BENJAMÍN
BENTURA REMACHA
Es un tema
que me preocupa y me ha preocupado porque siempre he vivido en esa
incertidumbre. La FIESTA se muere desde que nació y ya se sabe que para morir
se precisa que eso que va a morir esté vivo. ¿Está viva la FIESTA? Está viva,
pero muy malita. Y no por los toros y los toreros, sí por sus circunstancias.
Respecto al toro, animal totémico por excelencia como emblema de protección de
la tribu y muy particularmente como progenitor hasta las sábanas del tálamo
nupcial, estamos en un periodo francamente positivo porque su estudio ha llegado
hasta las profundidades de los análisis científicos que promocionó don Álvaro
Domecq Díez junto al catedrático don Isaías Zarazaga. Por una casualidad
informática, he llegado hasta el conocimiento de los estudios de dos
investigadores prestigiosos, don Fernando Gil, biólogo, y don Julio Fernández
Sanz, veterinario. Por ellos he sabido por qué embiste el toro, su capacidad para
responder al estrés y la fisiología de la agresividad. El cortisol y las
endorfinas que produce al animal
bloquean los receptores del dolor. El toro lucha sin preocuparse por el dolor y
lo hace también aunque esté en campo abierto y tenga espacio para huir del
castigo. No hace falta acorralarle para que embista. Embiste porque produce
dopamina. Por último, la mayor agresividad de unos ejemplares de ciertas
ganaderías calificadas como “duras” se basa en que estas tienen menos
seretoninas, con lo que los ilustres especialistas del toro bravo concretan que
el misterio de la bravura es “un cóctel de hormonas”.
Aseguran que
los puyazos caídos o traseros inutilizan al toro para la lidia y pueden
producir hasta un neumotórax, lesiones motrices o medulares dada la mayor
extensión de la puya y sus aceradas aristas. Y, además, la impunidad del peto
con el gran faldón protector contra el que el toro no tiene posibilidad
alguna de ataque. El peto, desde luego,
salvó el futuro de la fiesta porque, en las circunstancias actuales, no se
podría mantener la renovación diaria de las cuadras de caballos y tampoco el
siniestro espectáculo en el que el tal caballo fuera “la víctima de la fiesta”.
Pero no se puede pasar de su sacrificio continuado (incluido el de sus jinetes)
a la desaparición total del riesgo que puede generar por ahorro y eficacia la
eliminación de los picadores de las cuadrillas. Sin riesgo no hace falta buenos
jinetes de brazo fuerte. Un titular y un sustituto para toda una corrida. Hace
muchos años propuse el peto anatómico para que el toro pueda romanear, verbo a
conjugar cuando se trataba de ahormar el embestir del bravo animal. Y disminuir
la extensión del casquillo de la puya y el arpón de las banderillas aunque, en
realidad, la sangría no sea lo que más influya en la debilitación de las
fuerzas del toro.
Y si el
desarrollo de la lidia es fundamental para el futuro de la FIESTA, no es menos
importante que su difusión vuelva a los parámetros que vivimos a mitad del
siglo XX, cuando me empeñé en la lucha contra “el sobre” periodístico. Mi padre
me sacó del error cuando señaló que los culpables no eran los receptores del óbolo
misericordioso sino los medios de información que cobraban el espacio a los que
ejercían la crítica. Sin embargo, por entonces casi todos los medios escritos, hablados o
televisados tenían sus espacios dedicados a la difusión de la fiesta y se
competía para dar la más profusa información de las ferias de las plazas de
primera y las noticias de agencia (EFE, Logos, Mencheta y alguna más) del resto
de los cosos taurinos de España, Francia o América. Me horroriza si hoy dan una
noticia taurina en una televisión: o se trata de una cornada posiblemente
mortal (la de Fandiño, por ejemplo) o algún chisme sentimental de los diestros
más mediáticos en los espacios del “cuore”.
