martes, 26 de marzo de 2013

LA BELLEZA AÑADIDA

Los buenos aficionados no perciben la tragedia. Están más del lado de la belleza, aunque haya casos en que los gustos merezcan palos. En ello también cuenta al grado de partidismo que influye en el sentimiento artístico. Pero hay algo indudable, pese a las deformaciones del nuevo arte, respecto del canon clásico de la belleza. Yo, mi palabra de honor y pese al equívoco riesgo de mi virilidad, se distinguir un hombre guapo de uno feo. Otra cosa es que haya feos con personalidad que resulten guapos y guapos que se pierdan en el anonimato por su absoluta falta de salero. Pero, en un espectáculo como el de la fiesta española, en el que la significación del sacrificio se salpimenta con el adobo de la estética (término vilipendiado por algunos comentaristas y trufado con una h pese a la autoridad de la R. A. de la Lengua Española que dice que la estética es la “ciencia que trata de la belleza y de la teoría fundamental y filosófica del arte), es importante contar con la belleza de sus actores. Ya en el primer triunvirato de nuestra Historia (Taurina, España) el guapo era Pedro Romero y los feos Joaquín Rodríguez “Costillares” y “Pepe-Hillo”, ojos saltones y talle amplio, que no cuenta para esta historia. Al primero le agasajaban y enriquecían y al segundo, palabras y lisonjas.

A Romero con fortuna

le regalan el bolsillo,

a “Costillares” con versos

tan solo el oído.

Aquel saca más de Creso

que este de Homero y Virgilio,

a quien protegen poetas

nunca puede morir rico.

El siguiente fue Francisco Montes “Paquiro”, que añadió a su buena presencia física una gran personalidad en el vestir. Dicen que hasta inventó la montera que se colocaba sobre su profusa mata de pelo recogida por un moño descomunal, bien liado en su capote sobre el hombro izquierdo y con un caliqueño entre los dedos de la mano de ese lado, vivaz estampa que hemos conocido en estos tiempos gracias al valenciano Antonio Cavanna y la litografia de Laujol de París. Vestido de tela negra bordada en plata, camisa de chorreras, pañoleta de amplio nudo, faja del mismo color, pañuelo que asoma del bolsillo de la chaquetilla, boca apretada, nariz recta y ojos inquisidores. La montera sin machos, casi rectangular, que parece nacer a modo de boina y que recoge todo el pelo del de Chiclana, enmarcado su rostro entre las largas patillas. Una estampa sublime copiada casi línea por línea en la persona de un torero de esta época, Morante de la Puebla, al que algunos le critican la abundancia de su cabellera. En otros tiempos se hablaba de los tufos de “Frascuelo” frente al pelo ralo de “Lagartijo”, dos hombres guapos pero muy distintos. Antes es necesario citar a Cayetano Sanz, retratado en litografía por Urrabieta y al óleo por Madrazo y Perea, pero sin sus características patillas de hacha tal como aparece en las fotos posteriores y al que admiraban señoras de alto copete. Le llamaban el “Petronio de la Arganzuela”, barrio de Madrid donde nació. Se le tiene como el primer diestro capitalino que compitió con los toreros andaluces. Con él aparece el término de elegancia. Tuvo el honor de conceder la alternativa a Rafael Molina “Lagartijo”, primer Califa del toreo, nombrado por la máxima autoridad del Califato que no era cordobés, que era de Zaragoza, don Mariano de Cavia, “Sobaquillo” para estos menesteres. La elegancia. Mazzantini le dio la vuelta a la tradicional forma de vestir de los toreros. No en el ruedo, sí en la calle. Buen mozo, con incipiente calvicie, vistió moderno y funcional en su vida privada y palaciego en su quehacer público, frac y chistera de alta copa y siete reflejos, bastón de mando y solemne apostura. Y en la línea de Cayetano, Antonio Fuentes, elegantísimo frente a la tradicional forma de vestir de “Guerrita”, dando paso al enfrentamiento entre José y Juan. José, inmaculado; Juan, revolucionario. Hasta se hizo un abrigo con trabilla en la espalda. Pero tenía duende pese a que fuera francamente feo y poco garboso. Se transformaba. Tras los años 20, Curro Caro, que era bien parecido y tenía buena figura, me hablaba excelencias de Félix Rodríguez, el santanderino recriado en Valencia, que tenía todos los números de la rifa para la excelencia en el arte de torear. Lo perdió todo. En esa época nació “Cagancho”, del cielo al infierno, al que yo recuerdo enfundado en un traje verde y plata similar al que Albaicín viste en el retrato que le hizo Zuloaga y que fue su primer impulso para tocar la gloria con la punta de los dedos. Torero, pianista y actor, compadre de Rafael, el de los Gitanillos, y compañeros de terna con don Joaquín en la famosa corrida de Carabanchel. Y elegantes también Manolo Escudero y Mario Cabré, este último, polifacético a tope, pasó modelos para una fábrica textil catalana. Y, con el recuerdo del Indio Gaona, Garza y Armillita, tres mexicanos de altura, Capetillo, Jesús Córdoba y Alfredo Leal. Un recuerdo al traje corto que “Manolete” lució la noche de los poetas en el restaurante “Lhardy” de Madrid.

