jueves, 26 de febrero de 2015

CALEIDOSCOPIO TORERO (cuarta parte)

CURRO ROMERO, MIURA Y PAGÉS
  
En la calle Libertad del Tubo zaragozano hay una casa de comidas y bebidas con salón de exposiciones que, a su entrada, a la izquierda, hay una foto de Curro Romero con el recuerdo de los años que han pasado desde que decidió retirarse de los ruedos. Fue el 22 de octubre de 2000, al remate del siglo XX, en la curiosa plaza de La Algaba enmarcada en un redondel de grandes ruedas de carro y ambientada por la alegría, el arte y el taurinismo de los algabeños. El motivo era un festival a beneficio de la Asociación ANDEX (Asociación de Padres de Niños con Cáncer de Andalucía y Extremadura) que se había propuesto celebrar en la Real Maestranza de Sevilla, pero que le empresa rechazó por considerar la fecha como inoportuna. Ocurría además que los dos protagonistas, Curro y Morante, no habían participado en la Feria de San Miguel sevillana y, al parecer, ello no había sido del agrado del heredero de don Eduardo Pagés, Eduardo Canorea, y de su cuñado Ramón Valencia, esposo de María del Carmen Canorea, ambos y Mercedes, hijos de Carmen Pagés Prieto y Diodoro Canorea, machego toledano del pueblo de Cabezamesada.

El barcelonés Eduardo Pagés (1890) firmó contrato empresarial con la Real Maestranza de Sevilla el 16 de diciembre de 1932 (hace 82 años) y fue don Francisco Armero, marqués del Nervión, el que suscribió por parte maestrante las condiciones de ese contrato que se mantiene vigente pese a que Pagés murió en 1945 y le sucedió una gestora en la que figuraban los hermanos Belmonte, que llevó la plaza hasta 1959. La hija de Pagés, Carmen, se casó con Diodoro Canorea, que era empleado de banca y que reivindicó favorablemente el derecho de su esposa a la explotación de la plaza sevillana. Su gestión se mantuvo hasta la fecha de su fallecimiento, el 29 de enero del año 2000, momento en el que su hijo Eduardo y su yerno Ramón tomaran las riendas de la empresa. En la Feria de Abril de ese año, Curro Romero hizo el paseíllo en su prólogo, la corrida del Domingo de Resurrección, 23 de abril, con Ponce y Morante, el día 27 de ese mismo mes lo hizo con José Mari Manzanares y el hijo de Pepe Luis, el día 30 con Ponce y Finito y el 2 de mayo con Curro Vázquez y Finito. Buenos carteles y la sensación de que el Faraón de Camas seguía en su trono de El Baratillo a pesar de que ya iba camino de los 67 años.

Días antes que Diodoro, el 2 de enero, falleció Doña María de las Mercedes, madre del Rey Don Juan Carlos, cliente habitual del Palco de Honor maestrante y valedora de las  virtudes artísticas de Romero y, tras las dificultades para la organización de la Feria de San Miguel y las declaraciones del heredero Canorea Pagés, a Curro se le vinieron a las mentes los fantasmas de la duda, vio su trono sevillano en almoneda y le dijo a Fernando Fernández Román que se cortaba la coleta, que había sentido un duro escalofrío cuando su compañero de cartel en La Algaba había sufrido una voltereta impresionante. “Si me la dan a mí me tienen que llevar en parigüelas”. El trío Sevilla-Canorea-Romero había mantenido un hermoso idilio artístico durante cuarenta años plenos de acontecimientos, anécdotas, triunfos y dolores. “Curro, ya llegará el verano”. Y lo que les dijo “Picoco” a los hermanos de “Espartaco” cuando le argumentaron que era muy currista: “¿Qué si soy de Curro? Vamos, que se muere mi padre y Curro torea en Sevilla y les digo a mis hermanos que vayan rezando que aluego vuelvo”.

Curro es uno de esos toreros que Bergamín motejaba como “toreros con percha literaria”. Por eso me he llevado un disgusto en mi Zaragoza del alma cuando he acudido a la presentación de una exposición anunciada como “La mirada de EFE” y subtitulada como “75 años de Toros en Zaragoza”. Mas de cuarenta  reproducciones en gran formato y una a todo color de Curro Romero de una corrida del 21 de mayo del ya famoso año 2000 en un pinchazo “juyendo”. Con amigos así ¿para qué queremos enemigos? Ni siquiera anti-taurinos.

