sábado, 16 de febrero de 2019

PAUL LÉAUTAUD, EL DE LOS GATOS


Por BENJAMÍN BENTURA REMACHA


Debo de estar cerca de la despedida porque tengo obsesión con mis recuerdos. En esta ocasión se trata del escritor francés Paul Léautaud, del que publiqué una semblanza allá por los años 50 del siglo pasado. Se trataba de un literato muy intimista que había ejercido como periodista durante más de cuarenta años y que, por entontes, vivía solitario y empeñado en la recogida de trescientos gatos y ciento cincuenta perros, que, a su fallecimiento, Léautaud enterraba en el jardín de su casa. Estaba en edad octogenaria y sus charlas por radio con Robert Mallet habían sorprendido a sus paisanos.
Hace un par de años apareció en “Heraldo de Aragón” un artículo de Íñigo Linaje en el que hablaba de “los escritores del yo”, entre ellos de Rosa Chacel, Imre Kerstész y Karl Ove Knausgard, pero sobre todo, de Paul Léautaud, “un tipo excéntrico, misántropo y estrafalario”, autor durante más de sesenta años de una escritura “impúdica, desnuda y confesional” (entre comillas, los juicios, de Íñigo Linaje)
Escribí mi artículo de los años 50 del siglo XX movido por las cosas que decía el escritor francés, por las diatribas contra los que eran sus coetáneos y la propia radio por la que hablaba. Una de sus afirmaciones me pareció fundamental, la de “que él fue hijo de su madre aunque pudo ser hijo de su tía porque su padre yacía con dos hermanas a la vez y alternaba sus goces a su derecha o su izquierda”. Y ahora me entran las dudas de que en aquellos años de los 50 del siglo pasado me permitiesen puntualizar  las expansiones eróticas del padre de Paul, que era actor de teatro y, decía Linaje, con fama de mujeriego, adjetivo calificativo desaparecido de nuestro lenguaje cotidiano. Creo recordar que mi artículo se publicó en la revista “Fotos” y que yo me limité a señalar la simple dualidad entre su madre y su tía. Claro que a Paul le sirvió de bien poco puesto que su madre le abandonó de muy chico y, como consecuencia su desafecto, dedicó sus preferencias amorosas a los gatos y las diatribas contra los que consideran a los felinos domésticos como taimados, traidores y furiosos.
           Nació el 18 de enero de 1872 y murió el 22 de febrero de 1956. Muchos de sus escritos los firmó con el seudónimo de “Maurice Boissard” y, aunque misógino declarado, tuvo una amante de 1933 a 1939, Marie Dormoy, también escritora, y que, pese a su ruptura carnal, siempre estuvo pendiente de sus necesidades. Fue, también, modelo de varios ilustradores y Henri Iblis lo retrató con sus anteojos de alambre, media docena de gatos y una palmatoria con un meguado cabo de vela: “No soy, para todos estos animales, “el amo”, sino su compañero, como cada uno de ellos es para mí. Me considero como un animal de otro tipo, sin saber cuál de los dos es mejor. Viendo la necedad, la grosería de los hombres, cabe preguntárselo”. Pese a los más de sesenta años transcurridos desde la muerte de Paul Léautaud y la proliferación de los animalistas, no conozco la acertada respuesta.

