requiebros de José Julio, empuñaba sus dos
banderines con los nombres de Puerta y Camino, este “destetado” por no recuerdo
qué manifestaciones. Era el turismo que complementaba el fervor taurino
hispano, mientras que en Bilbao y otras industriosas capitales eran las
empresas con su detalle clientelar las que ponían el grano de arena necesario
para el mayor brillo de la imprescindible fiesta de los toros.
No sé si han
cambiado mucho las cosas o el que ha cambiado he sido yo. Los sevillanos
aseguran que lo que les ha cambiado ha sido el AVE. Lo “snobs” capitalinos
cogen el tren por la mañana, comen en la Feria o en el Colón, van a los toros y
se vuelven a dormir a Madrid no sin perturbar el clásico fervor torero de la
Maestranza. La Maestranza ya no se calla como antes. El turismo de hoy es un
turismo de ejecutivo, alto, bajo o de regular tamaño. Sin personalidad. Y yo,
sin embargo, fui el otro día a una corrida de toros que se celebraba en Ejea de
los Caballeros y me encontré con la sorpresa de una docena de señores que
fueron a la capital de Las Cinco Villas de Aragón desde Ampuero, en la
Cantabria, cerca de Laredo. ¿Y por qué han venido ustedes? “Muy sencillo:
porque toreaba Marco Antonio Gómez, que vino a Ampuero hace unos años desde su
pueblo, Alcalá de Guadaira, se quedó y
ahora juega de defensa central en el equipo de fútbol”. “No le hemos visto
torear porque lleva cinco años sin vestirse de torero y esta es la primera
oportunidad que tenemos para verlo”. No lo vieron casi nada, una destartalada y
desigual corrida de Salayero y Bandrés, lluvia copiosa durante los tres primeros
toros y las aviesas intenciones de los tres últimos pusieron en dificultadas al
gigantón sevillano, al también fornido ejeano Alberto Álvarez y al nimeñito
Marc Serrano, que dio una vuelta a su aire en el primer toro de la tormentosa
tarde. Los músicos habían ocupado el lugar más guarnecido de la plaza y el
resto de mortales – menguada concurrencia – buscó refugio en los altos de los
tendidos. Entre truenos, relámpagos, chaparrazos y ventoleras pasó la tarde en
la que unos señores de Ampuero, plaza de toros y novilladas en septiembre,
quisieron comprobar las virtudes artísticas de Marco Antonio Gómez. En otros
tiempos había toreros que tenían fieles y organizados seguidores. Ya he citado
a Puerta y Camino, “El Viti”, Ordóñez y el moderno “Joselito”. A don Antonio,
el de Ronda, le seguía el arquitecto Ganna más por imposición matrimonial que
por otra cosa. Ganna también fue a Ejea en los 60 del siglo pasado para ver a
Ordóñez que estaba anunciado en un festival con el que obtener fondos para
restaurar la iglesia de Santa María. También llovió en aquella ocasión y por
ello se aplazó el festejo. Ganna, que ya había llevado a cabo la reposición de
la plaza de Bilbao tras el incendio de la noche en la que Manuel Benítez hizo
un paseíllo para participar en una novillada, elogió la funcionalidad de la
plaza de Ejea, que tenía ascensor como las de Madrid y la propia de Bilbao y se
marchó sin ver a su ídolo. El mismo escenario de hoy pero en muy distintas
circunstancias.
Noto cosas
extrañas y leo alguna barbaridad que otra. La nefasta manía de leer sin
cuidarme de mi salud. Una vez en Madrid, hace más de medio siglo, me encontré a
Julio Aparicio por la Gran Vía, esquina a la calle Mesonero Romanos, en donde
estaba “Torres Bermejas”, famosa por su trofeo “El Garbanzo de Oro” y porque
allí debutó “Camarón” cuando llegó a la capital, y le pregunté si había leído a
Antonio D. Olano, rey del reporterismo en
el popularísimo “Pueblo”, y me contestó que no, que él se cuidaba mucho.
Yo, todo lo contrario: el otro día leí lo escrito por un reputado comentarista
(creo que no es periodista y que estudió Arquitectura) en su crónica sevillana:
“Al intentar torear, el animal se negó y acabó matando de una buena estocada”.
¿Desde cuándo son los pájaros los que llevan las escopetas? Y Juan Mora inició
una faena que continuó Ferrera y Fandiño la que consumó Moral. Por cierto que
Moral, que es mozo en pleno esfuerzo reivindicativo, como penitente cuaresmal,
se descalza durante sus faenas de muleta. Yo le aconsejaría que no lo hiciera
porque el toreo tiene su parte estética y en esta también influye grandemente
la corrección del vestuario. Juan Serrano “Finito de Córdoba” vestía el otro
día un deslumbrante traje rojo bordado de forma muy especial con hilo de oro. Y
no fue solo el vestido. Es que “el Fino” hizo, para mí, el mejor toreo que se
ha visto en esta Feria sevillana. No fue un toreo largo y dominador, no fue la
ortodoxia del parar, templar y mandar, no la planificación y el croquis de una
obra de ingeniería torera. Fue más sentimiento, simbiosis de toro y torero,
remates cortos y ajustados, consumaciones a media muleta, codilleo deseado,
amalgama de engaños y cuernos, la paleta del pintor en la que se mezclaron los
colores, los valores y la explosión de lo bello que es el toreo cuando ese
toreo no lo dicta la doctrina de los sabios doctores que en el mundo han sido.
Me pasa muchas veces cuando oigo una música, miro un cuadro o leo un poema. No
sé explicarlo, pero eso es lo que a mí me emociona.
No me emocionan
ni “El Cid” ni Fandiño, este menos cuando da pases de uno en uno, no se atreve
a dejar la muleta en la cara del toro porque, a lo peor, el de los cuernos no
para de embestir. Eso lo prodigó el de Ronda en la última etapa de su vida
profesional. Pero el de Ronda era dios, como lo era “Manolete” aunque toreara
de perfil. Y lo fueron “Lagartijo” y su media estocada de recurso, “Frascuelo”
y sus tufos, “Guerrita” y “después de mi nadie”, “Joselito”, el genuino, y su
facilidad, todos los de la Edad de Plata del toreo después de los años 20, Pepe
Luis y lo de ir en su cuadrilla, Bienvenida y la naturalidad o los muchos que
en el toreo han sido y que no alcanzaron notoriedad. Mi lista de toreros es
larga y plural y muchas veces caprichosa porque se basa más en el sentimiento
que en el raciocinio. ¡Qué le voy a hacer! Juan Serrano me ha devuelto la
felicidad. Y echo en falta a Morante, natural, a Pérez Mota, Curro Díaz, Uceda
Leal, “Frascuelo” o Juan Mora. Por ejemplo. Y se pasan cerca de Zaragoza les
recomiendo, queridos lectores, que visiten dos exposiciones, la una en la sala
“Pilar Ginés” del pasaje Ciclón, frente al Pilar, titulada “Ruizanglada, pintor
de santos y toreros”, y la otra, en el Palacio de Sástago, una colección de
fotografías de Luis Gandú Mercadal con el coso de Pignatelli como escenario y
toreros y anécdotas de 1910 a 1916. ¡Qué cosas hacían aquellos hombres con
placas de cristal y cajones con simples objetivos!
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