viernes, 24 de enero de 2014

ARTÍCULO 100

“Todo a cien” pasó a la historia. ¿Cien qué? Artículos que he escrito para este espacio que me gobiernan mis hijos porque mis meninges no asimilan las nuevas técnicas de comunicación, que no sé si son más eficaces que las viejas porque la multiplicación de conocimientos nos lleva a una peligrosa dispersión, como yo no sé comprar en las rebajas porque me abruman con las numerosísimas ofertas. Pero escribir el artículo 100 del blog BARICOEJEA, merece especial atención. Y más cuando hoy se recuerda el vil (todos lo son) asesinato de Gregorio Ordóñez. Hace 19 años, en San Sebastián, en el bar “La Cepa” y de un tiro en la nuca. Lo hizo un etarra, pariente de esos que mandan ahora en el ayuntamiento donostiarra y que han cerrado la plaza de toros que impulso el llamado familiarmente Goyo. Le evitaron un disgusto porque el valiente, honrado y entusiasta Ordóñez se empeñó junto a Jesús Martínez Flamarique en hallar la solución para conseguir que la Perla del Cantábrico volviera a tener esa plaza de toros que se cargó la piqueta urbanística a principios de los 70 del siglo pasado. La hazaña reparadora la consumó “Chopera el Grande”, “Gran Chopera”, el hermano de Jesús, Manolo, y la han destrozado los herederos de los que acabaron con la vida de Goyo. Y a mí me duele este despropósito porque San Sebastián me gusta, viví en ella tres años de mi niñez, en la calle San Martín, cerca del Buen Pastor, porque era amigo del “Belmontito de Donostia”, José Mari Recondo, que me recomendó hospedarme en un caserío que hay en la subida al Igueldo, frente al mar, y donde disfruté de mi primera etapa de mi taurino viaje de novios, y porque casi todos los años vuelvo a pasear hasta Santa María y recuerdo a Joaquín y Nico y sus impares manjares, de la ayuda de Joaquín en los tiempos en que me enviaban a cubrir las informaciones de los secuestros de ETA, del paseo por el bulevar o los cisnes de la plaza de la Diputación, del puerto o de la subida a Ilumbe, en donde si algo desentona es el “monstro de concreto” de su plaza de toros, de lo que no tuvieron la culpa ni Ordóñez ni Jesús Chopera porque ninguno de los dos vivió para inaugurar el nuevo coso que sustituía al Chofre del otro lado del Urumea.

San Sebastián era la capital taurina de la Francia del Cantábrico, de San Juan de Luz, Biarritz, Bayona, Mont de Marsan , Dax y hasta Burdeos. Ahora los de san Sebastián se tienen que desplazar hasta esos lugares para disfrutar del espectáculo español. Y lo franceses lo hacen estupendamente. Alguno o algunos tendrán que entonar el “mea culpa”. “¿Qué he hecho – y no he hecho, más bien – para merecer el repudio?” Goyo, Jesús, José Mari, descansad en paz.

