Hechas ya
las precisiones informativas en la revista 6 toros 6, es momento de comentarios
a vuela pluma sobre lo que ha sido la Feria de Zaragoza de este año 12 más
uno del siglo XXI, tiempo de
modernidades, de avances técnicos, de comodidades extraordinarias y de olvidos
ancestrales. Los toros con sol y moscas, apreturas, palillo entre los labios,
caliqueños mal olientes, bota de vino de 18º, regüeldos y palabrotas. Cuando se
estrenó la cubierta de la Plaza de Toros de Zaragoza, la primera de España,
alguien de las más altas esferas televisivas la calificó de preservativo, mientras
otros muchos la elogiaron, entre ellos, el cronista de ABC, Vicente Zabala, es
cierto. Pero no lo es el castizo
plumilla fuera al artífice de la obra. La primera idea de la cubierta llegó
desde Madrid, de la mano del novillero-arquitecto cubano Bernardo Díez
“Guajiro”, ex-guerrillero castrista en la bahía de Cochinos que se estableció
en España en los años 60, que hizo sus
pinitos toreros y hasta bailó con Manuel Benítez “El Cordobés” ante una vaca y
que, un día de 1986 (¿?) me llamó para que fuera a Madrid y viera la maqueta
que había ideado para el bicentenario monumento que construyera don Ramón
Pignatelli. Su proyecto, en armonía con
la vetustez del edificio a cubrir, era de madera y grandes ventanales de
cristal que se abrían a voluntad de los usuarios y mi misión, como técnico
superior responsable de la Plaza de Toros propiedad de la Diputación Provincial
desde 1979, transmitirle al empresario Arturo Beltrán la posibilidad de amparar
al viejo coso del Campo del Toro y sus usuarios de las inclemencias
meteorológicas, vientos del Este, bochornos, y del Oeste, cierzos, el del
Norte, el moncayino o el de Levante,
lluvias y soles. El señor Beltrán recibió la maqueta del arquitecto cubano y
convocó junto con la DPZ un concurso de ideas y más proyectos para elegir de
acuerdo con la citada DPZ el que considerara más pertinente de acuerdo con las
características de la plaza de su propiedad y la necesaria financiación. Al
final se inclinó la balanza por la maqueta presentada por los ingenieros
muniqueses que precisaban de los buenos oficios de la arquitectura, en este
caso el del técnico de la Diputación, José María Valero, que consolidó la
pionera obra de hormigón de la reforma del año 1918, sobre la que se montó el
gran cinturón de hierro que soporta los pesos y tensiones, motores de desagüe y
eléctricos del entramado mecánico sobre el que se asienta la cubierta de
teflón. Muchos toreros lanzaron un profundo suspiro, incluso el ya retirado
Antonio Ordóñez que, cuando venía a torear a Zaragoza, se asomaba continuamente
a la ventana de su habitación del Gran Hotel para comprobar si se movían las
ramas y sus hojas de los árboles de la calle Costa. Hacía tiempos que a don
Baltasar Ibán se le ocurrió construir una plaza cubierta en Madrid, pero se enfrentó
a muchas pegas municipales y, asesorado por Manolo Lozano Martín, de los de La
Alameda de la Sagra, desistió de su empeño. Sin embargo, el ejemplo zaragozano
hizo fortuna y ahora son varias las plazas cubiertas de España aunque las
mejoras ambientales no estén en consonancia con el previsible aumento de la
asistencia de espectadores. ¿Sera cierto que los toros, con sol y moscas?
Recordemos a Carlos III que impuso normas de limpieza y salubridad a los
madrileños y estos protestaron airadamente. “Son como niños – manifestó el
“mejor alcalde de Madrid” –, les lavas la cara y se ponen a llorar”.