Francisco Romero López también ha sido noticia estos días por su presencia en la entrega a don Eduardo III Miura y  Antonio III Miura del hierro de honor del diario ABC. La entrega corrió a cargo del Rey padre Don Juan Carlos y al acto asistieron un buen número de toreros eméritos. En la foto, alrededor del hijo de la ilustre aficionada Doña María de las Mercedes, Curro Romero, Andrés Vázquez, Jaime Ostos, que agarra del bracete a Don Juan Carlos, Palomo Linares, Enrique Ponce, Sancho Dávila, Alberto Aguilar y Andrés Caballero. Me ha extrañado la presencia del camero en este acto y baso esa sensación en dos anécdotas y una afirmación. La primera anécdota tuvo lugar cuando le apoderaba Domingo Dominguín y le contaba al matador que estaba en tratos para ir a Santander con una corrida muy a modo, así ( y Domingo juntaba los dedos índices de sus manos como imaginando un toro de lo más brocho), recién cumplidos los cuatro años, bla, bla, bla… ¿Pero de quién es la corrida, Domingo? De Miura. ¿De Miura? Ni resién nasidos. La segunda anécdota tuvo lugar en Sevilla, en el restaurante “Río Grande”, en el Guadalquivir y desde cuyas ventanas se contempla la Torre del Oro. Allí le daban un homenaje a Curro y a Miura. No quiso asistir para no sentarse a la mesa con los criadores de toros que  hirieron de muerte en Madrid a “Pepete”, tío abuelo de “Manolete”, “Islero” e n Linares, Manuel García “El Espartero” también en Madrid, Domingo del Campo “Dominguín” en Barcelona, Fausto Posada en Sanlúcar de Barrameda y Pedro Carreño en Écija. Afirmación: Curro Romero no ha toreado en su larga carrera profesional ni una sola res, vaca o toro, del hierro de la A con asas.

Es curioso que otro de los personajes de la historia taurina sevillana no tenga su origen en la tierra bética. El padre de Juan Mihura cuando llegó a Andalucía procedente de la navarra Zugarramurdi, famosa por su Cueva de los Aquelarres, Arroyo del Infierno, Prado del Cabrón, la Catedral del Diablo y el juicio de la Inquisición contra cuarenta vecinas acusadas de brujería, perdió la h intercalada que conservó el famoso autor de comedias y fundador de “La Codorniz” don Miguel Mihura. Don Juan perdió la h y abrió una tienda de sombreros en la calle de Las Sierpes, compró una ganadería que desde un principio gobernó su hijo Antonio, al que sucedió Eduardo, el de las patillas, sus hijos Eduardo, Antonio y José Miura Hontoria hasta llegar a los actuales Miura Martínez, Eduardo III y Antonio III. Hubo una vuelta a los orígenes cuando, en 1879, en Córdoba, se le perdonó la vida al toro “Murciélago” de la ganadería navarra de Pérez Laborda, de Tudela, y “Lagartijo” le regaló el ejemplar colorado y ojo de perdiz a don Antonio, que unos dicen que le puso a su placer treinta vacas y otros aseguran que fueron sesenta. Sí es cierto y comprobable que a partir de aquel cruce muchos toros de Miura tenían el pelo colorado y el ojo de perdiz, finos de cabos y agilidad en la embestida, características de los toros del pre Pirineo, tierras de Navarra.


Al origen catalán de don Eduardo Pagés, al manchego de don Diodoro Canorea y al navarro de los Miuras hay que añadir el catalanovasco de los que iniciaron en el Prado de San Sebastián, cerca de la Fábrica de Tabacos y de los Jardines de Murillo y el Alcázar, la Feria de Abril de Sevilla. España, plural y maravillosa. Sin fronteras. Fueron sus promotores Narciso Bonaplata, catalán, y José María Ybarra, vasco, dio el permiso Isabel II y el primer día de Feria, el 18 de abril de 1847. Isabel II estuvo en tres Ferias. En 1973, esta se trasladó al barrio de Los Remedios, al otro lado del río. Miles de bombillas volverán a iluminar calles y casetas, música y silencios, copas y pescaditos, bailes y canciones, paseos y romances. Gloria bendita, don Salvador.    

domingo, 22 de febrero de 2015

CALEIDOSCOPIO TORERO (Tercera parte)


