Pensaba,
rumiaba, le daba vueltas a mis recuerdos y llegaba a la conclusión de que en
los años 50 y 60 del siglo pasado se les daba mayor importancia a los viejos
toreros. Se conocía mejor su historia y se les tenía en cuenta para preparar el
futuro. Los griegos, los romanos (senectus) y ahora también los gitanos
respetan a los viejos. En mi juventud se juntaban “Los de José y Juan” y
formaban una peña modélica pese a la rivalidad en los ruedos. José quería
acabar con todos los que amenazaban su reinado, hasta que llegó Juan y le
advirtió de que lo necesitaba a él para hacerse más grande. Luego, el destino
le deparó la ingrata sorpresa de que Juan no cayó en el ruedo pese a los
augurios nefastos (id a verlo pronto porque lo va a matar un toro) y su rival
remató su existencia cuando estaba a unos días de cumplir los 70 años y de un
disparo en la sien.”Los de José y Juan” se vistieron de negro. Sunmers hizo una
película que tituló “Los ídolos rotos” con varios héroes del pasado y junto al
boxeador Paulino Uzcudum, al futbolista Gorostizaga y otros incluyó al torero
Nicanor Villalta, que tenía un club de fans en Madrid, en la plaza de Manuel Becerra, que presumía
del torero que más orejas había cortado en Madrid, en las dos plazas de toros
vecinas de la calle Alcalá, la de la plaza de Felipe II y la de Las Ventas del
Espíritu Santo. En Zaragoza era notorio el culto a Pepe Luis Vázquez, que luego heredó su hermano Manolo y en uno y
otro lado había ciudadanos que añadían en sus tarjetas de visita su condición
de manoletistas, pepeluisistas o bienvenidistas. La saga de los Bienvenida tuvo
más suerte y encontró en Juan Lamarca a su más conspicuo divulgador a uno y
otro lado del océano que mancilló Cristobal Colón. Estaba en estas
disquisiciones cuando de la mano de “Don
Ventura” (Ventura Bagüés, aragonés de Huesca) y su libro de mementos taurinos,
“Al hilo de las tablas”, recordó que hacía 110 años, el 25 de febrero de 1906,
había nacido en Borox Domingo L. Ortega. Coincidió que estos días en la segunda
cadena de TV. E. se proyectó la película “Tarde
de Toros”, que dirigió Ladislao Vajda. Es más bien un documental con un
argumento simple y tópico del torero viejo, Domingo Ortega, que ya había
toreado su última corrida en Zaragoza en octubre de 1954, el torero maduro,
Antonio Bienvenida, y el torero novato, Enrique Vera, que aparentaba que tenía
cierta amistad con la hermana del anterior. Pugna entre los dos veteranos,
amores del más joven y un espontáneo que
se lanza al ruedo y resulta herido de muerte. La disputa entre dos espectadores
uno a cada lado de la alambrada que separaba el sol y la sombra protagonizados
por Tip (Luis Sánchez Polac) y Top (el primer compañero de dúo del mejor
humorista de después de la guerra, sustituido luego por Coll), un coche Hispano
Suiza para una cuadrilla, Pepe Isbert, Manolo Morán, apoderado, y Jorge Vico en el papel de espontáneo, todo
alrededor de la pálida muestra de la proyección artística de esos tres toreros
porque la mayoría de los documentos gráficos en movimiento, películas o
documentales, no dan toda la magnitud de lo que los espectadores sintieron
cuando contemplaron en directo esas imágenes. Quizá en este aspecto el pasaje
más logrado de toda la filmografía taurina es la faena de Pepín Martín Vázquez
en una de las cuatro películas que se han hecho con el tema de Pérez Lugín,
“Currito de la Cruz ”.
Una faena ejecutada en Madrid y montada para la citada película por el
fotógrafo Aguayo. No tuvo tanta suerte “Manolete” porque lo que rodó Gance en
los estudios de la calle Libertad ha desaparecido y porque la última versión
sobre la vida del monstruo cordobés fue un desastre divino y humano.
