jueves, 23 de febrero de 2012

MEDIO SIGLO EN EL RETROVISOR

BENJAMÍN BENTURA REMACHA

A mi edad, lo más socorrido es recordar, mirar por el retrovisor sin dejar de ver hacia adelante. Y es que un periodo de cincuenta años es perspectiva suficiente para sacar consecuencias y hacer algunas precisiones. Yo estaba entonces, 1962, con la yerba en la boca, en el segundo año de la publicación de “Fiesta Española”, revista mucho más importante por su contenido que por su continente, y apenas tenía que escribir otra cosa que las crónicas de los festejos taurinos madrileños y contestar a las cartas de ambos signos que me enviaban con variadas argumentaciones. Casi no tenía espacio para incluir a todos los que me hacían el honor de colaborar. Estaban en primer lugar los colmenareños Adolfo y Luis Bollaín, aquel con su repetido pronunciamiento de que “hoy (entonces) se torea peor que nunca” y este, desde su sede notarial sevillana, con un exhaustivo estudio de la obra de Pepe Alameda “Los Arquitectos del Toreo Moderno”, y el gran conocedor del toro en su intimidad, don Luis Fernández Salcedo, “Los Cuentos del Viejo Mayoral”. Otro Salcedo, también de Colmenar Viejo y que remató su carrera de aficionado como seguidor de José Tomás, tenía una especie de lechería detrás del oratorio de Caballero de Gracia en la que alargábamos la conversación las tardes de invierno, entre la Virgen de los Peligros y la Gran Vía, en donde estaba la redacción y la administración de la revista. Tenía dos corresponsales admirables, en Francia, Paco Tolosa y, en Colombia, Papa Guerrero desde Cartagena de Indias. Antonio P. de Cominges (Uno del 5) me escribía desde Barcelona, Salvador Asensio desde Aragón, Lozano Sevilla desde el poder, Joaquín Roa abría su divertido ventanal con decorados teatrales y aventuras cinematográficas, Antonio García-Ramos Vázquez (Antonio de Onuba) pontificaba sobre los reglamentos, María Pilar Fernández entrevistaba a Conchita Márquez Piquer meses antes de casarse con Curro Romero o a Pepe Blanco ya sin Carmen Morrel, José Antonio del Moral, este de Colmenar de Oreja, me enviaba su primera carta taurina , José Vega hacia historia y Francisco Abad Boyra se esforzaba en ver los toros como el gran veterinario que era. Antonio Martín Maqueda se hizo lusitano por escrito y en dibujos y Gonzalo Torrente Malvido, el hijo de Torrente Ballester (“Los gozos y las sombras”), nos volvía locos a su padre y a mí. Pero el equipo de guerrilleros lo componían Joaquín Jesús Gordillo, que cada vez firmaba de forma distinta, Vicente Zabala, el príncipe impaciente, y Rafael Herrero Mingorance, un místico soñador y poeta enfrascado en sus oraciones ante el altar de las mil imágenes de “Manolete”. Los tres nuevos en la plaza de la crítica taurina y los tres, como elegidos, en los correspondientes altares desde hace unos cuantos años. Yo, como cuarto mosquetero, aquí sigo. Todavía no me he ganado el cielo. Manuel Francisco Molés, recién llegado de Alquerías del Niño Perdido, firmaba su primera entrevista teatral a María Asquerino y se estrenaba en lo taurino con otra entrevista a su paisano Antonio Rodríguez Caro, matador de toros en paro. Los ilustradores eran Félix Puente, buen dibujante, Rafael Amézaga, extraordinario pintor barroco y todo, Pepe Puente, luego encaramado a las alturas de su estudio de la plaza de Santa Ana, frente a “Viña P”, encima de la cervecería de “La Alemana”, donde “El Chino” calentaba el puchero del que comían los Dominguín de la calle Príncipe. Más abajo, “El Gato Negro”, antesala del teatro de la Comedia, escenario del acto fundacional de la Falange y refugio nocturno de don Tirso Escudero, empresario y octogenario con delicado paladar para las jovencitas. También se publicaron portadas de López Canito, Martín Abad y José Antonio Bollaín, de la saga colmenareña. A muchos de mis colaboradores los había conocido yo en la tertulia de “El Gato Negro”, entre ellos a Alfredo Marqueríe, extraordinario crítico teatral, forofo del circo y comentarista taurino de “El Ruedo” con su sección “Desde el Tendido”.

