Por BENJAMÍN BENTURA REMACHA
Debo de
estar cerca de la despedida porque tengo obsesión con mis recuerdos. En esta
ocasión se trata del escritor francés Paul Léautaud, del que publiqué una
semblanza allá por los años 50 del siglo pasado. Se trataba de un literato muy
intimista que había ejercido como periodista durante más de cuarenta años y que,
por entontes, vivía solitario y empeñado en la recogida de trescientos gatos y
ciento cincuenta perros, que, a su fallecimiento, Léautaud enterraba en el
jardín de su casa. Estaba en edad octogenaria y sus charlas por radio con Robert
Mallet habían sorprendido a sus paisanos.
Hace un par
de años apareció en “Heraldo de Aragón” un artículo de Íñigo Linaje en el que
hablaba de “los escritores del yo”, entre ellos de Rosa Chacel, Imre Kerstész y
Karl Ove Knausgard, pero sobre todo, de Paul Léautaud, “un tipo excéntrico,
misántropo y estrafalario”, autor durante más de sesenta años de una escritura
“impúdica, desnuda y confesional” (entre comillas, los juicios, de Íñigo
Linaje)
Escribí mi
artículo de los años 50 del siglo XX movido por las cosas que decía el escritor
francés, por las diatribas contra los que eran sus coetáneos y la propia radio
por la que hablaba. Una de sus afirmaciones me pareció fundamental, la de “que
él fue hijo de su madre aunque pudo ser hijo de su tía porque su padre yacía
con dos hermanas a la vez y alternaba sus goces a su derecha o su izquierda”. Y
ahora me entran las dudas de que en aquellos años de los 50 del siglo pasado me
permitiesen puntualizar las expansiones
eróticas del padre de Paul, que era actor de teatro y, decía Linaje, con fama
de mujeriego, adjetivo calificativo desaparecido de nuestro lenguaje cotidiano.
Creo recordar que mi artículo se publicó en la revista “Fotos” y que yo me
limité a señalar la simple dualidad entre su madre y su tía. Claro que a Paul
le sirvió de bien poco puesto que su madre le abandonó de muy chico y, como
consecuencia su desafecto, dedicó sus preferencias amorosas a los gatos y las
diatribas contra los que consideran a los felinos domésticos como taimados,
traidores y furiosos.
Nació el 18 de enero de 1872 y murió
el 22 de febrero de 1956. Muchos de sus escritos los firmó con el seudónimo de
“Maurice Boissard” y, aunque misógino declarado, tuvo una amante de 1933 a
1939, Marie Dormoy, también escritora, y que, pese a su ruptura carnal, siempre
estuvo pendiente de sus necesidades. Fue, también, modelo de varios ilustradores
y Henri Iblis lo retrató con sus anteojos de alambre, media docena de gatos y una
palmatoria con un meguado cabo de vela: “No soy, para todos estos animales, “el
amo”, sino su compañero, como cada uno de ellos es para mí. Me considero como
un animal de otro tipo, sin saber cuál de los dos es mejor. Viendo la necedad,
la grosería de los hombres, cabe preguntárselo”. Pese a los más de sesenta años
transcurridos desde la muerte de Paul Léautaud y la proliferación de los
animalistas, no conozco la acertada respuesta.
LA OTRA CARA
DE LA MONEDA
Años después
de mi aventura literaria con el conocimiento de Léautad, viví otro encuentro
con la censura del que no salí tan bien parado. Había llegado al diario “El
Alcázar” de Lucio del Álamo como encargado de la sección taurina y, con la
posterior ayuda de Antonio Gibello, llegué a la jefatura de la sección de
Nacional. A ello contribuyó el que yo me implicara en el cierre del periódico,
que, por entonces, se basaba en la linotipia, la platina, el chibalete la
estereotipia y la guerra de los hierros para ajustar las páginas que pasaban al
cartón d estereotipia. No había ordenadores ni, a veces, máquinas de escribir.