Qué bonito se ve el mundo de colores aunque a veces me acuerde de las fotos en blanco y negro que se grababan en placas de cristal en el cajón oscuro cubierto con un manguito de tela negra y al que se daba paso a la luz disparando el oportuno obturador. De entonces hay estampas fantásticas y la constancia de que ya hace muchos años existía la posibilidad de retratarse a uno mismo solo o acompañado, lo que ahora está de moda y le llaman “selfie”. Santiago Ramón y Cajal le enchufó un tubo de goma al obturador de su cámara y al otro extremo puso una pera como la de los enemas, apretó, el aire disparó el artilugio y don Santiago se autorretrató sólo o en grupo. Pasaron los años y se supervaloró la información gráfica, las tragedias, los sucesos, las bodas, las modas y los acontecimientos sociales. El diario “Pueblo”, portavoz del sindicalismo vertical, con  el impulso renovador de su director Emilio Romero puso en circulación la información rosa en la que muchas veces fueron protagonistas los toreros. Ahora “ABC” ha recordado la singular aventura que protagonizaron el matador de toros Ángel Teruel y la propietaria de los almacenes Woolworths de USA, princesa de Champañak, con casi tantos maridos como dineros, Gary Grant y el “play-boy” dominicano Porfirio Rubirosa entre los siete que coleccionó, que  paseaba por España en un Rolls en la temporada de 1972 y se hizo seguidora apasionada del torero de Embajadores. Regalos valiosos, brindis y fiestas y una circunstancia muy particular: Bárbara Hutton no podía andar y, como entonces no había rampas de acceso para las sillas de ruedas en las plazas de toros, uno de sus guardaespaldas la tomaba en brazos del automóvil y así la llevaba a la barrera de Sevilla o Navalmoral de la Mata. Esa es una de las fotos que ilustra el artículo de “ABC” de Rosa Belmonte, pero en el pie correspondiente, tampoco en el texto, no se aclara la circunstancia por la que la lleva en volandas el hombre de su séquito: su parálisis de las extremidades inferiores. La Hutton tenía 60 años y Ángel Teruel 20. Hacía tres años que el madrileño había tomado la alternativa, le apoderaba Pepe Dominguín y era otro de los toreros surgidos de la “Oportunidad” que gestionaron  los hermanos Lozano y los hermanos Dominguín con el apoyo mediático del diario “Pueblo”. Rosa Belmonte cuenta la historieta en base al testimonio del colombiano Edgar García Ochoa y habla en principio de que la rumba y las mujeres que le acosaban minaron la aspiración de Ángel Teruel de ser figura del toreo. No es esa mi sensación pese a los argumentos de los amores con dos hermanas y una prima, la mantilla que le lanzó la rica americana en Sevilla y no se le devolvió el diestro sino uno de sus subalternos, el enfado de esta, la cena en la “suite” del Alfonso XIII sevillano y el regalo de dos pasajes de ida y vuelta a Los Ángeles, un reloj de oro, un Rolls Royce y 45 millones de francos. Esto de los regalos lo desmintió años después Tico Medina. También se dice en este artículo de  Rosa Belmonte que, en Navalmoral de la Mata, Bábara le arrojó al ruedo un collar de brillantes. Tampoco me lo creo: ella llevaba a modo de collarín ortopédico o tapa-arrugas a lo masái una gargantilla de seis vueltas de perlas  y un par de ellas más gordas por debajo y, en la chaqueta de color claro bajo el abrigo de pieles, bordado un golpe, alamar o cairel, de vestido torero, sus pobladas cejas negras a lo pintora Frida Kahlo, compañera del mexicano Diego Rivera, peinado de bucles y hondas y la mirada triste y compungida. Sí tengo constancia de que en Talayuela, Cáceres, le regaló al de Embajadores unos gemelos de oro con sesenta brillantes que entonces se valoraron en 4 millones de pesetas, que a Ostos le obsequió con la reproducción de la llave egipcia de la vida y la muerte en oro  y no tengo constancia de que le hiciera regalo alguno al tercer matador, Raúl Sánchez. Fueron Manolo F. Molés en “Pueblo” y José Luis Blanco Quiñones en “El Alcázar” los que firmaron los reportajes de la mediática historieta. Blanco Quiñones reflejó de este modo la opinión de Teruel sobre su amiga americana: “Con Bárbara Hutton me une una grande y sincera amistad. Es importante y es para mí un orgullo el que una señora de la categoría de Bárbara se fije en un torero como yo, dando categoría de esta forma no sólo a mi persona sino a toda la profesión”.
Ya por aquellos días, Ángel Teruel tenía novia. Era Lidia García González, hija de Gracia (Pochola) González Lucas, hermana de Domingo, Pepe, Luis Miguel y Carmina Dominguín. Se casaron en abril de 1976 en la madrileña iglesia del Perpetuo Socorro  y tuvieron cuatro hijos, Verónica, Lidia, Ángel Luis y Gonzalo, cuarta generación de los Dominguín por la rama femenina con un nuevo matador de toros en el caso de Ángel Luis, coetáneo de los Rivera Ordoñez, Francisco y Cayetano, mientras que por la rama masculina ninguno de sus descendientes, los de Domingo, Pepe y Luis Miguel, alcanzaron el doctorado taurino. Únicamente el hijo de Pepe, José Manuel González Salgado, más conocido como “Peloncho” , tuvo alguna inquietud torera allá por aquel año de 1972, fervor que apenas duró una temporada de actuaciones en novilladas sin caballos.
Al margen del historial donjuanesco abrumador de Luis Miguel, Pepe Dominguín, el apoderado de Teruel, tuvo una amplia biografía sentimental. En 1948 se casó con Dolly Lummis Mackennie, peruana  de origen escocés que murió en 1952, en su segundo parto, de un choque anestésico. En 1953 se casó con María Rosa Salgado, una bellísima y buena actriz con la que tuvo tres hijos, Peloncho, Jimena y Alejandro. Se separaron a los diez años de matrimonio y Pepe se casó con la mexicana María José Suárez en 1965. Diez años después, otro matrimonio. En esta ocasión con la francesa Daniella. Pepe comentaba que en España, aunque no estaba permitido el divorcio, era más fácil separarse que en América. “Aquí le dices a la mujer “cariño, ahora vengo, voy a comprar tabaco” y no vuelves y ya está y en América te persigue la policía y los jueces o te pegan una paliza entre los hermanos y amigos de la interfecta”. Pepe era un gran tipo, un escritor de valía con una obra antológica, “Mi gente” (su familia) y otra de lo más literaria, “Carasucia”. Inseparable de Curro Fetén y Pepe Puente, en sus últimos saltos del Atlántico se llevó cuadros de este último para venderlos en aquel mercado potencial, al que también recurría el evolucionado López Canito. Para mí, la familia de los Dominguín, incluida la conocida por “Pati” o “Patata”, Carmen, hija de Domingo y casada con Curro Vázquez, es una familia de encantadores de serpientes con la palma de oro de la cordialidad para Carmina, la esposa de Antonio Ordóñez. La otra Carmina, la hija de estos, inenarrable. Recuerdo la cervecería “La Alemana”, cuando la regentaba Ramón “El Chino”,  la presidía una foto de “Cuevitas” de Luis Miguel y era el cuartel general de los de Quismondo desde que fueron a  vivir a la calle del Príncipe. A la que apenas conocí fue a “Pochola”, la madre de Lidia, la esposa de Ángel Teruel, matrimonio que en sus casi 40 años de convivencia apenas “han dado ramicos a oler” a los “sabuesos” de la prensa cardiaca. Quizá únicamente con ocasión del grave accidente automovilístico que sufrió Ángel. Recuerdo algo peculiar del torero de Embajadores: cuando daba la vuelta al ruedo iba moviendo los labios y algunos lectores avezados decían que eran expresiones de gratitud y otros lo contrario. El secreto lo tiene el protagonista.
Y no me olvido de José Luis Teruel, el hermano mayor de Ángel. La familia dice Rosa Belmonte que tenía un tiovivo que llevaba por la ferias de España. Me parece que el negocio, siempre vinculado a lo ferial, era más amplio  y que abarcaba también la confección y venta de objetos para los belenes, globos, estrellas, zambombas o casitas de corcho. José Luis se apodaba “El Pepe” y tuvo de mentor a Octavio Martínez “Nacional”, matador de toros de Almería, que le inventó un buen reclamo publicitario: “Sea usted moderno; sea usted de “El Pepe””. Luego fue en la cuadrilla de Ángel y se hizo empresario en plazas riojanas y navarras. Ambos, José Luis y Ángel y el tío que les acompañaba como administrador, tenían el acento de Cascorro, el hombre de la lata. Y de Vicente Pastor, que vivía en una casa de Embajadores con ascensor, vecino de El Rastro.
Por cierto, un día de estos, día 20,  Ángel Teruel ha cumplido 65 años.¡Felicidades!

