miércoles, 20 de marzo de 2019

Siempre en el recuerdo. D.E.P



Iglesia Parroquial de San Miguel, Rivas (Zaragoza), Invierno de 2.019, 9 de Marzo
Obituario / Responso de la misa funeral por D. Benjamín Bentura Remacha.

Orgulloso de la tierra que lo vio nacer, Magallón, ejeano de alma y corazón, bastaban cinco minutos de conversación con él para sentirlo, madrileño, zaragozano y, como no, riverano de adopción, aquí descansará, casi nada,

Dejó un día su Madrid, el Madrid más apasionante de su momento, en lo profesional, en lo periodístico, en lo personal, en lo vital…..por volver a su tierra, a su querido Aragón, a sus Cinco Villas, ¿y sabéis porque lo hizo?, lo hizo por AMOR, por amor a sus gentes, por amor a sus tradiciones, y lo que es más importante, por amor a una riverana guapa, Mamen, su mujer, su amiga, su compañera,

Podría destacar mil cosas de él, pero el tiempo y el espacio apremia, ¿Cuáles?, su alegría de vivir, su confianza en la gente, aveces incluso hasta el exceso, era así, su curiosidad innata, sobresaliente conversador, “contador de cosas”, como una vez me explicó a mí: “más que periodista Pascual, lo que he querido ser es un contador de cosas”; tolerante, muy tolerante, positivo, moderno, ¿se puede ser moderno con 87 años?, ya lo creo, él lo era, y su conversación aire fresco sobre lo que fuese; enamorado de su pasado: Goya, Martincho, los toros, la casta brava aragonesa y Ejea, al final de todo, siempre Ejea; culto como un senador romano y humilde como un labrador cuando tocaba, yo soy hijo y nieto de labradores, se de lo que hablo, háganme caso; cariñoso y generoso hasta el exceso, su casa de Ejea fue la casa de todos,

¿Sus pasiones?, el arte, la cultura, la lectura, la fiesta brava y sobre todo cuatro personitas: Mariela, Blanca, Benjamín y Diego…..sus nietos, su sangre, su vida,

Hoy nos deja aquí, pero para los que somos creyentes también es un día de alegría, hoy Benjamín vuelve a estar con los que tanto echo en falta tantas veces, con su otra gente, con los que faltan, también hoy por ello, con el debido respeto Mamen, es un día con su motivo de alegría,

Ignacio, Benjamín (hijo), somos unos privilegiados, sin duda, y somos unos privilegiados por haber disfrutado de una generación de padres, que tan bien encarnaba Benjamín, que nos han enseñado lo más importante, lo que no te enseñan en ningún instituto, en ninguna universidad, en ninguna escuela de negocios…..el sentido de la familia, el sentido de la palabra, el sentido de la amistad, el sentido del honor, la vergüenza torera, eso el hijo de un cincovilles, el hijo de un ejeano, el hijo de un riverano lo aprende en casa, en su casa,

Hablaba estas últimas fiestas de Ejea en una terraza una noche con vuestro padre, hablaba de todo y de nada, y de un poeta uruguayo, de Mario Benedetti; cierto es, que tanto él como yo éramos más de prosa, de ensayos, de artículos, de novelas, pero Benedetti nos provocaba curiosidad, una vez creí leerle decir que “la vida son momentos” y a Benjamín le dije entre bromas que yo la cambiaría, que yo diría que “la vida son sonrisas”, tenemos que sonreír más, sonrisas como la suya, eterna, como la de Don Benjamín Bentura Remacha: descanse en paz.


Pascual Ceamanos, un amigo, fue un honor

sábado, 16 de febrero de 2019

PAUL LÉAUTAUD, EL DE LOS GATOS


Por BENJAMÍN BENTURA REMACHA


Debo de estar cerca de la despedida porque tengo obsesión con mis recuerdos. En esta ocasión se trata del escritor francés Paul Léautaud, del que publiqué una semblanza allá por los años 50 del siglo pasado. Se trataba de un literato muy intimista que había ejercido como periodista durante más de cuarenta años y que, por entontes, vivía solitario y empeñado en la recogida de trescientos gatos y ciento cincuenta perros, que, a su fallecimiento, Léautaud enterraba en el jardín de su casa. Estaba en edad octogenaria y sus charlas por radio con Robert Mallet habían sorprendido a sus paisanos.
Hace un par de años apareció en “Heraldo de Aragón” un artículo de Íñigo Linaje en el que hablaba de “los escritores del yo”, entre ellos de Rosa Chacel, Imre Kerstész y Karl Ove Knausgard, pero sobre todo, de Paul Léautaud, “un tipo excéntrico, misántropo y estrafalario”, autor durante más de sesenta años de una escritura “impúdica, desnuda y confesional” (entre comillas, los juicios, de Íñigo Linaje)
Escribí mi artículo de los años 50 del siglo XX movido por las cosas que decía el escritor francés, por las diatribas contra los que eran sus coetáneos y la propia radio por la que hablaba. Una de sus afirmaciones me pareció fundamental, la de “que él fue hijo de su madre aunque pudo ser hijo de su tía porque su padre yacía con dos hermanas a la vez y alternaba sus goces a su derecha o su izquierda”. Y ahora me entran las dudas de que en aquellos años de los 50 del siglo pasado me permitiesen puntualizar  las expansiones eróticas del padre de Paul, que era actor de teatro y, decía Linaje, con fama de mujeriego, adjetivo calificativo desaparecido de nuestro lenguaje cotidiano. Creo recordar que mi artículo se publicó en la revista “Fotos” y que yo me limité a señalar la simple dualidad entre su madre y su tía. Claro que a Paul le sirvió de bien poco puesto que su madre le abandonó de muy chico y, como consecuencia su desafecto, dedicó sus preferencias amorosas a los gatos y las diatribas contra los que consideran a los felinos domésticos como taimados, traidores y furiosos.
           Nació el 18 de enero de 1872 y murió el 22 de febrero de 1956. Muchos de sus escritos los firmó con el seudónimo de “Maurice Boissard” y, aunque misógino declarado, tuvo una amante de 1933 a 1939, Marie Dormoy, también escritora, y que, pese a su ruptura carnal, siempre estuvo pendiente de sus necesidades. Fue, también, modelo de varios ilustradores y Henri Iblis lo retrató con sus anteojos de alambre, media docena de gatos y una palmatoria con un meguado cabo de vela: “No soy, para todos estos animales, “el amo”, sino su compañero, como cada uno de ellos es para mí. Me considero como un animal de otro tipo, sin saber cuál de los dos es mejor. Viendo la necedad, la grosería de los hombres, cabe preguntárselo”. Pese a los más de sesenta años transcurridos desde la muerte de Paul Léautaud y la proliferación de los animalistas, no conozco la acertada respuesta.

