domingo, 26 de febrero de 2017

MANO A MANO EN EL CIELO


Una joya publicada en por la Unión de Bibliófilos Taurinos a finales del año pasado con el sugerente título de “MONTES Y PEPE HILLO, juguete literario-crítico-filosófico acerca de las funciones de toros”, por A. GARCÍA TEJERO. Introducción de Manuel José Pons Gil. Un grabado en miniatura del salto a la garrocha y doscientos ejemplares en facsímil y numerados. Un privilegio. En el título ya se aprecia el favor de García Tejero hacia Francisco Montes Paquiro cuando lo pone por delante de José Delgado Pepe Hillo, autor también de una “Tauromaquia” aunque fuera un torero más pasional que reflexivo. Delgado firmó la obra pero no la escribió. Se asegura que fue su autor don José de la Tixera. En el caso de Montes no se han planteado dudas de su autoría por que se le consideraba mucho más diestro y con  más amplios conocimientos que el sevillano. Montes planteó muchas mejoras en el orden y las cuadrillas de la lidia, la indumentaria del torero, montera y caliqueño entre sus dedos antes del paseíllo, inspiración para Morante, la pañoleta o la nuca poblada de recio cabello y conocimiento de los toros. Una bella estampa la del chiclanero. La disputa con su paisano José Redondo, su protegido, doctorado y confirmado sin llegar a superarle porque Montes era mucho Montes. Redondo, como su apellido, era excepcional con las banderillas y la espada y Paquiro con la muleta. Pero José Redondo, apodado El Chiclanero, si superó a Cuchares puesto que, como dice Don Ventura , su arte era más verdad que el de Francisco Arjona. Claro es que el toreo quedó como “el arte de Cúchares”. También asegura Ventura Bagües Don Ventura que José Delgado se rendía al culto de Venus y Baco, vivió muy deprisa y murió a consecuencia de una tuberculosis cuando pretendía actuar en la inauguración de la temporada de Madrid el 28 de marzo de 1853 e intentaba vestir el traje de luces en la posada madrileña en la que se hospedaba. El relato, con el sonido callejero de los aficionados que acudían a la plaza, es impresionante. Cúchares  le decía a su esposa que preparara el puchero para las ocho de la noche porque su marido era de los que podía asegurar que volvían a cenar a casa después de la corrida. Hoy le gritarían lo de ¡pico, pico! Pero en 1868, con 50 años, se fue a torear a La Habana y murió víctima del vómito negro. Al final tenía razón aquel aficionado que un día me dijo en un tendido de la plaza de Zaragoza que el buen torero es el que engaña al toro sin engañar al público.
García Tejero era partidario y puede que amigo de Julián Casas El Salmantino y a él le dedica su obra en un momento en el que se dan buenos toreros como Cúchares y Cayetano Sanz, pero no figuras indiscutibles como lo sería años después Rafael Guerra Guerrita. Nació Julián Casas en Béjar el año 1816 (Cossío dice que dos años más tarde y otros que en 1815, Don Ventura el 16 de febrero de 1816, el año pasado se cumplió su bicentenario por estas fechas del febrerillo loco) y, en principio, no pensó en la tauromaquia puesto que su padre era oficial del Ejercito y su madre tenía una fábrica de paños de esos que prestigiaban la industria telar de Béjar. Pero murieron sus progenitores y Julián abandonó la carrera de Medicina que había iniciado en Salamanca y siguió la más azarosa del toreo protegido por el ganadero Joaquín Mazpule y el empresario de Madrid Antonio Palacios. Y en Madrid prodigó sus actuaciones como banderillero hasta que el 5 de julio de 1846 alternó con el sevillano Pedro Sánchez Noteveas y a partir de esa fecha se le consideró matador de toros y se encontró muchas tarde con Cúchares, aunque siempre se mantuvo en una medianía distinguida. Hizo un viaje a Perú en 1870 y, a su regreso, se retiró a su tierra y formó una ganadería de reses bravas. Así seguía en enero de 1878, cuando contrajo nupcias Alfonso XII con Mercedes de Orleans y le pidieron que tomara parte en los festejos que se organizaron por tal acontecimiento. En la corrida del 25 de enero de ese año de 1878, con casi 62 años, mató un toro de Justo Hernández. Murió el 13 de agosto de 1882.
La obra de García Tejero se publicó en 1851. Pepe Hillo murió en 1801; Montes, en 1851, medio siglo después; Cúchares, en 1868 y El Chiclanero, en 1853.El autor justifica la fiesta de los toros porque en ella revela el hombre la superioridad de que el cielo le ha dotado sobre los demás seres, aparte de lo útil que resulta para los establecimientos de beneficencia, lo agradable y satisfactorio que es conservar una de las antiguas costumbres nacionales, fiesta cada vez más revalorizada y bella y cada día menos peligrosa y sangrienta. “Admitido el toreo en esta época de cultura y buen gusto, me parece conveniente que se le dé cuanta estimación sea posible”. Los ingleses eran famosos por sus carreras de caballos y los españoles por sus toros.
Aseguraba Alfonso García Tejero que en Córdoba un ánima en pena le entregó e,l texto del diálogo entre Montes y Pepe Hillo y le habló en caló mejor que un hijo de Triana  (cinco palabras en caló: apechuló (murió), chichi (cabeza), sosimbres (pestañas), cuchá (pecho) y jurú (verdugo). Luego vienen dos composiciones en octavas con sendos cuartetos que son otros tantos epitafios. El de Pepe Hillo dice así: Aquí reposa el matador más bravo/que conoce la España: ¡Pepe Hillo!.../su ilustre nombre con justicia alabo,/que fue del arte el sin igual caudillo. Y el de Montes: Aquí descansa Montes, el torero/en un sueño eternal, sueño profundo,/y aunque llegó su fin, fin lastimero,/su fama vive y la contempla el mundo.