LA OTRA CARA DE LA MONEDA

Años después de mi aventura literaria con el conocimiento de Léautad, viví otro encuentro con la censura del que no salí tan bien parado. Había llegado al diario “El Alcázar” de Lucio del Álamo como encargado de la sección taurina y, con la posterior ayuda de Antonio Gibello, llegué a la jefatura de la sección de Nacional. A ello contribuyó el que yo me implicara en el cierre del periódico, que, por entonces, se basaba en la linotipia, la platina, el chibalete la estereotipia y la guerra de los hierros para ajustar las páginas que pasaban al cartón d estereotipia. No había ordenadores ni, a veces, máquinas de escribir. Confeccionaba la portada y las páginas de cierre y luego me pasaba al taller con los técnicos de las platinas, los cajistas. Hice reportajes de todo tipo y hasta creo que la primera entrevista que se le hizo a “Camarón” en Madrid cuando debutó en “Torres Bermejas” y por recomendación de Curro Romero a través de su mozo de espadas Gonzalito (Sánchez Conde), con el que alternaba casi todos los días en “Gloria Bendita”, Salvador, en la calle de La Alameda, junto al Ministerio de Sindicatos y la redacción de “Pueblo”. En San Isidro, en “La Feria Taurina más Grande del Mundo” publicábamos ocho páginas incluso con fotos a todo color de Jesús Rodríguez, “El Chato”, heredero de los primores fotógrafo-taurinos del sevillano Arjona.
Fueron los años 70 del siglo pasado los más periodísticos de mi carrera y llegué hasta ser enviado especial en varios de los secuestros de la ETA en Pamplona o San Sebastián. Recuerdo en especial el de San Sebastián, a donde acudí en compañía de mi joven compañero José Luis Blanco Quiñones, de Irún. Pero nuestra mayor colaboración nos la prestó Joaquín, el propietario de “Casa Vergara”, restaurante de la calle Mayor donostiarra, junto a la iglesia de Santa María. Joaquín y Nico componían una pareja de vascos auténticos, con una cocina sensacional y unos recortes de jamón de chuparse los dedos. Joaquín, además, trabajaba en el puerto de Rentería y tenía una información muy particular de los movimientos etarras y sus colaboradores. Fue Joaquín el que nos informó de que el sacerdote Pierre Larzabal Carrera estaba de párroco en Socoa. Era hijo de francés y navarra, de Vera de Bidasoa, donde la casona de los Baroja, don Pío, especialmente, que puede que influyera en los afanes literarios de don Pierre.
.- En Socoa lo tenéis, donde ejerce como párroco y “pater” de los nacionalistas vascos, de los franceses y de los españoles.
Allá que nos fuimos. La parroquia de Larzabal estaba en un montículo y a la que se llegaba por una escalera interminable y bajo la mirada inquisidora desde el templo y tras los discretos visillos. El sacerdote, que actuó de intermediario en el secuestro del cónsul de Alemania en San Sebastián, no fue muy explícito con nosotros y apenas le aclaró a mi compañero Blanco Quiñones que su paisano Luis Mariano no estaba enterrado en Socoa sino de Arcangues, un poco más al norte y más cerca de Biarritz y Bayona. Era académico de la Academia de la Lengua Vasca y fundador de “Enbata”, órgano de los separatistas vascofranceses. Tampoco nos habló de Echave, el etarra que tenía un restaurante en el cercano San Juan de Luz, pero si nos lo había advertido Joaquín, el de Casa Vergara.
Y al restaurante nos dirigimos para documentarnos  sobre el secuestro de no recuerdo quién. Con el etarra la conversación fue muy fluida y sin cortapisas porque  yo no tenía mucha idea de lo que eran y representaban los de la Eta. Sí me sorprendió que, tras el mostrador, Echave tuviera un bate de béisbol de lo más convincente. Entrevista amplia y distendida, con una sola apreciación que alertara a los censores: .- La gente piensa que cuando muera Franco se acabará nuestro problema y eso no es cierto porque lo que ocurre es que nosotros no queremos ser españoles, no somos españoles.
La entrevista no se publicó. Yo la guardé y, años después, 1978, cuando me trasladé a Zaragoza de redactor-jefe de “Aragón exprés” porque el nuevo director de “El Alcazar”, “El Chino”, me había relegado al servicio de documentación, Echave sufrió un atentado en el que murió su esposa y yo entonces publiqué el testimonio. Al año siguiente vinieron las elecciones municipales y tuve la oportunidad vivir otra faceta de periodismo y de administración y estar muy cerca de la Plaza de Toros de don Ramón de Pignatelli. Otros problemas, algunos sufrimientos y muchas satisfacciones aunque me jubilaran en plena juventud hace más de veinte años. Ahora, sí; ahora creo que he llegado a la vejez. ¡Hombre! Perdón, que los funcionarios no deben pronunciar semejante vocablo. Varón o “conjunto humanitario”. Ahora no hay censura, sólo “lenguaje inclusivo”.           

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