Lo que me trae de los nervios y no controlo pese a estar cerca de otro centenario, el de mi nacimiento (diecisiete años tendrá entonces la criatura, Benjamín V) es lo de la plaza de Zaragoza. Se resolvieron los eventos judiciales a favor de la propietaria del coso Pignatelli y  los “Serolo” abandonaron las oficinas y las gestiones empresariales y ahora es la corporación provincial  la que tiene que resolver el tema de los nuevos gestores. Hay varias soluciones y a lo largo de los dos siglos y medio de su vida, efeméride que se celebra este año, han existido circunstancias similares que unas veces se resolvieron nombrando un personaje específico y puntual, como ocurrió en 1946, cuando uno de los empresarios se suicidó y el otro renunció a la explotación, con el encargo de organizar la Feria del Pilar a Marcial Lalanda, apoderado por entonces de Pepe Luis Vázquez, o con una gestión interesada cuando, en 1981, José Antonio Chopera se declaró impotente para levantar la gestión de la empresa zaragozana, se creó un clima de absoluta inoperancia torera y en dos convocatorias no hubo ni un solo aspirante a la mano misericordiosa. La fórmula fue la elección de los hermanos Lozano presentados por el futbolero José Angel Zalba y una gestión interesada, el 5% de los ingresos de taquilla, controlando el billetaje y su venta, contención de precios en bares y almohadillas, supresión de la publicidad interior, restauración del edificio y control de gastos y carteles. Cuatro años después surgieron los problemas de la competencia entre aspirantes y alguno llegó a sacar los pies del tiesto y a insultar y desprestigiar a personas y órganos que no le elegían como destinatario del arriendo convocado. Lo sé porque lo viví muy directamente y lo sufrí no con paciencia pero sí con resignación. Ya no sé los resultados económicos de la gestión directa que se implantó en los años noventa, en los que se disparó con “pólvora del rey” y se lograron los mejores carteles y el contento general de toreros y ganaderos que veían en la plaza de Zaragoza una tierra de promisión en la que se esfumaban las últimas pesetas de la historia y a mí me jubilaban con una fiesta de despedida en la que se commemoró el 250 aniversario del nacimiento de don Francisco el de los Toros con un espectáculo goyesco popular y torero, con saltos de la garrocha, recortes y roscaderos y la presencia del navarro-montañes Marquitos, el alagonés Luis Antonio Gaspar “Paulita” y, sin caballos, Ricardo Torres, del barrio de Valdefierro y primer apellido complicado, Altismasveres, que se encargaron de la lidia de cuatro novillos utreros y dos erales. Fue el canto de cisne de mi paso por la Diputación de Zaragoza.

No me atrevo a dar consejos ni aunque estemos celebrando el centenario de este “blog” confesional. Casi siempre el éxito ha estado vinculado al trabajo, la afición y la prodigalidad sensata. Pienso que no hay fórmulas redactadas. Una buena parte del éxito depende de las circunstancias y de la suerte. Las mejores galas de esta historia de dos siglos y medio de vigencia han coincidido con la presencia de diestros de más o menos valía, pero que concitaban el partidismo y el enfrentamiento. La cumbre, con los dos Ballesteros aunque no fueran parientes, Florentino y “Herrerín”, los dos infortunados porque no pudieron disfrutar da la ampliación y mejora de la plaza que ellos hicieron insuficiente. Lo que decía Fernández Florez, el toreo necesita de las dos porterías futbolísticas. Y lo apuntó Napoleón cuando sus ejércitos trataban de mandar en Europa. “Es un gran militar, un estratega fabuloso, valiente y resolutivo”, le decía su asesor. Y él le preguntaba: “¿pero tiene suerte?”.


Sobran consejeros y fórmulas mágicas. Quieren mandar los políticos, los empresarios, los ganaderos, apoderados, toreros, informadores (periodistas hay pocos) y los públicos, a los que algunos motejan de aficionados, y son estos últimos los que tienen la sartén por el mango: asomarse o no a la ventanilla de la taquilla. El hombre es aquel que tenga la fórmula para esa ventana se quede sin telarañas. Me acuerdo de dos empresarios que llevaban a las gentes a los tendidos de Tarragona y Lloret de Mar, Moya y Zulueta. Ponían taquillas en las playas del Mediterráneo, desde Sitges a Paafrugell, hoy terreno antitaurino. De los salvadores, libranos Señor.         

jueves, 9 de enero de 2014

NUESTRO COMPLEJO DE INFERIORIDAD

Escribía el otro día David Gistau en “ABC” sobre la afición nacional a “chapotear en el complejo de los españoles, somos una mierda”. Bueno, puede que tenga razón. Pero si este aserto lo aplicamos a los toros, la sensación maloliente es devastadora, de ruina total. Y a ello contribuimos todos los que vivimos a su alrededor, incluidos los que escribimos, opinamos, pontificamos. Unos más que otros. ¿Los más culpables? Los que llevan mandando en esto, en las empresas y en los medios, casi medio siglo, sobre todo una pareja que ahora se rasga las vestiduras y dice que esto se acaba si no se pone remedio. No hacen examen de conciencia y entonan el “mea culpa” con los dólares saliéndoles por las orejas porque también han mandado al otro lado del Atlántico y buenos “jalleres” se trajeron para la “Península”. Fenicios puros.