POSTDATA.- Hace unos días leí  también en ABC un artículo de Gonzalo de Bethencour de abril de 1975 en el que hablaba de un complot por parte de la CIA norteamericana para eliminar a Franco y que el director de “Pueblo”, Luis Angel de la Viuda, decidió no publicar para no enturbiar las relaciones de España y Estados Unidos. Ni entro ni salgo en la veracidad de lo afirmado por el periodista desde el otro lado del Atlántico, pero una foto que ilustraba el recuperado reportaje ponía en su pie que se trataba de Alfredo Sánchez Bella, embajador de España en Colombia y en realidad  era del propio Gonzalo de Bethencourt, al que yo conocía como Gonzalo Carvajal, cronista taurino de “Pueblo” que en los inviernos se iba a la América taurina a dar noticia de la temporada de México, Venezuela, Ecuador, Colombia y Perú. Pero a Gonzalo, buen periodista, le fascinaba el revolucionado mundo hispanoamericano y en sus aventuras periodísticas incluía hasta la mismísima Cuba. De aquellos barros le quedaron los lodos de unas fiebres que acabaron con la vida del sevillano el 29 de agosto de 1982, el mismo día en que falleció Carmina Dominguín, la esposa de Antonio Ordóñez y en el 35 aniversario de la muerte de “Manolete”.          