A Marquerie le hice una entrevista en una sección en la que alternaba con Vicente Zabala y en la que tratábamos de charlar con intelectuales interesados en el tema del toro, el propio Torrenter Ballester, el doctor Blanco Soler, Jaime de Foxá, Luis María Anson, del equipo juanista de Zabala, o el arquitecto Miguel Durán-Lóriga que se le ocurrió decir que Luis Miguel, al lado de “Manolete”, parecía un futbolista. De todas esas entrevistas he elegido para diseccionarla un poco la que Vicente Zabala le hizo a José Bergamín. El discípulo de Unamuno había vuelto del exilio en 1958 y le gustaba hablar de toros. Ya conocía por San Juan de la Cruz el oximorón de “la música callada”, pero no había descubierto a su intérprete, Rafael de Paula, que no se atrevía a salir de su refugio bandolero, sierras de Rondas y Pueblos Blancos cercanos a su Jerez de nacimiento. Pero Bergamín hablaba de toreros y les buscaba vidas y figuras paralelas. A Antonio Fuentes, como precursor de Joselito lo emparentaba con el poeta Machado y el cantaor Chacón. José Gómez Ortega era creador y su hermano Rafael retórico. Admiraba a Gaona y de Vicente Pastor aseguraba que “hacía muy mal el toreo y lo decía peor”. A él añadía los nombres de Nicanor Villalta y Marcial Lalanda, que hacían un belmontismo de quinta categoría, Carlos Arruza, deportista, y Julio Aparicio que le parecían los peores toreros conocidos. Su trío favorito era el de Pepe Luis, extraordinario gusto,” Manolete”, personalidad (hacía mal el toreo, pero lo decía muy bien) y Antonio Bienvenida, clase y maestría. Y de entre los mexicanos, tras larga estancia en aquellas tierras, hablaba de Armillita, Fermín, torero largo pero frío, la mano izquierda de Lorenzo Garza, el capote de Luis Castro ”El Soldado”, la gitanería de Silverio Pérez y no sé cuales méritos de Luis Procuna, improvisador, cuya hazaña más distinguida fue la de interpretar el miedo de “Torero”, la película de Carlos Velo. A “Manolete” lo comparaba con Fray Luis de León, Azorín o, con más fuerza, con El Greco.

Tenía sus contradicciones y siendo pepeluisista se declaraba enemigo del toreo a pies juntos porque Villalón, el ganadero poeta que buscaba toros con los ojos verdes, decía que eso era como querer hablar con la boca cerrada. Bueno, esto es lo que intentan el buen ventrílocuo y no consiguen ni José Luis Moreno ni Mari Carmen y sus muñecos. Más acertado estaba al afirmar que “el público forma parte de la fiesta. El ruedo no está abajo. El círculo mágico se cierra en el tejado, no en la barrera. El espectador tiene que integrarse en la fiesta”. Abominaba de la concesión de orejas y sentenciaba que los premios hacían tanto daño en los toros como en la literatura.

“El arte de birlibirloque”, “La estatua de Don Tancredo” (“ahora – entonces - no hay Don Tancredo porque todos los toreros lo son”), “El Mundo por montera”, “la suerte del torero en la plaza es no tener donde caerse muerto”, “vivir de milagro es la suerte de verdad del toreo y de lo que de torero o dominio, señorío, de la suerte por la verdad, hay en toda verídica y veraz vida humana”.

Bien, don José Bergamín completó su ciclo taurino con el éxtasis paulista. Es una gran aportación a la estética del arte de torear. Pero se equivocó en su último suspiro. Renunció a ser español, se hizo simpatizante de Herri Batasuna y pidió que le enterraran en Fuenterrabía porque no era tierra española. Ahora ni siquiera es Fuenterrabía.

