sábado, 21 de enero de 2017

EVOLUCIÓN DE LA LIDIA DEL TORO BRAVO


Siempre se ha dicho que en el toreo el que más influye es el toro, pero  no estoy muy convencido de que, exhaustivamente, así lo sea. A lo largo de esta nuestra historia que comienza a mediados del siglo XVIII, antes fue otra cosa en el amplio mundo que nace con el arte rupestre y la mitología y culmina en el ejercicio caballeresco, han existido diestros que han roto con las normas anteriores, con las distancias, las alturas, las larguras o la intensidad y diversidad de las suertes. En mis tiempos jóvenes se decía que fulano codilleaba y así el torero  aludido no lograba consumar los lances, ponía en peligro su integridad y las faenas pecaban de sucias y atropelladas. Hoy, por lo general, se acusa a los toreros de lo contrario, de despegar exageradamente el trazo en el lance o el pase y el conclave docto parece anunciar una emigración de aves zancudas: pico, pico, pico. No se permite le mínima licencia. Hay que parar, templar y mandar. En la suerte natural, adelantar la pierna contraria en el cite, luego avanzar la de salida al tiempo de templar y dejar al toro en la espalda para que, sin girar sobre los pies, ligar el pase obligado que asiduamente es el llamado de pecho. Hay otro tipo de pases cambiados que perfeccionó un torero que en lo de la técnica fue un maestro, Domingo Ortega. Bueno, hubo otro torero que por una fractura de su codo izquierdo tuvo que recortar la suerte de ligar natural con cambiado, Santiago Martín “El Viti”, que, a la postre, toreaba igual por ambas manos y hacía del defecto virtud. Pero “Pepe Alameda”, en su tratado sobre “Los arquitectos del toreo moderno”, citaba a Manuel Jiménez “Chicuelo” como el máximo artífice del paso del toreo en ochos, sin girar las zapatillas, al toreo ligado al natural, en redondo, a partir de la faena del sevillano de la Alameda de Hércules al toro “Corchaíto” de Pérez Tabernero. En Madrid, naturalmente, porque ha sido siempre la capital de España  la que imponía  el estilo. Y, a veces,  no era el mandato de los máximos doctores como Pedro Romero, Montes, “Lagartijo”, “Guerrita”, “Joselito”, Marcial, “Manolete” o “El Cordobés”. Podían serlo “Costillares”, “El Chiclanero”, “Frascuelo”, Fuentes, Belmonte, Pepe Luis o Antonio Ordóñez. Y me dejo por el camino otros nombres que tuvieron más significación técnica como Pepe-Hillo, que hasta firmó una “Tauromaquia”,  Cúchares ( “el arte de Cúchares”), Cayetano Sanz, “El Gordito”, Reverte, Gaona y su maestro “Ojitos”, Félix Rodríguez, Luis Miguel o Paco Camino, porque este camero era redondo, como el apellido de “El Chiclanero” y su autorretrato, con el capote, la muleta y la espada. Con la espada yo le doy primacía a Rafael Ortega, que, aunque sufrió graves cornadas toreando, no lo fue nunca con la espada, al contrario que el llamado “Niño Sabio  de Camas”. Hubo su rivalidad con el otro camero ilustre, Curro, pero, lo que decía Paco el día en que se alborotaban  los duendes: “Ya vendrán otros vientos”. Tengo ese defecto: que me gustan muchos toreros de los muchísimos que he visto y de los que he adivinado y deducido  por las fotos o las viejas películas, las de México de “Manolete” y Pepe Luis, y los modernos vídeos. No tengo ídolos.
