Acompañé a
mi padre a sus tertulias de café en “ELGato Negro”, en el edificio del “Teatro
de la Comedia”, y allí conocí a don Tirso Escudero, venerable empresario de
pelo y piel blancos, que aseguraba no haber tomado el sol desde su Primera
Comunión, a Alfredo Marquerie, que era el crítico teatral de ABC y colaboraba
todas las semanas en “El Ruedo”, casado con una escultora que fumaba sin
descanso y que también intervenía en las tertulias, Redondela, especialista en
decorados teatrales y padre de Agustín, un destacado pintor de la Escuela de
Madrid, Ricardo Mazo, especialista de novelas radiofónicas, hoy series
televisivas, Paco Ugalde, de Tarazona de Aragón, el más original de los grandes
caricaturistas del siglo pasado, Joaquín Roa, actor que participó en las más
famosas películas de aquellos tiempos, “Bienvenido Mister Marshall”, “Marcelino
Pan y Vino” y “Viridiana”, Mario Cabré, su apoderado Juan Ramos y su cuñado
Manuel Gas, voz de bajo profundo, policía en muchas películas, padre de Manuel
Gas Cabré, el gran gestor del Teatro Español, Sendín Galiana, escritor, el
fotógrafo Cartagena, el dibujante sevillano Martín Maqueda, que se fue a
trabajar a Portugal, y algunos contertulios más de los que no recuerdo su
nombre. Tertulias diaria, inexcusables. Por distintas razones - humanas, los
camareros; comerciales, el precio del café; calidad del producto o la invasión
del territorio – hubo cambios de domicilio social de la tertulia a “Cancela”,
con entrada por Carrera de San Jerónimo y
Arlabán, “Marfil”, Cedaceros esquina Alcalá, y “Riesgo”, Virgen de los
Peligros cerca de Alcalá, siempre en el eje de la calle Sevilla y la calle
Príncipe. Al final de esta calle vivían
los Dominguín y en “El Gato Negro” conocí a Luis Miguel, en “Marfil” le hice la
primera entrevista a Juan Posada y en “Riesgo” admiré a Victoriano de la Serna
padre. Y aprovecho la oportunidad para recordar a su hijo que acaba de
fallecer, hermano de Peñuca, pintora de gran personalidad, que se casó con
Vicente Zabala. Victoriano hijo fue un torero enigmático. Curioso que yo
recuerde una novillada que le vi torear en Sos del Rey Católico, cuando en
Aragón se daban festejos menores en muchos pueblos. Me contaba otro Victoriano,
Valencia, que también hizo el paseíllo de novillero en Sos, que en la vuelta al
ruedo le echaron una rastra de lomo de cerdo y que su madre le preguntaba a
menudo cuando iba a torear otra vez en Sos. El buen aire del Pirineo.
En fin, mi aprendizaje periodístico, junto a la
censura paterna, se desarrolló en aquellos cafés y se amplió en lugares
cercanos cuando pasé del estudio al ejercicio. En Gran Vía, esquina a Clavel,
estaba la redacción de “Fiesta Española”. En la otra esquina, el Casino Militar
y, cruzando la Gran Vía hacia la Plaza de Bilbao, la cafetería de Antonio
Machín. Allí paraba José Luis Marca cuando apoderaba a “El Bala”. Infantas
abajo, la calle Barbieri y una taberna donde conocí a Salvador Domínguez
“Gloria Bendita”, que se estableció después junto a Sindicatos y el diario
“Pueblo”, en el número 6 de la calle Alameda y fue nuestro punto de reunión con
mi compadre Fernando Sánchez Murillo, Gonzalo Sánchez Conde “Gonzalito”,
Brihuega, José Manuel, gestor de Paco Camino y asuntos futbolísticos varios,
partidarios de Curro Romero y béticos de hueso colorado, periodista y ganaderos
como Antonio Méndez y su lugarteniente Rafael Ortega “Gallito”. Se había
transformado el sentido de la tertulia.