LA OTRA CARA DE LA MONEDA

Años después de mi aventura literaria con el conocimiento de Léautad, viví otro encuentro con la censura del que no salí tan bien parado. Había llegado al diario “El Alcázar” de Lucio del Álamo como encargado de la sección taurina y, con la posterior ayuda de Antonio Gibello, llegué a la jefatura de la sección de Nacional. A ello contribuyó el que yo me implicara en el cierre del periódico, que, por entonces, se basaba en la linotipia, la platina, el chibalete la estereotipia y la guerra de los hierros para ajustar las páginas que pasaban al cartón d estereotipia. No había ordenadores ni, a veces, máquinas de escribir. Confeccionaba la portada y las páginas de cierre y luego me pasaba al taller con los técnicos de las platinas, los cajistas. Hice reportajes de todo tipo y hasta creo que la primera entrevista que se le hizo a “Camarón” en Madrid cuando debutó en “Torres Bermejas” y por recomendación de Curro Romero a través de su mozo de espadas Gonzalito (Sánchez Conde), con el que alternaba casi todos los días en “Gloria Bendita”, Salvador, en la calle de La Alameda, junto al Ministerio de Sindicatos y la redacción de “Pueblo”. En San Isidro, en “La Feria Taurina más Grande del Mundo” publicábamos ocho páginas incluso con fotos a todo color de Jesús Rodríguez, “El Chato”, heredero de los primores fotógrafo-taurinos del sevillano Arjona.
Fueron los años 70 del siglo pasado los más periodísticos de mi carrera y llegué hasta ser enviado especial en varios de los secuestros de la ETA en Pamplona o San Sebastián. Recuerdo en especial el de San Sebastián, a donde acudí en compañía de mi joven compañero José Luis Blanco Quiñones, de Irún. Pero nuestra mayor colaboración nos la prestó Joaquín, el propietario de “Casa Vergara”, restaurante de la calle Mayor donostiarra, junto a la iglesia de Santa María. Joaquín y Nico componían una pareja de vascos auténticos, con una cocina sensacional y unos recortes de jamón de chuparse los dedos. Joaquín, además, trabajaba en el puerto de Rentería y tenía una información muy particular de los movimientos etarras y sus colaboradores. Fue Joaquín el que nos informó de que el sacerdote Pierre Larzabal Carrera estaba de párroco en Socoa. Era hijo de francés y navarra, de Vera de Bidasoa, donde la casona de los Baroja, don Pío, especialmente, que puede que influyera en los afanes literarios de don Pierre.
.- En Socoa lo tenéis, donde ejerce como párroco y “pater” de los nacionalistas vascos, de los franceses y de los españoles.
Allá que nos fuimos. La parroquia de Larzabal estaba en un montículo y a la que se llegaba por una escalera interminable y bajo la mirada inquisidora desde el templo y tras los discretos visillos. El sacerdote, que actuó de intermediario en el secuestro del cónsul de Alemania en San Sebastián, no fue muy explícito con nosotros y apenas le aclaró a mi compañero Blanco Quiñones que su paisano Luis Mariano no estaba enterrado en Socoa sino de Arcangues, un poco más al norte y más cerca de Biarritz y Bayona. Era académico de la Academia de la Lengua Vasca y fundador de “Enbata”, órgano de los separatistas vascofranceses. Tampoco nos habló de Echave, el etarra que tenía un restaurante en el cercano San Juan de Luz, pero si nos lo había advertido Joaquín, el de Casa Vergara.
Y al restaurante nos dirigimos para documentarnos  sobre el secuestro de no recuerdo quién. Con el etarra la conversación fue muy fluida y sin cortapisas porque  yo no tenía mucha idea de lo que eran y representaban los de la Eta. Sí me sorprendió que, tras el mostrador, Echave tuviera un bate de béisbol de lo más convincente. Entrevista amplia y distendida, con una sola apreciación que alertara a los censores: .- La gente piensa que cuando muera Franco se acabará nuestro problema y eso no es cierto porque lo que ocurre es que nosotros no queremos ser españoles, no somos españoles.
La entrevista no se publicó. Yo la guardé y, años después, 1978, cuando me trasladé a Zaragoza de redactor-jefe de “Aragón exprés” porque el nuevo director de “El Alcazar”, “El Chino”, me había relegado al servicio de documentación, Echave sufrió un atentado en el que murió su esposa y yo entonces publiqué el testimonio. Al año siguiente vinieron las elecciones municipales y tuve la oportunidad vivir otra faceta de periodismo y de administración y estar muy cerca de la Plaza de Toros de don Ramón de Pignatelli. Otros problemas, algunos sufrimientos y muchas satisfacciones aunque me jubilaran en plena juventud hace más de veinte años. Ahora, sí; ahora creo que he llegado a la vejez. ¡Hombre! Perdón, que los funcionarios no deben pronunciar semejante vocablo. Varón o “conjunto humanitario”. Ahora no hay censura, sólo “lenguaje inclusivo”.           

