viernes, 29 de noviembre de 2013

LA CARICATURA SANGRIENTA

Eran los finales del siglo XIX, se habían retirado “Lagartijo” y Frascuelo” y asomaban por el foro “Espartero” y “Guerrita” y a don Antonio Peña y Goñi se le ocurría hacer la siguiente pregunta: “¿Dónde están los toros después de la retirada de “Lagartijo” y “Frascuelo”?” Y él mismo se contestaba: “Cabras, chivos, becerros, gnomos, así llaman los periódicos a las reses que se lidian en las plazas de Madrid. El mal terrible, el cáncer que mata el espectáculo está ahí, en la falta de toros”. Manolillo se salvó de la quema porque murió a cuernos miureños, pero el segundo Califa no se escapó ni con alas. Se decía antes que “no hay mal que cien años dure”, pero  en esto de los toros, si escarbamos, el mal dura dos o tres siglos, desde que se impuso la corrida de toros como espectáculo habitual, mediado el siglo XVIII. Y es que, como ya he dicho alguna vez, no cambia la idiosincrasia del espectador taurino y no ha existido el torero perfecto. Y me parece muy bien que se juzgue a unos y otros en función de los gustos de cada cual porque lo de la democracia imperativa se diluye como un azucarillo en un vaso de agua cuando uno se da cuenta de que lo de la igualdad de hombres y mujeres y entre hombres y hombres es pura entelequia, gracias a Dios. Carlos Herrera, “Herrera Carlos”, que tiene un bar de tapas junto a la Real Maestranza de Sevilla y algo debe de chalanear en esto del toro, afirmó hace unos meses que los tres diestros que habían cambiado el toreo desde los tiempos del Guerra eran “Manolete”, “El Cordobés” y Paco Ojeda (o Dámaso González). Me quedé anonadado. A “Manolete” le purificó “Islero” en el momento en que más arreciaban las críticas a su toreo y a su administración, la revolución cordobesista se basó más en lo crematístico que en lo artístico y “bienaventurados sus imitadores porque de ellos fueron sus defectos” y el de Sanlúcar, no tanto como José Tomás, renunció al mando del escalafón. Hasta “Joselito”, del que decía Corrochano que era “el toreo”, tenía sus puntos débiles y no precisamente el del conocimiento del toro y su lidia y, por desgracia, cayó a cuernos de “Bailador” porque el astado de la viuda de Ortega era  burriciego y a los toros de esta condición no se les puede dar distancia y perderles la cara. Se lamentaba don Gregorio, se lamentó toda España. Paradójicamente, a “Manolete”, tan vilipendiado por algunos que luego se rasgaban las vestiduras por las opiniones escritas de papá Ernesto, le mató su honradez. Y Manuel Benítez supervive como los Beatles o el bandido Luis Candelas. Por cierto que en las cuevas que llevan su nombre y que abrió al pie de las escaleras del Arco del Cuchilleros el diestro Félix Colomo (una cabeza de toro que había en la popular taberna llevaba esta leyenda: “Este toro lo mató Félix Colomo no sabemos como”) se ha dado un chusco acontecimiento: desde hace muchos años, un hombre, a la usanza bandolera, hace guardia en la puerta con un trabuco al hombro y, no ha mucho, unos policías municipales le exigieron el permiso de armas para poder exhibirla como reclamo de clientes soñadores. Un arma del XVIII, o su imitación, que para ser utilizada hay que cargar por la boca, ponerle pedernal, que salte la chispa que encienda la mecha y produzca la explosión de la pólvora y lance el plomo, necesita del correspondiente permiso municipal. Complicadillo.

Más sencillo es caricaturizar a los toreros de hoy y dos son especialmente, los destinatarios de la crítica esperpéntica, Julián López “El Juli” y José Antonio Morante de la Puebla. ¿Por qué? Supongo que en ambos casos porque mandan en las taquillas. Son, ahora mismo, los que más gentes llevan a las plazas en detrimento de otros diestros puede que del gusto de los comentaristas. Lo peor es que la caricatura se acentúa con rasgos ridículos, deformantes, exagerados. Conocí a grandes caricaturistas angélicos, Paco Ugalde, de Tarazona de Aragón, paisano de Raquel Meller, Sirio, Cronos o el más moderno y taurino Vinies, y nunca molestaron a nadie con sus monos geniales. Hubo, en el Romanticismo, la sátira despiadada del hermano de don Gustavo Adolfo, sátira acentuada con el paso del tiempo y dulcificada por la censura dictatorial. Entonces había que agudizar el ingenio.

