lunes, 29 de abril de 2013

DE PARIS A SAN SEBASTIAN

Me fui a París con mi señora y mis hijos Elena y Benjamín. Sorpresa: me encontré con la misma ciudad que conocí hace más de cuarenta años. Es maravilloso que la capital de las grandes revoluciones sea la más conservadora del Universo. Nuevos autobuses descubiertos de dos pisos, más “bateaus” en el Sena y multitud de turistas en todos los lugares. Me sorprendió la Santa Capilla del interior del Palacio de Justicia que no recordaba y, pese a mi edad, subí y bajé las escaleras de caracol para empaparme en la maravilla de su encanto envuelto en vidrieras de colores. Lo demás, lo mismo, Notre-Dame, el Arco del Triunfo, la Torre Eiffel, el Sacré-Coeur y la gran vista de la ciudad completa, los Campos Elíseos, el Hótel de Ville, Louvre, D’Orsay, con la novedad de dos muestras de pintores españoles, Sorolla y Picasso, la place des Vosges, Royal, Concorde, la Ópera, Montmartre, sus tabernas y pintores, los Inválidos, Pigalle y el Molino Rojo, las estatuas doradas o las verjas rematadas en puntas de lanza que parecen de oro. Dos o tres tipos de casas, la cúpula sorpresa de Lafayette y toros bravos en una de las muchas galerías de arte de las plazas porticadas parisinas. Desde la habitación del hotel se veían las torres cuadradas y el estilete flamígero de Notre-Dame. De París a San Sebastián, al “Buena-Vista” del Igueldo, ahora Ijeldo, como Guipuzcoa es Jipuzkoa. Que ganas de cambiarlo todo con lo bonito que era el cristino lugar de Donostia. En el Bulevar, cerca del Ayuntamiento antes Casino, una carpa rodeada de carteles que no entendí porque estaban escritos en vasco. Y yo me pregunto ¿dónde irían los vascos viajeros si no supieran español, francés o inglés? Los catalanes tienen más posibilidades porque su raíz, como el español, es el romance. Pueden hablar hasta en latín. Está bien lo de guardar y conservar las peculiaridades de cada cual, pero en la moderna “aldea global” hay que entenderse con la mayoría. Lo que si me agradó fue comprar “El Correo”, al que antes le ponían el apellido de Español como a “La Vanguardia”, y leer la crónica de “Barquerito” de la corrida de la Feria Sevillana en la que maravilló el arte sin par de Morante de la Puebla. Para mis adentros pensé que seguramente en “Heraldo de Aragón” no dieron tal noticia, sí la de la cogida de El Juli y, muy posiblemente, la condena de Ortega Cano por su desgraciado accidente. Por sorpresa, “El Juli” pidió el alta médica, cogió el AVE en Sevilla, no paró en Madrid, siguió hasta Zaragoza y se puso en manos del doctor don Carlos Val Carreres. Tenía fiebre y los Val Carreres, hijos, nietos y biznietos de médicos especializados en la cirugía taurina, tienen la confianza de los toreros.

Pues en San Sebastián, donde se impiden las corridas de toros, se publican crónicas de Ignacio Álvarez Vara, el leones errante, cronista viajero y gastronómico y mayor autoridad en el conocimiento y estudio del toro en función del toreo. En Zaragoza, no. Y eso que la agencia para la que trabaja Ignacio es Colpisa, que creo pertenece al mismo grupo que el decano de la prensa aragonesa, a Vocento. El toreo, por estas tierras tan tradicionalmente taurinas de Aragón, con la segunda plaza de toros del Universo Mundo, solo interesa como tragedia o chismorreo. Así resulta que en la corrida-concurso del otro día hubo menos de un décimo de entrada y en la del día de San Jorge, ochocientos sufridores mal contados. Claro que, si entramos en el detalle de toros y toreros de ambos carteles, aun puede calificarse de milagroso que los atrevidos “paganinis” superaran el centenar. Si esa es la forma de reivindicarse los señores empresarios frente a las pretensiones desahuciadoras de la Diputación de Zaragoza, que venga Dios y lo vea. A la puerta centenaria de la obra iniciada por don Ramón de Pignatelli estaba el “escrache” (acoso en español) de los anti-taurinos verdes y rojos, animalistas y partidarios del aborto. A estos, todo lo español les sabe a cuerno “quemao”, que es sabor que llega hasta el seso de los intransigentes. Y los sesos se les vuelven agua sucia.