JOVEN ADOLESCENTE CONOCE EJEA


Por BENJAMÍN BENTURA REMACHA

Nací en Magallón, donde nacieron también mi abuela Pilar Sariñena, conocida en Ejea como “la Benjamina” porque se casó con mi abuelo Benjamín, mis tíos Ana, Ignacio y Manolo, hermanos de mi padre, y mi hermana Gloria. Me llevaron a Ejea  de muy niño y después, tras un paréntesis en San Sebastián durante la guerra del 36 al 39 del siglo XX, allí, en Ejea, hice la Primera Comunión, junto a mi hermana Gloria, al finalizarse la contienda y en las fiestas de la Oliva del mes de septiembre. Salimos en la procesión y regresamos a Madrid, donde mi padre había ejercido como periodista desde 1932. Con apenas cuatro meses, a mí  me llevó a la capital de España mi madre y mi hermana Gloria se quedó en Ejea con nuestros abuelos maternos, Pedro Remacha, notario, y Jesusa Gracia,  zaragozanos los dos. Y yo no volví a Ejea hasta 1946, con 14 años. En realidad las visitas a la capital de Las Cinco Villas durante la guerra fueron muy esporádicas, aunque tengo algunos recuerdos indelebles de aquellas visitas, que mi tío Manolo nos llevó a conocer la finca “Casa Bentura” en un coche marca “Singer” de color amarillo, que vi la primera película de mi vida con mi abuelo Pedro en el “Cinema Imperio”, que era propiedad de mi tío Pepe Ventura, que se ponía el apellido con uve y él tenía sus razones que no me corresponden a mí aclarar. La película quizá fue la primera versión de “Alicia en el País de las Maravillas” y tengo la sensación de que no me gustó demasiado. Mi abuelo Pedro era muy aficionado al cine y tocaba la guitarra y el piano, aunque no acompañó a su hija, mi madre, en dos conciertos que ella protagonizó en los años 20 del siglo XX, uno a beneficio de las víctimas de la guerra de Marruecos y otro al de los niños rusos que se morían de hambre bajo el símbolo de la hoz y el martillo. En esos recitales, a mi madre, Gloria Remacha, le acompañó al piano su amiga Leonor Arregui. Y  otro recuerdo es que cuando había alarma aérea, a todos los chicos de la casa de “Barrihuesca” nos bajaban a dormir a los despachos con colchones tapando balcones y ventanas. Ramón López, que vivía en una de las viviendas de la segunda planta de la casa, me contaba que era él el que me bajaba en brazos a los despachos.   
¿Por qué programaron mis padres ese mi año sabático en Ejea de los Caballeros? De infante, muy infante, me extirpó las amígdalas el doctor Garrido Lestache, en Madrid, pero continuaron mis problemas de infección y un  cardiólogo me dijo que tenía una estenosis mitral y que me recomendaba una temporada de descanso y vida sana. Ejea y mi abuela Pilar eran mi destino. En enero de 1946, con 14 años cumplidos en el anterior mes de septiembre, tomé el tren en la Estación de Atocha de Madrid y me recibió en Zaragoza mi tía Agustina, casada con Blas Berni, el ingeniero de la Confederación del Ebro y director técnico de uno de los tramos del canal de Las Bardenas, el único de la familia que tiene calle en Ejea. Mi tía había dado a luz a su quinto hijo, Jesús, y compartía conmigo unas chocolatinas que me habían dado mis padres para obsequiarle. Estábamos en el piso del Paseo de Pamplona zaragozano, yo pendiente de continuar mi viaje y mi tía pendiente de su recién nacido. Hubo un momento en el que el niño lloró y su madre se sentó en su cama para mecer la cuna que tenía junto a ella. Levantó los brazos, gritó ¡Mis hijos! y el infarto segó su corta existencia. No sé si había llegado a los 40 años. Luego vino todo el jaleo consiguiente, yo estaba en una nube y hasta pensaba si las chocolatinas habían generado aquel dramático desenlace, pasé muchas noches más dándole vueltas al magín y mis tíos desviaron mi ruta y fue Tauste mi destino inmediato. Mi tío Ignacio me llevaba al campo en su Ford galgo de 17 caballos y “ahitepudras” en el maletero y me daba consejos rurales. Hubo un temporal y, ante el campo con árboles con las raíces fuera de la tierra, me recomendó que  “cuando viniera la riada me agachara  como los árboles finos y flexibles y, tras ella, volviera a erguirme”. Mientras tanto, mi tía Adelaida trataba de convencerme de que las acelgas eran unas yerbas comestibles. Tauste y Ejea jugaban en la misma categoría de fútbol regional y los partidos entre ellos no eran ni mucho menos escuela de buenas costumbres. Había aficionados de ambos lugares que las horas en que se celebraban los encuentros debían pasarlos en el cuartel de la Guardia Civil. Cuanto más cercanos, más tremendos. Tauste, Chicago; Ejea, Nueva York.
Mi vida en Ejea fue de lo más organizada. Una habitación para mí solo, junto al cuarto de las llaves, donde mi abuela las guardaba a centenares de la casa, los graneros, las fincas, la huerta, la casa de Magallón, la de Longás o Torres de Berrellen. Doña Pilar, siempre inquieta y fiscalizadora, me encargaba asuntos como ir a la panadería a encargar el pan que había que llevar al monte,  a charlar con Mariano “Peluca”, el encargado de la huerta de la otra acera del Muro, hermano de las “Peluquesas”, que tenían su casa en Barrio Falcón, la mayor servía en casa de mi abuela Jesusa, otra, Julia, niñera mía en Madrid, y una tercera, Antonia, al servicio de otra familia ejeana, visitar al guarnicionero Lambán,al barbero Manuel que ejercía como practicante, a los Sánchez, veterinarios, al albañil Florencio de Bericat o al mecánico Rodeos, al ayuntamiento o a la parroquia (“En mi funeral que no me cante mosén Estanislao” – me decía mi abuela Pilar), marcar unos sacos con sus iniciales y unas letras metálicas o llevar una llave a Magallón. Al final de mi estancia, mi paisana doña Pilar me compensó con veinte billetes de a pesetas de papel recién salidos del Banco de España. Mi tío Manolo me llevaba algunas tardes al casino de la Plaza de España y a tomar una gaseosa al bar “Aragón”, el de Mariano Añón, en la calle Mediavilla, cerca de Casa Cía, proveedor de chocolate de la Academia Militar de Zaragoza cuando Franco era su director: “De noche y de día, Chocolates Cía”.  Con mi tío conocí  a las fuerzas vivas de la villa, a los Cavero farmaceúticos, los Berni, los del gran comercio, los Aznárez y la Casiana, tejidos, los Ajuria, trilladoras, los Marcellán, tratantes de ganado, o doña Mercedes, la heredera de los Ripamilán, don José María Dehesa, médico y de blanco humor, don Ambrosio, el médico y al pastelero, este al principio de la calle Ramón y Cajal, antes “Barrihuesca”,  Luis Bericat Lambán, “Lubela”, empresario de múltiples facetas, y el ciclista Abadía, “Piriro”, que me decía mi padre que había corrido una vuelta a España sin sentarse en el sillín porque con el roce le salían forúnculos“ en salva sea la parte”. Puso una tienda de venta y reparación de bicicletas en la llamada “Casa del Carlista”.