El traje de luces se mantenía sin demasiadas variaciones de la mano de Fermín, Nati y Justo Algaba, aunque el torero y pintor Jhon Fulton dibujara especiales grecas y otras expansiones clásicas para los trajes de Curro Romero con falsas solapas. A Curro había gente que le iba a ver hacer el paseíllo y otros que le motejaban de saco de patatas antes que a Paco Ojeda. Fue Luis Miguel, en su reaparición de 1971, cuando, con la disculpa de aliviar el peso del vestido, le quitó adornos y bordados y le hizo exclamar a su amigo don Marcelino, pequeño de estatura, proporciones armónicas, funcionario de Hacienda, fumador de puros habanos más grandes que los de Churchill y juguete en brazos de Dominguín en las tientas privadas: “Pareces la Pantera Rosa”. Montera cuadrangular, modos poderosos y mente despierta. Luis Miguel hasta el final. En Guadalajara, un espectador le grito “Luis Miguel, alegra al toro”.”Qué quieres, ¿que le toque las castañuelas?”

Recordar a Manolo Martín Vázquez, el hermano de Pepín, un figurín en traje de calle, y a José Morales, el hijo de “Ostioncito”, calva tostada al sol, repeinado y perfectamente “maqueao”, apoderado de Dámaso Gómez, en feo, pero menos que “Manili” o Pedrín Benjumea, a los que uniríamos en estos días al imprevisible Talavante. Sensu contrario, José Fuentes y su sastre Alamín que le daba lustre a su buena estampa.

Para mí, el ideal humano para el arte del toreo es Paco Camino, ni alto ni bajo ni gordo ni flaco, en su punto. Bien vestido en el ruedo y en la calle. Armonioso y flexible. Una sinfonía humana. En el polo opuesto, Rafael Ortega. Con defectos superados, Antonio Ordóñez, zambo que antes de coger muleta y espada se echaba un vaso de agua en el talón de cada zapatilla. José Mari Recondo también era algo zambo, mientras que su padre decía de un torero aragonés era el primero al que veía codillear con las rodillas. En la otra orilla, los estebados, las piernas como dos paréntesis, el más ilustre, el señor don Francisco Quevedo, y el más moderno y poderoso, David Fandila “El Fandi”.

Tengo que aclarar que Pepe Dominguín era más proporcionado que Luis Miguel y mejor banderillero y Domingo, el hermano mayor, el mejor con la espada. Y su hermana Carmina, la mujer más carismática que yo he conocido. Supo templar la vida de un hombre difícil como Antonio Ordóñez y mantener el espíritu de una amplia familia de toreros de genios diversos. Y, otra aclaración más: yo creo que el vestido de la reaparición del pequeño de los Dominguín lo diseñó Rafael Alberti, que también ilustró los programas de su reaparición en Las Palmas de Canaria.