En la Feria
del Pilar de 1988, hace veinticinco años, se inauguró la parte fija de la
cubierta que protegía los tendidos y al ruedo del agua y de los vientos de
todos los aires citados, pero el día 15 de octubre llovió profusamente y se
trasladó el festejo a la noche del 16 con un toro de Carmen de la Lastre que
estoqueó Roberto Domínguez, otro de Francisco Javier Osborne que correspondió a
Emilio Oliva y cuando saltó al ruedo el
tercero del mismo hierro, que correspondía a Raúl Zorita, aquello fue el
diluvio que no mojó a los espectadores, pero que convirtió el ruedo en una
laguna. Los toreros decidieron que se suspendiera la lidia, dos espontáneos se
hincharon de darle muletazos al toro mientras que un conocido espectador
amenazaba a Zorita con un paraguas. Al año siguiente se completó la obra y
…hasta hoy, en que contamos con una de las plazas más hermosas y confortables
de España y con una capacidad de 4 mil espectadores menos que hace años, pero que no se llena nunca y de la que fue
expulsado don Francisco Goya porque ocupaba cuatro localidades. La Diputación
de Zaragoza está dispuesta a devolver a su lugar al mejor cronista taurino de
todos los tiempos y a pagarle a la empresa todos los años los cuatro abonos
correspondientes a esas localidades del tendido 4. No descansaré hasta que lo
consiga y soy de Magallón, tierra de viñas y rallos, tierras calizas y gruesos
vinos, y tengo un acúfeno como don
Francisco, pero oigo y escucho. A don Francisco, aquel ruido le llevaba
a los demonios, como Carlos Sauras retrató en su Burdeos. Bueno ¿y la segunda
parte de la feria de este año? Era la parte mollar de una feria controvertida,
vilipendiada y repudiada por el número de festejos, por dejar el lunes sin
festejo y dar dos el domingo último, por la calidad de sus carteles, por la
renovación o despido de los empleados de la plaza, por las reclamaciones
judiciales de la propiedad arrendataria hacia el inquilino y del inquilino a la
propiedad y por los dimes y diretes que enrarecían el ambiente festivo. El más
repetido era el de la ausencia de Morante de la Puebla en el cartel del día 11,
en el que se anunció (no sé quién se ha invitado el verbo “acartelar”) con Juan
Serrano “Finito de Córdoba” y Julián López “El Juli” con tres toros de
Zalduendo y otros tantos de “Vellosino”. De momento, yo no hubiera venido con
un apaño ganadero como este. Vino, pero como si no: se puede juzgar a un torero
si los toros embisten bien o mal, pastueños o alborotados, con nobleza o con
malas ideas (si es que los toros tienen ideas), pero, si no embisten ni para
delante ni para atrás, no hay nada que hacer. José Antonio Morante vino pero
como si no. El Juli se esforzó con toda su profesionalidad en el tercero y
cortó una oreja. Yo le pediría que no se inclinara tanto en los cites y que no
saltara al ejecutar la suerte llamada suprema y le rogaría encarecidamente que
volviera a sus tiempos juveniles, cuando con el capote se prodigaba en lances
de todo tipo además de verónicas, chicuelinas, gaoneras, navarras, tapatías,
villaltina, orticinas y demás “inas”, la “lopecina” (“sapotinas” en México) o
la “escobina” (“aragonesa” en los tiempos de Goya), una gaonera por detrás. Y la gran sorpresa de la tarde, la docena de
lances que el cordobés de Sabadell le dio al primero de la tarde desde las
tablas hasta el centro del ruedo y su faena al cuarto. Ya sé, ya sé, el premio
de la mejor faena se lo han dado a Fandiño, ni siquiera a “Paulita” por su
muleteo en la mañana del último domingo. Pero la obra de arte de la feria fue
la faena de Finito a “Idealista”, de Zalduendo. No me pidan que se la cuente
porque estas cosas no se pueden contar. Se sienten, se saborean, luego se
sueñan. Pero los presidentes de las corridas no suben a los palcos de las
plazas para estas cosas. Se sientan ante la barandilla engalanada por dentro
con los pañuelos de colores para aplicar el Reglamento a rajatabla. El de esta
ocasión, tras la muerte del afortunado “Zalduendo” (los toros también pueden
tener suerte en el sorteo), se puso a contar pañuelos y le faltaban dos para la
unanimidad exigida. Nada, sin oreja, don Juan Serrano “Finito de Córdoba”. Mi
paisano Mariano de Cavia “Sobaquillo”, gran preboste de la Orden del Califato, le
hubiera coronado IV Califa del Toreo. Yo lo he instalado en la capilla de mis
devociones.
Al día
siguiente me tuve que despojar de todo mi ropaje ceremonial porque hicieron el
paseíllo Manuel Díaz “El Cordobés”, de Arganda del Rey, como el también cordobés
Antonio Gala que es de Brazatortas, Ciudad Real, Juan José Padilla y David Fandila
“El Fandi” con toros de los Domecq. El de Arganda tuvo una tarde triste, sin
alegría y, además sufrió dos espeluznantes volteretas que le quitaron su
habitual sonrisa de la cara. “El Fandi” hasta pasó apuros con el sexto toro que
llevaba el hierro de Parladé. Se le partió un palo en un primer par de
banderillas, se le cayeron los dos en otro par y se apuró en el socorrido
“violinazo”. Todo tiene mérito delante de la cara del toro, pero más mérito lo
que se hace templado y despacio, al paso, y mucho más cuando el diestro se queda quieto.