La realidad es que el desarrollo de la corrida ha devenido hacia la monotonía. Antes, a la salida del toro, los que daban los primeros lances eran los peones de confianza del matador correspondiente. Lances por los dos pitones y ahí tiene usted al toro. Había toreros que empezaban a torear a dos manos y luego con una sola daban naturales con el capote y salían andando con la tela sobre el hombro, la larga cordobesa. ¿Cuánto hace que no hemos visto una larga cordobesa? Manolo Chopera, que además de empresario era un  cabal aficionado, instituyó un premio para el torero que mejor torease a una mano con  el capote en la Feria de San Isidro. En mis tiempos jóvenes no se sujetaba al toro en el burladero que Fernando Fernández Román llamaba de la primera suerte, el picador reserva ya estaba en el ruedo dispuesto a ejecutar el primer puyazo. Era el que se llevaba el tortazo más fuerte. En la suerte de varas, el picador tenía que manejar bien las riendas y procurar que el toro no se cebara en el peto  mientras los banderilleros trataban de sacar al cornúpeto de la violenta reunión. La forma de picar actual tiene el riesgo de que, ante la necesidad de aquilatar los costes, se supriman el cincuenta por ciento de los toreros de a caballo. O más. Y es que en la mayoría de los casos asistimos a un simulacro.
En el segundo tercio hay gente importante que se gusta y se afana por hacer las cosas bien. No hay que correr ni saltar. Las prisas son malas hasta para lo que algunos llaman el amor. Honrubia fue mejor banderillero al final de su carrera. Julio Pérez Vito fue fantástico siempre. Con el capote Bonifacio Perea “Boni”, que, como “Bojilla después, apenas ponía banderilla, “Miguelañez” en Madrid, y los más completos Chaves Flores, “Tito de San Bernardo”, Alfonso Ordóñez y “Michelín”. “Michelín” les decía a los preguntones sobre su forma de llevar a los toros enganchados a su capote,  que le ponía una argolla a la punta de la tela y que la sujetaba en las narices del toro. Antes de todos los nombrados, los subalternos estaban más tiempo en el ruedo, atentos al quite oportuno, al capotazo de socorro. Pisaban las arenas muchos toros mansos y era imprescindible la brega. En casi todas las plazas había un puntillero oficial y los terceros no tenían que intervenir en este menester. Los que servían las banderillas o los torileros que abrían el portón iban vestidos de toreros, costumbre que se conservó en Madrid hasta hace poco y donde se han amoldado al sufrido y rural traje  corto. De entre los rejoneadores lo ha desterrado Pablo Hermoso de Mendoza para competir en elegancia con los lusitanos, como suprimió las colleras, las carreras y los pechugazos en las barreras por los terrenos de dentro para purificar el toreo a caballo. Con el caballo hay que salir para las afueras. Hasta Curro Meloja, que le llamaba a la actuación de los rejoneadores de entonces “el número del caballito”, hubiera admitido que el arte de Hermoso de Mendoza es lo más cercano a lo que conocíamos como arte venido de la vecina Portugal. ¿O el de Estella ha superado todas las previsiones?
En el tercio de banderillas quiero recordar que en mis tiempos jóvenes se usaba de la pirotecnia para cumplir la función avivadora de los palitroques, se suprimieron y me parece que fue el Reglamento de 1962 el que creo el garapullo de luto. Cuatro pares. Bueno, hace años que no he visto que se castigue a un toro con los cuatro pares infamantes. Cierto es que el toro se ha ennoblecido exageradamente pero no hasta el punto de que no hayan saltado a los ruedos de España durante la temporada una docena de mansos de solemnidad, adjetivo