Prometo continuar con la vista en el retrovisor Fiesta Española. Es que en el mes de abril se cumple el cincuentenario de la muerte de Juan Belmonte y tengo algunas cosas que contar ante tal efeméride.

miércoles, 15 de febrero de 2012

NADA NUEVO BAJO EL SOL (...NI SOBRE LOS TOROS)

Con matices, pero lo piensas y es cierto: no hay nada nuevo bajo el Sol … ni sobre los toros. En otros tiempos, principios del siglo XX, no había televisión pero Mosquera, empresario de Madrid, no quería pagarles más a los toreros por enfrentarse a toros de Miura. Unos diestros, entre ellos Bombita y Machaquito, se negaron a lidiar los toros de Zaheriche porque, para aumentar su negocio, el ganadero le ponía su hierro a todo lo que pasaba por allí y su camada no se acababa nunca. “Nosotros, señor Mosquera, toreamos lo de Miura si nos paga más que en las otras corridas”. Don Ricardo Torres y don Rafael González fueron borrados de la lista de Madrid y surgió “el pleito de los Miuras”. Muchos más pleitos hubo y habrá porque en esto de la fiesta española hay, como en lo laboral, dos bandos: empresarios y obreros; empresarios y toreros. Luego hay otros que se agarran a la cuerda (ganaderos, subalternos, apoderados y gacetilleros) pero los que tiran con fuerza son los que montan las corridas y los que las torean. El toro puede ser el símbolo del trabajo, en este caso convertido en arte: torear es lidiar a un toro con arte. Y lo seguirá siendo por los siglos de los siglos.

Hay muchas noticias y su antesala, los rumores: el G-10 y los carteles de Sevilla y Madrid, el cierre de la plaza de toros de San Sebastián, Illumbe, por inspiración del grupo municipal de Bildu pese al pensamiento vasco de que fue su pueblo el que inventó el juego del hombre y el toro, la contratación de J.T., las ausencias de El Juli después de su apoteosis mexicana, los mosqueos deportivos franceses y las tribulaciones de su embajador en España, Bruno Delaye, melena rubia al aire de cualquier callejón de cualquier plaza de toros, o la apoteosis torera de Juan José Padilla que va a reaparecer con parche negro sobre su ojo izquierdo en Olivenza a principios de temporada y va a estar en todas las ferias de tronío: Valencia, Castellón, Sevilla o Madrid. El capitán pirata se sube al mástil de la nave capitana, mira por el catalejo y grita entusiasmado: ¡Tierra! ( Es igual: es arena dorada, albero).

Todo fantástico, glorioso, bellísimo, interesante. Y, sin embargo, la noticia que más me ha sorprendido es la de que la empresa que se prevé que va a quedarse con el arrendamiento del coso Pignatelli de Zaragoza es la de Serolo, que, entre otras cosas, ha prometido que llevara a la capital del Ebro aragonés – hay más Ebros – al toro “Ratón”, toro que dicen que es de lo más fiero, que a sus quince años (algunos insinúan la existencia de un clon) está como si fuera cuatreño, que tiene dos muescas marcadas en sus pitones correspondientes a la vida de dos insensatos que intentaron burlarle y que no se mueve en balde, solo si puede hacer carne con sus bien formados pitones. Antes, cuando un toro producía la muerte de un torero, se mataba hasta la vaca que lo parió. Pero tampoco esto es nada nuevo bajo el sol: hace muchos años, en el primer tercio del siglo XX, por las plazas de carros y tablones de Las Cinco Villas de Aragón corría una vaca a la que unos llamaban “La Peluda” y mi padre nombraba en uno de sus artículos como “La Pelos”. Era una birria de vaca, pero tenía las mismas intenciones que “Ratón”: esperar hasta tener la pieza a punta de pitón y, en algún caso, sacar a bocados al atrevido de entre las ruedas de las galeras y rematar la tarea con un certero derrote. Morbosos ayer y hoy, “Ratón” y “La Pelos” resultan importantes bazas para el desarrollo de la fiesta. La Zaragoza de don Francisco, el exiliado, piensa en el parto ( un ratón ) de los montes, los del Moncayo o la Sierra de Santo Domingo, en Longás, estos días cubiertos de una nieve que no sé si nos dejará agua para el verano. Así cantaba “Barico” a “La Pelos” en un libro, “Mirador”, publicado en Madrid en 1950:

Esta tarde habrá miedo
en todos los rincones de la plaza;
miedo de patas negras,
miedo de alas pesadas,
miedo viscoso y frío
que pasmará las almas,
porque “La Pelos” tiene ya su historia,
historia voceada
con teorías fúnebres
de una aureola trágica.