El que ha revolucionado el vestuario de los caballeros toreros españoles, cosa que ya inició tímidamente Alvarito Domecq, ha sido Pablo Hermoso de Mendoza, para competir en vistosidad y elegancia con los portugueses. Desterrado el campero andaluz, ahora viste con bota alta, pantalones ceñidos y chaquetillas bordadas. Se toca con el catite o el calañés. Todavía recuerdo aquel día del año 1961 en el que la duquesa de Alba abrió plaza a caballo en las Ventas, montada a la amazona y tocada con un catite. El catite es un sombrero de copa cónica y ala vuelta que en ocasiones se coloca sobre un pañuelo anudado en la nuca del jinete. Su nombre viene de un panecillo salpicado de azúcar muy refinado y que tiene la misma forma. Parecido al calañés, de Calaña, Huelva, de terciopelo. Ambos tocados le sorprendieron al sombrero de la calle de Las Sierpes de Sevilla, don Juan Miura Rodríguez, ganadero de fama universal e imperecedera que hasta le ha dado el apellido a un japonés artista que ha puesto una instalación, a la que algunos llaman escultura, en el Palacio de Cristal del Retiro madrileño. Elegante es el sombrero ancho sea cordobés, jerezano o sevillano según la altura de su copa, pero también lo son el catite y el calañés pese a ser el tocado de los mozos de Las Cuevas de Luis Candelas. También todo lo que digo depende de quién se lo ponga, vestido o tocado. La mayoría de las mujeres que se visten de toreros tienen un problema, el trasero. Es que, aunque se empeñen las feministas, gracias a Dios los hombres y las mujeres somos distintos. Solo recuerdo un torero culibajillo: el colombiano Miguel Cárdenas, el que puso sitio a la plaza de toros de Barcelona hasta que don Pedro Balañá accedió a darle la oportunidad. La estética no encontrada; valor y voluntad, a espuertas.

En este mundo nuestro, el hábito hace al monje y lo retrata, incluso en el caso de Dámaso González y J.J. Padilla hasta que se puso el parche de pirata.



jueves, 14 de marzo de 2013

LOS INTOCABLES

Confesaba días pasados que el primer pellizco artístico me lo dio Pepe Luis. Años después, su hermano Manolo, cuando, de novillero, puso el toreo de frente en su debut madrileño. Algunos pellizcos más he sentido a lo largo de mi asistencia a las plazas de toros con Cagancho, Antonio Bienvenida, Curro Romero, Paula y Morante. Es algo muy distinto del placer científico apuntado en el examen de la técnica de un Domingo Ortega, Luis Miguel, Antonio Ordóñez, Paco Camino o Enrique Ponce, sin dejar en el olvido a otros muchos toreros entre los que me gustaría recordar a Rafael Ortega por su profundidad con el capote a la verónica o al natural con la izquierda y su máxima autoridad con la espada. Y con las banderillas, dos de plata, Julio “El Vito” o Paco Honrrubia. A una mano con el capote, David, “Boni” abuelo, “Miguelañez”, “Tito de San Bernardo” o “Michelín”. Acabo de ver una foto de “El Fandi” con un pie en el que se usa la expresión “asomándose al balcón” que más parece un “tirándose por el balcón con las manos a la cabeza”. Todo en el toreo se hace quieto o andando; corriendo es más deporte que arte.

Estaba dándole vueltas a mis pensamientos estéticos cuando he leído lo que “Barquerito” dice de “Manolete” y acompaña con una foto de Paco Cano, el centenario, más fotógrafo de callejón que de arena, pero que en alguna ocasión acertó con el instante adecuado. Hablo de cuando las cámaras de fotografía no llevaban motor y había que conocer a fondo la mecánica de la lidia para disparar en el momento oportuno. Es una foto del de Córdoba en un remate a pies juntos con el toro doblado por su mitad. ¿Quién podía hacer una foto así con una “leica” de los años 40? Uno que, antes que colgarse la cámara al cuello, había vestido el traje de luces. Como José González Medrano, “PEPE ARJONA”, nacido en Sevilla en 1921, novillero hasta debutar con caballos y dejar a un lado espada y muleta y poner el ojo en el visor del cajón mágico ya de paso universal. Antes de la guerra ( la civil, claro) hubo algunos buenos artistas como Baldomero, Rodero y Cervera, que, también, casi llegó a centenario, con méritos indiscutibles porque segaban a mano con la hoz mientras que los agricultores de hoy se suben a una cabina climatizada e insonorizada y siegan, trillán, aventan y porgan todo seguido y acompañados por los sones musicales . A Cervera le concedieron una medalla de oro en Londres por la foto titulada “Caída al descubierto”, tomada a la caída de la tarde en Toledo con la última placa de cristal de la docena que había llevado para cubrir el festejo en el que actuaba Belmonte. El patriarca Arjona tiene unas cuantas obras de arte antes de la llegada del motor fotográfico, el lance rodilla en tierra de Ordóñez y unas cuantas docenas de estampitas de Curro Romero o Rafael de Paula. Y, antes, la de Pepe Luis y el cartucho de pescado con el Tío Pepe como telón de fondo de la plaza de Jerez. Para ser un buen fotógrafo de toros no es imprescindible el haber sido antes torero, pero ayuda mucho, como es el caso de Cuevitas, Emilio, y el chato Jesús Rodríguez, natural de Ronda, aspirante a la gloria de los ruedos, taxista, maestro de la cámara y filósofo de la vida.

