domingo, 23 de octubre de 2016

FINAL DE TRAYECTO


La Feria del Pilar de Zaragoza es difícil y complicada. Siempre lo fue por ser la última importante de la temporada y por las variantes meteorológicas, subsanadas estas últimas por la cubierta de teflón sobre la estructura de 250 años de existencia. Pero siguen pesando la docena de días del mes de octubre tras los festejos mayores de Logroño, Madrid o Sevilla. Muchos cuelgan su traje de luces y ¡hasta el año que viene! También cuentan las cornadas o lesiones sufridas por algunos diestros a lo largo del prolífico mes de septiembre taurino. Antes, Zaragoza tenía un hándicap más: el público. Ahora no lo es y este año se ha notado una renovación generacional que puede augurar un futuro más brillante. Pero el empresario lo tiene difícil aunque este sea Simón Casas, que este año ha ensayado una publicidad fotográfica interesante. No sé, y no es de mi incumbencia, si los resultados materiales han correspondido al esfuerzo empresarial. Como en todos los carteles, para algunos sobraban unos nombres y faltaban otros, pero la Feria pilarista tenía, en mi opinión, su interés. Contaba con el elemento autóctono, un novillero, Jorge Iglesias, zaragozano de nacimiento pero desconocido por estos lares pese a ser nieto de un novillero, Octavio Iglesias, que se prodigó por las plazas aragonesas en la década de los 40 del siglo pasado, la ganadería de Los Maños  con la divisa negra de luto reciente por la muerte de Víctor Barrio en Teruel, los matadores Ricardo Torres y Alberto Álvarez en la corrida de La Quinta y la alternativa del rejoneador Mario Pérez Langa, de Calatayud, en el fin de fiesta. No desentonaron ni toreros ni novillos y Jorge Isiegas cortó una oreja en el preámbulo del ciclo. Bien está. En la otra novillada, la del día 13, salió a hombros el francés Andy Younes, un destacado aspirante de la cuadra de Simón Casas. Sólo una apreciación al margen de parecidos y semejanzas, le pediría a la promesa nimeña que prodigara más el toreo por delante. Tienen valor y ganas de ser figura, como Leo Valadez, el mexicano, y el nacional Rafael Serna.
Eso de ser la última feria importante de la temporada también influye decisivamente en el ganado a lidiar. Ya puede el veedor de don Simón visitar los campos de España en el mes de enero y reseñar las corridas correspondientes para el ciclo pilarista que, al final, de aquellos números sólo quedaran un par de ellos o ninguno. Por eso, en octubre son las corridas tan desiguales en peso, trapío, cara y edad. Desde un cuatreño del pasado mes de septiembre hasta algunos sexenios del próximo noviembre y cien quilos de diferencia en el mismo festejo. Hubo que remendar la novillada de El Cahoso y la corrida de Daniel Ruiz y devolver a los corrales a un toro de este ganadero albacetense para que se presentara en el ruedo una preciosa parada de mansos clónicos que cumplieron su misión tan perfectamente como si su mentor fuese el talaverano Florito. La corrida más pareja, la de Juan Pedro Domecq, aunque hubo un toro que sobrepasó los seiscientos kilos; la más dispar, la de Fuente Ymbro, con un toro que pesó 583 kilos, el segundo, y otro, el quinto, 487 kilos, el de menos peso de toda la feria, el más protestado por los que solo se fijan en la tablilla de los kilos, si bien el morito gaditano estaba bien puesto de cara y tenía muchas ganas de embestir. Y ocurrió lo que tenía que suceder, que Enrique Ponce ligó su faena más redonda de su brillante temporada en el juanpedro que brindó a su cuadrilla como despedida habitual en Zaragoza, que Rafaelillo lidió a los de La Quinta con su destreza congénita, que Juan Bautista, con el Soleares de Victoriano del Río, a un mes de los seis años, toreó bien por la izquierda, que Cayetano Rivera, de rodillas y a sus pies…descalzo. Dos pinchazos y un buen volapié en el segundo del día 11, el día de la oreja fácil de López Simón en el tercero, la alegría de ver recuperado a David Mora que tiene un defecto que no puede soslayar: su estatura. Pero torea con gusto y exquisitez aunque digan que es de