A
“Gonzalito” le conoce todo el toreo y todavía anda en activo aunque su ilusión
de continuar la estela de Curro Romero en
su sobrino nieto parece que no se consolida. Brihuega, que era de Cádiz
y relojero, prefirió dedicarse también a la tarea de vestir a un torero, en
este caso a Luis Francisco Esplá. Era
hombre impregnado de la vena gaditana pese a la tremenda tragedia de que
muriera un hijo suyo de leucemia a los 4 o 5 años. Tuvo una hija unos años
después y me concedió el honor de apadrinarla. Otro personaje, Hilario el
Zapatero, banderillero. También era de por allá abajo y tenía un gran vicio,
las cartas, y una obsesión, el Quijote, su libro de mesilla. Me aseguraba que
todas las noches leía alguna página de
la obra cervantina. Un día fue a jugar al Mercantíl, en la Gran Vía, cerca de
Hortaleza, y ganó cerca del millón de pesetas. Era de madrugada y esperó hasta
que se hizo de día para volver a su casa. Pregunta de la esposa enfadada: ¿Qué
horas de venir son estas? Añada el lector algún adjetivo grueso en la voz de la
señora. Aguantó el chaparrón Hilario y acabó echando los billetes a lo alto
para que cayeran a la cama. Con ese dinero, una de sus hijas hizo la carrera de
Medicina. Y en este capítulo no puedo olvidar a “Joaquinillo”, un banderillero
de categoría que fue en la cuadrilla de Pepe Luis. Cuando se retiró no tuvo más
remedio que ejercer como mozo de espadas en la cuadrilla de José Fuentes, el de
Linares, al que apoderaba Rafael Sánchez.
A “El Pipo” lo conocí cuando todavía apoderaba a “El Cordobés” en el bar “La
Tropical”, en donde se juntaban todos los que brujuleaban alrededor del toro y
alguno le daba una propina a la telefonista para que por los altavoces del
local dijera su nombre y que le llamaba
don Pedro Balañá. Un día, en Carabanchel, hizo el paseíllo un improvisado
banderillero que llevaba medias verdes. El hombre estaba en el callejón,
haciéndose el distraído y sin intervenir para nada en el ruedo. El delegado de
la autoridad le llamó la atención y le obligó a poner un par de banderillas. La
voltereta fue espectacular. Al día siguiente nuestro hombre se compró un par
de banderillas de fuego se fue a la
calle Sevilla y cuando vió al policía encendió las mechas y le citó con
arrogancia y desparpajo. No consumó la suerte. A Dios,
gracias.
Había muchas
historias de todo tipo. “El Mella” era un banderillero que en sus buenos
tiempos había formado pareja con “Magritas”, pero todavía no se había arreglado
el tema de la jubilación de los toreros. Así que el Monumento al Ejercito en la
Mancha con una espada de diez lo doce metros de alta se lo traspasaron a “El
Mella” porque practicaba el deporte del
sablazo. En ocasiones te vendía una barra de mantequilla que te decía que no se
la dieras a tus niños, que mejor la empleases en las botas o correajes de
cuero. De especial ingenio, “Bojilla”,
Enrique Bernedo, genial, cuando murió Curro Girón, en el funeral le pidió la
palabra al sacerdote porque el sabía mejor quien era el torero venezolano,
Ramitos el mozo de espadas de Puerta, su chofer Tello o “Cabeza de Triana”,
banderillero que por una enfermedad de los pulmones se pasó a la grey de los
mozos de espadas a las órdenes de Miguel Márquez. Con él y a bordo de un “seiscientos”
hicieron una campaña de novillero y sumaron los cien festejos. En uno de los
viajes con Miguel Márquez, José Mari Recondo y el propio trianero, a este, ante
el paso del Guadarrama, se le ocurrió comentar: “Habrá que hacerle la cesárea
al túnel”. Al de San Sebastián, versolari y epigramático, le dijeron que era
“Belmontito de Donostia” y una tarde que toreó en Madrid le brindó un novillo a
don Juan. “¿Tan malo era yo?”, fue su caustico comentario. Tuve mucha amistad
con él y, al final de la temporada de 1972, fui a verlo a la clínica de Madrid
donde la habían intervenido de un cáncer en el aparato- digestivo. Le saludé
desde la puerta y él, desde la cama, me dijo: “Aquí me tienes, que me ha
levantado Agapito”. El caso es que vivió muchos años más pese al pronóstico de
un cuñado suyo que era médico.
Entonces el
toreo era una gran familia. Se convivía mucho, se relacionaban todos los
componentes de la fiesta y se daban circunstancias muy variadas que reforzaban
ese sentido familiar añorado. Es posible que ahora ocurra algo parecido, pero
yo no lo conozco. Hay menos diálogo y la
gente se distrae con su móvil, sus juegos o curiosidades. Eso sí: cuando
termina la corrida, los actuantes se pegan unos efusivos
abrazos y hasta algunos se besuquean aunque al rato se junten todos en el mismo
hotel.
Me parece
que me queda cuerda para algún pasaje más. Trataré de recordar. Es bueno para
la salud mental.
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