Y me ha extrañado que un hombre tan  versado, y hasta puede que aficionado, como Ignacio Ruiz-Quintano, en ABC, se complique la vida y afirme tajantemente lo siguiente: “Y en la tauromaquia, Morante es la Cecilia de los Gallos, Rafael y José, y solo con esa cosa suya de poner en conversación las barbilla con el  esternón, o sea, el chafarrinón”. ¿Y quién es doña Cecilia? Yo nací a unos quilómetros de Borja, en donde está el monasterio de La Misericordia, lugar en el que la octogenaria (pecados perdonados) doña Cecilia trató de restaurar el Ecce Homo que pintó don Elías García Martínez, alicantino de nacimiento,  casado con una zaragozana y padre del segundo de los escultores aragoneses, Honorio García Condón ( por si las bromas, cambió su apellido por el de Condoy),  y de otro hijo pintor apreciable, profesor de dibujo en la Escuela de Bellas Artes y en el Instituto de II Enseñanza de Zaragoza y que dejó en los muros del monasterio borjano una estampa al fresco dentro de los parámetros de la tradicional pintura religiosa. Doña Cecilia, pintora doméstica, decidió un día que había que restaurar esta obra, metió sus pinceles en los óleos tenebrosos y disfrazó al Cristo doliente de primate barbudo, cosa que a algunos les hizo una gracia desternillante y pusieron de moda la visita al lugar sagrado cercano al de Veruela, al amparo del Moncayo, refugio veraniego de los Val-Carreres. Se cobró la entrada para beneficiar al culto santo y a doña Cecilia se le proporcionaron lisonjas, exposiciones y homenajes y no sé si alguna compensación económica. Yo, la verdad, le hubiera impuesto el pago de las costas de la recuperación del apreciable original.

De todo ello creo deducir que Ruiz-Quintano acusa a Morante de la Puebla de ensuciar la imagen que tenemos de los hermanos Gómez Ortega, los Gallo, cuestión complicada porque no sé si en el toreo encontraremos dos hermanos más dispares entre sí, física, anímica y artísticamente. Rafael, gitano, bajo de estatura, arte puro, inspiración y arrebato. José, payo, estilizado, técnico, reflexivo y templado. Por mucho que Morante hunda su barbilla en el esternón no puede “chafarrinear” a ambos. Y, desde luego, Morante de las Puebla no es un torero doméstico.


A la gente estas cosas le llegan al alma y se supone que cuando leen los periódicos de papel o los etéreos sacan sus consecuencias y obran en consecuencia. Esto último no me lo creo ni yo mismo. Hace unos años le preguntaron a Juan Belmonte, oráculo admitido por tirios y troyanos, los de José y los de Juan, por la categoría crítica de don Antonio Díaz Cañabate y, escueto y sentencioso, el falso trianero contestó a lo gallego: “En nuestros tiempos, en los de José y míos, el era de Vicente Pastor”. Ahora, y me mojo sin red ni salvavidas, se puede ser de Padilla o “El Fandi”. Yo prefiero a Morante. O al “Finito” de la última feria del Pilar. Si bien, como también he repetido hasta la saciedad, el mejor aficionado es el que tiene más capacidad para entender a más clase de  toreros. En este “planeta” que, como nuevo Galileo, descubrió “el Caña”, cabemos todos. Y cuantos más, mejor. 

miércoles, 13 de noviembre de 2013

LA BUENA INFORMACIÓN

Tengo muy poca confianza en que la Fiesta Española despabile vía gubernamental. Lo que mejor podía hacer el Gobierno por ella sería rebajar el IVA y eliminar los reglamentos. La Fiesta sin corsé ni impuestos. Nada de protecciones o subvenciones. La Fiesta por la Fiesta. La Fiesta en manos de los ganaderos, torero y aficionados. Los demás, amanuenses. Pero, claro, hay que contarla bien y no ampararse en la crítica contumaz, dictada, pedreste y sanguinolenta. No eres buen crítico ni buen picador en versión moderna si no haces sangre y llega un momento en que la a la gente la sangre le ahoga y deduce que lo mejor es no ir. Pasamos de la complacencia general a la pantalla más oscura en la que todo son ruinas, mentiras y truculentos manejos de empresarios, ganaderos, toreros y apoderados. Y es cierto que el toreo es un engaño – engaños se llama a capotes y muletas – pero un engañar al toro sin engañar al público, que, ¡cómo no!, es hoy el más ignorante de todos los tiempos.