calificativo que daba categoría a la cobardía taúrica. Hay otro detalle que ha variado bastante respecto a lo que sucedía en el desarrollo de la suerte de varas. Hay cronistas que insisten en señalar el limitado terreno en el que se debe de ejecutar la en otros tiempos variada, emocionante y complicada suerte. Entonces había que contar con las querencias de los toros y llevarlos al lugar en el que embistieran con más ímpetu a los caballos y cambiarles de terreno si no respondían en las siguientes entradas. Claro que hoy pocos toros necesitan de más castigo que el del primer puyazo y pocos que marquen claramente sus preferencias. Es significativo que en los viejos tiempos eran los picadores los que sufrían más cogidas y ahora, afortunadamente para ellos, son muy pocos los que pasan por la enfermería. Y digo que afortunadamente porque a mí, que me gusta la fiesta española por su contenido sociológico, cultural y artístico, me llenaría de alegría que no hubiera ninguna cogida de torero de a pie o a caballo, matador o banderillero. He tenido la suerte de no vivir en directo nada más que una cogida mortal, la de un empleado de la plaza de Madrid en el callejón por el tendido 7, en una corrida en la que actuó Fermín Murillo. 
Son muchas cosas las que han variado en un arte que, como todos los demás, superados lo clasicismos, está sujetos a una evolución lógica contando con que cada hombre es un mundo y cada toro una caja de sorpresas. Condiciona mucho el toro y hasta condiciona el que sir Alexander Fleming descubriera la penicilina y ya las curas de las cornadas no resulten tan dolorosas y sangrientas como cuando había que llenar la herida de gasas e ir sacándolas poco a poco para que no se cerrara en falso y se produjera la gangrena, la septicemia o una embolia gaseosa. Y a pesar de todos los avances farmacológicos y el de la mecánica quirúrgica todavía se dan las cornadas mortales o las que imposibilitan la continuidad en el ejercicio de profesión que nace con el individuo.
Hay otras circunstancias que condicionan el devenir del toreo y en Madrid y Sevilla es donde más se nota. El puntillero era un empleado de la plaza, Agapito el último y más famoso y los Lebrija sevillanos. Había otro que también actuaba en Vista Alegre y que fue contratado por Luis Miguel para ir en su cuadrilla con la exclusiva función de atronar al astado. Quizá fue este antecedente el que forzó a suprimir los puntilleros de todas las plazas y que cada torero llevara en su cuadrilla a un banderillero, el tercero, que pone un par en cada toro y que luego se encarga de finiquitar la labor estoqueadora de su jefe. Fernando Sánchez, el de las patillas de hacha, Arruga, el recortador de Cariñena, y Emilio Fernández hijo, tres ejemplos de eficacia con los palos y con la puntilla. Pese a los lamentos de algunos que se llaman aficionados, no cabe duda de que en todas las ramas del toreo hay en estos momentos profesionales distinguidos. Media docena más con los palos y el capote, Rafael Perea “Boni”, hijo de Brígido y nieto de Bonifacio, ya jubilado, José Antonio Carretero, Trujillo, Mariano de la Viña, Ambel Posada y Curro Javier. Y un par de “Pirris”, de los muchos “Pirri” que ha pisado los ruedos. Y muchos otros que tienen que saber armonizar su natural dependencia al jefe de su cuadrilla y a la satisfacción de realizar las suertes con verdad y belleza. Sentir el toreo y transmitir ese sentimiento a los tendidos.

