Un amigo me reprochaba el otro día que no dijera nada de la duquesa Cayetana. No soy muy amigo de las necrológicas porque no suelen ser fidedignas. En este caso es que no deseo recordar a la de Alba en sus últimos años. Retrocedo en el tiempo, hasta el comienzo de los años 60 del siglo pasado, cuando Tomás Martín “Thomas”, sastre establecido en la calle de Alcalá, más arriba de la glorieta de Manuel Becerra y presidente de la Peña “El 7” , comprometió a doña Cayetana para muchos de sus actos sociales y que en la corrida goyesca de 1961 organizada por el Círculo de Bellas Artes desfilara por el ruedo de Las Ventas del Espíritu Santo a caballo al frente de las cuadrillas, una exhibición de rejoneo campero, su presencia en el palco de los maestrantes sevillanos junto a Jacqueline Kennedy y la condesa de Romanones, las tres de peineta y mantilla, en una barrera con su primo Jimmy Ardales, puertista, o su baile por sevillanas cuando la ocasión así lo requería. Su predilección hacia Pepe Luis, relación que dicen que cortó su padre, el duque de Alba, y, sevillanista siempre, la continuidad en el favor hacia Curro Romero, con la pequeña veleidad de admirar al jerezano Rafael de Paula. No es mala trilogía torera. En estos últimos días, en una emisora de radio, la Cope , creo, escuché que el confesor de la duquesa era el sacerdote Ignacio González Sanchez Dalp, hijo, al parecer, del sevillano Manolo González, torero, ganadero y apoderado que en media docena de temporadas, entre los finales de los 40 y los comienzos de los 50 del XX, asombró a los públicos de España y América, sobre todo a los de Sevilla y Madrid. Es como si a la duquesa de Alba quisiera curar todos sus males en Sevilla y que allí tenía que poner el punto final a la historia de su vida. El mundo por montera. Va por usted, doña Cayetana.
domingo, 30 de noviembre de 2014
DEL PINTOR
Presentaba su Agenda Taurina Vidal Pérez Herrero en su marco
habitual, junto a la Casa
del Reloj del viejo Matadero Municipal
de Legazpi, en el distrito de La Arganzuela. Estuvieron
presentes, como casi siempre a lo largo de las dos últimas décadas, José María
Álvarez del Manzano, ex-alcalde de Madrid, y Lola Navarro, ex-concejala del
castizo barrio madrileño, en esta ocasión con taurina chaqueta roja, a lo Reina
Letizia, cordial y guapísima y siempre confesando sus fervores toreros, lo que
también es habitual en el caso del señor Álvarez Manzano, lo de las aficiones
taurinas, no lo de la chaqueta roja. Hablaron también de toros y toreros
Victorino Martín hijo, este de sus toros y del necesario apoyo estatal, Andrés
Amorós insistiendo en las virtudes de los “victorinos”, Juan Arboniés, diputado
delegado de la plaza de toros de Zaragoza, en el 250 aniversario de esta,
Alfonso Gómez, de “El Cordobés”, François Zumbielh, de Mont de Marsan y sus
encantos, y a mí me correspondió el honor de subir a los altares del arte al
colombiano Diego Ramos. Empecé por anunciar que no iba a hablar del tal don
Diego, que dedicaría mis minutos de charla a defender el auténtico cartel de
toros, un grito pegado en la pared para llamar la atención de la gente y que
acudiera a presenciar la corrida anunciada. Recordé los antecedentes de
Carnicero y Goya, de los padres del invento, Daniel Perea, más taurino, y