En Sevilla ganó Julián López “El Juli” porque abrió la Puerta del Príncipe el Domingo de Resurrección y porque resultó gravemente herido por un toro de Victoriano del Río y no pudo hacer el paseíllo en el cierre de Feria con toros de Miura. La Fiesta Española necesita de triunfos y de tragedias. Para sus exigencias, hacía mucho tiempo que una figura no pasaba por el hule de la mesa de operaciones. Es doloroso que así suceda, pero el monstruo de miles de cabezas de la afición es morboso y, de vez en cuando, necesita sangre. Luego, si, muchos lloros y lutos negros, catafalcos solemnes, entierros multitudinarios y vueltas al ruedo póstumas, pero así se justifica que en estas arenas se muere de verdad. Sí, sí, se muere aunque el toro y la Ciencia han dulcificado el tétrico panorama. Y algunos, unos cuantos, se lo toman muy mal y lanzan soflamas hirientes y burlescos contra ganaderos y toreros. Entre nosotros siempre han triunfado los tremendistas.

Que se recuerde un hecho puntual de una feria solía ser patrimonio de otros tiempos, cuando no había tan específicos y puntuales medios de difusión. Me viene a la memoria una Feria de San Isidro que se recordaba porque José Mari Manzanares, padre, dio un intenso, largo y emocionante pase de pecho. Onomatopéyico: ¡Oooooh! Epopeya sonora. En Sevilla, este año, Morante de la Puebla ha interpretado la más maravillosa media verónica que parieron los siglos pese a que yo evoque lo que, hace unos cuantos años, “Picoco” les dijo a unos amigos que le preguntaron por Curro Romero a la salida de la Maestranza: “Ahí le he dejado dando media verónica”. Si es mejor esta que aquella queda para la intimidad de los que sintieron una y otra. Ví un resumen de la actuación del de La Puebla y a la media verónica yo añadiría unos cuantos lances más y puede que media docena de muletazos de alcurnia regia. El toreo es un puro sentimiento que, en la mayoría de las ocasiones, no aguanta el análisis. Y, en el examen posterior de las dos revistas especializadas, me encuentro con la sorpresa de la nueva saga de los Arjona, Agustín, Joaquín y un González Arjona que puede ser hijo de la hermana de Agustín, todos descendientes del imponente don José que revive en esa exposición sevillana, de la que trataré de conseguir el catálogo porque es seguro que tendré muchos motivos de recuerdos y evocaciones.

Como ha pasado en otras muchas ocasiones, a “El Juli” le sustituyó un torero con ya un amplio historial en los ruedos, pero sin reflejo en las estadísticas hispanas. Manuel Escribano tiene más sitio en los ruedos franceses y americanos que en los españoles. Escribano se encontró con el sexto toro de Miura y le cortó las dos orejas. Lo dijo mi paisano Miguel Cinco Villas cuando le cortó las dos orejas a un toro en la vieja “Chata” carabanchelera: “Este invierno pitará en mi casa la “magefesa””. En esta primavera invernal estamos de cara al verano y es factible que Escribano figure en una treintena de carteles futuros si es que la Real Maestranza de Sevilla y los Miuras todavía tienen importancia en la revuelta Fiesta. Destacaron además los también lugareños Antonio Nazaré y Daniel Luque y el adoptado Diego Ventura, que lidió en solitario y a caballo seis toros, cortó cuatro orejas y salió a hombros por la Puerta del Príncipe aunque la proporción de trofeos no sea la adecuada: si con dos toros tienes que cortar tres orejas para abrir tan afamada cancela, para franquearla en el caso de lidiar seis tenían que ser necesarias nueve orejas. Pero no añadamos trabas a la exigencia maestrante.