Borox. Claro que Domingo Ortega, con fama de rudo domador de fieras, también patinaba sobre las arenas en el vals de la armonía y el buen gusto con el toro. Perera le cortó una oreja al toro de La Palmosilla que abrió plaza y luchó con el más manso de la Feria, el cuarto de Daniel Ruiz. Hay una cosa que se llaman banderillas negras que, aunque estén en los diversos Reglamentos, no se usan. Antes eran de fuego, más divertidas pero no milagrosas. El que nace manso se muere manso. Y final a pie apoteósico en la corrida del día 15. Tragedia de Padilla que casi acabó en apoteosis a hombros por la puerta grande, bajo la estatua de Goya con la bandera pirata y el  beso a la arena dorada, pleno de Talavante, siempre improvisador y sugerente y personalidad variada de Morante que lo hizo todo: oír el silencio, oximorón bergaminesco con el perfume eterno de San Juan de la Cruz, soportar la bronca a lo gitano Rafael y encandilar con el pellizco de su arte. Esto nace en el vientre de algunas madres que paren toreros. Caso de Ginés Marín, que sumó dos medias faenas de primor porque sus toros de Daniel Ruiz se acabaron enseguida. Zaragoza se fue a la cama con una sonrisa de esperanza. ¡Oiga! que Simón Casas es el empresario de Las Ventas del Espíritu Santo … Mejor para nosotros. En el final a caballo sucedió lo que tenía que ocurrir: lección magnífica de Pablo Hermoso, al que un pinchazo antes de la estocada le quitó la segunda oreja del cuarto toro de Bohórquez y la salida por la puerta grande, la encantadora Lea Vicens sufrió una fea cogida en el quinto y Mario Pérez Langa, que tomaba la alternativa, saludó con efusión a los asistentes.  Hubo banderilleros bien vestidos y lucidos con el capote de brega y los palos, Marcos Leal, Blázquez, Yván García, Joselito Rus, Ambel Posada, Barbero, Antonio Manuel Punta y Curro Javier, este con el manso de Ruiz. Pocos destacados de los de a caballo, abusando de la ventaja ignominiosa del peto acorazado, de poner el palo más atrás del morrillo y prodigar la suerte de la fregona y el palo levantado. Aviso a navegantes: se puede picar en todos los lugares del ruedo aunque se recomiende la predilección por el lugar opuesto a los chiqueros, pero a un manso se le puede picar hasta a la puerta de estos. Picar, señores, picar, no simular.  Recuerdo en esta feria a Esquivel y a Juan de Dios Quinta.
Mi amigo y ejemplo del bien decir y mejor escribir, Ignacio Álvarez Vara “Barquerito”, afirma que yo prefiero que a la plaza de Zaragoza se le llame “la de Pignatelli” porque la misericordia se ha convertido en justicia social, porque hay dos plazas importantes que tienen el mismo apelativo, Pamplona y Bilbao, y porque me parece justo recordar al ilustrado Pignatelli, autor de tantas cosas buenas para Zaragoza. La plaza de toros incluida.
Se reunió el jurado que otorga los premios del Pilar y estos fueron los ochos galardones concedidos: Mejor Faena: Enrique Ponce. Corrida mejor presentada: Núñez del Cubillo. Triunfador: Talavante. Premio al valor: Padilla. Mejor estocada: Padilla. Mejor puyazo: Juan de Dios Quinta. Mejor par de banderillas: Curro Javier. Toro más bravo: “Rescoldito”, de Núñez del Cubillo.
Este último es el premio más veterano, cuarenta y ocho pilares. El del valor, la estocada y el puyazo van por los treinta y seis años, desde que Ángel Esteban Enguita, diputado-delegado de la Plaza de Toros de la Diputación de Zaragoza por entonces, reunió a peñas, entidades y patrocinadores en un solo jurado y otorgaron esos premios en 1980. Después se retiraron algunas peñas como la de “El Carmen”, que daba el premio al par de banderillas, la de Torrero, la de “Gitanillo de Ricla”, premio al valor, el Ayuntamiento zaragozano y el hotel Corona de Aragón. Siguen la peña de “Mari Paz Vega”, corrida mejor presentada,  y la de “La Madroñera”, toro más bravo, y se ha sumado el sastre Roquetas con el par de banderillas. El resto de galardones, cinco, los ampara la Diputación de Zaragoza. Y que siga por muchos años. ¿La mejor banda de música? La de Magallón. La de la Diputación Provincial desapareció