Ha muerto Antoni Tapiés, según algunos, “el mejor pintor del siglo XX”. Me enseñaron de pequeño, cuando los profesores del instituto “Ramiro de Maeztu” nos llevaban al Museo del Prado, que nunca dijera si una cosa era buena o mala, un cuadro, una escultura, una casa, una cosa. Podía confesar tímidamente que me gustaba o no. Pero desde que Marcel Duchamp convirtió un urinario de loza en una “Fuente” ya hasta es posible que un calcetín gigante con “tomate” y todo o una bandeja con una soga y una cruz son obras de arte. Las cruces de Tapiés, dicen los expertos, no son símbolos cristianos. Y el salto de la rana ¿qué? Que conste que a mí me gustan Pepe Luis, Curro Romero y Morante de la Puebla, triunvirato de la quintaesencia de la lucha del hombre con el toro.

Otro tema que me tiene sorbido el seso es el del lenguaje. Al margen de que en las emisoras en las que se habla español se nombre o Yirona, Lleida y Ourense por Gerona, Lérida y Orense, me trae a mal traer los del “hat trick” (la trampa del sombrero) del fútbol (balompié) o el doble-doble del baloncesto ( ¿será el cuadruplé?). Con lo bonito que es “subirse a la tapia”, “taparse tras el burladero”, “ver los toros desde la barrera”, “apretarse los machos”, “para torear y casarse hay que arrimarse”, “no me torees”, “los cuernos y los dientes duelen al nacer pero luego hasta sirven para comer”, “tener mano izquierda”, “coger al toro por los cuernos”, “brindis al sol”, “las cornadas donde más duelen es en la cartera”, “soltar trapo o dar largas”, “no me toques los costados”, “estar para el arrastre”, “tragarte un embolao”,” hacer novillos”, “ser un maleta”, “dolerse al castigo”, “estar fuera de cacho”, “pinchar en hueso”, “vergüenza torera”, “torear desde la barrera”, “blandear al hierro” o “crecerse al castigo”. ¿Me entienden? Es que hablo español.

jueves, 9 de febrero de 2012

Los reflejos de paulov y los toros

Iván Petrovich Paulov (1849-1936) fue un médico ruso premiado con el Nobel por su descubrimiento de una escuela psicológica que pretendía explicar la conducta de los hombres y animales, especialmente el perro, el reflejo condicional que en el ser humano puede referirse a la manera de ser, actuar o pensar y que por lo que respecta al animal sólo puede aplicarse al actuar como psicología de la conducta de los seres irracionales, no el alma, el espíritu, la mente o la moral de seres racionales, pueblos y naciones. Y el ejemplo más conocido es el de los perros de Paulov, a los que se les sometía a la prueba de su salivación mediante condicionamientos varios, la campanilla, la persona que vestida de bata blanca le traía la comida siempre a la misma o cualquier otro signo que al hambriento can le movía a tener conocimiento de que la comida estaba cerca y, entonces, aumentaba la segregación de saliva. El reflejo condicional de Paulov. ¿Qué le pasa al toro cuando le cercenan un trozo de pitón? Que durante un tiempo no llega a alcanzar su objetivo porque está condicionado su logro a una determinada distancia. Sucedía que, cuando transcurría un tiempo entre el llamado afeitado y la lidia de ese toro manipulado, había que volver a cercenar sus pitones porque ya había ajustado su reflejo condicional a la nueva distancia. Hay ejemplos famosos y funestos. No sé si totalmente ciertos.


Pasé de los tiempos de la acción directa a los del razonamiento y llegué a la madura reflexión. Por eso he consultado con mi oráculo preferido la cuestión de las fundas de los toros impuestas para la casi generalidad de nuestras ganaderías. Solo, que yo sepa, tres de las famosas no acceden al enfundado de los pitones de los toros. En principio yo me preocupé del asunto un poco a la ligera por la belleza que pierde en el campo el toro enfundado y por el hijo de Pepe Arjona, Agustín, maravilloso retratista de bravo que ve como desmerecen sus bucólicas estampas como ocurriría si las modelos de los desfiles (¿para qué sirven?) salieran a las pasarelas cruzando las piernas como caballitos bien domados, pero con los rulos puestos. La estética, lo primero. Luego el efecto del reflejo condicional: si el toro está acostumbrado a una distancia superior por la funda y esa especie de tuerca que se asoma por lo que debería ser la punta del pitón ¿qué ocurre si antes de lidiarse se le quita el añadido? Teóricamente, no alcanzará su objetivo.