Mientras tanto, por tierras mexicanas, Pablo Hermoso de Mendoza toreaba su festejo dos mil, cifra a la que no ha llegado ningún caballero toreador, incluídos los afamados lusitanos del arte de Marialba. Que un mozo de la navarra Estella haya superado tan fantástica barrera es la confirmación de que estamos ante la más alta dignidad del toreo de a caballo. Y aprovecho la ocasión de ensalzar los méritos de un torero de Navarra para quejarme de que en una publicación de ABC se nombre a don Santiago Ramón y Cajal como “médico navarro”. Es cierto, don Santiago nació en Petilla de Aragón, un pequeño enclave ganado por el rey navarro al aragonés Pedro IV en una partida de cartas, y estudió Medicina. Pero en realidad él se consideraba aragonés y el Mundo le reconoció su categoría de investigador científico con el Nobel. La infancia de don Ramón transcurrió entre los lugares de Valpalmas, en Las Cinco Villas de Aragón, y en la oscense Ayerbe, donde fue aprendiz de zapatero porque su padre no apreciaba las virtudes estudiantiles del hijo que se examinaba de Bachillerato en Huesca. Creo más justo definir a Santiago Ramón y Cajal como científico aragonés, de padres aragoneses, niñez y juventud aragonesa. No era aficionado a los toros pero las pruebas de una emulsión para hacer fotografías instantáneas las hizo en la plaza de toros de don Ramón de Pignatelli. Algo es algo.

miércoles, 10 de abril de 2013

CULPABLES

Hace muchos años, más de 50, en “Fiesta Española” se nos ocurrió colocar en la portada las fotos de Antonio Bienvenida, Manolo Vázquez y creo que Antonio Ordóñez bajo un espectacular titular:¡¡CULPABLES!! Ya saben ustedes como somos los españoles: pese a nuestra proverbial o soleada alegría y optimismo, somos morbosos. ¿De qué acusábamos a tan destacados representantes del arte de torear? Del triunfo arrollador de Manuel Benítez “El Cordobés”. Tan preclaros artistas tenían que acabar con el masivo poder de “El Piyayo de El Pardo”, hasta donde le había llevado el genio publicista de don Rafael Sánchez “Pipo”. Lo que ocurrió, y es justo reconocerlo ahora, es que Manuel Benítez, a pesar de su zafiedad en los manivelazos tranviarios con el capote a modo de verónicas o escupiendo sus manos antes de tomar muleta y estoque, tenía capacidad de sufrimiento y ambición de glorias y dineros muy superiores a las normales. En México, el gran dibujante Pancho Flores plasmó la caricatura del señor de Villalobillos con una tremenda muleta en la que metía a una incalculable muchedumbre. Era el antídoto que necesitaba la fiesta y por eso fueron hasta el dormitorio de su finca cordobesa don Livinio, don Pablo, don Pedro y todos sus acólitos, que, muy ilusionados, firmaron en la funda de la almohada del “robagallinas”.

