“El
colombiano de los pinceles de colores”
De Madrid a
Las Landas francesas, paisaje nuevo, vivencias eternas
El año pasado
empezaba la semblanza del artista Diego
Ramos Ramírez con estas palabras: “Confieso que lo conocí al momento, vi el
primer plano de los alamares de una chaquetilla torera y …”. Estoy otra vez
ante ese simple y hermoso alamar y, por mimetismo, un poco para empezar de otra
forma, se me ha ocurrido ponerle a Diego un remoquete antes de su apellido
paterno. Le voy a llamar Diego “Alamar” Ramos. Es costumbre en el toreo esto de
los seudónimos: Niños, Chicos, Chicuelos, Chatos, Pepetes, Gallitos,
Gitanillos, Rafaelillos o Miguelitos. Es más serio lo de “Alamar”. Pero, me
arrepiento inmediatamente porque, allá por los años 60, mi amigo Rafael Herrero
Mingorance, mago de la voz, la poesía, el manoletismo y la bonanza, creó en
“Fiesta Española” una sección que titulaba “Alamares en su tinta”. No, no es
posible, pese a mis embelesos místicos ante el citado alamar de Diego, no puedo
confundir esos efluvios artísticos con el sabroso condimento de unos calamares
en su tinta. O alamares. No le pongo al señor Don Diego ningún remoquete pese a
lo taurino que ello sea y voy a tratar de meterme entre los pinceles del nuevo
estudio del artista en tierras francesas, en Saint Martín de Hinx, en Las
Landas, quilómetros y quilómetros de llanura nada más atravesar el Pirineo
Atlántico por Hendaya y en dirección a París, cerca de Bayona, Dax y Mont de
Marsan, triplete taurino y termal, y de Saint Vincent de Tyrosse. Diego sigue
en el ambiente y se purifica en tierras francesas porque ahora nuestra Meca taurina
está por aquellas tierras.
Estudia a
los pintores del XIX al XX, Denís Belgrano, Muñoz Degráin, los Jiménez Aranda,
Jiménez Prieto, Eduardo Zamacois, Antonio Fabrés, Pradilla , Villegas Cordero o
López Mezquita, con especial interés hacia Fortuny, Sorolla o el gran cartelista que fue Marcelino Unceta. Y
de esos estudios surge la pincelada genial, no pensada sino sentida,
burbujeante, como de los dedos del pianista consumado surgen las notas del
“Para Elisa” de Beethoven o un “Nocturno” de Chopín. El pintor no tiene que
pensar en los colores, como el pianista no tiene que estar pendiente de sus
dedos y las teclas del piano. “No son pinceladas humanas, son embelesos del
ingenio y la inspiración”. Y, como decía Picasso, que cuando esta llegue, la
inspiración, te encuentre trabajando. Conoce, aparte de los pintores señalados,
a todos los típica y tópicamente considerados como taurinos, aunque a ninguno
se parezca. Es el privilegio de la personalidad.
Diego no
para y, pese a esa su personalidad y maestría, no se repite. Tú sabes que ese
cuadro es del colombiano aunque sea distinto del resto de sus lienzos. Y, por
añadidura, es muy buen aficionado y le caben muchos toreros en su cabeza soñadora, real e intuitiva. Sabe
como toreaban los Gallos, don Juan, “Cagancho” o Pepe Luis. Lo de Romero, Paula
y Morante es más comprensible porque ya hace casi veinte años que llegó al
Madrid castizo de la Venta del Batán y el Rastro y ha saboreado en directo los
aromas del toreo sin partitura. Conoce, con Bergamín, que no todas las figuras
del toreo tienen potencial literario, poético o plástico. “Percha literaria” lo
llamaba don José al definir a Rafael de Paula.
Habla de don
Rafael, el Divino: “Creo que han existido muchos toreros plásticos, con empaque
suficiente para ser pictóricos, “Paquiro”, “Joselito”, Belmonte, “Cagancho”,
“Manolete”, Paco Camino, “El Viti”, Paula, pero como el “Divino Calvo” difícil
igualar. Sin ser un hombre guapo, creo que hasta bajo de estatura, pero
grandioso de movimiento y arte a raudales, sin duda, fuente de inspiración,
pictórico como pocos. Es un milagro de reencarnación artística”. Diego Ramos
pinta como toreaba Rafael Gómez “El Gallo”, digo yo, sin más argumento que lo
que pienso que pudo ser el mayor de los Gómez Ortega, el gitano de los dos,
porque José era payo como su padre, científico, cuadriculado y previsor. Hasta
que se le olvidó todo en Talavera de la
Reina. Corrochano, don Gregorio, lo repetía alucinado: “Joselito era el toreo y
lo mató un toro”. A Rafael casi lo mata Pastora Imperio y nadie supo el porqué.
Ninguno de los dos lo contó nunca.