Los argumentos ganaderos apuntan a que con las fundas se salvan del anatema muchos toros que se dañán en algún obstáculo, que pulen en la arena su cuernos o que luchan, hieren o se matan entre ellos. Algunos criadores no se fían ni de la posibilidad reglamentaria de limpiar los pitones astillados con presencia y conocimiento de las autoridades. La funda es más segura y el descubrimiento de Gallardo con sus toros de Fuente Ymbro lo han seguido con entusiasmo ganaderos como Álvaro del Cuvillo, sobre todo con lo de procedencia Osborne, Garcigrande, Juan Pedro Domecq y hasta Victorino Martín. Están en contra de esta innovación inspirada en las fundas de los toros portugueses Eduardo Miura, que dice que el efecto es psicológicamente similar al del afeitado, Dolores Aguirre y Fernando Cuadri, que apuntan a la desmoralización del toro cuando no alcanza el objetivo pretendido. Unos y otros puede que tengan razón y no creo que la investigación pertinente se lleve a efecto porque estamos en tiempos de otro tipo de tribulaciones y nadie se va a parar en el detalle de averiguar los efectos que este fenómeno pueden producir en la conducta de los toros. Más sencillo será averiguar si, como aseguran algunos, el vendaje de los cuernos modifica el crecimiento, forma y consistencias de las astas, cosa que si fuera negativa para la buena presencia de los cornúpetos haría dudar de su eficacia a los propios ganaderos. Reflexiono y me arrepiento: ¿quién puede estar interesado en mermar los reflejos de los toros? Nadie que sea buen aficionado y amante de la fiesta española. Y los ganaderos de reses bravas son aficionados y amantes de la fiesta y habrán puesto en la balanza los pros y las contras de las fundas corneas y habrán ganado las ventajas a los inconvenientes.


Creo que en España no se ha discutido este tema y que los más profundos estudios han llegado desde la vecina Francia, cosa casi natural porque en los últimos tiempos muchas de las buenas ideas que surgen en los toros nos vienen del otro lado de los Pirineos. Cuidan más de nuestra supervivencia que nosotros mismos.


Una noticia sorprendente: reaparecen Ruiz Miguel, Víctor Méndez, Vicente Ruiz “El Soro”, Rafael Camino y alguno más que no recuerdo en este momento. Van a engrosar el escalafón de matadores de toros más hipertrofiado de todos los tiempos frente a una temporada en la que los festejos van a disminuir palpablemente porque las entidades locales, provinciales, autonómicas o nacionales han tenido que reducir sus presupuestos y recortar de capítulos primordiales y, antes, los que servían para subvencionar los festejos feriales en general y los taurinos en particular. Tiene razón José Luis Lozano cuando afirma que peor estábamos en el 39 del siglo pasado, cuando no había ni comida para todos, pero entonces pocos tenían coche y nadie televisión. “Cine o sardina” que titulaba Guillermo Cabrera Infante, o colchón o toros, la disyuntiva del aficionado tieso de los años 40. ¿Está don José? No, está pensando. Don José se apellidaba Ortega y Gasset. A mi nieto, cuando le castiga su padre, le manda a meditar. Y yo me voy con él. Reflexiono.


ANÉCDOTA ACLARATORIA – Un diestro ya retirado se fue un día hasta “Los Corales”, en Sevilla, a charlar con Juan Belmonte y le confesó con entusiasmo que volvía a los ruedos. Don Juan, con su leve tartamudeo, escueto y demoledor, le hizo la siguiente pregunta: ¿Te han “llamao”?

miércoles, 1 de febrero de 2012

SER FIGURA Y DEMOSTRARLO

En mi vejez y sigo siendo un insensato. En mi pueblo, que no es en el que nací pero sí el que he elegido como adoptada cuna, me invitaron a la inauguración de una peña taurina a la que querían poner el nombre de José Tomás. Por mi ya larga experiencia, les aconsejé a los peñistas que lo de poner a estas entidades nombres de toreros era limitarles su vida porque casi ninguna supervive al esplendor de su titular si se exceptúan unas cuantas como la del “Club Guerrita”, “Los de José y Juan” o el “Club Cocherito” que, por diversas circunstancias, han permanecido en actividad brillante y provechosa, sobre todo la de Bilbao ya centenaria.


-Yo creo que sería mejor que a la peña le pusierais el nombre de la calle donde está el bar de su domicilio social, El Toril.


- De acuerdo: Peña El Toril.