“Barquerito” apunta una condición especial en los toreros que se rozan los tobillos en la vertical de su figura y pone junto a Manuel Rodríguez y la torera foto de Canito a Paco Ojeda, en actualidad, y a José Tomás, en el candelabro que es un candelero con brazos, algo similar a esos toreros que se olvidan de sus extremidades inferiores y paran templan y mandan con el juego de las superiores, todo ello a partir de Juan Belmonte, que basó su personalidad en quedarse quieto y ampararse en el buen decir de los intelectuales de su tiempo. El de Galapagar, al que su abuelo le escondía los balones para que se olvidara del fútbol, se apoyó en Boix y los palmeros Serrat, Sabina y Bossé, que no creo que tengan nada que ver con Pérez de Ayala, Valle-Inclán o Chaves Nogales de la corte trianera, aunque don Juan naciera en la calle Feria, en los dominios del señor Chicuelo, maestro del kikirikí y, lógicamente, la chicuelina. Maestro del pellizco.

El caso es que un amigo, sin manifestarme el más mínimo reproche, me ha mandado el vídeo del toro que José Tomás indultó en Barcelona el 21 de septiembre de 2008. Y me lo ha enviado sin tener en cuenta la animadversión del torero serrano por lo modernos medios de comunicación y difusión, sin temer lo que pueden dañar estos recuerdos enlatados a la misteriosa personalidad de su héroe. Me pasó también con una muestra de lo que le hizo Antonio Ordóñez a un toro de Pablo Romero en Madrid. No dudo de la calidad humana y taurina de José Tomás. Yo soy “tomista” desde los tiempos en que se presentó como novillero en Zaragoza, le apoderaba Santiago López y le acompañaban su abuelo y Jaime Marco “El Choni”. Tenía otro seguidor fiel, un Salcedo de Colmenar Viejo que tuvo en tiempos una lechería medio cafetería en la calle Caballero de Gracia de Madrid, cerca de la calle Peligros, camino de la Playa Taurina de la “ca’ Alcalá”, esquina a la de Sevilla a la vista de las Cuatro calles de Canalejas, Carrera de San Jerónimo, restaurante Lhardy y hotel Victoria, en donde se conservaba la habitación en la que don José le ataba los machos a Manolete.

Creo saber lo que es José Tomás como torero, más cerca de la verticalidad y elegancia de Juan García “Mondeño” que del senequismo dramático de Manuel Rodríguez, pero desconfío de su talante respecto de lo que significa ser y ejercer como figura indiscutible del toreo. Es como si Cristiano o Messi se contentarán con marcar un trío de goles a la temporada, lo que en inglés creo se llama el “hat-trick”. Confieso que el otro día le ví marcar un gol a Messi al equipo de La Coruña y sentí algo similar a ese pellizco del arte del torero Pepe Luis, el único y permanente artista de mi historia, agasajado en tierras de Toledo pero siempre escondido en su humilde intimidad. Fueron a recibir los honores su hijo Manolo y su nieto José Luis, el que puede llegar a ser el Pepe Luis de mis nietos. Suerte.

Vi la lidia del toro indultado de Barcelona, “Idílico” de Núñez del Cubillo, castaño, bien hecho y de recogida cuerna, y me atrevo a señalar que Tomás lo toreó con el capote siempre por el lado derecho, que la faena de muleta se basó en varias series de derechazos siempre rematados al pico del engaño, que en muchas ocasiones retrasó la pierna de salida que no es la contraria del cite, la izquierda, ni una tanda al natural y, como remate, un molinete con la mano izquierda pero por el pitón derecho con desarme espectacular y … ¡la apoteosis!