Diego
confiesa que pinta acompañado por la guitarra de “Tomatito” y la metralla de la
garganta de “Camarón”, rota y repiquetera. Y música clásica. Esas son sus
partituras sin pentagrama ni renglones, notas ni apuntes. Le sugestiona lo caló
y, al margen de sus sutiles pinceladas, sus palabras definen también a Rafael
de Paula: “De personalidad singular, gitano de estadísticas desastrosas y con
un duende genial, con unas formas y movimientos pausados y a compás…como el
mejor cante por soleas o la solera de los mejores vinos”. Luego toma el pincel
entre sus manos, lo arrima a su paleta de grises y azabaches, rojos, negros o
azules del revés del capote paulista y la imagen difumina completamente a la
palabra. Es el arte. Lo fantástico es que acudes al moderno internet y te
encuentras con el Diego Ramos integral. Un vídeo bohemio y evocador te presenta
la magia femenina de Modigliani entre vinos, cafés y cigarros y el sonido de
una particular Ave María para mostrar una imagen de mujer entre evocaciones a
Picasso y Utrillo y, luego, una sucesión de carteles que satisfacen todas mis
apetencias estéticas.
Pero, como
muestra de las fuentes en las que ha bebido el genial colombiano, al margen de
los clásicos maestros del impresionismo y el costumbrismo taurinos, nos enseña
obras de Daniel Vázquez Díaz, Vicente Arnás, Alfredo Sanchís Cortez, Fernando
Botero, José Villegas Cordero, Miguel López Coronado, el mexicano Pancho
Flores, el trío catalán formado por los
castizos Fortuny, Cecilio Pla y Ramón Casas, el valenciano Sorolla y el
aragonés Marcelino Unceta con aureola bendita, los desconocidos Manuel Ruiz
Pipó, granadino, Antonio Uría Monzón, madrileño, y Luca Monzani, italiano, los
dos españoles de muy similares trayectorias y el de Turín, curioso, y sus
compañeros de la exposición de Pamplona de julio de 2013, Pablo Lozano y Eloy
Morales, padre e hijo, hiper-realistas. De todos ellos y muchos más – casi todos
los que en esto “han sido” – bebe, aspira y se alimenta Diego. El milagro es
que él los mezcla y confunde en su paleta y nace algo nuevo. Don Jacinto, del
que en otros tiempos no hacía falta citar su apellido, Benavente, decía:
“Bienaventurados sean nuestros imitadores porque de ellos serán nuestros defectos”. Claro que Ramos Ramírez no
es un imitador, es un creador. Goya también copió a Velázquez para aprender. Y,
como él mismo confesaba en uno de sus grabados, ya ochentón, seguía
aprendiendo. Diego Ramos tiene la ventaja de tener a mano todo lo que se ha
pintado en España y en el mundo, incluido el francés Manet, los ingleses, los
alemanes y los americanos John Fultón y Robert Ryan.
Al repasar
los carteles que han salido de la mano del colombiano, se da uno cuenta de la
capacidad de absorción que tiene este artista
que nació en Cali, Colombia, el 3 de octubre de 1976, y que todavía no ha
llegado a la cuarentena. Con toda una vida por delante, ahora en el cogollo de
la torera Francia. Sus obras como árboles de un ya más que considerable campo,
con sus robles y encinas, sus flores exquisitas, fresas silvestres, sus olivos,
cerezos o dorados trigales. Las dos zapatillas abandonadas en la arena del
cartel de la corrida de Beneficencia de 2007, la cuadrilla de 2004 a lo Vázquez
Díaz , el toro de Alcalá de Henares, antecesor del toro de Pamplona, el niño
toreando a un perro con un sombrero para el Carabanchel madrileño, que hubiera
firmado José Puente en su gusto por la anécdota y el costumbrismo, el
trincherazo de “Manolete” basado en el realismo de Ruano Llopis, Antonio
Bienvenida de caña y azabache, memorias del número 1 de calle madrileña de
General Mola y la torera familia, Paco de Lucía y Camarón, su paisano Pepe
Cáceres y el cartel anunciador de su exposición en Madrid del 22 al 28 de mayo
de 2009, el cantado alamar sobre la chaquetilla azul cielo, valentía, o el otro
alamar clavado en la pared desconchada para anunciar la fiesta de Olivenza. Su gusto por otros muchos
pintores, como es el caso de Ángel González Marcos, “para mi, uno de los
pintores más interesantes de los que han tratado el tema taurino”, opinión con
la que coincido. “Duendeando”, reclamo de su exposición en Pamplona y su
evocación de Caracol y los Gallo, sonidos de la Alameda de Hércules, sus
ídolos, toreros y “cantaores”, Curro,
Paula y Morante a los sones de la
guitarra que arropa a Camarón. Me repito, pero es que a Diego le gusta insistir
en sus alucinaciones. “El Patio de Caballos” del escultor Pablo Lozano prepara
su paladar para emprender otra nueva aventura con los picadores de Almagro y,
además, se acuerda de Benlliure, Pablo Gargallo o Venancio Blanco. Portadas de
la revista “Aplausos” y la publicación de la empresa de TORESMA, la de los
hermanos Lozano en Madrid. Festivales de Jaén con un capotazo de Ponce y el de
Utrera con Romero, Paula y Morante, azules escurridos en Valencia y el
garrochista en Baeza, Cayetano Sanz y sus patillas y el Alguacil de El Puerto
de Santa María, paseíllo de Almería y el 50 aniversario de la alternativa de
“Miguelín” en Algeciras.
A vuela
pluma (tecla de ordenador), este es el apunte de lo que Diego Ramos pinta.
Claro, hay que verlo. Todo lo que se diga es pálido reflejo de lo que pueden
contemplar nuestros ojos. Y lo que pueden ver en el largo futuro que le espera
al colombiano, si Dios, como le pedía el guitarrista Andrés Segovia, “nos deja
aquí un ratico más”. Que no me lo quiero perder, Señor.
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