Es
importante la difusión de la Fiesta en los medios de comunicación. Uno de los
medios actuales que más atención le presta a los toros, pero no tiene ni punto
de comparación con las portadas que ese mismo ABC le dedicaba a los
acontecimientos taurinos hace un siglo. Suelo curiosear ese pequeño apartado
del diario de la calle madrileña de Serrano y me satisface la continuidad con
la que son noticia de portada los acontecimientos del coso de la carretera de
Aragón o cualquier otro acontecer en el que sean protagonistas toreros,
ganaderos o aficionados. Se medían los tiempos y los espacios de otra forma. El
toro estaba en la calle y en la conversación de las gentes. Todavía llegué a
conocer la mítica “playa de Madrid”, entre la calle Sevilla y la acera de La
Tropical, en la calle de Alcalá. Allí se juntaban centenares de toreros y
aficionados, se le instalaba un kiosco de la ONCE al picador “Melones” o se
exponía en el escaparate de una gran zapatería el vestido de luces que iba a
lucir el Príncipe Gitano en su debut con picadores. Se arreglaba una cuadrilla
o se sellaba un apoderamiento con un apretón de manos. Hoy no queda nadie. Ni
allí ni en la plaza de Santa Ana o la explanada de la Casa de Campo, donde se
toreaba de salón o se jugaba un partido de futbol como el que Joselito jugó en
la Real Maestranza años antes. Cristiano
metió un gol “de chilena” y durante un par de semanas se cantó como el mejor
gol del siglo. Supongo que de este siglo XXI porque en el anterior ya hay
reseñados goles de tal guisa desde 1914. Y supongo que el autor fue un jugador
chileno de “cuyo nombre no puedo acordarme”. Dos mil policías se movilizan para
garantizar el orden en un partido de fútbol. Y aún hay ciudadanos que dicen que
las corridas de toros pueden perjudicar a la educación de nuestros infantes.
Y luego hay
noticias que perjudican al buen desarrollo del ambiente taurino. He leído estos
días que la más fundamental de esas noticias es que José Tomás va a torear una
corrida en Algeciras. Y ni una más. ¿Toros? ¿Toreros? ¡Qué más da! Y cuando leo
este anunció a toda página y alumbrado por toda la luminaria siempre recuerdo
que “Manolete”, en 1946, sólo se anunció en España en una corrida. En Madrid.
La Beneficencia. Con Gitanillo de Triana y Antonio Bienvenida y Luis Miguel
Dominguín, que venía con la escoba y se ofreció a torear pagándose sus toros.
Amén, respondió el de Córdoba. No sé si será cierto, pero a mí me contó Jaime
Marco “El Choni”, que era amigo del abuelo de José Tomás, que, de chico, el de
Galapagar prefería jugar al fútbol que torear. Mis cortos conocimientos me
dan para deducir que el misterio de la dieta taurina del serrano no le permite
atracones de toro. Ya lo decía Curro Romero: “Torear todos los días es
trabajar”. Una vez a la semana, señor Tomás, cosa sana. Para la Fiesta, don
José.
El
estrambote a tanta lírica taurófila es la afirmación de Ignacio Ruiz-Quintano en
su columna de ABC de que Mazzantini fue concejal después de retirarse del
toreo. Y fue algo más que concejal de Madrid. Gobernador Civil de Guadalajara y
Avila. Italiano de origen, habrá que agradecer el que en su tiempo no hubiera micrófonos
que amplificaran la voz y su decisión de montar la espada y hacerse gran
estoqueador desde su primera estocada. Con más voz hubiera sido cantante de
ópera. “Muertos que yo maté no os podéis quejar de mí, pues si buena vida os
quité, mejor sepultura os di”. Y no pretendo competir con Ruiz-Quintano en la
cita de maestros en el pensar y escribir. Yo sólo pienso en el feliz devenir de
la Fiesta. Apliquemos los remedios necesarios.
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