miércoles, 11 de diciembre de 2013

EL MOZO GRANDE



Tenía muchos temas en mi pequeña pantalla; podía hablar de Manuel Benítez, Curro Romero o Epifanio Rubio Borox, grande como un oso, tierno como un arcángel. De Manuel Benítez hasta han pasado en  la televisión de España un corto muy largo, de una hora, contando su vida gentes de toda índole y alguna mal encarada, como de pontífice desmitrado. A nadie se le ocurrió decir que el de Palma del Río encontró el temple una tarde del año 1964, en la plaza de “El Toreo” de México. A su poderosa muleta imprimió el sentido del temple, la suavidad, el encanto de la embestida de un toro de Ernesto Cuevas. Lo sé porque yo estaba allí. Pero tampoco puedo olvidar toda la zahorra que enmascaraba ese poder y su innegable valentía. Califa sucesor de la estirpe que coronara hace muchos años, segundo tercio del siglo XIX, don Mariano de Cavia, primero de los artífices de la crónica taurina como pieza literaria. También se ha hablado y escrito mucho de los 80 años de don Francisco Romero. Yo, que nunca he sido currista, comulgo más con los artistas que fueron incondicionales del de Camas. Soy romerista como Manolo Caracol, Pepín Cabrales y “Picoco”. Un día estaba en Sevilla, en la Maestranza, y toreaba Curro con Juan Antonio Ruiz “Espartaco”. En una fila más adelante, los hermanos del de Espartinas y a mi lado, “ Picoco”. Tantas cosas le decía este al camero que, ya harto, uno de los hermanos se volvió y le espetó con algo de violencia: “Es usted mucho de Romero”. “¿Qué si soy? Vamos, que se muere mi padre y torea Curro en Sevilla y le digo a los míos que vayan rezando que ahora vuelvo yo, cuando termine la corrida”. Y a la salida, alguien le preguntó a “Picoco” como había estado Curro y le contestó: “Ahí le he dejado, dando media verónica”. Soy de estos romeristas, no de los que confunden y lían unas cosas con otras. Por ejemplo, el día que un espectador saltó al ruedo a insultarle cuando Romero llevaba el estoque en  sus manos. Ese día no fue el que se negó a matar un toro. Y recuerdo la tarde de Madrid, con un toro de Bohórquez. No le habían banderilleado cuando ya Curro portaba espada y muleta para iniciar la faena. Son cosas que no se pueden explicar. Yo las cuento, pero no las explico. De vez en cuando le pido a Gonzalo Sánchez Conde que me cante un fandango por lo bajo y se me amontonan los recuerdos.
Pero mi personaje hoy, por encima de los “monstruos”, es Epifanio Rubio, de Nombela, picador de toros bravos porque en 1937, con 16 años, se colocó en la finca de “La Companza” y, al final de la guerra, se encontró con los hermanos Dominguín que volvían de Portugal a la finca que llevaba su madre. No sé si Domingo se había caído ya del caballo como San Pablo pero al revés, aunque la cosa fue bien sencilla: ¿Cómo se gana más, con el azadón o con la vara?  Pues, al caballo, aunque Epifanio, hasta su debut como picador reserva un día del Corpus en Toledo (22 de junio de 1945), no había montado nada más que en burro o en mula en tareas campestres, labrar con  el arado romano o transportar leña para el hogar. El picador reserva de aquellos tiempos era el que paraba el primer impulso de los toros, dejaba el paso al de tanda y se hacía como el hierro en el yunque, a golpes. Aquel día del luminoso Corpus toledano actuaban a las orillas escarpadas del Tajo los tres hermanos Bienvenida, José, Antonio y Angel Luis, los tres eternizados por el color y el movimiento de los pinceles de Roberto Domingo. A Mora de Toledo con los Dominguín, primero Pepe, luego Luis Miguel. Pepe le enseñó a leer y escribir y tiempo después dibujó su semblanza literaria en su obra maestra, “Mi gente”. Entre unas cosas y otras, el de Nombela cobró 1.750 pesetas en cuatro meses . Aprendió a caer antes que a picar y a que no hay que dar un paso atrás porque entonces el enemigo se crece más. ¿Miedo? Solo al fracaso. Dámaso Gómez, Pepe, Domingo y Luis Miguel. Siempre Luis Miguel. Reapareció el “uno” y su jefe, Santiago Martín “El Viti” comprendió su abandono.
Grande, enorme. Dos hermanos siguieron sus pasos, Mariano y Ladislao, como el padre, al que en el mundo de los toros se conocía como “Chiquilín”. Domingo Ortega, “Cagancho”, Julio “El Vito”, Jesús Córdoba, “Macandro”, “Pedrés”, Antonio Ordóñez, “Jumillano”, “Litri”, Palomo, Curro Vázquez, José Luis Palomar… Con este último tomó parte en la llamada “corrida del siglo” de Madrid y picó el último toro. Con Luis Miguel se bajó del caballo en Carabanchel para que el de Príncipe, cerca de Huertas, Casa Alberto y “La Alemana”, consumara su hazaña de picar a un toro sin mona ni castoreño (3 de octubre de 1952). Muchas primeras figuras que se entregaban a la fuerza y la templanza del “Mozo Grande”. Doce años con el de Vitigudino. En 1971, en América, picó en tres ruedos diferentes en un espacio de 18 horas: a las 9 de la noche en Bucaramanga, a las 12 de la mañana del día siguiente en Bogotá y a las 4 de la tarde en Medellín. América de arriba abajo. En México, un día mi tía Pilar Merenciano le invitó a caracoles y el comentario fue de lo más expresivo: “Señora, los caracoles estupendos, pero ¡la salsa…! Sin palabras. No era hombre de mucho hablar, pero muy expresivo. Si me dejan ponerme cursi podría decir que sus claros ojos azules hablaban entre las blancas espumas de sus pobladas cejas. Tenía un gran carisma y por ello no me extraña que llegara a ser alcalde de su pueblo, de Nombela. Autodidacta como otro toledano ilustre, Domingo López Ortega, reflexivo, sensato y sentencioso. El banderillero Mella, el compañero de los tiempos gloriosos de “Magritas”, un día le pidió un préstamo a plazo indefinido, veinte duros. “Toma cuarenta y ni me los devuelvas ni me pidas más”.

Ha muerto Epifanio Rubio Borox “Mozo”. ¿Por qué lo de mozo? “Tenía tres años y ya me lo llamaban”. Quizá por su amplia humanidad desde chiquitito. Humanidad física y espiritual. “Pinturas”, Chaves Flores y los “Mozo”. Manuel Rodríguez “Tito de San Bernardo” con el capote a una mano, “El Boni” antes, “El Vito” con los palos. Y en Madrid, Orteguita, “Faroles”, Valbuena, Parrao o “Miguelañez”, apoderado solo de rejoneadoras después de haber largado tela a tantos toros por delante de su amplia barriga, “Aldeano Chico” a caballo, el que dio la alternativa a “Mejorcito”, los García de Pérez Tabernero, “Salitas” desde los campos de los Urquijo, Barroso o Lausín y “Melones”. Tantos y tantos que me vienen a la memoria ahora que estoy de evocación de un mozo que se hizo hombre en los campos de Toledo y que, sin desertar de su nacencia, se hizo caballero, vara de detener en su mano derecha y riendas de cuero en su izquierda. Y un corazón como él de grande. Epifanio, epifanía, manifestación, aparición, adoración de los Reyes Magos. Mozo, que Dios te lleve en su cuadrilla. Amén.