¿Quién en estos tiempos podría cambiar el ambiente taurino gris y cataléptico actual? Ese, ese, el que algunos califican de “Mesías” y otros distinguen con el título de “mejor torero de todos los tiempos”. Y todo dentro de las normas clásicas del arte de torear, sin revoluciones populares, por lo que ahora es difícil buscar culpables como hace medio siglo. ¿Ponce? ¿Manzanares? ¿Morante? “El Juli”, no, que da la cara como un jabato. ¿Empresarios peregrinos de este momento? Es difícil encontrar clones de aquellos fabulosos gerentes y de otros de menor categoría pero voluntad de hierro: Zulueta o Moya por las cercanías de la Costa Brava. Ahora bastaría con que José de Tomás, de Román y de Martín, cuatro nombres propios y un sola persona, decidiera torear treinta festejos en las treinta primeras plazas de España y con toros de las doce más prestigiosas y diversas ganaderías. Ello supondría multiplicar al menos por diez los ingresos de esas plazas por su repercusión en los festejos en los que fuera protagonista y por los correspondientes abonos. Ahora, pues, sólo hay un culpable, el de Galapagar. Y unos colaboradores, los empresarios. Y hay empresarios como los Lozano, prudentes y agazapados, José Antonio, sin muchas ganas, los hijos del káiser Manolo, adormilados, los franceses Simón, Jelabert y Roberto Piles y pocos más porque no me fío del Canorea que mandó a su casa a Curro Romero, de su cuñado Valencia o de los Serolos, polémicos y judiciables, que podían ir a casa de José Tomás y firmarle una nueva almohada para que los sueños le sean propicios y se decida a ejercer sus poderes. Yo creo que se alegraría hasta Carlos Abella, su panegirista áulico, al que el espíritu “mondeñista” le tiene obnibulado. Primero, Tomás; después, “nadie”, ni siquiera Enrique Ponce con sus más de veinte años a la cabeza del escalafón, con más de dos mil corridas, cuarenta toros indultados y cerca de la mítica cifra de los cinco mil toros estoqueados. Algo tendrá el agua cuando la bendicen.

Hay nombres y hombres. Habrá que aunar voluntades. No la mía que no puedo nada, pero sí la de los que manejan el cotarro y, sobre todo, la de ese monstruo de nuestra moderna convivencia que es la televisión. Esa que hace famosos al empresario Colate de importantes y psiquiátricos apellidos por “ser mal padre” y buen amador, Patricia, Alejandra, Inés, la duquesa Eugenia y Paulina, la de la cadera rota, y al Rivera Pantoja, hijo de Francisco e Isabel, por pinchar discos al modo de Fonsi Nieto (Alfonso Gónzález Nieto), sobrino de un super campeón de la moto mínima y cuyos personales triunfos se pierden en la nebulosas de los tiempos.

Últimamente, Rafael Camino, el hijo de Paco y la ingeniera técnica agrícola Maria de los Ángeles Sanz, que nos tuvo años pendiente de la separación de su primera esposa, nos anunció que volvía a los ruedos y ahora comunica “urbi et orbi” que se casa otra vez. Recuerdo un día en el que vi a Rafi actuar en Las Ventas del Espíritu Santo, yo en un burladero y junto a su progenitor. No pretendo reproducir los comentarios de don Paco. Bueno, mejor es anunciar la buena nueva de un nuevo matrimonio que decir que sales del armario, como aseguró el hijo de otro matador de toros de los años 50 y 60. Son cosas inimaginables hace unos años, bastantes, cuando yo era niño: ¿Podía yo imaginar que Antonio Labrador “Pinturas” le diera un cachete en el antifonario a “Manolete” antes del paseíllo para darle suerte?

¿O podían imaginar ustedes que un polvo taurino trajera, además de la consiguiente y benéfica maternidad, los lodos áuricos de una amplia fortuna y el noble y popular título de “princesa del pueblo”? Así está el paciente pueblo, hoy apesadumbrado porque ha muerto “la madre de dios”, guapa desde niña a matrona, más favorecida en los retratos y esculturas que en sus definiciones humanas porque adoptar un niño y ponerle de nombre Zeus, padre y rey de los dioses del Olimpo con múltiples apetencias eróticas y varios matrimonios, y a una niña y llamerle Thais, diosa griega cortesana de Alejandro Magno convertida al cristianismo y considerada santa por coptos, católicos y ortodoxos, protagonista de una novela de Anatole France y una ópera de Massenet, la flor más bella, flor del oasis, bella princesa, aquella que se mantiene bella durante muchos años, la propia Sara, llamada María Antonia, manchega recriada en Orihuela, es como para definir a la adoptante, la madre particular de dios y de santa Thais. Mucho arroz, Catalina.