Y la cosa está de lo más fulera - de ful, no de fular – hasta llegar a la pelea de un periodista y un banderillero. Nada nuevo. Hace años, Octavio Martínez “Nacional” fue en busca de “Don Gonzalo” que se encontraba en un bar de la madrileña calle de La Aduana, le avisaron al señor cardona y el director del programa taurino de Radio Toledo (RATO) rompió una botella, apoyó su codo izquierdo en la barra tabernaria y espero las llegada del bravo almeriense. No pasó nada. Sí sucedió en Alcalá del Río hace cien años y unos días. Lo contaba Mariano Banzo en su columna de efemérides centenarias de “El Heraldo de Aragón”. Escenario: el sevillano pueblo de Alcalá del Río, un belén de casas blancas con un castillo en lo alto, a orillas del embalse del Guadalquivir y a 13 quilómetros de la capital, famoso por muchas cosas y, entre ellas, por el pañuelo de la novia de Reverte con cuatro picadores en las esquinas y Reverte en medio. Torero de leyenda y aventura, con estatua frente al ayuntamiento, tuvo un imitador, Antonio Olmedo, al que apodaban “Valentín” no por el santo de los enamorados sino por su arrojada entrega ante los toros, de dolorosa trayectoria profesional pero con alternativa en la plaza de Murcia de manos de don Luis, el del ferrocarrilero italiano, confirmada en Madrid, naturalmente por aquel entonces, principios del siglo XX, por Antonio Fuentes, elegancia en el vestir y en el torear. Excursiones a América para supervivir, regreso a la cuna bética y excursión cinegética en los albores de 1914. A la vuelta, larga velada tabernaria, desafío, cara a cara, unos dicen que por asuntos amorosos, y el contrincante, Manuel  Santos Millares, que saca un revólver (algunos aseguran que fue un cuchillo)  y le dispara tres balazos a “Valentín”, que muere en el instante. Un novillero que estaba en la juerga y que Banzo afirma que se apodaba “Pomito” y que yo pienso que era José Pomares “Pomarito”, se fue a su casa, tomó su escopeta de caza e hirió al asesino de Antonio Olmedo en el pecho. Entonces, madrugada del 2 de enero de 1914, si llegó la sangre al río. Algo hemos mejorado.

Andrés Amorós, en “ABC”, va de amores, el póstumo de don Juan Belmonte, el póstumo. La vida del “pasmo” fue pródiga en esta clase de sucesos. Se decía que en sus días postreros era la peruana Amina Assís, juncal y morenaza amazona, la que encandilaba el futuro setentón y apócrifo trianero. No era así: era un amor más largo, duradero y sereno, el de la camera (de Camas, se entiende, paisana de Romero y Camino) Enriqueta Pérez Lora, casi cuarenta años más joven que su devoto amador. Bien está. Lo que ya no está tan bien es que Ortega Cano salga en los periódicos, que se diga que ha vendido “Yerbabuena” en casí 5 millones y medio de euros y ahora anuncien que se compra una finca en Badajoz por casi 2 millones de euros con hotel rural y todo. Y, mientras tanto, el marcapasos, las angustias carcelarias, la petición de indulto, los problemas del hijo adoptado (“carne de cañón”, se decía antes) y el rincón oscuro de la paz que se asoma. ¿Hay un especial maleficio torero? ¿Qué hubiera sido de la gran persona que fue Francisco Rivera “Paquirri” si hubiera supervivido a la tragedia de Pozoblanco? No hay contestación. ¿Hipótesis? Todas.

El caso de Jesús Janeiro “Jesulín” es muy diferente, pero, también, atípico. Niño prodigio, hizo de su capa un sayo y se compró un tigre al que llamó “Curripipi”, una finca que bautizó como “Ambiciones”, devolvió desde el ruedo bragas y sostenes en lugar de sombreros, abanicos, flores o puros, cantó el “toa, toa, toa”, se vistió de amarillo como el submarino de los “bitels” y enamoró a la Milá con su bajada de pantalones para enseñarle la cornada de Zaragoza. Llevaba el mejor furgón del toreo con cama y retrete y así batía todos los record sumando más de 150 corridas en un año. El contraste con JT es francamente escandaloso. “Ni tanto ni tan calvo”. En el término medio está la virtud. – JT, 30 corridas en plazas importantes para poner una piedra para el futuro de la fiesta española, por favor - . Es mi ruego de principio de año.
Jesulín ya es don Jesús. Acaba de cumplir 40 años y ha merecido los honores de sendas páginas en “El Mundo” y “ABC” y un papel en la nueva película de Santiago Segura, espero que junto al “Pantojito”. Bueno, me da igual porque hasta el momento no ha visto ninguna de las dirigidas por el famoso comisario Torrente, el brazo fuerte de la Ley. Mi amigo José María Recondo me decía muchas veces que había hecho la promesa de ni asistir nunca a una corrida de solo rejoneadores. Yo he prometido no ver películas de extraterrestes, espaciales o de Santiago Segura, no salir a la calle en chándal y sí dormir con corbata. Esta última promesa la he hecho desde que el otro día contemplé asustado la foto de los del “Matadero” de Durango y comprobé que ninguno de los presentes llevaba tal masculino complemento.