Marcelino Unceta, más artista universal, del paso al impresionismo de Roberto
Domingo y Carlos Ruano Llopis, sus continuadores, Casero, Saavedra, Reus, Cros
Estrems, Martínez de León, Terruella, Alcaraz y Ricardo Marín. De Fortuny,
Manet, Benlluire, Picasso, Juan Gris o Alberti, este anunciador de la vuelta al
ruedo de Luis Miguel, para el que también diseñó esos trajes de luces que
algunos calificaron de pijamas con bordados. No me olvidé de Jesús Bernal, más
ilustrador que cartelista, dos carteles de la Beneficencia en
Madrid, Manolo Prieto y su símbolo del “toro de la carretera”, Luis García
Campos, bilbaíno con aromas del campo de Salamanca. Álvarez Carmena, Pepe
Puente, Pepe Díaz (Camino en Badajoz y “Antoñete” en Madrid), César Palacios y
López Canito. Ciga en Pamplona, Escacena en Andalucía o, más reciente, Calderón
Jácome en Madrid. Mariano Benlliure en
versión gráfica, Pablo Lozano con su grupo de picadores en bronce, John
Fultón y Robert Ryan desde el otro lado del Atlántico y, al más alto nivel,
Fortuny y Manet. Recordé a Ángel González Marcos, bohemio y fatalista, porque
sé que también está en el aprecio de Diego Ramos. De Falcó, Barceló, que copio
uno de los torillos de Goya de su famoso grabado de “Lluvia de toros” para un
cartel de Sevilla, Ducasse, francés y caminista, y Quinito Caldentey, torero
balear e inspirado acuarelista. Es mi relación de heraldos taurinos que cada
uno puede completar a su gusto, memorias o predilecciones. Recordé que las dos
más importantes factorías del viejo cartel fueron las de Ortega en Valencia y
la de Portabella en Zaragoza y que el primer cartel con las fotos de los
toreros actuantes fue uno de Toledo de la corrida celebrada el 19 de agosto de
1891 y en la que hicieron el paseíllo Ángel Pastor y Rafael Guerra “Guerrita”.
Apunté que en muchos de los carteles aparecen primeros
planos de mujeres, flores, rincones de la ciudad o medios de comunicación,
ferrocarriles, autos o jumentos y que algunos de esos carteles sirvieron para
identificar una suerte, el pase de muleta de las flores de Victoriano de la Serna o el salto en la
ejecución de la estocada de Jaime Ostos. O de adjetivo superlativo a ciertos
cronistas de léxico limitado: un lance de cartel. Bajo el imperio de la foto o
el ordenador, menos mal que nos queda Diego Ramos, del que no quería hablar
porque no creo que a un artista haya que explicarlo. Hay que verlo y todo
depende de lo que él, sin hablar, te diga desde la maestría de su dibujo y la
inspiración de su color. Él, su obra, lo cuenta todo en las páginas que nos
ofrece Vidal Pérez Herrero. Y es Diego Ramos el que nos retrata con tremenda
fidelidad a los toreros de hoy, a los que ha visto torear, y a los que adivina:
Joselito y El Gallo, Cagancho, Pepe Luis, Romero o Paula. Maravilloso.
Vidal Pérez Herrero apuntó la necesidad del apoyo de los
políticos para la supervivencia de la Fiesta. Hubo su pequeña polémica sobre el papel
de cada cual en su supervivencia. Hay muchos palos que tocar en este aspecto,
pero, para mí, la máxima responsabilidad la tienen los toreros, los ganaderos y
el público. Ninguna expresión artística se perpetúa con leyes o decretos, ni
siquiera se destruye con prohibiciones o destierros, anatemas o encíclicas.