Creo que sé quién es José Tomás y los tomasistas. Yo soy “tomistas”, más espiritual, aunque reconozca una realidad. Estoy con Curro Romero que decía que torear todo los días era trabajar, pero la aureola de figura del toreo le obliga a prodigarse un poco más. Desde luego, ha hecho bien en despedir a su apoderado Boix aunque le ayudara a crear a su alrededor una aureola elitista, pero para contratar tres festejos al año es suficiente él mismo con la ayuda de su hermano y su mozo de espadas. Para responder a la empresa de Aguascalientes sobre la preparación de la conmemoración gozosa de su, gracias a Dios, fallida cornada mortal, se manifestó su “gabinete de comunicación”. Algún periodista amigo, que los tiene a montones. Me sorprendió el libro de Carlos Abella, en el que, para alabar al de Galapagar, pone a escurrir a Enrique Ponce, un cuarto de siglo en los ruedos sin perder comba y una cifra de espectáculos a la que no creo que haya llegado ningún otro torero de la Historia. Pedro Romero no cuenta con cifras reales y si se toma como buena la de tres mil toros de otras tantas estocadas por lo alto o por el costillar, en el caso del de Chivas puede que alcance, no tardando mucho, la de cinco mil toros. Menos mal que Andrés Amorós le ha puesto letra a la buena música de Ponce, que, además, dicen que juega al fútbol al estilo de Raúl, el madridista que echaron de Madrid antes que al Casillas de hoy. Goool y oleeé son expresiones cacofónicas. Confieso que a mí me entretiene el balompié y que, en mis tiempos juveniles, fui admirador del canario Molowny y su paisano Silva que jugaba en el Atlético de Madrid. Tenían el pellizco del arte del pelotón. Mea culpa.

miércoles, 6 de marzo de 2013

LA INDISCUTIBLE DISCUTIBILIDAD

Experimenté en lejanos tiempos lo que era la osadía, el atrevimiento y el ardor juvenil y escribí beligerantes crónicas de las que solo me arrepiento de algunas muy concretas y ahora, en la aguda y serena reflexión senil que algunos consideraran normal chocheo, todavía me entrego a la educada batalla de la discrepancia. Leí a Díaz-Manresa que los premiados por el Ministerio de Cultura en el apartado de Tauromaquia eran los indiscutibles Ángel Peralta y Paco Ojeda e inmediatamente pensé que a lo largo de nuestra historia eran discutibles hasta Pedro Romero y Costillares, Montes y Cúchares, Lagartijo y Frascuelo, Joselito y Belmonte, Cañero y Nuncio ( el portugués que le enseñó el quiebro a Alvaro hijo), Marcial o Cagancho, Manolete y Arruza, Pepe Luis y Bienvenida, Litri y Aparicio, Ordóñez y El Cordobés y Camino y Romero por no llegar hasta día de hoy en que enfrentaría a Ponce y Tomás. Y cuanta más discusión ha existido, más abundante ha sido la clientela de los cosos taurinos. Si no se lo creen, se lo pregunten a “los de José y Juan”. Juan le apuntaba a José que no prescindiera de él porque lo necesitaba y aquello fue “hasta que la muerte nos reúna”. Y, en contra de lo previsto, así sucedió. He repetido muchas veces lo de Balmes, “la verdad raramente es pura y nunca simple”, y en este momento descubro que solo hay una verdad indiscutible: la última. Se me acerca misteriosa y ladina.

Paco Ojeda fue el primero en discutirse a sí mismo, colgó el traje de luces y se envolvió en los zahones hasta que Pablo Hermoso de Mendoza le mandó a su casa. Hasta ahora, el de Estella ha hecho otras muchas cosas: redujo la velocidad de los caballos y les hizo circular hacia las afueras, el paso de costado y la doma de los juveniles equinos hasta acabar con el mito de un solo caballo. Cada año saca a los ruedos nombres nuevos y a “Cagancho” lo tiene en el paraíso animal de su tierra como un patriarca gitano. Se lo merece. Desterró el poder de los hermanísimos y la ventaja de las colleras. Lo de las bordadas chaquetillas es un adorno frente al ajuar campestre de los antiguos. Pero el toreo, sin la estética que palie el dramatismo, es solo tragedia.