Pero esta es otra cuestión y “El Cordobés” es el sexto del escalafón de este
año, “El Fandi” el segundo y J.J. el primero. La ha venido Dios a ver al nuevo
“Pirata” aunque sea con un solo ojo. El mismo ha manifestado que, si lo hubiera
sabido, se pone el parche mucho antes. Quizá tenía más mérito entonces, cuando
se enfrentaba a divisas de más enjundia, “las alimañas” que decía Ruiz Miguel pese
a que tenía que estarles agradecido, pero puedo asegurarles que el de Jerezno
es mejor torero ahora aunque viste con mucha más elegancia. Le gente está con
él y él tiene bien estudiados gestos y aptitudes. Por ejemplo, que baje su hija
al ruedo, como “Kiko” subía al escenario a cantar con la Pantoja, besar
chaquetas y abanicos que le arrojan al ruedo y el albero de Alcalá de Guadaira
bendecido en el Pilar, brindar al cielo a la memoria de María de Villota en
comunión “pirata” y lucir brazalete negro puede que en el mismo sentido (que conste que yo también
he lamentado la muerte de tan encantadora criatura y que me sorprendía por su belleza
y seductora sonrisa), ajustarse la taleguilla por el lugar de las “pilas”,
lavarse las manos y mojarse el pelo antes de tomar el par de banderillas.
Manuel Benítez se escupía en las manos, se las frotaba con fruición y la plebe
aplaudía a rabiar. Son los ídolos del pueblo y estos no resisten el análisis.
¿Lances? ¿Muletazos? De los templados y quemando la taleguilla por los muslos
ni uno. Estocadas fulminantes y veloces en ambos toros y sendas orejas jaleadas
hasta el paroxismo por la mayoría de los contribuyentes. Esto es la democracia,
lo que no quiere decir que todos los hombres seamos iguales. La igualdad es una
entelequia.
El domingo
por la mañana estaba anunciada una corrida de Ana Romero, puro y delicioso
Santa Coloma. Vino la corrida, la tuvieron 24 horas en el camión por no conozco
qué razones, la desembarcaron y la rechazaron los veterinarios creo que por
falta de trapío. Señores, el trapío no se mide por el peso y menos en el caso
de los toros santacolomeños. Vinieron desde Huelva los de Pereda, de su hierro
titular y de “La Dehesilla” y nos encontramos, los pocos que a la plaza fuimos,
con la confirmación artística de Luis Antonio Gaspar “Paulita”, de Alagón,
Zaragoza, que sufrió una voltereta espectacular en su primer toro y le cortó la
oreja al cuarto, al que, tras un adornado muleteo, remató de una buena estocada, y la armónica figura, el gusto y el buen temple
de Manuel Jesús Pérez Mota, al que puede que le sobren sus voces altas en el
cite y desarrollo de las suertes. El vallisoletano José Miguel Pérez Prudencio
“Joselillo” sufrió una grave cornada en el gemelo de su pierna derecha.
Y el final,
desconocido. Pablo Hermoso de Mendoza, Sergio Galán y Roberto Armendáriz
lucieron sus habilidades en la monta de las estrellas de sus respectivas
cuadras, pero no pudieron redondear una tarde gloriosa porque a los caballos
les pasa lo mismo que a los toreros de a pie: si los toros no embisten no hay
nada que hacer. Se lidiaron cinco toros de Luis Terrón y uno de Hermanos
Sampedro, el primero, y sólo el discípulo de Hermoso de Mendoza, Armendáriz,
consiguió una oreja en el sexto. A Galán se la pidieron en el quinto pero el presidente no se la
concedió y el conquense dio una vuelta al ruedo. Pablo “el Rey”, chaquetilla
color sangre de toro bordada en negro, botas altas sin zahones y tocado con el
catite de Sierra Morena, pudo recibir algún trofeo en el primero pero pinchó
cinco veces antes de lograr el espadazo definitivo. Hubo mucha gente esta
tarde, casi lleno total con Morante y buena entrada en la tarde de los heterodoxos. En los
festejos, de todo. El tiempo, templado y apacible. Salió el sol y el tranvía no
dejó de circular por el Paseo de la Independencia. A los autobuses los
desviaron por los aledaños y el mío ya no me lleva desde mi casa hasta la
puerta del mesón “El Campo del Toro” y, al regreso, lo tengo que coger frente
al museo de Pablo Serrano, que es uno más de los adefesios de la arquitectura
moderna sin apenas arte por dentro. Ahora creo que está lleno de calaveras
mexicanas. Los mexicanos las pintan de colores vivos, como las tumbas de sus
cementerios. Bay, bay, que dirían mis nietos que, previsores del porvenir,
estudian inglés.
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