miércoles, 23 de junio de 2010

DE LAS VERÓNICAS Y LAS TELAS

He leído a "Barquerito" en el último número de "Aplausos" y he disfrutado con su comentario completo y, sobre todo, con su canto al lance de la verónica. Y, para más gozo, he contemplado sendas fotos de Manolo Cortés y Fernando Cepeda, los dos de Gines, en el toreo a la verónica. Entonces he vuelto páginas atrás de la revista hasta encontrarme con la maravillosa estampa de la Infanta Elena vestida por don Francisco de Goya, una amplia falda hecha con tela de capote de Antonio Ordóñez, una corta chaquetilla torera bordada en oro, cuello alto y breves hombreras de ganchillo en rojo con colgantes a modo de machos, tocada con una discreta diadema y un moño recogido en una redecilla goyesca. En sus manos, un pequeño bolso en los tonos del vestido y un abanico. Así fue como se presentó la sobrina-biznieta de la Infanta Isabel "La Chata" en la boda real de la heredera del trono de Suecia en Estocolmo. Gran impacto por el significado de tal indumentaria y por la soberana elegancia de Doña Elena. Y a mí se me vino a las mientes el piso que don Antonio, el de Ronda, tenía en la calle de los toros, junto a la Real Maestranza de Sevilla, decorado con cortinas y manteles de las mesas en tela de capote de torear. Grandes capotes de torear, como los que usaba el señor Ordóñez en sus amplios y profundos lances de pie o rodilla en tierra. Nunca olvidaré esa foto de Arjona que el buen escultor que es Pablo Ignacio Lozano hizo en bronce basado en ese magnífico documento gráfico. Da la casualidad que las fotos de Manolo Cortés y Fernando Cepeda son también de Arjona, al que no me dolerían prendas en señalarlo como el mejor de los artistas de la cámara torera. Mejor, mejor, mejor, Pepe Arjona. Le va a la zaga su hijo Agustín, pero la técnica avanza de tal forma que yo no se podrán hacer comparaciones. Siempre, tras esa técnica, estará el sentimiento del que apreta el disparador.

Hablaba de artistas de la verónica y no puedo olvidar a Curro Romero aunque su lance no tenga mucho que ver con el de Ordóñez, con el de Manolo Escudero, Rafael de Paula, Rafael Ortega o Morante de la Puebla. Se quedan en la nebulosa de lo eterno Cagancho, al que yo vi, Curro Puya, al que adivino porque no lo pude ver, su hermano Gitanillo de Tríana, Rafael, Albaicín, también Rafael, más colorista, o el sevillano Antonio Gallardo, que hubiera sido el más grande si se hubieran cumplido los deseos del señor Romero de solo torear con el capote a lo largo de la lidia de un toro. Se han soñado muchos espectáculos ideales y pocos se han llevado a la práctica. Una tarde del de Camas con solo el capote en sus manos y "Camarón" cantando desde el tendido. Antes ya lo hizo Manolo Caracol con Curro en improvisado homenaje.

Pero yo quería hablar de Curro Romero por una circunstancia ajena a él, pero que en algunos medios la han recordado para comparar su actitud en una corrida de Madrid con las espantadas desmesuradas del novillero Cristián Hernández en la plaza de México, repetidas por las telelvisiones españolas casi tantas veces como la cornada de Julio Aparicio en Las Ventas. No es lo mismo, agudos informadores. En aquella ocasión, Curro Romero no se espantó. Más bien estuvo pasivo y gracias a esa pasiva templanza no ensartó en su espada, la que llevaba en su mano derecha al espectador que bajó al ruedo y le pegó tal empujón que lo derribó. ¿Se imaginan ustedes lo que hubiese sucedido si el agredido no hubiera tenido la templanza de Romero?. Años antes, Curro se negó a matar a un toro porque le parecía que estaba toreado. Le apoderaba entonces José Luis Lozano, maestro en lo que ahora se llama marketín taurino. "Curro, no lo mates". A la Dirección General de Seguridad, Puerta del Sol, entrevista de García Candau disfrado de camarero del Bar Correos, libertad a tiempo para torear otra vez en Las Ventas y salida a hombros por la Puerta Grande. No es lo mismo, no es lo mismo, agudos comentaristas. Puede que Curro Romero haya perdido algo de su aureola mística y misteriosa al aparecer tan a menudo como acompañante de la Duquesa de Alba, a la que yo recuerdo cuando abrió plaza en la Monumental madrileña en una corrida de toros y se me caen los palos de la sombrilla en sus apariciones de hoy. Yo no lo consentiría y pediría para la Duquesa un discreto silencio, un reverencial velo de oscuridad viva y respetuosa. Curro no es así. A Curro le empuja alguién. Cómo me acuerdo de la prudencia arcangélica de Pepe Luis.

He descubierto un pintor de Belorrusia, Leonid Afremov, que estudió en la escuela de Mark Chagall de Vitebsk, artista de la espátula y los colores más impactantes que, entre paisajes y floreros, retrata a Armstromg y su trompeta, un saxofonista, caballos en plena carrera, tangos bien bailados y un derechazo a un toro que parece inspirado en el arte de Enrique Ponce. No lograremos que Barcelona no cierre su plaza de toros, única abierta en toda Cataluña, pero es posible que nuestra fiesta sea cada día más universal. Antes los franceses venían a San Sebastián a ver toros; ahora los catalanes tendrá que ir a Nimes a lo mismo. También pueden acudir a Zaragoza o Valencia, pero es posible que les apetezca más cruzar los Pirineos.

Creía que Villa, el futbolista de España Roja y Gualda, había dado un lance después de marcar sus goles a Honduras. El asturiano aclaró que era un gesto hacia uno de sus patrocinadores. No importa. Entre los futbolistas hay buenos aficionados a los toros. Y entre los toreros, aficionados al fútbol. Mano a mano entre Raúl ( el del Real Madrid) y Ponce (20 años en la cumbre).