Mis años me obligan a pararme y meditar y luego a decir lo que pienso porque para ello tengo la bula de la edad. Un amigo que he heredado de mis hijos me ha mandado unos vídeos de Morante de la Puebla con una faena en Pontevedra con un toro de Alcurrucén y vestido de negro y profuso bordado en plata, y otra en Huelva vestido de rojo y oro. ¡Qué momentos! Armonía, ductilidad, continuidad, improvisación, inspiración, discurso, silencio, musicalidad, más silencio, embobamiento… Pascual, el amigo, me hablaba del lujo del caviar y yo le conté la anécdota de Alfonso XIII y el Nuncio de Su Santidad que le reprochaba al Borbón sus infidelidades matrimoniales. A Don Alfonso no se le ocurrió otra cosa que invitar al Nuncio a comer todos los días en Palacio y todos los días le servían caviar, hasta que, harto de tal manjar, el embajador vaticano planteó su queja. – Majestad, todos los días caviar… A lo que el Rey contestó. – Pues, todos los días Reina…

Mezclado con los dos vídeos venían unas declaraciones de José Antonio Morante en el tono sosegado de los artistas impares. Comentaba su próxima aventura en Ronda con seis toros. Son días especiales y hay que sacar variedad, con el capote mi base es la verónica y la chicuelina, luego los remates, alguna larga y una arrebatada media. Que le divierte más el toreo en movimiento que la quietud, el color, el moverse y hacerlo lucidamente. Pienso, yo, en  Domingo Ortega, al que el de La Puebla estudia. Estudia y después improvisa. De las corridas de los mano a mano, una oportunidad más, interés añadido, de las esencias diferentes de Belmonte y Joselito, de Ordóñez, Antoñete o Paula. “De Paula he aprendido mucho y me ha enseñado mucho”, confiesa.

Hubo un tiempo en que se habló de la posibilidad de que Curro, el de Camas, don Francisco el de la Tello, lidiara un toro solo con el capote, cosa que ya se había planteado mucho antes con el sevillano Antonio Gallardo. Morante duda y se confiesa tradicionalista. Que surja lo que surja en el momento que sea, pero por su cauce, capote, muleta y espada. Sentimiento. Demostrar lo que llevas dentro y que el público se emocione. ¿Y miedo? Sí, sí, miedo a que me coja un toro. Un gran temor. ¡Qué ayudado por alto, señores! Esos es arte, lo que se recuerda pasado un tiempo. Hay que dejar pasar el tiempo. Y Pepe Luis confirmaba: “Arte es aquello que perdura”.

Otro amigo, José María Portillo, me ha enviado la tarde de Córdoba de Morante, también con el vestido negro bordado en plata, y por la que le han concedido el trofeo MITRHA, de plata también, un trofeo muy singular que representa una divinidad indoiraní, el dios de la luz solar o la Tauroctonia, un joven con gorro frigio matando con sus manos un toro de cuya sangre fluye la vida eterna. Un Teseo en versión oriental. Todo se lo merece la gran trayectoria artística de José Antonio Morante de la Puebla.

Pero es que me acuerdo de muchas cosas más de este tormentoso año “trecemundista”. De José Mari Manzanares en Nimes, por ejemplo. En otros tiempos, al alicantino le hubieran elevado a los altares por matar a tantos toros en la suerte de recibir, apenas sin tener en cuenta la profundidad de su toreo que salta sin romperse ni rasgarse las alambradas de las barreras de las plazas de toros. Que sea torero tan hondo y que culmine con tanto acierto la última suerte no sé si ha habido una “manita” de ellos. Yo recuerdo a dos, muy diferentes entre ellos y nada que ver con el hijo de Dols: Rafael Ortega y Paco Camino. Y me agarro a la realidad “in saecula saeculorum” de Ponce, más de dos décadas en dos siglos diferentes, único en nuestra historia y camino de las bodas de plata, la hondura de Miguel Ángel Perera o la fantasía improvisadora de Talavante, incluido su cante por fandangos. Como dice Morante, “es lo que surge en el momento”. Como lo que surgió una tarde en Zaragoza, en lo que iba a ser, a juicio de los sabios comentaristas modernos, una feria desastrosa. Lo de “Finito de Córdoba”. Ya lo sé, ya lo sé, el premio fue para Fandiño o para Padilla. Pero lo que se recuerda es lo de Juan Serrano, el cordobés nacido en Sabadell. Ya lo decía Pepe Luis: “lo  que perdura…”. Y yo me acuerdo del sexto toro de Peñajara que derribó a una mano, mejor, a un cuerno, de la preciosa corrida de Bañuelos, del cuarto de Núñez del Cuvillo y de dos toreros que tienen que sonar mucho más, a cántaros, como el llover, a trompetazos: Antonio Gaspar “Paulita” y Manuel Jesús Pérez Mota. Y hasta de un novillero que se llama Juan Torres y que se anuncia como “Juanito”, bullicioso.