Bueno sería que se aliviara el gasto con rebaja de impuestos, por ejemplo, con
mejor información en los medios estatales, su suprimieran reglamentos y se exigiera
lo que anuncian los carteles: “6TOROS6 que serán picados, banderilleados,
lidiados y muertos a estoque por tales diestros”. No hace falta más. Un torero
puede cambiar el panorama de la noche a
la mañana. Lo hizo Manolete en 1939.
viernes, 7 de noviembre de 2014
MANZANARES EN MIS RECUERDOS
No soy amigo de necrológicas porque, en la mayoría de los
casos, son hagiografías non santas. Algunas, flagrantemente hipócritas aunque
se apoyen en opiniones de prestigio. Varios opinantes han asegurado que José
María Manzanares es “torero de toreros”. Puede que sea así: su penúltima salida
a hombros, por la Puerta
del Príncipe que abrieron excepcionalmente los maestrantes sevillanos la tarde
en la que su hijo le arrancó el añadido, fue a hombros de toreros, entre ellos
Enrique Ponce, el único que hasta el momento ha superado las 1831 corridas que
sumó el de Alicante en sus más de treinta años de alternativa. Es para mí esa
de “torero de toreros” una clasificación subjetiva en la que incluí hace años al
valenciano nacido en Santander, Félix Rodríguez, porque me lo decía muchas
veces Curro Caro. Después, a Pepe Luis Vázquez porque lo afirmaba “Manolete”, a
Domingo Ortega porque soy de pueblo y del pueblo viene todo lo bueno que ocurre
en España, Antonio Bienvenida porque dulcificó el sueño eterno de su padre, a
Ordóñez pese a sus fans y a Paco Camino para llevarle la contraria a Cañabate.
Cada cual puede tener su torero. El que tiene uno solo es un monoteísta taurino
condenado a la idolatría más antipática. ¿Recuerdan aquello que le dijo un
socio de “Los de José y Juan” al señor Miura? Le felicitó por haber criado a
“Islero” y la reprobó por no haberlo hecho siete años antes. Pasiones
desordenadas.
Pero estos mis recuerdos van mucho más allá y casi al margen
de todas las cosas que he leído estos días, las fotos y los vídeos que ha
contemplado. Van a 1971: apoderaban a Manzanares (José María Dols Abellán) Pepe
Barceló y Luis Alegre, le había dado la alternativa Luis Miguel en Alicante y
en septiembre fue a Murcia a cumplir su compromiso de hacer dos paseíllos en su
Feria pese al rumor de que iba a cortar su temporada por razones de salud.
Alguien ha dicho que fue por culpa de una hepatitis. Creo recordar que fue por
algo menos complicado y sin secuelas: un derrame involuntario de esperma que le
debilitaba excesivamente. Esa debilidad no se le notó en las dos corridas de
Murcia, en la primera, con toros de Eusebia Galache, cortó los mismos trofeos
que Diego Puerta, tres orejas, y en la segunda, con toros de Núñez, con Luis
Miguel (Edad Antigua), Paco Camino (Edad Media) y el propio Manzanares (Edad
Contemporánea) empató con el de Camas a cuatro orejas y un rabo. La confidencia
de la dolencia del alicantino me la hizo Luis Alegre, hombre jovial y tolerante
que luchaba con la juvenil rebeldía de su poderdante, como sucedió en México al
reprenderle por el consumo de alcohol y le derramó el líquido del vaso en el
bolsillo de su chaqueta. No era fácil de llevar José Mari en esos primeros años
de su carrera y tuvo suerte de caer en manos de personas tan solventes y
ecuánimes como Alberto Alonso Belmonte, Pablo Lozano o Manolo González. Alguno
le buscaba las vueltas y provocaba sus enfados supersticiosos con un jersey
amarillo o su varonil apostura con una fotografía en la que aparecía vestido
con ropajes femeninos. No fue su vida ni en el punto más álgido de su carrera
taurina un camino de rosas. Su padre, Pepe Manzanares, banderillero, escribió
un libro de pensamientos y sentencias que se publico en 1989 con letras muy gordas
y manifestaciones encontradas y dispares: “Mi obra tallada con el cincel del
sentimiento y el martillo del arte…” Su hijo José María. ¿Y qué es el toreo sin
sentimiento y sin arte? Lucha y sangre. Con sus reglas, con sus normas,
reglamentos y postulados y sin alma. Como si el ruedo moderno fuera un circo romano. Sin sentimiento y sin arte no
hay toreo. Y en mi vieja obsesión por encontrar ese camino que me lleva al
disfrute inexplicable, hijo del sentimiento y no del análisis, me encuentro con
José María Manzanares. Fue en Tudela en 1996, el día de Santiago, 25 de julio.