Por ese año de 1946, estaba asfaltado el Paseo del Muro, pero lo que ahora conocemos como Avenida de Cosculluela estaba todavía de tierra, con arbolado en el centro, el quiosco de Marzo en su comienzo, frente a la puerta principal del Ayuntamiento, la huerta de la Galinda y una docena de viviendas, a una de las cuales se trasladó la familia de Ramón López, que ya por entonces trabajaba como electricista a las órdenes del conocido como “Sardina”, la de los Serrano, donde estuvo el primer bar moderno, el “Avenida”, el herrero Marín, la serrería de Lubela o la churrería de los hermanos Díez en fiestas, en la esquina con el Muro. La pequeña de los Díez lucía su gracia y su hermosura tocada con un blanco gorro de estilo cuartelero. Allí, en el gran solar, se montaba la plaza de toros y se celebraban novilladas con el donostiarra Recondo o “El Ejeano”, al que apoderaba Lubela, el de la serrería que también levantó otro coso taurino con maderas.  Agustín Magdalena ya había entrado en el Banco Hispano de botones, todavía en el primer domicilio del Banco de la Plaza de España, Manín seguía los pasos de  su tío el matarife y Zacarías actuaba de portero con el equipo de fútbol de Ejea. Las Peire nacían en la parte alta del  bar de la Geroma, junto a la escalera de subida a Santa María, en la otra esquina, la casa de Felisa Longás “La Millonaria”. Calle de las Herrerías, refugió de los más discretos los días de baile en la plaza y donde nació Miguel Peropadre “Cinco Villas”, primer matador de toros ejeano, el 6 de junio de este año de 1946 que evoco. Al padre de Miguel le llamaban “El Hombrón” porque era persona de envergadura aunque quebrado por la cintura como consecuencia de un baño en un pozo de agua fría. La familia Peropadre era oriunda de Épila y tenían una tienda  en la citada calle de Herrerías.                                              
Yo venía de Madrid, en donde una gallina era “bacato di cardinale”, y me encontré con la peste aviar y Teodora la Chava, la cocinera, a la que mi abuela le avisa cuando alguna gallina arrastraba un ala. “Teodora, esa a la cazuela”. Llegué a aborrecer a tan suculentas piezas, pata o pechuga. Y el caso es que todavía no he recuperado el gusto por tal manjar y menos desde que las gallinas y los pollos se crían en granjas. Como el pescado de factoría. La moza joven era Eulampia, hija del mayoral de nuestra ganadería lanar y residentes en la casa que todavía existe en la finca de Luna. El sobrestante (capataz en otros lugares) era Julio Espés¸ pelotari y diente de oro, que hubo de dejar el puesto a José Caudevilla por no sé qué asuntos de unos sacos de azúcar rellenados con sal. José, como Teodora, eran de las familia de los Chavos. Silvino, hermano de Eulampia, se hizo un experto tractorista. Para el verano venía de Gea de Albarracín, pueblo donde nació mi bisabuela Isabel Julián, casada con Ignacio, mi bisabuelo carlista, una cuadrilla de agosteros. Se organizaba una especie de caravana con seis segadoras, otras tantas galeras de las que construía Agapito y decoraba su hijo Teodoro y una treintena de mulas y caballos para hacer la recolección en Santa Anastasia, luego pueblo de Colonización, o la Casa Bentura, en el término de Ñuna. Datos para la Historia.  
UN PARÉNTESIS
Al margen de mi juvenil edad bueno es recordar qué pasaba en España en ese año de 1946, a siete años del final de la guerra civil, ya pacificados Europa y el Mundo de la guerra mundial y muchos países en contra nuestro régimen. Polacos, bajo el mando de lo URSS, los propios soviéticos, mexicanos, receptores del exilio hispano, y franceses pidieron la intervención militar contra España. La revista “Time” publicó en portada una caricatura de Franco con traje militar y haciendo equilibrios en la cuerda floja. La ONU decidía nuestro aislamiento y la Argentina de Perón fue, con un par de países más de Hispania, la única que se puso a nuestro lado y nos envió toneladas de su trigo para que no se diera más la tragedia de no tener ni un trozo de pan para comer. Jacobo Morcillo compuso la que puede ser la canción más popular de la post-guerra hasta la llegada de los “The Beatles”: “La Vaca Lechera”, la que daba leche merengada. Se inventó el bikini que se prohibió en España y que no llegó a Ejea hasta que vino la esposa de Paco Moriones y lo lució en la piscina de la huerta de Valeriano. Se fundó “La Codorniz”,  “Chicote” era el bar de copas de Madrid y España y lugar donde se podía adquirir la penicilina. “Don Perico” veraneaba en Panticosa y todos los años organizaba una carrera ciclista con la subida a tan maravilloso lugar, donde también veraneaba el marqués de La Cadena, “Don Indalecio” en el mundo de los toros. Igualmente estaba prohibido el carnaval, se estrenó la película “Casablanca” con algunos cambios en el doblaje al español (peor fue años después lo de la película “Cuando ruge la marabunta”, con Ava Gadner) y nos visitaron Mario Moreno “Cantinflas” y Carlos Arruza, que no pudo alternar con Manuel Rodríguez “Manolete” porque ese año el de Córdoba sólo hizo un paseíllo en España, en Madrid, en la Corrida de la Beneficencia y con “Gitanillo de Tríana”, Antonio Bienvenida y Luis Miguel Dominguín en el paseíllo. Los grandes de la cultura eran Jacinto Benavente, José María Pemán, Marquina y Manuel de Falla. Enrique Jardiel Poncela, que tiene calle en Zaragoza junto al Pilar, callle Jardiel, en el teatro del absurdo, y Celia Gámez en las revistas llamadas de “varietés”. Enrique Rambal en los grandes montajes, Arturito Pomar, niño prodigio del ajedrez, Eduardo Teús, inventor del marcador simultáneo y la quiniela futbolística a 2 pesetas la apuesta y el “Cola-Cao” para el desayuno ideal. Entusiásticas manifestaciones reunían en la plaza de Oriente de Madrid, frente al Palacio Real, a millares de españolitos contra la ONU.
DE VUELTA A LA VILLA
Quizás lo que más me impresionó de mi estancia en Ejea fue lo de los maquis. Fui a cortarme el pelo y allí me comentaron que los maquis habían estado en Erla, en donde sólo se libró el cura párroco, que subió a la torre de la iglesia con un trabuco en sus manos, y en Paules, en donde habían ametrallado el auto de Carmen de Ena. Decían que su chófer era colaborador de aquellos guerrilleros que estaban organizados y subvencionados por los comunistas franceses y rusos.
-. La próxima vez vendrán a Ejea y la primera visita la harán a casa de  “la Benjamina”.
Había quienes lo decían en broma y otros como un deseo a pesar de que mi familia no se apuntó a facción alguna. Yo quería tomármelo como lejana suposición y remota posibilidad de que me hicieran comerme el carnet de Falange porque nunca lo tuve. Ni antes ni después. Decían los morbosos que a un falangista de Erla se lo habían hecho tragar con grapas incluidas. A pesar de todo, mi estancia en Ejea fue placentera y provechosa. Y culturalmente muy positiva porque, entre otras cosas, tuve el privilegio de ver en escena a un gran actor: don Enrique Borrás. José Ventura tenía amistad con el actor catalán y consiguió que viniera a Ejea con su compañía para actuar tres noches seguidas en las que interpretó “El Cardenal” y dos obras más con el mismo vestuario todas ellas porque no llegó el de estos otros dramas. El abono costó 30 pesetas y me lo pagó mi tío Manolo. Borrás era un genio de la interpretación. Nació en Barcelona en 1863 y murió en su ciudad natal el 4 de noviembre de 1957. Comenzó en el Romea barcelonés con Antonio Vico y formó compañía con María Guerrero, Rosa Pino, Margarita Xirgú y Catalina Bárcena. Fue titular del teatro Español de Madrid y recorrió España con obras de Riseñol, Unamuno, Sakespeare y los grandes autores de su tiempo, incluida la obra clásica del teatro catalán, “Terra Baixa”.
Y ya que estoy con el teatro recordaré a “Mario Albars”, que era el nombre artístico del dentista Cándido Antolín, que, por entonces, recorría algunos pueblos de la provincia de Zaragoza en los que no había más atención odontológica que las tenazas de los sacamuelas, también en manos de los barberos. A Antolín lo conocí en una de sus visitas a mi abuela Pilar y ha dado la casualidad de que un biznieto suyo, Miguel, me ha sacado hace unos días mi última muela. Han pasado más de setenta años y muchas cosas más. Casi las he contado todas. Algunas se me han olvidado. “Laus Deo”.