Pero “Jesulín de Ubrique”, al margen de los gustos de cada cual, ha sido – y es, salvadas las distancias de tiempo y actividad – un buen torero. Templado, largo, mandón y con carisma. Así parece y así es. Recuerdo la inventada anécdota o sucedido chusco entre dos meretrices paseando por Gran Vía de Madrid hace más de medio siglo. La una con un abrigo de visón y la otra con una zamarra zurcida y con brillos. - ¡Vaya abrigo, paisana! – Ya ves, uno de mil. - ¿Y tú? – Yo, mil de una. Polvos y lodos. El de “Jesulín” coronó a la “Princesa del Pueblo” que mata por “su Andreíta”, que también es de don Jesús Janeiro. No me negaran los que  me leyeran que lo de los toreros, pese a los agoreros que anuncian su fatal declive, tiene su misterioso encanto. Hasta el hermano del propio “Jesulín”, Víctor, que no ha tenido nada reseñable  dentro del mundo del toro, llenó un cuadernillo completo, 36 páginas, de la revista rosada más significativa de la prensa nacional, “Hola”, con motivo de su enlace matrimonial. Algo tendrá el agua cuando la bendicen. Depende de la dosis: con mucha agua hasta nos podemos ahogar. Mientras tanto, nadamos y guardamos la ropa.      

viernes, 3 de enero de 2014

COSAS QUE SE ME QUEDAN EN EL TINTERO

En las páginas de 6TOROS6, su director, José Luis Ramón, ha tenido la generosidad de dejarme un espacio para que contase mi vida. Ya le he enviado media docena de capítulos, a dos páginas por capítulos, pero siempre se me quedan muchas cosas en el tintero y otras me vienen a esa “memoria” que trato de activar al tiempo que mis neuronas dan vueltas en la hormigonera del cerebro. Y como se inicia un nuevo año, bueno será hacer recuento del pasado, en el que mi gran acontecimiento fue la llegada de mi nieto Benjamín V de Ejea de los Caballeros y I de Luesia por mamá, tataranieto de Benjamín I, alcalde de la villa ejeana, diputado provincial y presidente de la sociedad que construyó el ferrocarril de Gallur a Sádaba, que no vio funcionar porque murió en 1912 y el tren se inauguró en 1914, con Basilio Paraíso en el puesto de don Benjamín. Este Benjamín de hoy se une a Diego y Blanca, con los que forma mi menguada pero cualificada cosecha humana, en la que tengo confiada mi luenga supervivencia. ¡Y que sea por muchos años!

Otro capítulo importante es el recuento de las personas que  nos han abandonado. También en este aspecto tengo que resaltar una íntima pérdida, la de mi hermana María Luisa, doctora en Farmacia e investigadora por vocación y dedicación, que murió en el pasado mes de julio. Y en el aspecto taurino, Pepe Luis, el único personaje de nuestro planeta cañabetero que se incluye entre el casi centenar de desaparecidos que citaba en su suplemento “El Mundo” de fin de año, aunque con una pequeña gacetilla y no en la amplitud de sus merecimientos artísticos. Algo es algo. Mas brillo se le daba a la figura de Marifé de Tríana, la de María de la O, y ninguno a Dolores Aguirre, ganadera de reses bravas. Vi en la 2 un reportaje sobre el “sunami” Lola Flores y me enamoré  (con perdón, don Javier Conde) de Estrella Morante, por su voz, por su naturalidad, su elegancia y distinción, y, sobre todo, porque no tiene nada de la soberbia y afectación de las grandes y más viudas de España. En la mañana del primer día del 2014 escuché un concierto de don Juan Sebastián y el clásico de Viena mientras hacía una merluza rellena al horno para el primer condumio familiar del año. Benjamín V, mucha teta y un buen biberón, llorar y dormir.