Es cierto que los guapos envejecen peor que los feos, pero Saritísima mantenía el tipo y hasta podía mostrar desnudeces en un calendario benéfico. Los mitos no tienen edad. Recuerdo que en los años 60 se estrenó “El último cuplé”, película en la que aparecían varios escenarios del Madrid de “La Verbena de la Paloma” y acompañaba a la moderna Dulcinea un torero bien vestido por la hija de “La Nati”, desaparecido de los ruedos y perdido por las tierras del otro lado del Atlántico, Enrique Vera. La emoción en los ambientes del exilio español era tremenda. Había nostálgicos que iban todas las noches al cine para contemplar esos ambientes y escuchar la media voz acariciante de Sara en el “fumando espero”. Un puro habano en su mano, vigilada por Carrillo, a la izquierda, y Francisco Umbral, a la derecha, ambos puede que poco afectos al aroma del cubano. Que yo sepa, la Montiel no tuvo amores toreros, le gustaban más los galanes cinematográficos o lo científicos ilustres. ¡Gozadica te vas, Sara! Algún sinsabor te habrás llevado en tu corazón y ya que no fuiste madre biológica, al menos te coronaste como madre putativa de Zeus y Thais.

Estos días se han publicado “Los diez mandamientos de los ancianos” y el último dice así: “No pensarás que cualquier tiempo pasado fue mejor”. Me esfuerzo, pero no consigo convencerme a mí mismo. Soy viejo y añorante. Cualquier tiempo pasado no fue mejor, pero me lo parece.