Últimamente lo que más me gusto de cine taurino es lo que hizo Wody Allen en el
recuerdo del París de los 30 y el film “Blancanieves”. Para Antonio Bienvenida
el momento más brillante de su actuación torera en el film de Vadja es la
ejecución de su abaniqueo con la muleta
cogida por el pequeño cáncamo que recoge la franela. Mucho par de banderillas,
suerte en la que Antonio no se encontraba a gusto. Las ponía con el par hecho
antes de la reunión. “El bueno, el mejor, era mi hermano Pepe”-confesaba el
propio Antonio en una entrevista que se reprodujo en ese mismo programa del
“Tendido Cero”.
A partir de
“El Cordobés”, un montón de diestros se pasaron al celuloide: Palomo Linares,
“El Pireo” en una de las versiones de “Currito de la Cruz ”, Miguel Mateo
“Miguelín” por tierras italianas, y Paco Camino en una evocación de la etapa
mística de “Mondeño”. El “Litri” antes y el mexicano Luis Procuna en la mejor de las películas del género dirigida
por Carlo Velo y con el miedo que justifica el valor de los que se visten de
luces como protagonista, “Torero”. Pero yo quería recordar a Domingo Ortega
porque fallecido Antonio Santainés, me parece que quedamos pocos que lo
recordemos. Uno de sus mejores panegiristas es José Luis Lozano y aunque cuente
un poco la proximidad de Borox con Alameda de la Sagra , lo cierto es que el
pequeño de la saga lozana tiene un paladar exquisito para degustar toreros
aunque él no pasara de novillero. Merece la pena escucharle.
Lo primero
que viene a la memoria cuando se habla de Domingo Ortega es que era un domador
de toros. Pero no responde a esa imagen del látigo, la fuerza, el gesto duro y
la mano de hierro. La mano orteguiana estaba cubierta de un guante de plumas,
ni una brusquedad, ni una violencia, ni un salto o carrera. Despacio, con
calma, como una sílfide patinando sobre la pista de hielo. Asombroso. Pero no
es en “Tarde de Toros” donde mejor podemos comprobar las virtudes del
borosiano. Habrá que ver aquella tarde del festival homenaje a Nicanor Villalta
en Las Ventas cuando bajó al ruedo y en traje de calle toreó a un
novillo. Como de Pepe Luis tengo el recuerdo de unos lances en la plaza
de México y el directo de una tarde en El Escorial en la que me tocó escribir
la crónica para El Ruedo cuando yo empezaba en estas lides taurinas. Años
después, la tarde de los siete toros que lidió en Madrid Paco Camino o el
coraje de Santiago Martín “El Viti” después de que un novillo le rompiera el
codo izquierdo al rematar en un burladero. José Luis Peña, traumatólogo
especialista en restauraciones óseas como puedo testificar personalmente a
causa de un accidente de moto y cinco
fracturas en mi tobillo derecho, recuperó al de Vitigudino. Otra de sus
afortunadas intervenciones fue la de los bíceps de Manuel Benítez y algunas más
en unos tiempos en los que todavía había que colocar cada cosa (hueso) en su
sitio sin esas modernas televisiones que dejen ver todo lo que ocurre por el
interior de nuestras dolencias. Los avances técnicos han ayudado mucho a la
medicina.
Estaba en lo
del olvido de los toreros del pasado, “Miguelín”, por ejemplo, “Mondeño”,
inspirador del hieratismo de José Tomás, acentuado por Juan García a raíz de la
lesión que sufrió en el tendón de Aquiles, de Puerta, Ordóñez o “Cagancho”, el
gitano de los ojos verdes, tan verdes como el terno que vestía el día que toreó
en Madrid en homenaje a Soraya, la Emperatriz triste de Persia. Venía el viento de
la sierra de Guadarrama y Joaquín Rodríguez bordó unas cuantas verónicas a la
altura de la entrada a la enfermería. Paula y Curro.
Curro, Curro Romero, por
supuesto, viene a corroborar mi afirmación de que los gitanos veneran a sus ancianos.
Ya sé que el de Camás no es gitano, tampoco que se considere anciano aunque
haya sobrepasado los 80 años, pero nadie negara que ha sentido en gitano, ha
toreado como gitano, ha vivido a lo gitano y los gitanos lo quieren como si
fuera uno de los suyos. A petición de Curro Romero yo le hice a “Camarón” la
primera entrevista que se publicó en la prensa madrileña cuando el de
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