Lo que echo en falta muchas veces es la medida de las faenas. Ya sabemos que  los avisos no son una censura sino el toque de atención del paso de un tiempo prudencial. Pero se trata de dinamizar el espectáculo, de no dar solo naturales y derechazos y acudir a la mera lidia, lucha, con el torero hondo y eficaz que prepare al toro para la estocada. Hace muchos años, Gregorio Sánchez mató en solitario y en Madrid seis toros en menos de hora y media. Ahora hay pocas corridas que duren menos de dos horas. Tiempos muertos, tejer y destejer en la lidia, paseos a la redonda con desesperante parsimonia y algunas cosas más. Y luego, tras el triunfo, el mismo señor que saca a hombros al héroe en Bilbao, Sevilla, Madrid, Zaragoza o Calatayud. Y con la misma camiseta de publicidad de un hotel de Santander. Me gustaría que el entusiasmo fuera general y no subvencionado. Mas afición activa.

martes, 3 de enero de 2017

PERSONAJES DE OTROS TIEMPOS (3)

Ha sido un año  como un frío  de invierno de los que en México llaman “desviejadero”. Enero y febrero, desviejaderos. Cada día, los que hemos atravesado ya la frontera de los 80, nos quedamos más solos. Y este año bisiesto que ya se va ha sido también inusitadamente violento. La muerte de “El Pana”,  viejo, sentimental, soñador y habanero. Hacía el paseíllo con un sarape al hombro y el puro entre los dedos de su mano derecha; así acompañó un día a Morante de la Puebla, que también es algo histriónico en su indumentaria, en su pelo y en lo del habano. Luego se viste de torero y acaba con el cuadro, como hizo hace pocas fechas en la México. De los toreros de arte que yo he conocido a lo largo de mi vida es el más profuso de todos ellos y con menos eclipses profesionales. Recuerdo a Cagancho, a Pepe Luis, a Pepín, Ordóñez, Curro Romero o Paula, por ejemplo. Necesitaba un reconstituyente del estilo morantista después de tanta necrológica torera: Canito bajo su gorra blanca, Fermín Bohórquez, difuminado a caballo por Alvarito Domecq, Miguel Flores y su vena poética que puso en el camino al gitano Aparicio y al monstruo Morante; en Salamanca, don Alipio y don Antonio el de San Fernando, final de una etapa ganadera, Manolo Espinosa “Armillita”, hijo de uno de los mejores toreros mexicano, Fermín, que llegó a España creo que con la carrera de arquitecto terminada y que no logro emular las glorias paternas, lo mismo de Victoriano de la Serna hijo, hermano de Peñuca y cuñado de Zabala, buen  torero, con duende escondido entre los pliegues de su capote, la juventud rota de Víctor Barrio en la plaza de Teruel y la del novillero Renatto Motta al otro lado del Atlántico. Y la de Manolo Cisneros, al que en su corta etapa de novillero sin caballos calificaban de “torero de cristal”. Lo conocí en sus tiempos de apoderado - lanzador de Raúl Aranda, cuando le pedía  consejo a José Mari Recondo ya baqueteado en las lides del apoderamiento y la empresa. En cierta ocasión, el de San Sebastián emigrado a Fuengirola llamó por teléfono a Manolo y entre aspavientos le dijo: “Una ruina, Manolo: Zabala ha puesto bien a Raúl”. En  el final de la temporada de 1972, cuando llegué a Madrid después de largo y torero  viaje de novios, fui al hospital donde le habían operado a Recondo de un cáncer. Su cuñado, médico, me había advertido de la gravedad de la situación. Desde la puerta de la habitación  saludé al paciente porque no permitían la entrada. Él me contestó con su clásico humor norteño: “Aquí estoy, que me ha levantado Agapito”. Agapito era el certero puntillero de Las Ventas.

Manolo Cisneros era de Antonio Ordóñez y no recuerdo si en alguna ocasión actuó como apoderado del de Ronda. Braulio Lausín hijo me hubiera contado esta relación con detalles, aunque el de Ricla era incondicional de los Dominguín. Hasta vivió en su casa de la calle del Príncipe de Madrid  cuando fue a  iniciarse en su carrera de novillero, carrera corta que no quiso rubricar con el título de matador de toros. Cisneros hizo un par de milagros más con Braulio y la gente de Zaragoza, uno el de Santiago Martín “El Viti”, que, aunque ya tenía sus seguidores en el coso de Pignatelli, los del charco hablaban de vomitivos, y el más sonado de hacer romeristas a Braulio, que fue a Málaga a podar los árboles de Curro Romero y no hubo festival en Ricla en el que no se contara con Santiago y el de Camas. Cuando vine a vivir a Zaragoza, finales de los años 70 del siglo pasado, sólo eramos “Curristas confesos”, “Ezquerrita”, José Antonio, “policía pero buena gente”, como lo presentaba Braulio a los amigos, y yo. Había un rumor no probado de que hasta el circunspecto apoderado le tiró a Curro una almohadilla en la plaza de toros de Málaga. Me lo contó Pepe Gracia, al que le conocían por tierras andaluzas como “el inglés” cuando figuró en la cuadrilla de Romero. A Ezquerra y a mí hasta nos insultaban los que a partir del apoderamiento de Cisneros se hicieron apasionados creyentes del currismo.