miércoles, 11 de febrero de 2015

CALEIDOSCOPIO TORERO (SEGUNDA PARTE)

Le he encontrado alicientes a esto de darle vueltas al tubo de colores en base a lo que leo en los periódicos, oigo en las radios, veo en las televisiones o me aparece en el correo digital. Estamos informados a tope aunque ello nos lleve a una patológica incomunicación. Y la primera noticia que me mueve a la reflexión es la concesión de la Medalla de Oro de las Bellas Artes 2014 a Manuel Benítez “El Cordobés” pocos días después de que recibiera la correspondiente a 2013 Victorino Martín Andrés, lo que muestra que el Gobierno actual toma en consideración el reconocimiento cultural de la Tauromaquia. Estupendo. Sería bueno que este mismo Gobierno rebajara la presión fiscal que tiene que soportar la Fiesta, al menos en la faceta de los festejos populares y las novilladas.  Otra cosa es que yo admita que el arte de Manuel Benítez fuera bello, duda, por otra parte, que también tengo cuando contemplo los cuadros de Mark Rothko, el grito de Edvard Munch, una arpillera de Miralles, el tríptico de Francis Bacon, los cometas de Miró o las instalaciones que algunos consideran como esculturas. Lo de “El Cordobés” era arte, seducción, magnetismo, populismo, sí, pero ¿belleza? Hace muchos años, “La Codorniz” otorgaba el premio de “Las  Birrias Artes” y el primero se lo concedieron al edificio de Bellas Artes de la calle Alcalá, frente a la iglesia de San José de Madrid. Estamos siempre en la contradicción pese a que tenga que reconocer que en estos momentos priva el feísmo hasta en los desfiles de  modelos que se prodigan en los informativos televisados, que no sé para qué sirven porque luego el pueblo llano no usa tales prendas, como a nadie se le ocurriría vestirse de luces como lo hizo hace poco Mandonna en los premios Grammy y rodeada de bailarines de cuernos prehistóricos. Agradezco a la famosa cantante el detalle, lo que confirma la universalidad del toreo y recomiendo a algunos el velito que desde la menguada montera difuminaba el expresivo rostro de la reina del pop. ¿O es reina de otra cosa? No estoy puesto en esta materia musical. En inglés, me quedé en Bing Crosby, Frank Sinatra y, ahora, en Leonard Cohen. A Victorino le concedieron la Medalla porque sus toros, muchos, son bellos cárdenos y embisten con mucho arte con el morro por la arena.