sábado, 6 de abril de 2013

NO ES EL COLOR DE LA PIEL




Hace unos días, Raúl Rivero, en las páginas de “El Mundo”, hablaba del poeta afroperuano Nicomedes Santa Cruz, un negro de verdad, no un negro como Sidney Poitiers, encantador, guapo, que apaciguaba las malas conciencias de los americanos racistas. Y las de todos, aunque lo de calificar de negro a una persona ya no resulte peyorativo. Negro o blanco. Pero ya hacía mucho tiempo que habíamos superado esa frontera del color con muchos personajes de la política o el deporte, sobre todo en el boxeo, el atletismo, baloncesto o el mismísimo fútbol, Ben Barek, Pelé o Didi. Y en lo universal, Josephine Baker, Tina  Turner, Louis Armstrong, Ella Fitzgerald, Duke Ellingtón, Freeman o Will Smith. “Bye, bye, blackbird”, le decían a la Baker, que había revolucionado a Francia con una falda de plátanos y la suprema bondad de tener en su casa doce huérfanos adoptados, y ni contemos los méritos del embajador de Bahamas en Japón, Sidney Poitier, Oscar al mejor actor por la película “Los lirios del valle”, o los de los demás hombres y mujeres negros citados, hasta llegar a la presidencia de Estados Unidos. Antonio Machín, cubano, vino a España en los años 20 del siglo pasado, perdió voz pero ganó sentimiento y musicalidad con sus angelitos negros. Montó una cafetería en la madrileña calle Infantas, frente a la plaza de Vázquez de Mella, Bilbao para el pueblo aunque la glorieta del mismo nombre se encuentre hacia el número 100 de la calle de Fuencarral. De esta cafetería era cliente Pepe Luis Marca “El Bocas” cuando apoderaba a Manuel Álvarez “El Bala”. Pero Nicomedes Santa Cruz era solamente un poeta y lo tenía más difícil que el resto de hermanos de color. Un poeta nacido en Lima el 4 de junio de 1925 y fallecido en Madrid el 5 de febrero de 1992, autor de “Ritmos negros del Perú”, “Cómo has cambiado, pelona” y un poema a la muerte de Juan Belmonte que reproduzco a continuación para que adivinen cuál es la calidad de su autor: “La muerte se disfraza de capricho/y en la más increíble paradoja/subsiste quien vivió a merced del bicho/y muere quien “¡no hay toro que le coja!”./A Juan, que no toreó por soleares,/ muerto, no he de llorarlo por seguiriyas,/ sean por  martinetes mis cantares,/cante de yunque y fragua y herrerías./Cristo de la Expiración,/Cachorro de los trianeros,/bríndale tu absolución/al mejor de los toreros./Cachorro, si en Viernes Santo/te faltara un penitente,/ asóciate a nuestro llanto/que es Juan Belmonte el ausente…”
Nicomedes tenía un hermano también nacido en Lima, el 3 de julio de 1928. Y como él, negro negrísimo. Vino a España a mediados de los años 50 del siglo pasado a la humana factoría taurina de los Dominguín y Luis Miguel le dio la alternativa en la plaza de toros de Las Arenas de Barcelona. Día 27 de julio, con toros de Garro y Díaz Guerra y en presencia de Rafael Ortega, que también pertenecía al grupo Dominguín. Antes, Santa Cruz había toreado varias novilladas en  Carabanchel y en una de ellas sufrió una cogida con desgarro de la safena de la que brotó sangre roja para sorpresa de algún incauto espectador. Después, volvió a esta misma plaza de matador de toros con Pepe Dominguín y el mexicano Humberto Moro y le cortó dos orejas a un toro de Muriel. Años después hubo otro torero en el mismo grado de negritud, Ricardo Paulo Chibanga, de Mozambique, que tomó la alternativa en Sevilla al 15 de agosto de 1971 de manos de Antonio Bienvenida y en presencia del sevillano Rafael Torres y con toros de AP. También se le conocía como “El Africano”
En la larga relación de toreros hay en principio un Africano (Manuel Bellón) del que no tenemos muchos datos y otros después, entre los que destaca Luis Etirol López que nació en  Orán, de padre francés y madre española, de vulgares formas y buen saltador con la garrocha, suerte en la que destacó otro del mismo mote, Mariano Herrero, y a los que acompañaron el picador Manuel Obera y el novillero Manuel Rodríguez y un Africanito, José Flores. Al margen de los “Habaneros” o los “Morenitos” que en el toreo han sido, justificadísimo en el caso de José Nelo “Morenito de Maracay”, frente a los contados “Blanquitos”, recuerdo al caraqueño Julio Mendoza que confirmó en Madrid su alternativa en 1927 y a otro venezolano, Luis Sánchez Olivares, “Diamante Negro”, que también ratificó su condición de matador de toros en Madrid, en 1950, no así otro torero del mismo apodo y color de piel, mexicano, Luis Molinar que no llegó a superar el escalafón novilleril, como un gaditano que se apodaba “Niño de la