lunes, 17 de diciembre de 2018

DIEGO PUERTA, EL OLVIDADO, INOLVIDABLE




Por Benjamín Bentura Remacha 


Hace tiempo que tengo esa impresión. Es cierto que en los medios de comunicación actuales  no suele prodigarse el hablar de personajes de otros tiempos como no sea para airear trapos sucios o debilidades humanas. Pocas veces para hacer un elogio de la persona que fue. En ello estaba cuando descubrí que el último día de este noviembre pasado se cumplían los siete años de la muerte de Diego Puerta Dianez, no sé si en Camas o en su casa de Sevilla, ciudad donde nació, 1941, en la Puerta de  la Carne vecina del barrio de San Bernardo, en el camino del matadero, donde trabajaba su padre y lo que fue el primer escenario de los ensayos toreros de un hombre que no se mereció sólo el apelativo de “Diego Valor”. Me lo demuestra el argumento de un comentarista taurino tan prestigioso como es Ventura Bagües “Don Ventura”: “Y con tal brío defiende Diego Puerta su razón; tanta es su valentía y tanta su vergüenza profesional; es tan alegre su toreo, sin concesiones al mal gusto; tantas son las victorias que obtiene, que bien se le puede considerar como uno de los valores más positivos del toreo contemporáneo”.
Más de medio centenar de lesiones de diversa gravedad, una en Bilbao en el comienzo de su estreno como matador de toros que le afectó al hígado y una última en Zaragoza, tres días antes de despedirse de los ruedos en Sevilla. Una cornada en los testículos, con la que hizo el paseíllo en su tierra junto a su oponente natural y entrañable paisano, Paco Camino. 12 de octubre de 1974. Diez y seis temporadas a toda máquina y tardes gloriosas en Barcelona y Zaragoza en su etapa de novillero, éxitos arrolladores en Sevilla, toros de Miura, en Madrid, en la monumental de México en 1964, a la que tuve la suerte de asistir, en Pamplona, Valencia o San Sebastián. Siempre la entrega sin fronteras y el toque sevillano de la gracia y el salero de la chicuelina o el kikiriki.  Carrera rápida desde su primer traje de luces en Aracena en 1956, debut en Carabanchel y Barcelona, en Las Ventas madrileñas en mayo de 1958, con Emilio Redondo y “Miguelín”, y alternativa en Sevilla de manos de Luis Miguel Dominguín y el testimonio de Gregorio Sánchez el 29 de septiembre de ese mismo año (17 años tiene la criatura), con el toro “Zamborero” de Arellano. Las cogidas que sufrió en 1959 le impidieron aquel año confirmar la alternativa en Madrid y sumar solamente veintiocho festejos, pero al año siguiente y con su paso por Las Ventas el 20 de mayo, con doctorado confirmado por un paisano de nación  y línea torera, Manolo González, y la presencia del revolucionario “Chamaco”, toros de Bernabé Fernández, don Atanasio en la sombra, alcanzó la cifra de setenta festejos, cantidad de actuaciones a la que sumó en los años siguientes, con el medio centenar cada año en el lustro de su retirada y el  bagaje final, sin contar los festejos en América, de mil corridas de toros, en las que Diego, pese al brutal castigo, siempre estuvo ahí, en su sitio.
Mi recuerdo se traslada a la imagen de la pareja sevillana, Puerta y Camino, al empeño del de Camas de parecer más alto que Diego en las fotos, de puntillas, o de jugarle una trastada en el lugar segoviano de El Espinar al cambiar una corrida de Murube por otra de Santa Coloma. No era la que le iba al de la Puerta de la Carne, no. Ni a Tinín, el hermano de Faustino que tomó espada y muleta cuando a este le cortaron una pierna al herirse con un estoque. Pero Diego y Paco eran “la pareja”. Sevillanos los dos pero distintos. Se sumó a ellos el de Vitigudino y hubo  una corte celestial que podrían presidir Ordóñez, Bienvenida, Antoñete y puede que Mondeño, que le prestó elegancia y empaque al manoletismo de los años 50, a los que se añadía el estrambote de “los Peralta por delante” que no sumaba brillo al soneto bien rimado de la pareja, trío o cuarteto. Tal era la fuerza de Diego y Paco que una aficionada norteamericana que venía todos los años a seguir la temporada taurina, Alicia, profesora de español en su país, llevaba a las corridas dos banderolas dedicadas a sus toreros preferidos. Alguna diferencia tuvo con Paco y Alicia se borró del “caminismo” y dejó su enseña en  el trastero de su casa.
Fue una gran etapa del toreo. También es cierto que yo tenía cincuenta años menos. El caso es que recuerdo a Diego Puerta como una persona cabal y equilibrada, sin ningún tipo de jactancia por su categoría dentro de la  escala superior de la torería y siempre en su sitio, nunca en los medios informativos para otras noticias que las referidas a su línea profesional. Se casó con María García Carranza, de la familia de los “Algabeño”, un tío de su esposa, tito Carranza, fue su asesor económico, su mozo de espadas “Ramitos” y su chofer Tello eran dos dignos representantes del humor andaluz, “Almensilla”, su banderillero, espectacular con los palos y violento y recortado con el capote. Por entonces los más completos de los subalternos sevillanos eran Chaves Flores y “Tito de San Bernardo”. Diego se hizo ganadero de reses bravas en 1963, con la casta de los veragüeños de Juan Pedro Domecq, aunque él prefería lo de Murube de su amigo Antonio Méndez, otro “puertista” de hueso colorado. Hizo también ganaderos a sus hijos con la misma procedencia y hasta ensayos de empresario taurino en la plaza de Castellón.
Cuando se presentó como novillero en Carabanchel, algunos comentaristas capitalinos evocaron la imagen de los “seises” de la catedral sevillana, unos niños que, vestidos de sedas y encajes,  bailan ante el Santísimo en la octava del Corpus, la Inmaculada y el triduo de Carnaval. Diego mantuvo ese su aspecto juvenil, pero era un hombre de hierro, una voluntad inquebrantable que no se vio afectada por sus casi sesenta episodios sangrientos que la afectaron al hígado, los intestinos, testículos, venas, arterias, huesos y músculos. Siempre en su sitio. Siempre con la verdad y la gracia frente a la cara del toro.     


