No es lo
mismo, ya lo sé, ver la corrida en la misma plaza o por televisión, pero sirve
de consuelo si, además, la ves en silencio. Los grandes sabios que en el mundo
han sido han hablado poco. En los toros pudiera ser el ejemplo don José Flores
“Camará”, gafas oscuras llamadas “manoletinas” y mano en la oreja derecha o
izquierda. Dicen que así, sin palabras, le informaba a Manuel Rodríguez del
pitón más favorable del toro. Tampoco “el Monstruo” (“K-Hito” dijo) era muy
hablador. Yo, por prudencia o por ignorancia, lo era en mi juventud, pero,
pasada la frontera de los 80, se ha despertado en mí el deseo de contar todo lo
que por mi edad y no por mi sabiduría conozco. Estaba enfrascado en el repaso
de la torería peruana y he tenido que rectificar mis apreciaciones primeras
como en el caso del intérprete de la suerte “nacional peruana”, que en realidad
era uno de los hermanos Bustamante, Hugo, de los que yo decía que ninguno llegó
a tomar la alternativa cuando en realidad sí la recibió el llamado Ricardo. Y
otra aclaración importante es la de que Guillermo Rodríguez “El Sargento” murió
en Cuzco en 1951, pero no de cornada sino de un pisotón que le propinó un toro
en una mano y del que le sobrevino una infección tetánica que le produjo la
muerte unos días después.
El motivo
principal de todas estas elucubraciones era la salida a hombros por la Puerta
Grande de Las Ventas del novillero peruano Andrés Roca Rey, hermano de otro
matador de toros que se llama Fernando. El hecho insólito del triunfo de Andrés
despertó la curiosidad general el pasado día 18 de este taurino y madrileño mes
de mayo, día en el que los aficionados estaban pendientes de lo que podía
ocurrir esa tarde en este mismo ruedo en el que volvía a hacer el paseíllo el
citado novillero con la compañía de “Posada de Maravillas”, pariente de Juan
Posada, que en realidad se apellidaba Barranco Posada, matador de toros al que
yo le hice una entrevista en “El Ruedo” en los primeros años de los 50 del
siglo pasado, sobrino de Antonio y Fausto Posada, padre de otro matador de
toros, Antonio, y tío abuelo de Ambel Posada y no sé si pariente de algún
torero más, y el francés Clemente Dubecq, de Burdeos, que hubieron de
entendérselas con los novillos del Conde de Mayalde, alcalde de Madrid por dos
veces, lo que inspiró a la gracia chispera y se comentaba por los madrileños
que ya era hora de que un Mayalde tomara dos varas. En realidad no comprendí
demasiado que un novillero triunfador y dos promesas vinieran a Madrid con una
novillada de tal ganadero y en realidad mi duda tuvo su confirmación en la
lidia correspondiente de los novillos sorteados con la leve excepción del
cuarto que cogió de mala forma a Posada Maravillas pero se dejó hacer cosas de
enjundia por parte de un torero que apunta hacia las exquisiteces, bullidor el
de Burdeos y firme y pétreo, mayestático y heroico el del Perú respondiendo
fielmente a sus apellidos, los de Roca y Rey. Está en buenas manos, José Antonio Campuzano, y puede
cristalizar en una figura importante. Su lidia del sexto novillo tuvo tintes
épicos y relámpagos trágicos en la ejecución de la estocada, con pitonazos
inmisericordes al corbatín o a la mandíbula del joven novillero. No hubo
triunfo de escaparate, pero sí confirmación de las virtudes que avalan la posible
realidad de un destacado torero.
Otra cosa es
lo sucedido en las corridas de toros isidriles con la tremenda imagen de la
cogida del malagueño Jiménez Fortes en la víspera del día del santo labrador.