De las cosas que me acuerdo y no he incluido en el próximo capítulo de mis “Memorias” está Dámaso González. Se había hecho cargo de su apoderamiento don Manuel Flores “Camará”, que se guiaba para  tomar sus decisiones profesionales por la expresión de los ojos del aspirante a disfrutar de sus habilidades gestoras. “Me acordaba siempre de la mirada de Manolo. De “Manolete”, naturalmente. Y Dámaso mira, y mira afortunadamente, con la misma intensidad febril que lo hacia el de Córdoba”. En lo demás se parecían poco, pero Dámaso se quedaba muy quieto y templaba los engaños con una largura inusitada para su corta alzada y su reducida envergadura. Dámaso había recorrido plazas de pueblo, capeas y tentaderos furtivos y vivido aventuras macuto al hombro bajo el sobrenombre de “El Alba”, apócope de su lugar natal, y con buena fama entre los maletillas de toda España. Pero, oficialmente, se presentaba con picadores en Barcelona, lugar al que me invitó a acudir don Manuel y donde descubrí un nuevo concepto del toreo que luego macizaría el de Sanlúcar de Barrameda.

Otro tema es el croquis que publique en “El Alcázar” sobre los cambios a caballo de Álvaro Domecq. Eran una serie de diminutas sombras chinescas de caballo y toro apuntando la salida de la suerte por un lado y realizándola por el otro. No se había contemplado en España semejante suerte en nuestro cantado arte del toreo de a caballo. Ni el héroe nacional cordobés Cañero, ni los centauros de la Puebla, ni los doctos Pinohermoso o don Álvaro, la gentil Conchita, los Ribeiro, Veiga o los muchos lusitanos que en el rejoneo han sido y los que desde la arena se subieron al caballo, don Juan o don Carlos el azteca, habían ejecutado tal suerte en un ruedo español. Al menos, yo no lo recordaba. Y don Álvaro padre me lo confirmaba. Creo que fue el propio Alvarito, diminutivo admisible por su juventud y peso físico de entonces, el que me informó de que había sido el gran Joao Nuncio el que se lo había enseñado en una visita a tierras portuguesas. Me imagino que así fue porque, como es mi caso y mis disgustos y hasta agresiones me costó, Nuncio vio en el Domecq joven a auténtico maestro del toreo caballeresco. Y es que aquellos quiebros o cambios, que todavía no he podido aclararme y definirme sobre si el cambio es posible en banderillas a pie o a caballo, son base del rejoneo que ha fijado en toda su amplitud el monarca que vino de Estella. Eso, el vestido, el olvido de las colleras y el paso de costado.

Bueno, ese es otro asunto de mi etapa bajo la laureada de San Fernando. Uno más ocurrió en 1972 y fue el del comisario Panguas y su “maléfica” concesión del rabo de un toro a Sebastián Palomo Linares en la plaza de toros de Madrid. Al día siguiente, los talibanes taurinos pusieron lazos negros en los reposteros de las gradas y andanadas. Lloraban como si hubieran perdido a un familiar cercano y condenaban al fuego eterno al bondadoso ser humano que era el comisario Panguas. Tiempo después recibí un ejemplar dedicado de un libro mecanografíado y reproducido en  ciclostil, en el que el señor presidente ya dimitido explicaba pormenores de tal acontecimiento. Nadie se acordaba ya de los rabos que cortaron en ese mismo ruedo Juan Belmonte y Marcial Lalanda en 1934, año de la inauguración oficial, Manolo Bienvenida, otra vez Belmonte, Lorenzo Garza. Alfredo Corrochano, Curro Caro y Domingo Ortega  en los años siguientes, antes de la guerra. Después vino la austeridad en los trofeos y la prohibición de la música durante las faenas. Esto último se queda para los anhelos pueblerinos de mi Zaragoza. Otra vez, todo viene de los pueblos.

