miércoles, 3 de junio de 2015

TRISTE Y ACONGOJADO



Me he puesto a escribir con una amarga sensación. Al mediodía, en una de las televisiones del espacio nacional, he escuchado que, según el mapa político municipal y comunitario resultante de las recientes elecciones, al rechazo de los poderes nacionalistas de todo lo español se une el de los representantes del populismo naciente contra los valores tradicionales de nuestro pueblo y los toros principalmente, como máximo exponente del ancestro hispano. Se da una primera noticia favorable: las corridas pueden volver a la plaza de toros de San Sebastián al perder su hegemonía los simpatizantes de los etarras y se asegura que los hermanos Oscar y Pablo Chopera ya tienen programadas cuatro corridas para la Feria de agosto. Pero, por otro lado se comenta que en lugares tan emblemáticos como Madrid, Valencia o Zaragoza es muy posible que cambien drásticamente las condiciones de la explotación de sus plazas y se pongan palos en las ruedas que mueven los festejos mayores y populares en muchos otros lugares. Hasta alguien me ha insinuado que pueden estar en peligro los sanfermines de Pamplona, en donde el batiburrillo político se parece mucho a lo que “Don Indalecio” calificaba de “fritadas”, festejos nocturnos de seis erales para otros tantos diestros representantes de los barrios de la ciudad de Zaragoza. ¿Creen ustedes que los concejales pamploneses de Bildu van a presidir la corridas vestidos de chaqué y tocados por chisteras de siete reflejos? Me parece un imposible metafísico en su primera acepción, “parte de la filosofía que trata del ser en cuanto tal, y de sus propiedades, principios y causas primeras”. Pamplona sin toros ya no sería Pamplona. Pero es que estos vienen para acabar con la “casta” pese a que se dejen coleta. Hace años, en las crónicas de los viejos revisteros, el torero era “el coletudo” y con la ínfulas que se traen los populistas es posible que imiten a los islamistas de no sé donde que han prohibido que los hombres se afeite. Nos pueden prohibir a los españoles que nos cortemos el pelo y “los coletudos”, los toreros, si es que todavía existen, ya no tengan que usar el añadido. Una broma entre tanta dramática incertidumbre. ¿Cuál es la solución? Mi tío Ignacio, hace muchos años, ante una riada, me aconsejó sabiamente: agáchate y que pase el agua por encima. Luego te levantas y te secas al sol. No sé, no sé. El peligro es cierto e inminente y, si la riada se desata, yo me ahogaré en ella. No me quedará tiempo para recuperarme.
Otras cosas me preocupan alrededor del mundo del toro, incluso el desprecio al himno y la bandera de España. Hasta en algunas plazas francesas se coloca la bandera española en los días en que se celebran festejos taurinos. ¿Qué puede pasar en un futuro inmediato en los cosos hispanos? Me temo lo peor.
Estamos en un momento en el que la crítica ha dejado de ser subjetiva para convertirse en documentada. Antes uno veía una corrida y  sus sensaciones se mantenían incólumes porque no había posibilidad de demostrar lo contrario. Hasta que llegó lo de la “moviola” que se aplicó primero al fútbol y luego a los toros. En unos programas de esta índole intervine analizando las actuaciones de ciertos toreros y algún disgusto y enemistad me costaron, sobre todo cuando demostré que era más difícil rematar los muletazos con la derecha que los siniestros. Ahora se desmenuza todo y el otro día un comentarista no percibió ningún mérito ni latido artístico en lo realizado por “Finito de Córdoba” y sólo admitió “su manera ortodoxa de coger la muleta por el centro del palillo”. También estas posturas perjudican la imagen de la fiesta española. Se hace crítica pensando en lo que quieren leer los fieles seguidores del escribidor. A otros le da por el forofismo y  no hay cosa que más perjudique a las figuras del toreo que sus seguidores. Los sufrió “Manolete”, los sufrió Antonio Ordóñez, se apasionaron temporalmente por unos u otros en diversos lugares de España y se disolvieron pacífica y mansamente con el paso del tiempo. Solo en el caso de José y Juan la hermandad entre sus partidarios se mantiene un siglo después. En Madrid, en estos largos días isidriles, las simpatías y las fobias  se prodigan de forma irracional. A Castella me lo llevaban en la punta de un pitón y, por fin, lo sacaron a hombros `por la Puerta Grande después de que ligase una gran faena a un toro de Alcurrucen. Y lo sacaron como se acostumbra a hacerlo últimamente en esta plaza, al modo en que los almonteños sacan a la Virgen del Rocía, a tumbos y empujones, tratando de arrancarle los machos, hombreras o alamares de su chaquetilla.
Otra de las cosas que me llama la atención en estos días es la cantidad de diestros que se van al terreno de chiqueros para recibir “a porta gayola” a los toros. Casi siempre se resuelve el encuentro con una larga cambiada, a veces con un farol y muy pocas con una larga natural de rodillas. No he visto hace años una larga natural en pie a una mano y con final “a la cordobesa” o “lagartijera”, con el capote al hombro. Ahora en la mayoría de las ocasiones la suerte se convierte en una futbolística estirada en plancha al lado contrario por el que entra el balón, en estos casos un impresionante tío con dos cuernos que aparece de la oscuridad sin saber a dónde va a dirigir su impulso primero. El riesgo no tiene justa compensación porque los espectadores son de frágil memoria y cualquier fallo emborrona toda una meritoria labor.
Al final siempre aparece la prueba en contrario que oscurece todas las cantadas glorias. Hay un detalle que apenas afecta negativamente: la pérdida de la muleta en la ejecución de la estocada. Sólo sé de un magnífico escritor que lo suele señalar en sus crónicas y es necesario precisar si la pérdida del engaño se debe a pisotón o derrrote del toro o si tal pérdida es deliberada decisión del estoqueador para salir más desahogadamente de la reunión imprescindible entre hombre y toro en el momento supremo.
No sé si antes se escribía mejor que ahora. Sí que se escribía con más calma y que se analizaban con más detalle las circunstancias técnicas del desarrollo de las suertes. Y otra cosa que ocurría es que en toda España se publicaban los resultados de las corridas celebradas en todos los ruedos. Ahora no se publican ni los festejos de las plazas de primera, las de Valencia,  Sevilla o Madrid, por ejemplo.

La tormenta que nos amenaza para un inmediato futuro tiene tintes políticos, pero convendría un amplio examen de conciencia para analizar las razones por las que en la era de los grandes medios de comunicación la difusión de la Fiesta Española es de lo más deficiente y negativa, reincidente y pelmaza en el más luminoso de esos medios. El domingo pasado, Televisión Española transmitió la corrida de Cáceres en la que actuó en solitario Julián López “El Juli”. ¿Cuánto tiempo hacía que esta Televisión no transmitía una corrida de toros? ¿Cuánto pasará hasta que se vuelva a transmitir otra corrida de toros? Es posible, si los populismos (Frente Popular en 1931) llegan al poder, que no se vuelva a repetir el hecho y hasta se suprima el programa taurino de los sábados, Tendido Cero. ¿Triste y acongojado? “En una noche escura/ con ansias en amores inflamada …” (San Juan de la Cruz).           

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