miércoles, 28 de noviembre de 2018

CARTAS AL DIRECTOR



La escribe BENJAMÍN BENTURA REMACHA

Hace unos meses quede en entredicho por una corta polémica en la que yo trataba de distinguir entre dos posturas, una la de negarse a matar un toro y otra no poder acabar con él y que te lo echen al corral. El protagonista era Curro Romero y el autor Ruiz- Quintano, el columnista de la contraportada de ABC, que decía que Curro se había negado a matar su toro en 1987, el 17 de julio, en tarde en la que alternó con “Antoñete” y Rafael de Paula. Yo decía que había sido muchos años antes, en San Isidro y con Rafael Ortega y Sánchez Bejarano en el cartel. No me permitieron el remate y Ruiz- Quintano quedó como mucho más sabio que el menda. Y seguro que así es. Pero el director de ABC no es rencoroso y me ha aceptado otro debate a campo abierto porque el pasado día 20 de este mes de noviembre leí en sus páginas un artículo de Santiago Arauz de Robles – ganadería brava por tierras de Andújar – y a la primera lectura me quedé a cuadros. “La vida de Manolete estuvo marcada por dos mujeres, su madre doña Angustias y Lupe Sino, vedette mexicana”. “Dos mujeres, pues: pero no fue el iniciador de mee too”. No sé qué quiere decir con esto el señor Arauz. En mi diccionario de inglés dice que “mee too” significa “yo también”. Tampoco me explico de donde se ha sacado que Lupe Sino (Antonia Bronchano o Bronchalo) (*) era mexicana y vedette. Estaba muy vinculada con el pueblo de Fuentelencina, en La Alcarria de la Guadalajara española y es famoso el reportaje fotográfico de la pareja disfrutando del lugar, “Manolete” sin camisa y Lupe en traje de baño, con trenzas y a lomos de un jumento. Fuentelencina es un pueblo muy taurino en una comarca cercana al pantano de Buendía, con otros dos pueblos como Alhondiga y Peñalver que le disputan a Fuentelencina el taurinismo, su popular suelta de toros en el campo y su recuerdo a “Manolete” y Fandiño, el vasco-gallego más torero por La Alcarria que por su Vizcaya de nacimiento. De estas tierras recuerdo a José Luis Sedano, al que conocí en la entrada al metro de la estación de Sevilla, en la playa madrileña de “La Tropical”, cuando vino a hacer su incursión en la novillería  y con unas alforjas en las que llevaba quesos y miel para vender a domicilio. Al final tomó una alternativa por la Costa del Sol e invitó a sus amigos a unas buenas vacaciones, entre ellos al banderillero aragonés, José Luis Gran “Romito”.
Más cosas del artículo del señor Araúz de Robles. Dice ,que “en la alternativa de “Manolete” fue padrino Lalanda, que luego sería gobernador (¿o Mazzantini?) “. Sí, don Santiago, lo fue Mazzantini. Pero el padrino de la alternativa de “Manolete” en Sevilla fue Manuel Jiménez “Chicuelo” y el testigo, “Gitanillo de Triana”. El testigo Belmonte hijo y el padrino Marcial, meses después de 1939, lo fueron en la confirmación madrileña, corrida en la que también participó Belmonte padre a caballo.
Cita a José Tomás como émulo del de Córdoba y novio de la muerte por filosofía  y “Manolete” lo fue por fidelidad. Bueno ¿y qué? Lo de Tomás, una vez al año, no parece que sea un noviazgo filosófico. Más bien es un suspiro. Cita la anécdota no confirmada de que Manuel Rodríguez se negó a torear en la México si no quitaban la bandera de la República española y colocaban la tricolor. Yo estuve en México hace más de 50 años y nadie me aseguró que así ocurriera. Al revés, me dijeron que tuvo el apoyo de la mayoría de los exiliados y algún contacto a alto nivel. De “Manolete” y de su conducta se han contado verdaderas barbaridades. La de la plaza de Badajoz, por ejemplo, que no me atrevo a relatar. Imposible. Últimamente he leído que fueron los fascistas los que acabaron con su vida en Linares con un plasma envenenado para que su fortuna no fuera a parar a manos de su “pareja de hecho”. Cosas veredes, mío Cid, que harán falar a las pedras.
Y apunta Arauz de Robles que nadie escribió algo semejante al “Llanto  por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías”. Naturalmente: se considera tal obra como la mejor elegía de la poesía del siglo XX y García Lorca en 1947 ya no estaba en este mundo. Pero entre los centenares de poetas que han dedicado y dedican sus versos a Manuel Rodríguez se puede citar a Gerardo Diego, Afredo Marqueríe, José María Pemán, Entrambasaguas, Agustín de Foxá y una preciosa publicación de Mario Cabré. Quizá sea “Manolete” el personaje a quién más poetas han cantado.
Luego hay otra afirmación. Tras su muerte en Linares vinieron las “corridas-show”: Luis Miguel-Ava Gadner, Hemingway-Ordóñez y Dominique Lapierre-El Cordobés. ¿Qué quiere decir con esto el señor Arauz de Robles? Como lo de que “Manolete” estaba en manos de un empresario incipiente, “Camará”, su apoderado. Demasiadas afirmaciones soltadas así, cómo quién no dice nada. Y, sin embargo, la corrida sigue siendo algo muy serio, no sólo un espectáculo.
(*) Parece que Antonia Bronchano nació en Sayatón, Guadalajara , que se casó con un comisario en zona roja en 1937, matrimonio no valido tras el final de la guerra civil, que su ilusión era trabajar en el cine, participó en cuatro películas, la última de ellas en 1950 en México, en donde se contrajo matrimonio con un mexicano que también se llamaba Manuel Rodríguez aunque era conocido como “Chipiro Rodríguez”. Ello ha podido significar que Arauz de Robles, en su condición de abogado, considerara que tuviera la nacionalidad mexicana puesto que por entonces en España la mujer al casarse adquiría la nacionalidad del marido. No creo qué tal norma estuviera vigente al otro lado del Atlántico. Sí que la guapa y encantadora Antoñita se divorció y regresó a España, a vivir en Madrid, en la privilegiada zona de la calle del Pintor Rosales, en donde murió el 13 de septiembre de 1959 de un derrame cerebral. B.B.R.  