Unos días antes, el 15 de mayo de 1972, confirmaba su alternativa en Madrid Raúl Aranda y Panguas me invitó a vivir a su lado todo un día como presidente de un festejo hasta en el palco de la autoridad. Muy cerca estaba don José Roger “Valencia”, asesor artístico, que me hizo una pregunta para calibrar mi capacidad taurina: ¿Qué es un puyazo al relance? “El que se ejecuta sin pausa a la salida de un capotazo”, le respondí con rapidez. Bien. Lo fenomenal para Aranda fue que Panguas le concedió las dos orejas del sexto toro de Paco Galache y que salió par la puerta grande.


Como rematé, mi eutrapélico mensaje para 2014: MUCHOS CUERNOS Y POCAS CORNADAS ( si es posible ninguna, mejor).            

APOCALIPSIS

APOCALISIS: “Último libro Canónico del Nuevo Testamento. Contiene las revelaciones escritas por el apóstol San Juan, referentes en su mayor parte al fin del mundo. APOCALÍPTICO: Terrorífico, espantoso”. Eso dice la Academia Española. Y esa sensación invade mi reparado corazón al leer a los apósteles de la información taurina de este nuevo tiempo, en el que a cinco toreros de primera fila se les ha ocurrido unirse frente a la verborrea tabernaria del heredero del señor Pagés, iluminado catalán que tuvo la habilidad de asegurar para sus herederos el arrendamiento de la Real Maestranza de Sevilla por los siglos de los siglos. Tiene gracia, además, que fueran un catalán y un vasco los que inventaran la Feria de Abril del Prado San Sebastián, en las cercanías de los Jardines de Murillo y la Fábrica de Tabacos donde trabajaba Carmen, la del francés Mérimée. Así de caprichosa es la Historia. Contra los maestrantes ya se reveló “Joselito” con la construcción de una nueva plaza en Sevilla y antes lo hicieran Bombita y Machaquito contra don Indalecio Mosquera, empresario de Madrid y don Eduardo Miura, sombrerero y ganadero. Y los gacetilleros de entonces y los de ahora se enfrentaron y se enfrentan a los “gallitos” de los viejos tiempos y a los de hoy, y en todas esas ocasiones se pusieron de parte de los toreros de segunda fila, como el penúltimo demagogo (la demagogia está presente en casi todas nuestras actividades colectivas)  se puso de parte de Andrés Vázquez frente a las ínfulas imperialmente romanas de Antonio Ordóñez, el paisano de Pedro Romero.

Diodoro Canorea, manchego y empleado de banca, se casó con la hija de Pagés y se convirtió en el empresario de Sevilla. Don Diodoro, simplemente. Como don Livinio. Es bueno tener un nombre poco común para que todo el mundo te conozca con solo nombrarte. Pero don Diodoro era un hombre inquieto y  buscó sus aventuras por otras plazas, Zaragoza y Madrid entre ellas, y siempre se mantuvo fiel a Curro Romero. Murió Diodoro, su hijo Ramón se hizo con los mandos y, a las primeras de cambio, le puso puertas al campo del camero bien oliente. En la solapa, un ramito de romero. En la mente, la liquidación de los privilegios del artista. En la puerta de alguna plaza, los vendedores de orinales que decían que eran unos “mandaos” de un Gonzalito prevaricador. El caso es que don Francisco se acercaba a los 70 años de edad y se vestía de corto para torear un festival en La Algaba junto a José Antonio Morante de la Puebla después de desertar ambos de la cercana feria sevillana de San Miguel. Curro llamó a Fernando Fernández Román y le dijo la noche del 22 de octubre del 2000 que colgaba su recamado traje de luces. ¿Por qué? Un novillo le había pegado una voltereta a Morante y a Curro se le había encogido el corazón. “Si me la llega a pegar a mi me tiene que llevar a casa en parihuelas”. La edad, 67 años, y fin del siglo XX. ¿Y el hijo de Diodoro?  Mejor no meterse en dibujos.