Negra” y uno más, “Alma Negra”, pese a su condición de pálidos como mañana de niebla. A otro venezolano, Fredy Omar, nacido en Puerto Cabello, Venezuela, el 2 de julio de 1949, le dio la alternativa Paco Camino en presencia de José Mari Manzanares en Benidorm, pero, pese a tan ilustres avales, no logró superar su diminutivo, “El Negrito”, ni igualar las glorias de sus compañeros Santa Cruz, “Diamante Negro”, Chibanga o “Morenito de Maracay”. Por cierto, de Maracay era también Rigoberto Bolívar, apodado “El Pastoreño” y conocido como “el Negro Bolívar”, figura del toreo desde que vino a España con los Girón, César y Curro. Sin duda, el mejor torero negro de todos los tiempos porque, no lo olviden, los picadores también son toreros y Rigoberto lo era en toda su extensión. Imperial presencia, elegancia en su monta, dureza de hierro en su mano derecha, temple y toque en la izquierda, medida en el castigo y personalidad en su estampa de gigante. Murió el pasado mes de octubre en la ciudad Rubio, del estado de Tachira, Venezuela.
No quisiera confundir a negros y mestizos al citar al goyesco Indio Ceballos o los intérpretes de la llamada “Suerte Nacional del Perú” en la versión gráfica de Pancho Fierros y sus acuarelas, en las que los jinetes que manejan los capotes desde los caballos  son de piel negra brillante. Lo del Moro Gazul y otros muchos compatriotas que aparecen en las estampas de “don Francisco el de los Toros” son puras utopías de don Nicolás Fernández Moratín y su “Carta Histórica”, texto en el que debía inspirarse el de Fuendetodos, inefable cuando se olvida del guión y cuenta con lápiz y buril sus experiencias, las cogidas de Rendón o “Pepe.Hillo” o los alardes del aragonés “Martincho” o del rondeño Pedro Romero.
Pero hay en nuestra Historia un torero entre los más importantes al que se apodó “El Negro”. Fue Salvador Sánchez “Frascuelo”. Esto de “Frascuelo” por su hermano mayor, Francisco, que también quiso ser torero pero no llegó a la cumbre que alcanzó “El Toreador” de don Eduardo de Ontañón, autor de una magnífica biografía que se publicó en  Madrid, en la Espasa-Calpe que subsistía en la capital de España en 1937. Alguien pensará que a don Salvador se le apodaba “El Negro” por sus bucles o tufos de su bien poblada pelambrera, pero yo pienso que era un poco para diferenciarlo de “El Blanco” “Lagartijo”, don Rafael Molina, conservador de derechas, amigo del actor Calvo, el cantante Massini o el político Cánovas. El trío de don Salvador eran Vico, Gayarre y Sagasta. Con este, el pueblo duro. Con aquel, la aristocracia elegante. Negro y Blanco. Blanco y Negro. Churriana y Córdoba. Cuando Salvador murió en Madrid, Rafael cogió el tren en Córdoba hacia la capital y, ante el cadáver de su compañero, exclamó: “Tanta lucha para esto”. Los dos, el liberalote y el conservador, en su jubileo se preocuparon por las gentes que no tenían trabajo ni medios, Salvador pagaba sus alimentos, Rafael hacía y deshacía la valla de su finca para proporcionarles jornales. La gran pareja. El contraste buscado, soñado y sentido. La lucha leal y sincera. El reconocimiento inteligente. Se lo dijo Juan Belmonte a “Joselito”: “No me destruyas; me necesitas”. Nos necesitamos todos. Pero, sobre todo, en la soledad de la lucha frente al toro y en el gran ruedo de la vida. Ni blancos ni negros: hombres, genérico.
CURIOSIDAD.- En Zaragoza tienen la manía de llamar a su plaza de la Misericordia. Yo, para distinguirla de Pamplona y Bilbao, prefiero conocerla por su creador, Pignatelli, coso de don  Ramón Pignatelli, prócer de amplias actividades y realizaciones que hizo más por Zaragoza que docenas de misericordiosos. Y si acudimos al latín, madre de nuestra lengua romance, de los romanos, más si uno va a misa y escucha a un joven cura venido de tierras del otro lado del Atlántico que en el día del Amor Fraterno te explica que lo de Misericordia, desde el latín, significa mísero corazón. Desde el hebreo apunta al amor maternal por aquello del útero acogedor. A nuestro mísero corazón resulta que vino un circo a principios de año, al que acudí con mis nietos en tarde feliz, luego una degustación de marisco gallego y, ahora, salchichas de Frankfurt y cerveza alemana. Bien está, señores de la empresa, pero queremos toros en el ruedo de los ídem que construyó don Ramón en 1764 para ayudar al mantenimiento de los acogidos en su Hospicio, en donde también montó una fábrica de toldos para que los acogidos aprendieran a pescar el pez que les iba a servir de alimento. Miserere cordis, Misericordia ¿quién te ha visto y quién te ve?