Y allí que acudí para hablar de la calle, del pueblo, de su tradición ganadera y de aquella corrida extraordinaria de 1809, en la que una columna de soldados franceses que acudían al lugar para cobrar tributos y realizar incautaciones de alimentos para las tropas de Zaragoza, se encontró encerrada dentro de sus muros y frente a los toros que se soltaron desde los distintos corrales y desde ese toril que lanzaba los toros a la plaza del pueblo. Los que escapaban de la cornada recibían el plomo de las armas de los hombres que ocupaban balcones, ventanas y tejados. Y, después de mi entusiasmo historicista, intervinieron mi compañera taurina Isabel Sauco y el matador de toros Alberto Álvarez para ampliar los temas a asuntos más polémicos. A alguien, seguramente partidario del torero de Galapagar, me preguntó si yo consideraba a José Tomás como figura del toreo.

Sí considero a Tomás como figura del toreo, pero no ejerce como tal. Hubo un año, 1946, en el que Manuel Rodríguez “Manolete” no toreó en España nada más que una corrida de toros. Pero fue en Madrid, en la corrida de la Beneficencia y con Gitanillo de Triana, Antonio Bienvenida y Luis Miguel Dominguín. José Tomás ha completado una temporada con nueve corridas de toros en dos plazas amables de primera y el resto de segunda, con ganado de dos divisas y con compañeros de indudable valía aunque poco relieve. Eso no es ejercer como tal figura del toreo.


Hubo sus discrepancias y Alberto Álvarez me argumentó que no había toreado más el de Galapagar porque venía de una cornada mortal y porque no podía alternar con primeras figuras porque no había dinero para pagarles a los otros diestros. Primero, la cornada, gracias a Dios, no fue mortal y los dineros hay que compartirlos con el resto de los componentes del cartel. Comprendo que el hacerse acompañar por los más débiles es muy caritativo y provechoso para él, pero la fiesta de los toros es un espectáculo y la gente quiere ver en acción a los mejores frente a frente. Y en Sevilla, Madrid, Pamplona, Bilbao o Zaragoza. En resumen: José Tomás es figura del toreo pero no ejerce. Lo que si tiene es un gabinete de promoción de lo más eficaz. En estos días, los que enredamos en los caminos del internet misterioso nos hemos encontrado con la divulgación de una faena de Tomás considerada como de la máxima perfección. No creo que resista la comparación con alguna de Morante de la Puebla en esta última temporada, incluida la labor con el capote. Primero, fue una faena completamente derechista, ligados los muletazos al pico del engaño a favor de la entrega del cornúpeto, algunos enganchados y con desarme final. Estatuarios y remates y ni una sola serie de naturales. Buen acompañamiento musical y el remate del indulto para el toro. Está bien lo de indultar a los toros bravos aunque nos priven de contemplar lo que desde tiempos inmemoriales se califica de suerte suprema. Y, por mi parte, que se indulten los toros bravos donde aparezcan, sea en plazas de primera, de segunda o de tercera. ¿O es que en estas últimas no pueden lidiarse toros bravos? Ya dirá el ganadero si sirve para las tareas de la procreación. No hay que ponerle puertas al campo ni reglamentos a la bravura. ¡Fuera los reglamentos! Repito: me fastidian los reglamentos. Ya lo decía el conde de Romanones: “Haced las leyes y yo haré los reglamentos”.

Hoy mismo aparece en los medios de difusión que los toros estarán en la Dirección de Bellas Artes y Bienes Culturales y de Archivos y Bibliotecas. Buena noticia si ello sirve para considerar a la Fiesta Española como lo que es: un bien cultural consustancial con nuestra condición de españoles. De todos los españoles, incluidos los catalanes que en estos días de prohibición de las corridas de toros abogan por la protección de los bous del fuego y de las calles. Se quedan en las cavernas. Es como si en otras regiones de España se permitieran los recortadores, los saltadores, los roscaderos y los toros ensogados y se prohibieran también las corridas de toros que resultan de la evolución de esos festejos populares y la transformación de los torneos caballerescos en los festejos de a pie. Como si se obligase a viajar en diligencia en lugar del AVE o el avión. Sea usted moderno, sea usted del Pepe. El Pepe era el hermano de Ángel Teruel cuando lo apoderaba Nacional, aquel matador de toros, Octavio Martínez, que, ya retirado, se dedicó a la tarea de lanzar nuevas figuras. Sea usted, pues, moderno, sea partidario de la FIESTA ESPAÑOLA. Y espero que el ministro don José Ignacio Wert, pese a su apellido poco torero, nos ponga en el lugar que nos merecemos: en el Olimpo del Toro Mitológico.