Hace años, los empresarios se juntaron y fueron a Villalobillos a pedirle a Manuel Benítez que volviera a los ruedos. El de Córdoba lo consultó con la almohada y les hizo firmar a todos los grandes en la funda de sus sueños. Ahora podían reunirse los empresarios y acudir a los cuarteles de invierno de José Tomás y pedirle que vuelva a los ruedos con un calendario profuso, decente y de alta alcurnia. Por ejemplo, que toree en todas las plazas de primera que van quedando. La fiesta de los toros solo la pueden dignificar los ganaderos y los toreros. Contarla, los que sepan escribir y tengas conocimientos del arte, y sostenerla, las gentes del pueblo que se asomen a las taquillas. Estos últimos tienen la sartén por el mango: pueden soltar la mosca o quedarse en casa. Lo demás son sueños de políticos frustrados metidos a aficionados que quieren gobernarlo todo.

Hace unos días, en Zaragoza, un amigo mío leyó su tesis doctoral sobre la economía en el mundo de los toros. No me enteré demasiado porque yo de “imputs” y otras bagatelas financieras entiendo más bien poco. En realidad nunca supe ganar dinero. Mi conclusión de la escucha atenta de lo que decía Julián Montañés Escribano fue que en el 2007 llegamos al cenit del negocio taurino y ahora estamos en la cuesta abajo. Un análisis de la incidencia del sector taurino en la economía española de tan difícil estudio porque son muchos los factores y escasas las informaciones, ese era el tema del doctorando. En 2008, casi 8 millones de espectadores para los espectáculos mayores, unos 90 millones de euros de ingresos, más la televisión, los bares y almohadillas, las carnes, los hoteles, transportes, tiendas de recuerdos, visitas a las plazas, fiestas en las fincas, los toros, etc, etc,… En total, una repercusión en el P.I.B. de mil trescientos millones de pesetas. Pero la curva, señores, es descendente mientras los que quieren vivir del negocio aumentan, los toreros, los ganaderos y los servicios. ¿Dónde iremos a parar? Yo siempre me acuerdo lo que decía no sé quien con motivo de las prohibiciones de Carlos IV, alguien no muy versado en lingüística: “Los toros son una fiesta que va de prole en prole que no hay nadie que la abole y ni habrá quién la abola”. Espero que así sea.

Julián Montañés, atrevido, intrépido y osado, fue dirigido en su estudio por los doctores Helena Resano Ezcaray y Antonio Purroy Unanua, este último bien conocido en el mundillo del toro bravo. Con él cambié algunas impresiones sobre temas que afectan más al devenir operativo de la fiesta. De las ganaderías, por ejemplo. Le dije que, para mí, don Alvaro Domecq y Díez era el mejor ganadero que yo he conocido. Me habló de Victorino y yo le argumenté que don Álvaro había creado una ganadería nueva y el de Galapagar se había limitado, con todo el mérito que ello suponía, a recuperar una ya existente y prestigiada, la de Albaserrada. Luego, con los “patas blancas”, las cosas ya no se han desarrollado con la misma fluorescencia pese a la indudable sapiencia del paleto de Galapagar. Ortega y Gasset decía que todo lo grande de España venía de sus pueblos. Lo repito en cuanto puedo porque yo soy de pueblo.

Estábamos en la Facultad de Veterinaria de Zaragoza, en donde don Álvaro Domecq tuvo una gran actividad a favor del toro bravo de la mano del profesor Isaías Zarazaga y creó un banco de sangre para estudiar la consanguinidad de las reses, subvencionó estudios sobre la alimentación y promocionó otros aspectos de la crianza y genética de tan singular animal. Por aquel entonces, hace más de veinte años, había también una colección de cráneos de cuyas medidas no puedo asegurar que consecuencias se sacaban. Estaban allí y había un especial interés por su examen y estudio. Don Álvaro también tenía un bien dotado laboratorio en su finca jerezana  de “Los Alburejos”. Había y hay otros excelentes criadores, pero mis preferencias, con el caudillaje de don Álvaro, se inclinan hacia don Baltasar, los hijos de don Celestino, los Lozano y sus Alcurrucen, Ana, la de los Romero, el hijo de Juan Marí y la Montalvo y algunos más, no muchos. Y he citado a los que ahora están vigentes para que nadie me tache de nostálgico. Pero, señores del jurado, de aquello que había en la Facultad de Veterinaria de Zaragoza ya no queda ni un solo hueso. Lástima. España y yo somos así, señora.