Hace unas
semanas leí un artículo de José Luis Ramón en 6TOROS6 que me encantó. El
director de esta revista es una de los que mejor escriben de toros y, además,
no incluye tacos para imitar a Camilo José Cela y aspirar al Nobel de la Tauromaquia. Ese
artículo me inspiró el tema que pretendo desarrollar en esta ocasión y
prolongarlo a un futuro inmediato porque barrunto que no me queda mucho tiempo.
Se refería José Luis a la diferencia que hay entre las figuras del toreo y los
caudillos o mandamases que en nuestro mundo han sido: “Martincho”, allá, a lo
lejos, el triunvirato de Pedro Romero, “Costillares” y “Pepe-Hillo”, después,
“Paquiro” y “El Chiclanero”, más tarde, “Lagartijo” y “Frascuelo”, primera y
más duradera pareja, “Guerrita”, en solitario, “Mazzantini”, “Bombita” y
“Machaquito” y el pleito de los Miura, José y Juan, el amontonamiento de los
años 20 del siglo XX, “Manolete” y “El Cordobés” y el citado “Guerrita”, tres
califas en la palmatoria torera, sin entrar en apreciaciones técnicas ni
artísticas. A mí, sin poder señalar las razones, creo que me hubieran gustado
más “Costillares”, “Paquiro”, la planta, la montera, el caliqueño, Fuentes, la
elegancia, Rafael el Gallo, la gracia, la inspiración, Gaona, majeza y armonía,
y Félix Rodríguez por los documentos gráficos examinados y por los juicios
escuchados de boca de mis antepasados familiares y amistosos. Si hago caso de
lo mucho escrito por Luis Bollaín, el indiscutible de todos los tiempos sería
Juan Belmonte. Don Luis estaba en su derecho.
Bollaín,
notario en Sevilla, su destino soñado, era de Colmenar Viejo y hermano de
Adolfo que publicó muchos libros y entre ellos uno que tituló “Aparicio, sí;
Litri, no”. En la calle madrileña de Virgen de los Peligros había un estudio de
fotografía que regentaba el aragonés Ángel Aracil y que se titulaba Fotos Goya.
En su fachada había un expositor en el que colocaba fotos de Miguel Báez. Un
día la vitrina fue apedreada con furia sarracena. Así eran por entonces los
partidarios de los toreros. Y Colmenar, como Toledo en tiempo de los moros, la capital del saber
taurino. A los Bollaín había que añadir el nombre de don Luis Fernández Salcedo
que fue bellísima persona, relator de la
vida del toro y de la historia de Diano, el semental de los Martínez, el de los
siete toros de Joselito en Madrid. Y en Colmenar nació Agapito García
“Serranito”, el hombre de la voluntad de hierro que superó una fractura en la
columna vertebral yacente en un lecho de escayola durante meses hasta poder
valerse tras aquella terrible cogida de Benidorm. De Colmenar eran también
otros Salcedos, ganaderos, picadores y
lechero en la calle de Caballero de Gracia, amigo de Jaime Marco “El Choni” y
del abuelo de José Tomás, que estaba preocupado porque a su nieto le gustaba
más el fútbol que los toros. No cabe duda de que José Tomás tiene las estrellas
caudillistas pero no se las pone.
Leído el
artículo de José Luis se me ocurrió mirar la relación de las corridas toreadas
en este año de 2016 y comprobar lo que casi siempre ha sucedido: que los
toreros del pellizco casi nunca
encabezan el escalafón. Ahora le toca a “El Fandi”, antes a “Jesulín de
Ubrique”, “Espartaco” o Curro Girón. Este año, Ponce está en sexta posición, lo
que podemos calificar de hazaña porque el de Chiva cumplía su mas de cuarto de
sglo como matador de toros. En el total de actuaciones es el indiscutible
caudillo de la grey taurina. El décimo lugar de este año que agoniza lo ocupa
Andrés Roca Rey, pero hay que tener en cuenta que en agosto tuvo que cortar su
temporada. Por en medio los que a mí me hacen tilín: Cayetano, Juan Bautista,
el de Arlés, Morante de la
Puebla , Curro Díaz, Juan del Álamo, Diego Urdiales bendecido
por el patriarca Romero, Ginés Marín y Pérez Mota. En la parte baja, “Finito de
Córdoba”, “Paulita” y “Varea”, el del novillo de Los Maños, testimoniales
Ortega Cano y Esplá y en limbo Matías Tejela y “Pedrito de Portugal”, el de las
novilladas triunfales de Zaragoza de hace años. Casi 170 matadores de toros
dispuestos a enfundarse el capote de lujo y ¡Tarari!, ¡Tararí!, iniciar el
paseíllo con el pie derecho.
Ramón
hablaba de una foto de Ponce y Román frente a frente, silencio, respeto mutuo y
admiración del discípulo hacia el maestro. También apuntaba la otra
circunstancia peculiar del toro moderno: los toreros de Madrid, Antonio
Bienvenida y Antoñete. Son muchos más y muchas veces no han sido diestros de la
exquisita naturalidad de los citados. Alfonso Merino, Paquito Rodrigo, Andrés
Vázquez y Ruiz Miguel y sus “alimañas”. Merino tenía una pata de palo, Rodrigo
era muy fotogénico pero frío de cuello, este Vázquez se perdía entre
barroquismos zamoranos y Ruiz Miguel no sabía saborear los bombones con guinda
dentro. Hubo dos toreros que, por circunstancias, los dos acabaron su relato en
Madrid. El primero era de Alcobendas y se llamaba Benigno Aguado de Castro.
Salida fulgurante con destacada actuación en Zaragoza en el mes de octubre de
1943, no pasó por Madrid de novillero nada más que en un festival en 1944 y,
para colmo, actuó en Barcelona en trece ocasiones y allí tomó la alternativa.
Vino a Madrid a confirmar y luego renunció a ella y a mayores glorias. Madrid
le borró del mapa taurino. Otro caso fue el de Francisco Sánchez “Frasquito”
nacido en Toledo, 1927, pero trasladado a Madrid con dos meses. Camarero del
“Fuyma”, en la Gran Vía
cerca de Callao. En Madrid, lógicamente. Se celebró un festival en Sevilla el 9
de diciembre de 1947, tres meses después de la muerte de Manuel Rodríguez
Manolete. Actuó en él “Frasquito” y por la calle de Las Sierpes flotó la imagen
fantasmal del “Monstruo resucitado”. Confirmó al año siguiente el fantasmal augurio y todo el
mundo taurino enloqueció entusiasmado. Pero, antes de llegar a su presentación
en Madrid dos años después, vinieron las cornadas de Bilbao y Córdoba y Las
Ventas del Espíritu Santo lo lapidaron. Cogió el barco, atravesó el Atlántico y
en México rehízo su vida en el negocio de la hostelería y hasta tomó la
alternativa en Autlán de la
Grana el 2 de febrero de 1955 y en mano a mano con Alfredo Leal. Murió en México el 24 de
febrero de 1993.El aroma sevillano, casi flor de un día, se mantuvo años y
años. ¿A quién se le adjudica el origen de aquel misterio?
Bueno, sobre
Madrid y Sevilla hay otros episodios en los que el misterio se propaga por
otros rincones. Por ejemplo en el caso de Manolo Vázquez, el hermano de Pepe
Luis, nacido en Sevilla y que no fue torero Sevilla no hasta su tardía
reaparición. En su presentación como novillero en Las Ventas cortó cuatro
orejas “y puso el toreo de frente”. O el caso de Paco Camino, más de Madrid que
La Cibeles. Pero
estas son distintas historias y me las dejo para otro
día.
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