Tenía una gran virtud  Manolo Cisneros: su discreción. De Barcelona a Sevilla mandaba por delegación de Pedrito Balañá y como consejero de Canorea en una docena de plazas importantes, colaboró en la gestión directa de la Plaza de Zaragoza cuando la Diputación, su propietaria, se empeñó en una aventura de la que todavía no se saben los resultados. La culpa no fue de Cisneros. Lo más destacado, una serie de novilladas en la que el jurado popular concedió el premio de triunfador a dos novilleros, José Tomás y el oscense Tomás Luna. ¡Adiós, ingenieros!  
  
Acaba el año y el próximo termina en 7. Era la terminación favorita de Gonzalo Sánchez Conde, mozo de espadas, vendedor de jamones y polvorones de Estepa. Buen intérprete del fandango de Huelva. Ezquerra es un experto en el flamenco, como lo fue el riojano César Jalón “Clarito”. Ministro de Comunicaciones que fue en la República y luego le sirvió para cobrar su pensión con Franco. “Franco me ha quitado de escribir. Ahora sólo lo hago cuando quiero adquirir un capricho”. Y para rematar, la costumbre de Cisneros de no estar en el callejón cuando actuaba alguno de sus toreros. Se subía a la grada o la andanada más recóndita. Pensaba que sus toreros ya sabían lo que tenían que hacer en el ruedo.

Hablaba de mis personajes favoritos, de las peculiares gentes que formaban la familia taurina que tenía sus propios escenarios de reunión y convivencia al margen de las plazas de toros. Recuerdo a toreros que un día brillaron en Madrid pero que su luz se desvaneció en la oscuridad de una larga noche. Hubo uno que se anunciaba Abelardo Moreno Reina y que en realidad se llamaba Abelardo Iniesta Gutiérrez de la Solana, apellidos de  marqués y nombre de enamorado, que cortó orejas en Las Ventas, tomó la alternativa en Carabanchel y luego se dedicó a la venta del artilugio llamado “cortipelo”, un peine con una cuchilla de afeitar entre sus púas que hacia el efecto del corte del cabello a navaja que tan de  moda estuvo hacia los años 60 del siglo pasado. Un buen torero de Ávila, José González Ibañez, Pepe Ibañez en sus  tiempos de banderillero, inventó un bolígrafo en forma de estoque torero y lo vendió a las librerías y a los amigos en  los lugares de reunión. Dos ejemplos que se unían a las ocupaciones agrícolas  o constructoras como la recogida de la remolacha o la carga y descarga de camiones en los mercados. Había otras salidas: las de apoderado, subalterno, mozo de espadas o empresarios. En Madrid se lucía en el toreo a una mano con el capote “Miguelañez”, que durante muchos años fue apoderado de rejoneadoras, salida fulgurante de un Antonio Codeseda, sevillano, que no se destacó ni en funciones subalternas, Suarez Merino que apodero a Curro Montés, los ya veteranos Curro Caro y Manolo Escudero, Alfredo Corrochano o Agustín Parra “Parrita”. “Parrao”, negocios taurinos y su hermano, banderillero, acomodador de un cine de la calle Infantas. Y el ambiente taurino se hacía eco del rumor de que Rafaelito Soria Molina, nacido en Ecija y pariente de Lagartijo y Manolete, era un prodigio del arte de torear en los tentaderos. Tomó la alternativa en la cordobesa Montoro, se la dio José María Martorell en presencia de  Calerito y con toros del Duque de Pinohermoso, pero se diluyó como un azucarillo  en un vaso de agua. Tenía lo que luego definió un jugador de futbol del Real Madrid: miedo escénico.