A continuación viene la supuesta transcripción del diálogo en el cielo de José, Pepe Hillo, y Frasquito, Montes. La charla de los dos toreros se celebra en el reino de la verdad, en donde brilla el refulgente trono del Criador, desde el cual contempla a los hombres libres de las miserias y de los vicios terrenales y asegura que resumió lo que el autor del Diálogo vio o soñó haber visto y oído, pero de una manera u otra es verdadero y de ello se desprenden curiosas e interesantes consecuencias para el fin que nos proponemos. (Se proponía el autor de la transcripción).
1851, hablan los dos más altos y poderosos matadores de toros que han pisado las arenas de Madrid, Ronda y Jerez. Protesta el sevillano: “Según noticias, toman el trapo y el estoque hasta los niños de la escuela. O los toros no son lo que eran o la profesión ha hecho adelantos prodigiosos”. Montes le aclara que en ese año de 1851 hay muchos más periódicos que en sus tiempos, en los que solo se publicaban la Gaceta y el Diario y que ahora cada partido tenía el suyo. ¿Qué es eso de los partidos?, inquiere José. Y, además los toreros son personas finas y educadas que van al café, juegan al dominó y ponen su nombre en letras de molde, en Madrid hay dos plazas más que la pública del camino de Alcalá. Antes los toreros iban a las tabernas de las calles de San Juan, Fúcar y Toledo. Han cambiado el vino por el café y la sardina por el sorbete. José le dice a Frasquito que es el Rey de los toreros y este le llama a José Soberano. Comentan la creación de la Sociedad Benéfica de Socorros mutuos y de que se han construido bellas y costosas plazas de toros.
Pero lo que más le sorprende a Pepe Hillo es el ferrocarril que circula sobre raíles de hierro, con puentes y túneles para salvar obstáculos, con vagones y una máquina de vapor de agua que puede recorrer 10 o más leguas a la hora, que ya funciona un tren entre la  Atocha madrileña y el Palacio de Aranjuez y atraviesa el Manzanares, el Tajo y el Jarama y el tren entre Barcelona y Mataró. Que hay globos como dirigibles que llevan barquichuelas colgantes para viajeros y mercancías y que Paquiro ha visto un dibujo (A. Carnicero) con un toro y un caballo con piquero elevados por los aires en globo. Areonautas. Romero y Costillares, Cándido y Guillen, la fiesta española. Y en los tentaderos se apartan los toros que no sirven para la lidia y se destinan a las labores del campo. Hay muchos beneficiarios del toro, la misma beneficencia, el comercio de ganado, el turismo, los caballos que ya no servían ni para el ejército, la labranza o el transporte eran los que se empleaban para las corridas. Pese a ello, en el Congreso de Agricultura de Madrid se había pedido la abolición gradual de las corridas de toros. Montes dice que se extiende la afición más allá de nuestras fronteras y que una señora de un lord inglés le había hecho un retrato y le había dejado veinte onzas en la chaquetilla, que un príncipe de Rusia le visitó en Chiclana y le regaló una docena de cubiertos de oro, que en París se daban corridas con toros embolados y que en Bayona se proyectaba construir una plaza. Que también había mucha afición al teatro y que en Madrid funcionaban a tope las salas del Real, el Príncipe y Cruz y que la fiesta no era incompatible con la ilustración.
Se suspendía el diálogo entre Montes y José Delgado  y el autor inserta dos capítulos, en uno de ellos, en verso, una escena trágica en Lavapiés, Un aprendiz de torero; el otro, el titulado Las Quejas en el que un aficionado de 65 años que se considera buen aficionado se lamenta de que en los ruedos ya no se vea un buen capeo, el salto de la vara o el trascuerno, que Trigo que se tiene por buen piquero no les llegue ni al tobillo a los antiguos Luis Corchado, El Pelón, Zapata, Pinto o Sevilla, que hay buenos banderilleros, que se debe dar unas corridas para obtener buenos beneficios con los que construir el Puente de San Isidro y que se empleaba la media luna con menos frecuencia que en sus tiempos jóvenes, hace examen de los toreros de distintas épocas y firma en Madrid el 30 de setiembre de 1851.- Villar de la plazuela de Santa Ana. Queda suyo afectísimo q. b. s. m. Lucas Pedro Gil.
La segunda parte del diálogo entre José Delgado Pepe Hillo y Francisco Montes Paquiro comienza con la descripción de una novedad en los ruedos españoles: animales de la selva frente a toros bravos. Un empresario francés trajo a España varios animales salvajes y anunció por primera vez en la plaza de la Puerta de Alcalá el enfrentamiento de un tigre de Bengala contra el toro Señorito de Benjumea. Hubo reventa de entradas, apuestas de más de 20 mil duros y un lleno espectacular en el viejo coso. Venció el toro y luego hubo otra lucha con un león con el mismo resultado. No cuajó el invento. Hubo otros ensayos como las de los pegadores portugueses y una cuadrilla de indios americanos que reforzaban el atractivo de los toreros que vinieron después de Paquiro, gracia, habilidad y su toreo grave y airoso. Canto final al Salamanquino, triunfador en La Coruña, Bilbao, Aranjuez y Madrid y un verso como punto final.
Y concluyó nuestra historia,
cuyo fin es bien sencillo:
rendir culto a la memoria,
eternizando la gloria

de MONTES Y PEPE HILLO.