domingo, 25 de noviembre de 2018

VIEJAS MEMORIAS


de BENJAMÍN BENTURA REMACHA



Nací cerca del Ebro y al cobijo del Moncayo, que no es como se dice, padre del cierzo. Nací en Magallón, tierra blanca de Aragón, vino con muchos grados, olivos y botijos de buen barro. Naturalmente, mi padre y yo tenemos el mismo antecedente que justifica nuestra dedicación a la crónica taurina: el padre de mi tatarabuelo, que era ganadero de reses bravas en el siglo XVIII en el lugar de Ejea de los Caballeros, una de las 5 villas de Aragón, don Diego Bentura, ganadero que se prodigó en las plazas de Madrid, Zaragoza en su inauguración y Pamplona cuando se daban las corridas en la Plaza del Castillo. Su hermano Francisco tuvo el honor de ser el ganadero elegido para la corrida extraordinaria que se celebró en la Plaza Mayor de Madrid en septiembre de 1789 con motivo de la Coronación de Carlos IV y en la que actuaron Pedro Romero, “Costillares” y “Pepe-Hillo”, festejo para el que se designó como asesor artístico a don Francisco Goya, por lo que resulta menos casual que  se  designara para tal acontecimiento a un ganadero aragonés.
Otra coincidencia con mi padre, esta menos frecuente, es que ambos nos iniciamos en este quehacer de escritores de toros, dentro de la profesión de periodista, en la plaza de Carabanchel. Mi padre el 21 de marzo de 1933 en el diario “El Debate” y yo el 7 de junio de 1951 en la revista “El Ruedo”. Ese día de hace ya casi 70 años se reabrió la plaza llamada “La Chata” ya en manos de la familia Dominguín y se lidiaron novillos del duque de Tovar por parte del peruano Rafael Santa Cruz, al que apoderaban los Dominguín, José Suarez “Gitanillo de México” y Ramón Solano “Solanito” en sus primeros pasos como novillero con picadores. El limeño Santa Cruz resultó cogido de gravedad y “Solanito” cortó una oreja. Ambos tomaron la alternativa, el de Lima al año siguiente en la plaza barcelonesa de Las Arenas y de manos de Luis Miguel Dominguín, y el de Madrid en Marsella, de manos de Manolo Vázquez en 1956 y, aunque la volvió a tomar en Madrid en 1958, decidió pronto  vestirse de plata, menester en el que destacó por su eficacia y sobriedad. Luis Miguel también le dio la alternativa a un torero mexicano, Eduardo Vargas, que hizo el paseíllo en las dos novilladas siguientes de las que me correspondió hacer la crónica. Repitió “Solanito” y debutó “Limeño”, José Martínez Ahumado, de Sanlúcar de Barrameda, muy en los comienzos de su carrera puesto que no se hizo matador de toros hasta junio de 1960, en Sevilla y con Jaime Ostos y Curro Romero en el cartel del día del Corpus.
Hubo en aquella temporada de mis inicios en la crítica taurina una veintena de oportunidades y algún diestro más que alcanzó el doctorado, el venezolano “Joselito Torres”, alternativa en Zaragoza en 1952  de manos de Rafael Ortega y con la compañía de Antonio Ordóñez y Juan Posada, y Facundo Rojas, natural de Pedro Abad, en la provincia de Córdoba, en cuya capital recibió los trastos de matar de manos de Gitanillo de Tríana y en presencia de Enrique Vera.
Recuerdo que debuté en Las Ventas en septiembre de aquel mismo año y con una novillada de Isaías y Tulio Vázquez que mataron como pudieron Guillermo Guerrero “Guerrerito”, Manuel García “Espartero”, aragonés , y Antonio Duarte, estos dos últimos pasaron pronto a engrosar las filas subalternas. Y cerré mi primera temporada carabanchelera como cronista con una corrida mixta en la que actuaron el rejoneador Pareja Obregón con un novillo de Sánchez Arjona, el portugués Antonio Augustos con un novillo de Félix Gómez, al que, tras una serie de saltos, recortes y coleos, descabelló  con una especie de llave que le hizo al novillo con las piernas, y la alternativa que Bonifacio García “Yoni” otorgó a Moreno Reina, madrileño y pronto banderillero y distribuidor de un invento llamado “cortipelo”, un peine con una hoja de afeitar, eficaz y casero remedo del corte de pelo a navaja.
 Por aquellas novilladas pasaron también otros personajes del mundo de los toros como Braulio Lausín, el hijo de Gitanillo de Ricla, Juan de la Palma, hijo de Cayetano y hermano de Antonio, Manolo Cano, luego buen banderillero que puso una tienda de calzado infantil en el Parque de las Avenidas, el sevillano Fernando Jiménez, con pellizco pero sin fuelle, José Escudero, hermano de Manolo, el de Embajadores, Ramón Barrera, Pedrín Moreno y lo que “Don Indalecio” llamaba fritadas, un seis para seis, en las que alternaron aspirantes de España, Francia, Portugal, Venezuela y Japón.
Para rematar aquella mi primera temporada le hice una entrevista de dos páginas a Mario Cabré y sus variadas actuaciones al margen de los ruedos, otra a Rafael Vega de los Reyes en su colmado “La Pañoleta” de la calle Jardines y en compañía de su suegra, Pastora Imperio, a Juan Posada tras su temporada como novillero y camino de tomar la alternativa al año siguiente en Madrid, a Manolo Escudero, en su casa frente a la estación de Atocha y a Paquito Muñoz, el de Paracuellos, de  boyante carrera hasta ese año en el que sólo sumo 25 festejos.  Una cornada en Barcelona y la pareja Litri-Aparicio le cortaron sus alas. Se casó con una hermana de Higinio Luis Severino y tuvo una muerte violenta en las orillas del Tajo.
Seguí mi colaboración en “El Ruedo” durante toda esa década de los 50. De esos años recuerdo un tema por el que luche largo tiempo: el lugar de nacimiento de Antonio Ebassun, el “Martincho”, al que le puso cara “don Francisco el de los toros”. La pelea fue ardua y prolongada porque vasquistas y navarristas querían que el torero de Goya fuera vasco o navarro. Por esto último se inclinó tozudamente Luis del Campo hasta que Cossío y Baleztena, “Premín de Iruña”, se decantaron por Ejea de los Caballeros. Por suerte, yo me encontré con el acta de matrimonio en el archivo de la iglesia de El Salvador del llamado Antonio Ebassun y conocido por “Martincho”, apelativo que usaba su padre, también dedicado a los menesteres taurinos. Y en ese acta figuraba como natural de Farasdués, a 14 kilómetros de la que es hoy cabeza de Las Cinco Villas”. Esto lo publiqué en 1953 en “El Ruedo”, aunque hasta 1991 no vio la luz el trabajo del sacerdote donostiarra Felipe García Dueñas, en el que se confirma el lugar de nacimiento del primero de los toreros de nuestra Moderna Tauromaquia ya con cara, gracias a Goya, y biografía, gracias al cura de San Sebastián. Y yo descansé.
Otro tema que me preocupó fue el del libro “Matador” del norteamericano Barnaby Conrad que hacía de la figura de “Manolete” una piltrafa humana. Y lo malo no fue sólo el libro, sino que, muchos años después, sirvió de base para la nefasta película de Penélope Cruz. Menos mal que José Vicente Puente lo hizo “Arcángel”. Y cien o mil poetas cantaron las virtudes del último “Califa” de la dinastía senequista. Hasta San Juan de la Cruz le habría cantado: “En una noche escura/en ansias de amores inflamada/ oh dichosa ventura/salí sin ser notada/ están ya mi casa sosegada”.
Muchas cosas más en esa década y una historia de la Tauromaquia mexicana que hace unas fechas me elogió un investigador de aquellas tierras. En 1964 tuve la suerte de pasar unos cuantos meses en México y cultivar mis anhelos con otros abonos, semillas y aguas. Buena cosecha. Amplié mis horizontes.
En los 60 del siglo pasado me decidí a fundar “Fiesta Española” porque había llegado a “El Ruedo” Abad Ojuel y porque en muchos de los medios de información de entonces había que pagar el espacio para poder hablar o escribir del tema. Eran los restos del “sobre” propiciado por algunas empresas y cultivado por algunos escritores que tenían que peregrinar la temporada entera para sobrevivir. Luego se inventaron los conciertos financieros que engrosaron la fortuna de unos pocos. Siete años de “Fiesta” en pelea desigual contra la Iglesia, “Dígame”, y el Movimiento, “El Ruedo”, y, cuando ya no pude más, cerré el quiosco y me coloqué en “El Alcazar” de chico para todo puesto que en esta etapa hice crítica taurina, reportajes, secuestros de la ETA, diagramación, platina y cierre. Fui jefe de la sección de Nacional y resultó esta etapa la más periodística de mi carrera como tal. Llegó “El Chino”, me mando al archivo y yo me fui a Zaragoza como redactor-jefe de “Aragón exprés”. Algo más de un año, elecciones a los ayuntamientos, 1979, yo que me presento, dirijo el Gabinete de Información de la DPZ, hago las oposiciones y en 1996, a la fuerza, mi jubilación. Buena etapa con colaboraciones en “Hoja del Lunes”, “Diario 16”, “El Día”, diversas publicaciones como “Casta Brava Aragonesa”, “Amores y desamores toreros”, “El regreso a Zaragoza de don Francisco el de los toros”, la plaza de toros de Zaragoza y la de Ejea, catálogos de diversas exposiciones de las que fui comisario, colaboración en el anuario de la Asociación de la Prensa de Madrid, en la Agenda Taurina de Vidal Pérez Herrero, folletos de las Feria Taurinas del Pilar y muchos otros trabajos sobre estudios taurinos. He escrito mucho. Últimamente me ha abierto sus brazos José Luis Ramón en 6TOROS6 y así, pese a todos mis achaques y defectos, puedo decir que soy un emérito en activo. Y un ratico más, Dios mío, que estoy muy a gusto.    