Y ya que estoy con el toro, me acercaré hasta los alrededores de Las Bardenas Reales en sus estribaciones aragonesas para dar noticia de que en la ganadería de “Ripamilán” (recuerdo de la última ganadería ejeana como Antonio Briones le puso el nombre de “Carriquirri” a la suya y Fernando Domecq el de ”Zalduendo” a lo de Jandilla), se procedió al  “ferreo” de sus reses. En Castilla se dice herradero, pero el término es confuso porque herrar a un animal es más bien ponerle herraduras, oficio, el de herrador, ahora muy limitado y no extinguido como el de guarnicionero o carretero porque todavía hay carreras de caballo y rejoneadores. En latín, “ferro ignique”, hierro a fuego. Armando Sancho ha rescatado el nombre de una ganadería que fue la primera que se retrató en un paisaje nevado cuando, a principios del siglo XX, doña Mercedes Hernandez se la vendió a Manuel Lozano, turolense, y este se llevó toros y vacas a una finca en Valdelinares, hoy estación de esquí. Las fotografías se publicaron en “Sol y Sombra”. Nada nuevo sobre la nieve, estas frías jornadas con los toros burgaleses de Bañuelos como manchas oscuras del blanco manto en el que viven.

Otra buena noticia es que entre el 26 y el 28 de este mes de febrero se va a celebrar en Badajoz el Congreso de Turismo Taurino y que en él se hablara de la promoción de la fiesta de los toros incluidas las excursiones por las ganaderías de reses bravas de la zona. La idea no es nueva porque ya hace años que existen “rutas del toro bravo”, sobre todo una que nacía en Tarifa y terminaba en Jerez de la Frontera y hacia altos en Algeciras, Los Barrios, Alcalá de los Gazules, Medina Sidonia, Casas Viejas, San Roque, Jimena de la Frontera, en las fincas de “Los Derramaderos”  (Núñez), “Valcargado” (Ordóñez), “Los Alburejos” (Álvaro Domecq), Bohórquez en Arcos de la Frontera o Cuadri en “Comeuñas” en Trigueros (Huelva), otra ruta menos amplia que la sevillana de los Guardiola , los Urquijo, el conde de la Maza o el marqués de Ruchena, al que su hijo rejoneador, en la Maestranza, le brindó un par de banderillas por ser su máximo admirador. “Y el único”, apostilló un espectador cercano. La guasa trianera.


“ABC” entregará pronto sus premios taurinos y dicen que presidirá la función el Rey Felipe VI y me aseguran que vuelve a abrir sus puertas el restaurante “Campo del Toro” de Zaragoza. Todo ayuda a mantener constante el fuego de la fiesta española. Vale. 

martes, 3 de febrero de 2015

CALEIDOSCOPIO TORERO

El caleidoscopio de mi niñez era un tubo de un palmo de largo con un cristal en una punta y una mirilla en la otra, por lo que se veía una sucesión de colores que, como el agua del río o la llama de la fogata del hogar, nunca eran los mismos. Eso busco yo en el artículo que quiero dedicar a la actualidad taurina. Y empezaré por el que pienso que es el acontecimiento más importante de estos días, el sesenta y nueve aniversario de la inauguración de la Monumental del distrito federal de México, una plaza de toros que, en principio, tenía una capacidad para 55 mil espectadores. Luego se fue reduciendo el aforo por cuestiones de seguridad y, ahora, por falta de atractivos. Pero fue una obra que impulsó el libanés Neguib Simón Jalife, que se realizó en ciento ochenta días y con la participación de diez mil hombres en tres turnos diarios y bajo la dirección del ingeniero Modesto C. Rolland. La primera corrida tuvo lugar el 5 de febrero de 1946 con toros de San Mateo que se encargaron de lidiar Luis Castro “El Soldado”, Manuel Rodríguez “Manolete”, que cortó la primera oreja, y Luis Procuna “El berrendito de San Juan”, que cortó la segunda. En la segunda corrida hicieron el paseíllo “Manolete” y Silverio Pérez y en la tercera, “Manolete”, Procuna y Rafael Perea “Boni”. Pareciera que el coso monumental se había levantado sobre un profundo embudo de veinte metros desde la entrada al ruedo para que allí se instalaran las reales  toreras del de Córdoba. En la cuarta corrida apareció por el oscuro pasillo que llevaba a la puerta de cuadrillas otro de los consentidos por la afición mexicana, Joaquín Rodríguez “Cagancho”, al que acompañaron “El Soldado” y Silverio Pérez, con lo que bastaría recordar a Fermín Espinosa “Armillita” y Lorenzo Garza para completar el cuadro de los más grandes del lugar en el segundo tercio del siglo XX, a los que yo sumaría el nombre de Paco Camino, tercer tercio de ese mismo  siglo y, a sus finales, el de Enrique Ponce. Y, para rematar el cartel, Pablo Hermoso de Mendoza por delante.

