miércoles, 26 de septiembre de 2012

VUELVO AL RUEDO

Han pasado tres meses desde que sufrí la voltereta que me tiene amarrado a la columna de yeso en penitencia positiva porque pienso como creyente que hay y que merezco unos días de Purgatorio y que estos noventa que llevo desde que me fracturé el húmero izquierdo serán abonados en mi cuenta pendiente. El que no se consuela es porque no quiere. Me han aconsejado otros treinta días más de escayola y me ha decidido a escribir otra vez aunque sea con una sola mano puesto que hay quien de esta guisa hasta escribió el Quijote y quienes pintan con la boca y tiran al arco con los pies. Lo mío no es tan complicado y, como a mi edad no se puede desperdiciar el tiempo, lo lógico es que vuelva a la palestra para contar mis impresiones.

Fui a Madrid y lo primero que hice fue acudir al Museo del Prado para admirar las cosas del divino Rafael, al santo Murillo y el contemporáneo Arroyo. Me sorprendió el malísimo estado del pavimento de lo que en otros tiempos era el Salón del Prado, paseo favorito de los madrileños del siglo XIX y ahora ruta predilecta de españoles y extranjeros que visitan la capital de España. Otra vez Tita Cervera se tenía que encadenar a los árboles del Paseo, ahora para exigir el arreglo del suelo y el cuidado de los jardines y las fuentes que rodean al lugar más visitado por los turistas de todo el Mundo. También fui a los toros, a Las Ventas. Bueno, a las novilladas, la primera santacolomeña de los de don Graciliano, a los que llamaban “los miuras de Salamanca”, que se arrancaron de largo a los caballos y del que sólo se benefició Daniel Martín, nacido en Alemania y criado en el campo charro, que le cortó una oreja al cuarto; y la segunda, de Concha y Sierra, cinco dijes de pelos veragüeños y uno negro altón y desgarbado, todos con poca casta y alguno con malas ideas, sobre todo el sexto que en sus últimos arreones le produjo dos cornadas al debutante valenciano Jesús Chover cuando intentaba rematarlo con el descabello, cosa que no consiguió y, al tiempo que se lo llevaban a la enfermería, sonaba el tercer aviso. En su primer novillo se mostró muy activo en todos los tercios al estilo de un Fandila principiante, con media docena de faroles de rodillas, tres pares de garapullos y vulgar con la muleta, pero todo se diluyó con el complicado sexto. Los tendidos 8 y 9 repletos de gentes de todas las latitudes mundiales, mucha piedra berroqueña en el resto de la plaza y el torilero que sale hasta la primera raya del ruedo para otear el horizonte de arena y que, luego, oficia como chulo de banderillas. Estuve en la exposición del fotógrafo Madrigal, muy amigo de mi querido Jesús Rodríguez y antiguo gasolinero en la glorieta de Legázpiz. Cumplía 55 años de matrimonio. Una felicidad. Saludé a Carlos Abella, a Paco Aguado, a la encantadora Muriel Feiner, a Roberto de la Oficina de Prensa, a Domingo Dominguín y a su hija que está de taquillera, a Pablo Guzmán que me habló de la calidad de cocinero de su hijo, continuador de las glorias culinarias familiares del Real Sitio de Aranjuez, a Víctor Zabala con buena prensa y Ignacio de la Serna, descendientes de familias toreras y también vinculados a la empresa de Madrid, vi una de las novilladas con José Luis Sedano, que, para recordar un reportaje que le hicimos en “Fiesta Española” en los años 60 como vendedor de quesos y miel, me regaló unos cuantos botes del especial néctar de La Alcarria antes de ingresar en el hospital para someterse a una delicada intervención. La otra novillada la presencie junto a Antonio Porras, matador de toros cordobés que ejecutaba el salto de la garrocha como el mismísimo riojano Apiñaniz que dibujara Goya. Visité el Museo Taurino dominado por los escultores Laíz Campos y Luis Sanguino y prestigiado por los también escultores Benlliure, Cobos, Peraza y Pablo Lozano y me tomé unos vinos de larga conversación con Gonzalo Sánchez Conde en la cervecería “Gambrinos” en la calle Julio Camba, entre la calle de Alcalá y la Avenida de los Toreros , en la que no me canso de contemplar a lo que en tiempos de Josefina Baker se hubiera conocido como “la Venus de Ébano”. Dos metros de estatua broncilínea y viviente. Con Gonzalo recordamos muchas cosas y me confesó algo si no lo publicaba: que sigue los pasos de un chaval que se llama José Ruiz Muñoz, sobrino nieto de Curro Romero, nieto de su hermana María. Este agosto pasado tuve el honor de recibir en Ejea de los Caballeros la visita de Manolo (Lolo) Vázquez, hijo de Pepe Luis (sin apellidos) acompañado de su hijo José Luis y, naturalmente, nieto de Pepe Luis. Rubio, majo, extrovertido, estudiante de Periodismo (“Allá tú”, le comenté) y también en los primeros pasos de su posible dedicación al Arte. Sólo con Arte podrá ser torero un Vázquez nieto de Pepe Luis para llegar a llamarse Pepe Luis. Pepe Luis y Curro.

Estuve en Lhardy, caldo y croqueta, en la Puerta del Sol invadida por compradores de oro, dos policías a caballo y mucha gente tatuada hasta las cejas, con hierros en las orejas, los labios y la nariz, mochilas, bicicletas y botellas de agua, pantalones cortos rotos y chanclas playeras. ¡La civilización de hoy! ¡La elegancia postinera!

En Nimes se daba el espectáculo de todos los siglos. Recordé, no sé por qué, lo que decían los seguidores de “Manolete” cuando este murió en Linares: “Yo ya no vuelvo a los toros”. Es lo que han dicho algunos de los que estuvieron hace unos días en Nimes. Y vuelvo a recordar lo que exclamó Agustín de Foxá una tarde en Las Ventas del Espíritu Santo ante una faena del Monstruo de Córdoba y levantando los brazos al cielo: ¡Dios mío, no nos lo merecemos!