miércoles, 31 de octubre de 2018

A VISTA DE PÁJARO





PANORÁMICA DE UNA FERIA DEL PILAR SORPRENDENTE

Por BENJAMÍN BENTURA REMACHA

Han pasado unos cuantos días desde que la calle zaragozana de Pignatelli, al costado del coso taurino de don  Ramón, se quedó vacía de gente y sembrada de vasos de plástico y papeles manchados de aceite de la freidora de churros. Todavía resonaban en el ambiente las voces del pueblo en honor del héroe elegido: ”Illa, illa, illa, Padilla maravilla”. El pueblo siempre tiene razón aunque se equivoque. A pie se había ido de la hirviente caldera neo-mudéjar y retumbante su cubierta de teflón por las palabras del jerezano, otro torero, extremeño él, sin decir media palabra. A los pocos minutos repiquetearon los modernos medios de comunicación para anunciarnos que Alejandro Talavante también se desprendía de la castañeta que simboliza la trenzada coleta de los tiempos en que los toreros se dejaban crecer el pelo por la nuca, cómo ahora hacen los populistas. Nada nuevo bajo el Sol.
Talavante traía en su alma el disgusto del invento otoñal y madrileño del bombo de los carteles y Zaragoza le ofrecía el desquite que saborearon los paladares exquisitos que perciben los impagables matices de esas exquisiteces. Porque Talavante no es torero de planes o destajos. Es torero por sentimientos e inspiraciones. Estuvo inspirado con sus dos toros de Núñez del Cubillo, en tarde en la que el ganadero gaditano de los Pueblos Blancos cerró la Feria del Pilar con una corrida sensacional y  el broche de platino con brillantes y rubíes del cuarto de la tarde, “Tortolito”, el del adiós hispano de Juan José Padilla. Talavante cortó una oreja en el tercero y pudo hacerlo por partida doble en el sexto, pero cuatro golpes de verduguillo evaporaron tan justo remate. Cuatro golpes de verduguillo que despertaron los resquemores de don Alejandro el Grande, si no es que sufre alguna descompensación de la presión emocional por razones de índole profesional. José Mari Manzanares, otro de los que hubiera salido a hombros por la Puerta Grande si el presidente hubiera accedido a la petición del público en el segundo toro de la tarde. Oreja  y oreja y salida a pie para dejar el disfrute enloquecido en las manos del despechugado pirata que siempre se desabrochaba el torero chaleco en el final de sus actuaciones, cómo hay toreros que habitualmente se descalzan, con lo que una cosa y otra significan: un desdoro importante de  la necesaria elegancia del arte de torear.
Julián López “El Juli” cortó dos orejas – una del toro de Núñez del Cuvillo y otra del primer sobrero del de “El Pilar” – y pudo hacerlo en la lidia del santacolomeño de “Los Maños” y por partida doble en el quinto de “Garcigrande”. En aquel pinchó cinco veces antes de lograr la estocada y en este dos veces antes de descabellar al cuarto intento. Solo por esta circunstancia del fallo estoqueador de un torero que, aunque no pasa por ortodoxo matador, sí se le considera certero, cómo lo demostró cuando menos falta le hacía, en los dos últimos toros de la tarde. Hubo otra circunstancia determinante, la de que el primer toro de la tarde, de “Garcigrande”, se partiera un pitón al derrotar en un burladero y fuera devuelto a los corrales y lo mismo ocurriera con  el de “Parladé” lesionado en la pata izquierda, sustituidos ambos por los sobreros de “El Pilar” y que no entrara en liza el anunciado de “Alcurrucén”, que dicen no pasó el reconocimiento veterinario. Corrida goyesca, quites variados con los más distinguidos de las “lopecinas” en el tercero y “chicuelinas” en el sexto y cuatro faenas dignas de premio dan el balance positivo que no pudo contabilizar el de Velilla de San Antonio por el mencionado defectuoso manejo del estoque. Nunca le echo la culpa a la espada.
Y la moviola en su repaso retrospectivo nos lleva al día de la Virgen, fiesta de la Hispanidad y la banda de música de Ejea de los Caballeros, que había hecho el despejo del ruedo a los sones del pasodoble “La Gracia de Dios”, antes de romper filas el paseíllo torero iniciaron los sones del Himno Nacional, que el público que casi llenaba la plaza acompañó con ovaciones prolongadas a una que se dedicó a dos aficionados catalanes que desplegaron carteles con alusiones a su condición torera. En el primer toro de “Puerto de San Lorenzo” se pidió la oreja para premiar la labor de Enrique Ponce. No accedió la presidencia que en el sexto toro, con idéntica intensidad rogatoria pidió el trofeo para Miguel Ángel Perera y se le concedió. Llovía sobre mojado. El cuarto era un manso sin aparente peligro, pero con unos deseos irrefrenables de huir, de marcharse de las suertes y no quererse someter al mando de la muleta de seda y acero del de Chiva. Ahí estuvo el quid de la cuestión, en buscarle las vueltas a “Garavitillo”, ligar y, al final, ampararse en las tablas y la querencia para  terminar con el personal colofón de las poncinas llenas de flexibilidad, armonía y dominio de la situación. Estocada. El presidente dijo que algo trasera. ¿Suficiente argumento para negar lo que la plaza pedía con rotundidad? Cosa parecida la ocurrió a Ferrera con los toros de Adolfo Martín. Tengo una duda: ¿fue esta la mejor corrida que ha lidiado este año el ganadero de Galapagar trasladado como su fraterno Victorino a tierras extremeñas? No lo sé. Pero ¿hubiera lucido en otras manos como lo hizo las de Antonio Ferrera? No es el primer caso de un torero que empieza su carrera revoltoso y áspero y luego se asienta y aseda su conducta. Con sus dos “adolfos” estuvo magistral e inspirado con capote y muleta y no se le concedieron las dos orejas que se pidieron en su primero y la solitaria con la que el público quería valorar su segunda lección torera. Perera no se encontró con ninguno de sus dos toros y Paul Abadía “Serranito”, de Zaragoza y  ocupando el puesto de Fortes, se desinfló con el tercero de la tarde y con el sexto se esfumaron sus ilusiones.
Con la corrida de los Matilla (García Jiménez, Olga Jiménez y “Peña de Francia”) del día 10 se completó el fundamento de esta Feria del Pilar. De ese miércoles al domingo, 14 de octubre, cinco corridas de toros con interesantes divisas y toreros de primera fila. Sendas orejas para “El Fandi” y López Simón, con petición de una más para el de Granada que así hubiera salido a hombros por la Puerta Grande, la ya referida gran actuación de Antonio Ferrera en la de Adolfo Martín, premio de una oreja y petición pública de otra más, lo que habría supuesto una nueva salida a hombros, extraordinario el “viejo” Ponce con sus dos toros de Puerto de San Lorenzo, uno correcto y otro muy manso que sólo quería huir, se le pidió una oreja del primero y una más de la concedida en el cuarto, otra salida a hombros, mala suerte la de Julián López “El Juli” por la lesión del toro  primero de “Garcigrande” que se partió un pitón al derrotar en un burladero y del sexto de “Parladé” que se lastimó la pata izquierda. El de Velilla de San Antonio cortó sendas orejas del primero y del tercero pero no acertó con el segundo de “Los Maños” y el cuarto de “Puerto de San Lorenzo. Lo repito para que quede más claro. En este hubiera caído el doblete peludo que abre el portón de los triunfos tras el paseo a hombros por el ruedo y la salida bajó la escultura de don Francisco de Goya, que está ahí aunque se le note poco. Y en la última corrida, la esperada salida a hombros del Pirata del parche en el ojo y el pañuelo a la cabeza y la posible de José María Manzanares, para el que se pidió el segundo trofeo del segundo toro de la buena corrida de Núñez del Cuvillo.
Se cortaron 25 orejas, hubo una petición de rabo para Diego Ventura, salieron a hombros cuatro toreros, el novillero Adrián Salenc, el torero de a caballo Diego Ventura y los matadores de toros Álvaro Lorenzo, que me han dicho que vuelve a la casa de los Lozano, y Juan José Padilla. Pudieron hacerlo también Alberto Álvarez, David Fandila “El Fandi”, Antonio Ferrera, Enrique Ponce y José María Manzanares. Nueve salidas a hombros en 12 festejos hubiera sido un record histórico que se merecían Jesús Mena y su asesor taurino Julio Fontecha, riojano con la mejor cuadra de caballos hace unos años, que han velado sus armas empresariales durante una década en la plaza de toros de Ejea de los Caballeros, lugar importante en la historia del toreo, con el primer torero con rostro y biografía e importantes ganaderías del siglo XVIII. No negaré que Jesús y Julio son amigos míos y a uno le gusta que los amigos triunfen. Y me alegro otro tanto por lo que este significa para la plaza de toros de Zaragoza, plaza de primera categoría, la segunda de España por solera, la primera por adaptación a las exigencias de los tiempos modernos.