Ciento setenta y tres matadores figuran en las estadísticas de la temporada y, al margen de los citados y el triunvirato de cabeza, Padilla, “El Fandi” y Fandiño, a mí se me vienen a la memoria una decena de diestros en los que se puede confiar y a los que se puede esperar: “El Juli”, largo y macizo, Sebastián Castella, inmutable, y Antonio Ferrera, en buenas manos y en adecuado progreso. Jiménez Fortes si no se achica ante tanta cogida, Joselito Adame, proyectado hacia el éxito en Madrid aunque tuvo que esperar hasta el mes de agosto, Manuel Escribano, también previo pago del tributo casi obligado, Juan del Álamo, calidad, Luis Bolívar con la garantía de su tierra colombiana, y Uceda Leal, torero completo al que le falta el decisivo empujón. Y en este año que ya se esconde bajo el manto de las hojas amarillas, sólo tres novilleros han tomado sus correspondientes alternativas en otras tantas plazas de primera: Pascual Javier en Valencia, Juan Leal en Nimes y Sebastián Ritter, del que tengo más referencias, en Madrid.


No hablo de José Tomás, el hipotético “SALVADOR” de la Fiesta según sus adoradores, porque él mismo ha renunciado a tal ministerio. Al heredero de Juan García “Mondeño”, la propia Fiesta se lo demandará porque, en la situación actual, sería necesario y aconsejable que acometiera semejante EPOPEYA. El mismo Tomás dijo que, para él, torear es vivir. ¡Viva, José Tomás!

jueves, 7 de noviembre de 2013

LA CASA DE CÓRDOBA DE MADRID

Conocí su domicilio social y su capital humano en 1961. Había fundado la revista “Fiesta Española” y, en una de sus primeras portadas denuncié a Antonio Bienvenida, Antonio Ordóñez y Manolo Vázquez como culpables del auge torero de Manuel Benítez. Dos cordobeses, Fernando Sánchez Murillo, de Cabra, “en mi pueblo el más tonto hace relojes y el más listo es ministro”, y José María Mialdea, de Montoro, en el viaje a Córdoba para la alternativa del de Palma del Río, “en llegando a Montoro, todo arreglado”, vieron la revista y acudieron a la redacción para conocerme. Nos hicimos amigos íntimos, compañeros de fatigas y compadres con Fernando, cuñado de Tito de San Bernardo y Manuel Luque y yerno de “El Aguardentero”. Mialdea se dedicaba al alto comercio y vendía “Gallina Blanca” al por mayor  y, algún tiempo, a asesorar a don Jorge Villén, propietario de la Editorial Escellicer fundada por José Maria Pemán. Ellos fueron los que nos llevaron a la Casa de Córdoba a mí y a mis compañeros de la redacción de “Fiesta Española”, a amigos y parientes. Allí casamos a mi primo José Luis Cerezo con Maribel y a Manolo Francisco Molés con Angelita Novo, ambas hijas de socios del centro regional cordobés. Y yo no lo hice porque me dieron calabazas.

El presidente de la Casa era el hermano del ministro José Solís Ruiz, “la sonrisa del Régimen”, ministro secretario del Movimiento y del Trabajo con Franco y también ministro tras su muerte, en 1975. El ambiente era muy familiar y en aquel lugar de Martínez Campos, en el 32, se reunían muchos cordobeses, pero también gentes de otros lugares como los Casas, los Novo, de procedencia gallega, de Ciudad Rodrigo o Aragón. Tenía un gran ambiente el bar que llevaba un ciudadano de Hornachuelos, casi mil kilómetros cuadrados extensión y cinco mil habitantes en la Sierra del mismo nombre, y su esposa. La Casa daba para reuniones de todo tipo, tertulias, partidas de cartas, conferencias o concursos de toreo de salón y entrega de los premios de San Isidro.

Recuerdo que en una de las conferencias – coloquio hubo un espectador colmenareño que le preguntó a Victoriano Valencia por lo que le había regalado “Joselito” al mayoral de la ganadería de Martínez el día de los siete toros de Madrid. ¿Usted lo sabe? – inquirió Victoriano. Yo sí – le contestó el inquisidor. -Entonces ¿por qué me lo pregunta? Dígalo usted. --Una petaca para los puros. Curiosidad satisfecha. Victoriano siempre ha sido un magnífico y agudo tertuliano.