Pero a la gran obra de ingeniería le pusieron un remoquete vejatorio: le llamaron “el monstruo de concreto” (aquí, en España, cemento) y hubo que buscarle un adorno artístico que dulcificara su clima ambiental. Fue el escultor valenciano Alfredo Just Gimeno el que creo las esculturas que prestaron aroma torero al conjunto, desde el encierro de la puerta principal a las dos docenas de homenajes, episodios vividos o recuerdos soñados por el propio escultor, Pedro Romero, Manolo Granero, Manuel Jiménez “Chicuelo”, la larga cordobesa, la gaonera y la necrológica de Alberto Balderas, que murió en la plaza de “El Toreo” cuando estaba ubicada dentro del Distrito Federal. Antonio Fuentes, Juan Belmonte, Rafael “El Gallo” o Juan Silveti, el primer “Tigre de Guanajuato”. Los mexicanos “El Soldado”, Garza, Arruza, Briones, Silverio y Garza, la manoletina de Manuel Rodríguez, la verónica de “Boni” y el póstumo homenaje al leonés Laurentino José López “Joselillo”, que resultó herido de muerte en ese ruedo de la plaza también conocida por “la México”. Hay otra escultura famosa, la “del par de Pamplona” de Rodolfo Gaona, pero esta es obra del escultor Humberto Pereza y se colocó a la entrada del citado coso de “El Toreo” como preciso ornamento del sabor y contra estruendo de la cubierta de hierro de la plaza que acogió a Manuel Benítez en 1964.

Casi setenta años después, pero hoy sólo sé que en el paseíllo conmemorativo estará el francés Castella. En los tiempos de la super comunicación los acontecimientos históricos pasan sin pena ni gloria.

De México llega la noticia de la presentación de un libro sobre la vida y fotografías de los Arjona, de Agustín, Pepe, Agustín  nieto, Joaquín y creo que un biznieto del patriarca. Dicen que luego vendrá la presentación en Sevilla y en Madrid. No me lo quiero perder. Y, como muestra de la pervivencia artística de los Arjona, una foto publicada en 6TOROS6 de publicidad de José Ortiz Muñoz, el sobrino nieto de Curro Romero. Algo tienen que ver en estas cosas los genes de los individuos. Pepe Arjona ya lo cogía el aire al tío abuelo de Camas.

Y aprovecho que estoy por la orillas del Guadalquivir para manifestar mi asombro cuando leí en  el suplemento semanal de ABC un artículo sobre la Maestranza de Sevilla en el que se afirmaba que Pepe Luis salió a hombros por la Puerta del Príncipe 16 veces. Sé que Pepe Luis desde 1938, cuando se presentó con picadores y enloqueció a sus paisanos, triunfó muchas veces en la Real Maestranza, coso del Baratillo por el que hubo cerca del lugar antes de 1760. Hasta que se retiró definitivamente en el umbral de los años 60, cuando llegaron Puerta Curro, Santiago, Paco y algunos más. Creo que fueron un par de salidas a hombros más, 18,  pero no puedo certificar que lo hiciera por esa afiligranada Puerta porque antes de instituirse reglamentariamente su apertura, tres orejas son el aval suficiente, la cancela se abría cuando daban su aquiescencia los maestrantes. Contaba José Manuel Inchausti “Tinín” que  una tarde cortó cuatro orejas y el cancerbero no le franqueo el paso a hombros por el famoso portal. El madrileño aseguraba que se zafó de sus porteadores y pasó la puerta a pie y vestido de luces. Hubo sus disputas ante el criterio de los maestrantes y el público y todo se solventó reglamentariamente. El imperio de la ley sobre el sentimiento.


Como colofón de este caleidoscopio de colores, el oro viejo del recuerdo cuando se han cumplido 50 años de la muerte de Churchill y 25 de la de Ava Gadner. Ambos tienen un rincón en mi almario torero, el inglés por sus puros habanos y la cabeza de toro que le regalaron con la uve de la victoria en pelo blanco en su cara, y la más bella por la asiduidad con la que vivió su afición a los toros, al margen de sus aventuras amorosas con Mario Cabré (“Dietario Poético a Ava Gadner”) y Luis Miguel Dominguín, que tuvo la hombría de confesar que no era cierta la anécdota de su  precipitada huida “para contarlo”. ¡Qué cosas pasaban en aquellos tiempos!