Otra vez entre rumores de despedida. Cumplía 25 años de alternativa. Fue con un
toro de Sánchez Arjona y mi crónica publicada en Diario 16 y titulada “El toreo
se llama José María Manzanares” relataba lo siguiente después de haber cortado
una oreja al primero de la tarde: “Pero en el cuarto, un castaño de buena
presencia, lo de Manzanares fue algo inenarrable. Los que conocen lo que es y
significa el torero alicantino comprenderán fácilmente lo que vimos los
afortunados espectadores de esta corrida en este toro. No es para contarlo,
desde luego; es repetir la imagen de un toreo sobre la cadera, acompañando el
viaje del toro con el juego indescriptible de su dibujada forma de concebir el arte
hasta rematar la obra en el lugar oportuno, en el sitio preciso, en el momento
cumbre de tanta belleza”. No analizo, sólo describo lo que he visto. Lo que vi
hace ya 18 años. Algún tiempo después, en la boda de Raúl Gracia “El Tato”, el
propio Manzanares me recordó aquel acontecimiento. Bergamín lo decía de Paula.
“Tiene percha literaria”. No basta con ser torero, hay que parecerlo. Y en este
aspecto hay dos arquetipos que se encontraron aquel día en Murcia, el de Camas
y el de Alicante. Solamente chirría en mi memoria un traje butano y oro que no
iba con la innata elegancia de José Mari. En cambio llena mi memoria un pase de
pecho ejecutado entre los tendidos del 5 y el 6 de Las Ventas y que resultó ser
el hecho más destacado de una Feria de San Isidro. ¿Cómo es posible tal
dislate? Sólo porque Manzanares es un elegido entre los seres que a los largo
de más de dos siglos y medio han vestido
el traje de luces.
Hace unos días, para homenajear al ganadero y al torero
declarados triunfadores de la
Feria del Pilar en el 250 cumpleaños de la plaza de toros de
Zaragoza, se celebró en su Aula Taurina un acto bajo la batuta de Fernando
García Terrel y con la presencia de Pepe Marcuello, de “Los Maños”, y Jonathan
Blázquez “Varea”, novillero de la castellonense Almazora que lidió a “Quejoso”,
el indultado utrero de Luesia (*), en Las Altas Cinco Villas de Aragón. A
“Varea” alguien le preguntó por los toreros en los que fijaba su atención para
progresar en su afán de ser torero. Citó en primer lugar a Morante de la Puebla y una señorita de la
última fila lanzó un sonido gutural como significado argumento discrepante. Me
entró una especie de angustia existencial, como si hubiera resucitado Chaves el
venezolano y, ante la maravillosa fachada de la plaza zaragozana, hubiera
sentenciado un autoritario “EXPROPIESÉ”.
(*) Está más que
divulgado que no era el novillo de Los Maños el primer cornúpeto indultado en
la plaza de toros de Zaragoza puesto que a “Llavero”, de don Nazario, se le
perdonó la vida en 1860 después de tomar 53 puyazos y matar a 14 caballos. Sí
ha sido “Quejoso” el primero novillo en recibir ese indulto a través del
pañuelo naranja sobre la barandilla del palco de la presidencia gubernativa,
con José Antonio Ezquerra al frente. Menos castigado que su lejano antecesor,
el novillo volverá a su hábitat y tendrá a su cuidado y placentero deber un
buen lote de vacas. Habrá que esperar unos cuantos años para ver los resultados
y, por entonces, puede que Los Maños se decidan a lidiar cuatreños. Volverán a
salir toros de las tierras de Aragón, señor Viard.
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