Confeccionaba la portada y las páginas de cierre y luego me pasaba al taller
con los técnicos de las platinas, los cajistas. Hice reportajes de todo tipo y
hasta creo que la primera entrevista que se le hizo a “Camarón” en Madrid
cuando debutó en “Torres Bermejas” y por recomendación de Curro Romero a través
de su mozo de espadas Gonzalito (Sánchez Conde), con el que alternaba casi
todos los días en “Gloria Bendita”, Salvador, en la calle de La Alameda, junto
al Ministerio de Sindicatos y la redacción de “Pueblo”. En San Isidro, en “La
Feria Taurina más Grande del Mundo” publicábamos ocho páginas incluso con fotos
a todo color de Jesús Rodríguez, “El Chato”, heredero de los primores
fotógrafo-taurinos del sevillano Arjona.
Fueron los
años 70 del siglo pasado los más periodísticos de mi carrera y llegué hasta ser
enviado especial en varios de los secuestros de la ETA en Pamplona o San
Sebastián. Recuerdo en especial el de San Sebastián, a donde acudí en compañía
de mi joven compañero José Luis Blanco Quiñones, de Irún. Pero nuestra mayor
colaboración nos la prestó Joaquín, el propietario de “Casa Vergara”,
restaurante de la calle Mayor donostiarra, junto a la iglesia de Santa María.
Joaquín y Nico componían una pareja de vascos auténticos, con una cocina sensacional
y unos recortes de jamón de chuparse los dedos. Joaquín, además, trabajaba en
el puerto de Rentería y tenía una información muy particular de los movimientos
etarras y sus colaboradores. Fue Joaquín el que nos informó de que el sacerdote
Pierre Larzabal Carrera estaba de párroco en Socoa. Era hijo de francés y navarra,
de Vera de Bidasoa, donde la casona de los Baroja, don Pío, especialmente, que
puede que influyera en los afanes literarios de don Pierre.
.- En Socoa
lo tenéis, donde ejerce como párroco y “pater” de los nacionalistas vascos, de
los franceses y de los españoles.
Allá que nos
fuimos. La parroquia de Larzabal estaba en un montículo y a la que se llegaba
por una escalera interminable y bajo la mirada inquisidora desde el templo y
tras los discretos visillos. El sacerdote, que actuó de intermediario en el
secuestro del cónsul de Alemania en San Sebastián, no fue muy explícito con
nosotros y apenas le aclaró a mi compañero Blanco Quiñones que su paisano Luis
Mariano no estaba enterrado en Socoa sino de Arcangues, un poco más al norte y
más cerca de Biarritz y Bayona. Era académico de la Academia de la Lengua Vasca
y fundador de “Enbata”, órgano de los separatistas vascofranceses. Tampoco nos
habló de Echave, el etarra que tenía un restaurante en el cercano San Juan de
Luz, pero si nos lo había advertido Joaquín, el de Casa Vergara.
Y al
restaurante nos dirigimos para documentarnos
sobre el secuestro de no recuerdo quién. Con el etarra la conversación
fue muy fluida y sin cortapisas porque
yo no tenía mucha idea de lo que eran y representaban los de la Eta. Sí
me sorprendió que, tras el mostrador, Echave tuviera un bate de béisbol de lo
más convincente. Entrevista amplia y distendida, con una sola apreciación que
alertara a los censores: .- La gente piensa que cuando muera Franco se acabará
nuestro problema y eso no es cierto porque lo que ocurre es que nosotros no
queremos ser españoles, no somos españoles.
La
entrevista no se publicó. Yo la guardé y, años después, 1978, cuando me trasladé
a Zaragoza de redactor-jefe de “Aragón exprés” porque el nuevo director de “El
Alcazar”, “El Chino”, me había relegado al servicio de documentación, Echave
sufrió un atentado en el que murió su esposa y yo entonces publiqué el
testimonio. Al año siguiente vinieron las elecciones municipales y tuve la
oportunidad vivir otra faceta de periodismo y de administración y estar muy
cerca de la Plaza de Toros de don Ramón de Pignatelli. Otros problemas, algunos
sufrimientos y muchas satisfacciones aunque me jubilaran en plena juventud hace
más de veinte años. Ahora, sí; ahora creo que he llegado a la vejez. ¡Hombre!
Perdón, que los funcionarios no deben pronunciar semejante vocablo. Varón o
“conjunto humanitario”. Ahora no hay censura, sólo “lenguaje inclusivo”.
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