Reaccionaron televisiones, radios y diarios y avisaron de que aquí, en el
ruedo, como le dijo Mazzantini a un actor famoso, se muere de verdad. Se puede
morir y, de hecho, han muerto unos cuantos apóstoles de la Tauromaquia para que
esta siga viva. Es el tributo del gran sacrificio del toro bravo. Ha salido el
toro bravo en esta primera mitad de la Feria de San Isidro y, con Jiménez
Fortes como máximo exponente, ha habido nombres a destacar, Juan del Álamo,
Joselito Adame, Eugenio de Mora, Morenito de Aranda y hasta el arlesiano Juan
Bautista, hasta ahora como mejor estoqueador con el apunte de Uceda Leal. Lo
demás, sin relieve y la circunstancia de media docena de diestros que ya tienen
amortizadas sus garantías de éxito. Y, sin embargo, hay otros toreros a los que
hoy Madrid no les abre sus puertas, a Juan Mora, Curro Díaz, Pérez Mota,
“Paulita”, a Nazaré, Oliva Sloto o los hijos de “Paquirri” que buen tributo
pagaron a la fiesta con la vida de su padre. Ni una sola alternativa o
confirmación ni la participación de los novilleros con más perspectivas, Ginés
Marín, Varea, Álvaro Lorenzo y Ruiz Muñoz. Estos últimos puede que piensen que
todavía no están preparados para pasar el Rubicón y consolidar sus carreras. Lo
de Ponce es otra cuestión. Lo decía hace muchos años otro de los indiscutibles
de la historia del toreo, “Guerrita”: “En Madrid que atoree San Isidro”.
Una de las
cosas que me sorprenden de la Plaza de Toros de Madrid es que no se busque y
por tanto no se encuentre la solución para que en lugar de “Las Ventas” se
pueda llamar de “Los Vientos”. Ya se sabe que hacia 1929 la plaza se construyó
en un embudo en el que tienen fácil acceso los vientos de todas las
procedencias al tiempo que no podían llegar hasta sus alrededores vehículos de
tracción mecánica o animal. El caso es que la plaza no se inauguró hasta 1934 y
que en los ochenta años que han pasado desde entonces no ha tenido remedio tal
fenómeno meteorológico. Con ello se han frustrado muchas faenas, muchas
ilusiones y se han ocasionado algunos accidentes desgraciados. ¿No hay
posibilidades técnicas de parar los vientos como Josué paró al Sol o Moises
separó las aguas? La técnica no necesita de milagros.
En la
Corrida de la Prensa estuvo presente Don Juan Carlos y ocupó uno de los
sillones de piedra que hay encima de la salida de los chiqueros. Es donde más
huele a toro de la plaza y antes eran las localidades más caras del coso
venteño. Me trae muchos recuerdos este lugar. Encima, en el tendido Preferente,
entre el 2 y el 3, este de Sol y Sombra, presencié unas cuantas corridas a lo
largo de los años en que viví mi juventud madrileña, desde 1939 a 1978. Una
fila más arriba de la mía tenía su localidad don Carlos de Larra, “Curro
Meloja” en las ondas de Radio Madrid. En los sillones se sentaba muchas tardes
el general de la Legión Millán Astray, manco y tuerto. Cerraba y abría la mano
para aplaudir a los toreros. Veía media corrida y se iba a ver un tiempo del
partido de Chamartín o al final de Reina Victoria, donde jugaba el Atlético de
Madrid, antes Atlético de Aviación. Otros días se asomaba por aquel lugar la
hermana de Chenel, esposa de Parejo. Nos lo contábamos todo. Éramos como una
familia. De las últimas vivencias que recuerdo haber contemplado desde este
lugar está el día en que Raúl Gracia “El Tato” esperó a un toro “a porta gayola”
y sufrió un volteretón impresionante con pérdida de conciencia. Alguién en el
despacho del senequista Manolo Cano comentó como chaladura la decisión del
aragonés y José Luis Lozano puso el estrambote: “Pués ese chalao está puesto
para el domingo que viene”. Ahora habría que poner a otros muchos al domingo
que viene. Nos inflan a “portas gayolas”. No es bueno abusar ni de lo
excelente. Al día siguiente, 21 de mayo, volvió a su sillón de piedra Don Juan Carlos
acompañado por la infanta Elena y disfrutó del buen arte y personalidad de
Sebastián Castella, al que no le ponen las cosas fáciles en esta plaza, y de las sutilezas artísticas que el riojano
Diego Urdiales le dedicó a su
panegirista Curro Romero, escondido tras unas gafas negrísimas entre la señora
Tello y su fiel escudero Gonzalito. ¡Chisss…!
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