Casi todas las tardes acudía a la Casa a tomarse su vinito el ínclito Madueño, taxista y versificador que también, como el ministro y su hermano el presidente, era de Cabra y que todavía no conocía la anécdota del ministro Solís y Torcuato Fernández- Miranda. -¿Para qué sirve el latín? -Pepe, para que a ti, que eres de Cabra, te llamen egabrense. Madueño lo arreglaba con este pareado cuando le hacían la pregunta: -En su mala intención lleva usted la penitencia, yo de Cabra, usted …

Se instituyeron los premios de la Feria de San Isidro que tenían como titulares a “Guerrita”, “Machaquito” y “Manolete” y que premiaban, y todavía premian, a diversos aspectos de las corridas de la Primera Feria del Mundo. El acto de entrega de los premios se celebraba en los jardines de la casona que fuera de don Niceto Alcalá-Zamora con un acto multitudinario y brillante, al que teníamos que asistir los miembros del jurado tocados con el sombrero cordobés que nos regaló la entidad, incluido don Carlos de Larra, “Curro Meloja”, el que durante tantos años fue el titular de la sección taurina de Radio Madrid. ¡Qué dirá don Curro esta noche! , le gritaba “El Ronquillo” desde el bajo del 7 cuando don Antonio (Bienvenida, se entiende) cuajaba una más de sus muchas tardes madrileñas.

Otro de los eventos taurinos que tuvo como escenario la sede de la Casa de Córdoba fue un Concurso de Toreo de Salón de 1963, al que acudieron aspirantes de todos los rincones de España. Se celebraba en los jardines de la casona los domingos por la mañana y formaban parte del jurado Pepe Valencia, tío de Victoriano, primer matador de toros de los cuatro de la familia de los Roger, Rafael Llorente, el torero de Barajas, el apoderado Juan Ramos que lo fue especialmente de Mario Cabré, el ganadero Higinio Luis Severino y mi padre, Benjamín Bentura “Barico”, periodista integral y alma de la revista “El Ruedo” desde antes de convertirse en publicación semanal y hasta que lo jubilaron para castigar mi osadía de publicar otra revista de toros. Yo me empeñaba en componer la figura con la muleta al final de la sesión, antes de los vinos de rigor y Botán inmortalizaba mi buen estilo al natural  con la izquierda. De aquellos aspirantes a la gloria torera recuerdo nombres de algunos que hasta llegaron a tomar la alternativa, aunque  mi amigo Manolo Cano, cordobés de nación, vocación y conducta, me animase en el empeño porque hasta era posible que lográramos descubrir a un par de buenos mozos de espadas. Sonaron algún tiempo Ignacio Castro y Rafael Gámez y llegaron a cierta altura profesional Aurelio Núñez, Curro Escarcena y Pascual Benegas. Hubo su prueba práctica en San Sebastián de los Reyes y el premio de un traje de luces, un capote de brega, muleta y otros adminículos toreros gracias al patrocinio de “Pedro Domecq, S.A.”. Como espectador especial, recuerdo a Fidel Perlado, un belmontista de hueso colorado que hasta llevaba una foto de su ídolo orinando. Hecha por la espalda, claro está. Por cierto que la foto que se publicó en la portada de “Fiesta Española” a la muerte del trianero de la Alameda de Hércules, estaba dedicada al señor Perlado y fue de tal impacto que creo que figura en la exposición de Sevilla que actualmente recuerda a “los dos más grandes”.  


La Casa de Córdoba tenía en esos años 60 un ambiente taurino muy especial y, además, contaba con el marco ideal de la casona de don Niceto, frente a la de Sorolla, hoy museo sorprendente, en Martínez Campos, entre Zurbano, en donde vivía de soltera la Reina Fabiola, y Fernández de la Hoz. Niceto Alcalá-Zamora y Torres nació en Priego de Córdoba el 6 de junio de 1877 y murió en Buenos Aires el 18 de febrero de 1949, fue un estudiante prodigio y llegó a presidir la I República como miembro del partido Liberal y Monárquico y también lo fue de la II República,  como socialista, desde el 2 de diciembre de 1931 hasta abril de 1936, cuando fue sustituido por Manuel Azaña ante las discrepancias del de Priego con sus compañeros de Gobierno. Fue un hombre brillante intelectualmente, políticamente sincero y, tras la guerra civil, se le respetaron sus excelencias y sus propiedades. Ahora, todos aquellos recuerdos son, creo, un complejo hostelero. ¡Cómo cambian los tiempos! O los hombres, aunque quieran seguir siendo humanos. ¡Ampáranos! arcángel San Rafael, el de las alas blancas, no como el de San Miguel, que en el pueblo de mi esposa lo representan con alas negras. ¿Las de Satán? La guerra de los arcángeles.