Sin embargo, hay también ejemplos de todo lo contrario. En un repaso a vuela pluma de mis recuerdos de lo sucedido en la plaza de toros de Madrid con la confirmación de Juanito Belmonte y Manuel Rodríguez “Manolete” como primero de los fogonazos que me nublaron la vista a mis recién cumplidos 8 años, la única corrida de Manolete en España en 1946 con su aceptación de la inclusión en el cartel de Luis Miguel, la faena de Pepín Martín Vázquez que sirvió para su inclusión en la película de “Currito de la Cruz”, la tarde del “Salario del Miedo”, Pepe Luis, Antonio Bienvenida y Julio Aparicio a hombros por la Puerta Grande, otro trio imponente: Diego Puerta,  Curro Romero y Paco Camino al día siguiente del que el Faraón se negó a matar un toro. Las cuatro orejas de novillero de Manolo Vázquez cuando puso el toreo de frente, otras tantas para José Manuel Inchausti “Tinin” y del mexicano Curro Rivera en los días en los que cortó el único rabo de las postguerra Sebastián Palomo. Antes, en 1934, en las tres corridas de la inauguración oficial de la plaza cortaron sendos rabos Juan Belmonte y Marcial Lalanda. Luego se impuso la costumbre de no otorgar semejante apéndice y no acompañar las faenas con música ante la trifulca que se armó porque el director de la Banda ordenaba los sones musicales para halagar el oído de Marcial Lalanda y se los birlaba al armónico Domingo Ortega, que más que andar, patinaba como ese español que lo hace tan bien sobre el hielo y hasta se viste de torero. Para mí el acontecimiento cumbre de esta historia emulando las glorias de Joselito y los 7 toros de Martínez fueron los 7 toros de Paco Camino. Los de Antonio Bienvenida, varios y diversos (¡aquel día del sombrero caído a sus pies en el paseíllo!) los Raúl Ochoa Rovira en competencia con Luis Miguel que solo cortó una oreja en su actuación solitaria (en Carabanchel fue otra cosa y hasta picó a uno de los toros de la tarde), Niño de la Capea, Esplá o Perera. Es una gran historia ya contada al cumplir el bello y pétreo edificio con abrigo de ladrillo mudéjar sus Bodas de Diamante. Y recuerdo cosas aisladas: que Jorge Negrete se agarraba a su sombrero viendo torear a Manolo González, las gracias a Dios de Foxá por habernos concedido la fortuna de ver a “Manolete” en los ruedos, a “Faroles” con los palos y a Boni con   el capote,  Orteguita o Manolillo de Valencia. La pata de palo de Alfonso Merino o el buen gusto de Luis Alfonso Garcés, el hijo de “Chicuelo” que vino consagrado de Sevilla y aquí nado entre dos aguas, el esquivo Chamaco que ya había hecho todo el gasto en Barcelona y Rafael de Paula que apuntó un par de verónicas y se  le entregaron los del paladar. Félix  Colomo, de Navalcarnero, triunfo en la plaza vieja madrileña y las cornadas no le permitieron confirmar sus cualidades en Las Ventas. A cambio, abrió Las Cuevas de Luis Candelas en el Arco de Cuchilleros y desde el principio hasta hoy es un gran foco turístico. En una de sus paredes había una cabeza de toro disecada con una leyenda: “Este toro lo mató Félix Colomo no sabemos como”. “Bojilla”, Curro Gómez, Pacorro, los Pirri, los Mozo, el Aldeano, Chaves Flores, Alfredo David, Tito de San Bernardo, Vito banderillerro y Vito apoderado, José Ignacio Sánchez Mejías… ¿Dónde estais?  

PERSONAJES DE OTROS TIEMPOS (2)