Y he opinado de los que escribieron y escriben. Desde el aragonés Mariano de Cavia, el mejor para mí, hasta don César Jalón “Clarito”, el riojano que sabía de toros y flamenco y escribía como los ángeles pese a ser ministro de la II República. Cañabate era mejor escritor que aficionado y su sucesor, Zabala, mejor aficionado que escritor. Su hijo, Vicente Zabala de la Serna, nieto del Victoriano de Sepúlveda, supera con la pluma a su progenitor aunque no llegue a la gracia chispera del que retrató Belmonte cuando descubrió que, en los tiempos de “Juan y José”, el Caña era partidario de Vicente Pastor. En los tiempos de Ordóñez y Luis Miguel, Navalón era de Andrés Vázquez. Pura estrategia demagoga. Y no quiero recordar lo que decía Agustín de Foxá, algo así como “Bate Caña, coño, vete”. Foxá también del todo discutible menos en su descripción de Madrid, corte y checa. Sombrero en mano. El otro día, en “El Mundo”, Vicente Zabala de la Serna puso un acuífero en el oído de J. J. Padilla. Me imagino que en realidad era un acúfeno, ruido molesto y continuo que desesperaba al sordo don Francisco el de los Toros y que los viejos de hoy, en el silencio de la noche, paliamos con los auriculares de la radio de pilas.

A Ricardo Díaz-Manresa le pido que me disculpe y que admita que, en los toros, todos somos discutibles y más si aflora el partidismo que le da vida al fútbol. Que hablen de uno aunque sea mal. Y a Juan Lamarca le ruego que le devuelva a Pepe Bienvenida su espada recibidora en la ilustración que adorna todos los artículos que publica en su portal.

Me vuelvo a Zaragoza porque la cosa por estos mis lares está que arde y en el transcurso de esta semana puede que se apunten posibles desenlaces judiciales. La empresa SEROLO, arrendataria, tiene un abogado al que se le conoce con el sobrenombre de “El Gran Capitán” porque, al estilo de don Gonzalo Fernández de Córdoba y las cuentas presentadas a los Reyes Católicos por las campañas de Nápoles y Sicilia y en la que gastó 100 millones en palas, picos y azadones para enterrar los muertos del bando enemigo, muchos más en monjas y frailes para las preces, pólvora y balas, aguardientes, misas de acción de gracias y otros cien millones por su presencia ante el Rey que le pedía las cuentas y al que regaló un reino, le exige a la arrendadora, la Diputación de Zaragoza, indemnizaciones por la subida del IVA, el lucro cesante, por las obras en la plaza y otras muchas circunstancias de las que resulta que los de SEROLO están cumplidos con la propietaria de la plaza de Pignatelli y ¡ojo! que el señor letrado no profundice en los misterios de la contabilidad que, al final, será la Diputación la que tenga que abonar alguna cantidad a los SEROLO. Lo del lucro cesante del IVA es curioso. Dicen los empresarios que la subida de este impuesto nacional ha supuesto que se vendieran menos entradas y ello que disminuyeran sus ingresos y se justificara la rebaja en las condiciones económicas que firmaron en el pliego de arrendamiento. Lo de alguna de las obras realizadas en la plaza dicen que ha supuesto una traba para la organización de más espectáculos que hubieran incrementado las posibilidades de negocio de explotación. Y muchos argumentos más. Veremos en qué queda este asunto, aunque los empresarios ya han anunciado el ciclo de Primavera y del Pilar y que en esta semana abren las taquillas para los abonados. Difícil situación. Hace cien años, leo en Heraldo de Aragón, la tradicional corrida de Pascua fue sustituida por una novillada. La crisis viene de largo. Y el que no se consuela es porque no le da la gana.

Otro tema que preocupa y que estudia Marc Lavie en su fantástica “Semana Grande” es el de la huelga de los subalternos taurinos en las Ferias más importantes, Sevilla, Valencia y Madrid. Éramos pocos y parió la abuela. Pero parece que en los medios informativos españoles el asunto no inquieta lo más mínimo. Recuerdo cuando en España no había huelgas, las tiendas de campaña de los sindicatos se montaban a las puertas de la México y a un picador español le tiraban del caballo de un palazo en la espalda. ¡Qué tiempos aquellos en los que en España no sabíamos lo que era un piquete informativo! No sé si éramos más felices; de lo que estoy seguro es que yo era medio siglo más joven. Sigo siendo beligerante y discutidor en la medida de mis menguadas fuerzas. A la semana que viene me quitarán los alambres de mi húmero izquierdo. Espero no romperme como un muñeco de marionetas sin hilos.