miércoles, 19 de octubre de 2016

LA HISTORIA QUE SE BORRA POCO A POCO


En pocos días han fallecido dos ganaderos de Salamanca de una misma familia, Alipio y Antonio Pérez-Tabernero. Los dos no podían utilizar para anunciar sus toros la segunda parte de su apellido compuesto: Tabernero. El uno era Pérez T. Sanchón y el otro Pérez de San Fernando. San Fernando era un lugar emblemático que  no se podía nombrar porque tenía connotaciones guerro-civilísticas y la verdad es que uno tiene recuerdos que no olvida pero que no quiere remitir a los demás. Don Alipio era hijo del señor de las patillas más famosas. Don Antonio era hijo del señor de San Fernando. AP. Durante 30 o 40 años fueron los ganaderos que más toros lidiaron. Don Pedro Balañá, desde su poderosa atalaya barcelonesa, dos plazas de toros en funcionamiento alternativo, usaba y abusaba de los hierros salmantinos de los Pérez Tabarnero. Solo don Graciliano (los miuras de Salamanca) podía utilizar el apellido completo. Juan Mari, hermano de Antonio, rompió la norma, no sé si porque resultaba ilegal, contra natura, el prohibir el uso del propio apellido. Juan Mari, después de que su primo Alipio intentara las glorias novilleriles, llegó a tomar la alternativa para una carrera corta y de no demasiados hechos reseñables. Alipio, hombre de carácter retraído, dejó que los focos de la actualidad se fijaran en su esposa, María Lourdes Martín, ganadera con el hierro de Carreros, a la que habitualmente acompañaba su hijo “Alipín” (Alipio III) mientras el patriarca se refugiaba en el remanso de la vida de su finca y del ambiente ganadero de Salamanca. Antonio era más extrovertido y su gran chimenea de la finca de San Fernando era centro de variadas y numerosas reuniones en las que desmenuzaba sus grandes conocimientos de la crianza del toro bravo. Los dos, Alipio y Antonio, han rebasado los noventa años, Antonio a punto de alcanzar la cifra centenaria. El frío del campo salmantino es bueno para la supervivencia. Hace poco tiempo, al morir, Paco Cano había superado el centenar de años como si las sombras y los ácidos de los productos  para revelar fotografías fueran saludables. Hay que recordar que Cervera, el fotógrafo que también alcanzó apreciable longevidad vital puede apoyar el aserto si recordamos a Cartagena y algunos más de los que utilizaron los cajones y las placas con las que Cervera hizo la famosa fotografía de Toledo titulada “Caída al descubierto”, en la que aparece entre medias luces del atardecer junto al Tajo el capote de Belmonte para hacerle el quite al picador derribado. Una gran foto premiada en Londres en el primer tercio del siglo XX. Quizá la perfección y multiplicación de las técnicas fotográficas dificulten la existencia de estampas insólitas. Pero el otro día una media verónica de Manzanares me dejó con la boca abierta. Claro que al comprobar que el documento era de Agustín Arjona se despejaron todas mis dudas. Es que este Arjona lleva el celuloide en las venas aunque ahora ya no se empleen películas para hacer fotos. Fue un día glorioso en Sevilla, con docenas de olés recortados y contundentes, con Castella y el propio Manzanares a tope, en Logroño y muchos otros lugares, Enrique Ponce, Talavante con patillas de hacha – nada que ver con las de don Alipio I -  y pelo de roquero, la promesa demostrada de Ginés Marín, los afanes de Garrido, el misterio en escena de Morante de la Puebla, el escondido de José Tomás…Es una pena morirse en este momento aunque poco a poco se nos borre el pasado con la marcha de tantas personas afines a nuestra existencia. Se fue también Miguel Flores, que era un hombre lleno de ilusiones y buen gusto. Buscaba el arte. Vivía con arte. En Manuel Becerra, cerca de Las Ventas, rezan por su alma.Los tiempos cambian mucho y hasta difuminan las imágenes. Pero estamos rematando una temporada que ha sido muy ilusionante. Bajó mucho el diapasón cuando en el mes de agosto dos cogidas seguidas con daño cerebral apreciable dejaron fuera  de combate a Andrés Roca Rey. Era la gran novedad y las tardes triunfales se repetían con una continuidad asombrosa. Su presencia se había hecho imprescindible. Su necesaria ausencia – viaje a Estados Unidos para someterse a un largo tratamiento previsto hasta el mes de noviembre – afectó a la asistencia de los públicos a las plazas de toros donde estaba prevista su actuación. La novedad más refulgente se había desvanecido como el azucarillo en el vaso de agua fresca en contraposición del aguardiente que rasga nuestras entrañas. La temporada se termina y yo, pese a que la escoba barre el  rastro que deja el toro muerto por la arena, tengo la ilusión de vivir otra temporada gloriosa, la que viene. Loado sea el Señor.