Acompañé a mi padre a sus tertulias de café en “ELGato Negro”, en el edificio del “Teatro de la Comedia”, y allí conocí a don Tirso Escudero, venerable empresario de pelo y piel blancos, que aseguraba no haber tomado el sol desde su Primera Comunión, a Alfredo Marquerie, que era el crítico teatral de ABC y colaboraba todas las semanas en “El Ruedo”, casado con una escultora que fumaba sin descanso y que también intervenía en las tertulias, Redondela, especialista en decorados teatrales y padre de Agustín, un destacado pintor de la Escuela de Madrid, Ricardo Mazo, especialista de novelas radiofónicas, hoy series televisivas, Paco Ugalde, de Tarazona de Aragón, el más original de los grandes caricaturistas del siglo pasado, Joaquín Roa, actor que participó en las más famosas películas de aquellos tiempos, “Bienvenido Mister Marshall”, “Marcelino Pan y Vino” y “Viridiana”, Mario Cabré, su apoderado Juan Ramos y su cuñado Manuel Gas, voz de bajo profundo, policía en muchas películas, padre de Manuel Gas Cabré, el gran gestor del Teatro Español, Sendín Galiana, escritor, el fotógrafo Cartagena, el dibujante sevillano Martín Maqueda, que se fue a trabajar a Portugal, y algunos contertulios más de los que no recuerdo su nombre. Tertulias diaria, inexcusables. Por distintas razones - humanas, los camareros; comerciales, el precio del café; calidad del producto o la invasión del territorio – hubo cambios de domicilio social de la tertulia a “Cancela”, con entrada por Carrera de San Jerónimo y  Arlabán, “Marfil”, Cedaceros esquina Alcalá, y “Riesgo”, Virgen de los Peligros cerca de Alcalá, siempre en el eje de la calle Sevilla y la calle Príncipe.  Al final de esta calle vivían los Dominguín y en “El Gato Negro” conocí a Luis Miguel, en “Marfil” le hice la primera entrevista a Juan Posada y en “Riesgo” admiré a Victoriano de la Serna padre. Y aprovecho la oportunidad para recordar a su hijo que acaba de fallecer, hermano de Peñuca, pintora de gran personalidad, que se casó con Vicente Zabala. Victoriano hijo fue un torero enigmático. Curioso que yo recuerde una novillada que le vi torear en Sos del Rey Católico, cuando en Aragón se daban festejos menores en muchos pueblos. Me contaba otro Victoriano, Valencia, que también hizo el paseíllo de novillero en Sos, que en la vuelta al ruedo le echaron una rastra de lomo de cerdo y que su madre le preguntaba a menudo cuando iba a torear otra vez en Sos. El buen aire del Pirineo.

En  fin, mi aprendizaje periodístico, junto a la censura paterna, se desarrolló en aquellos cafés y se amplió en lugares cercanos cuando pasé del estudio al ejercicio. En Gran Vía, esquina a Clavel, estaba la redacción de “Fiesta Española”. En la otra esquina, el Casino Militar y, cruzando la Gran Vía hacia la Plaza de Bilbao, la cafetería de Antonio Machín. Allí paraba José Luis Marca cuando apoderaba a “El Bala”. Infantas abajo, la calle Barbieri y una taberna donde conocí a Salvador Domínguez “Gloria Bendita”, que se estableció después junto a Sindicatos y el diario “Pueblo”, en el número 6 de la calle Alameda y fue nuestro punto de reunión con mi compadre Fernando Sánchez Murillo, Gonzalo Sánchez Conde “Gonzalito”, Brihuega, José Manuel, gestor de Paco Camino y asuntos futbolísticos varios, partidarios de Curro Romero y béticos de hueso colorado, periodista y ganaderos como Antonio Méndez y su lugarteniente Rafael Ortega “Gallito”. Se había transformado el sentido de la tertulia.

A “Gonzalito” le conoce todo el toreo y todavía anda en activo aunque su ilusión de continuar la estela de Curro Romero en  su sobrino nieto parece que no se consolida. Brihuega, que era de Cádiz y relojero, prefirió dedicarse también a la tarea de vestir a un torero, en este caso  a Luis Francisco Esplá. Era hombre impregnado de la vena gaditana pese a la tremenda tragedia de que muriera un hijo suyo de leucemia a los 4 o 5 años. Tuvo una hija unos años después y me concedió el honor de apadrinarla. Otro personaje, Hilario el Zapatero, banderillero. También era de por allá abajo y tenía un gran vicio, las cartas, y una obsesión, el Quijote, su libro de mesilla. Me aseguraba que todas las  noches leía alguna página de la obra cervantina. Un día fue a jugar al Mercantíl, en la Gran Vía, cerca de Hortaleza, y ganó cerca del millón de pesetas. Era de madrugada y esperó hasta que se hizo de día para volver a su casa. Pregunta de la esposa enfadada: ¿Qué horas de venir son estas? Añada el lector algún adjetivo grueso en la voz de la señora. Aguantó el chaparrón Hilario y acabó echando los billetes a lo alto para que cayeran a la cama. Con ese dinero, una de sus hijas hizo la carrera de Medicina. Y en este capítulo no puedo olvidar a “Joaquinillo”, un banderillero de categoría que fue en la cuadrilla de Pepe Luis. Cuando se retiró no tuvo más remedio que ejercer como mozo de espadas en la cuadrilla de José Fuentes, el de Linares, al que apoderaba Rafael  Sánchez. A “El Pipo” lo conocí cuando todavía apoderaba a “El Cordobés” en el bar “La Tropical”, en donde se juntaban todos los que brujuleaban alrededor del toro y alguno le daba una propina a la telefonista para que por los altavoces del local dijera su nombre y  que le llamaba don Pedro Balañá. Un día, en Carabanchel, hizo el paseíllo un improvisado banderillero que llevaba medias verdes. El hombre estaba en el callejón, haciéndose el distraído y sin intervenir para nada en el ruedo. El delegado de la autoridad le llamó la atención y le obligó a poner un par de banderillas. La voltereta fue espectacular. Al día siguiente nuestro hombre se compró un par de  banderillas de fuego se fue a la calle Sevilla y cuando vió al policía encendió las mechas y le citó con arrogancia y desparpajo. No consumó la suerte. A  Dios,  gracias.

Había muchas historias de todo tipo. “El Mella” era un banderillero que en sus buenos tiempos había formado pareja con “Magritas”, pero todavía no se había arreglado el tema de la jubilación de los toreros. Así que el Monumento al Ejercito en la Mancha con una espada de diez lo doce metros de alta se lo traspasaron a “El Mella” porque  practicaba el deporte del sablazo. En ocasiones te vendía una barra de mantequilla que te decía que no se la dieras a tus niños, que mejor la empleases en las botas o correajes de cuero. De especial ingenio,  “Bojilla”, Enrique Bernedo, genial, cuando murió Curro Girón, en el funeral le pidió la palabra al sacerdote porque el sabía mejor quien era el torero venezolano, Ramitos el mozo de espadas de Puerta, su chofer Tello o “Cabeza de Triana”, banderillero que por una enfermedad de los pulmones se pasó a la grey de los mozos de espadas a las órdenes de Miguel Márquez. Con él y a bordo de un “seiscientos” hicieron una campaña de novillero y sumaron los cien festejos. En uno de los viajes con Miguel Márquez, José Mari Recondo y el propio trianero, a este, ante el paso del Guadarrama, se le ocurrió comentar: “Habrá que hacerle la cesárea al túnel”. Al de San Sebastián, versolari y epigramático, le dijeron que era “Belmontito de Donostia” y una tarde que toreó en Madrid le brindó un novillo a don Juan. “¿Tan malo era yo?”, fue su caustico comentario. Tuve mucha amistad con él y, al final de la temporada de 1972, fui a verlo a la clínica de Madrid donde la habían intervenido de un cáncer en el aparato- digestivo. Le saludé desde la puerta y él, desde la cama, me dijo: “Aquí me tienes, que me ha levantado Agapito”. El caso es que vivió muchos años más pese al pronóstico de un cuñado suyo que era médico.
  
Entonces el toreo era una gran familia. Se convivía mucho, se relacionaban todos los componentes de la fiesta y se daban circunstancias muy variadas que reforzaban ese sentido familiar añorado. Es posible que ahora ocurra algo parecido, pero yo no lo conozco.  Hay menos diálogo y la gente se distrae con su móvil, sus juegos o curiosidades. Eso sí: cuando termina la corrida, los actuantes se pegan unos efusivos abrazos y hasta algunos se besuquean aunque al rato se junten todos en el mismo hotel. 


Me parece que me queda cuerda para algún pasaje más. Trataré de recordar. Es bueno para la salud mental.