martes, 25 de marzo de 2014

VEINTE AÑOS DESPUÉS

Bajaba por la ruta mudéjar desde Zaragoza, entre estrellas representativas, esculturas pedestres y algunas encantadoras y representativas como el dibujo en alambres de un San Jorge aragonés y universal o un toraco elefantiásico, hipertrofia exagerada del torico turolense, me deslizaba por los toboganes del Ragudo, festoneaba las murallas numantinas y llegaba a la populosa Valencia como  en los fértiles años 60 y 70, cuando por estos lares había toros, lucha libre, boxeo y festivales musicales, la familia Miranda, granadinos, llevaba la plaza, el doctor de Luz reparaba la cornada más grave que sufrió en su vida Enrique Bernedo “Bojilla,  los Usó, parientes de Molés, vendían más naranjas que nadie y yo le hacía entrevistas a Miguel Báez “Litri”, que reaparecía, a Pepe Blanco, que ya no estaba con la Carmen Morel y cantaba “Cocidito madrileño” con aromas de costillas al sarmiento y “jarabe” de la Rioja, y me bañaba en la playa de Cullera con Ginés, Curro Fetén, Ernesto Cruz Franquet, el mexicano Curro Rivera y Jesús, el chato de Ronda, primero taxista y luego seguidor de las artes fotográficas de Pepe Arjona. Años después, el propio Miguel “Litri”, nacido en Gandía porque la novia de su hermano Manuel, cogido de muerte en Málaga en 1926, se casó con su padre y, como ocurría en aquellos tiempos, se fue a dar a luz (vulgo, parir)a su pueblo, de forma que el onubense de los 50 del siglo pasado era valenciano, les pedía a los Lozano, a la sazón nuevos empresarios de la plaza, que le mandaran a casa a su hijo, que le hacía más apaño que en los ruedos. Se escondía en la meseta de toril y se afanaba por pasar desapercibido.

Volvía ahora a Valencia a ver una corrida de toros. La última vez que estuve creo que fue en 1995, cuando se casó en olor de multitudes Enrique Ponce con Paloma Cuevas en la Catedral, con el arzobispo de maestro de la ceremonia y el padre Manolo Rodríguez, de Ejea de los Caballeros y procedente del valle leonés del Curueño, portavoz de la bendición vaticana, piropeaba a la novia (“Soy sacerdote, pero tengo ojos en la cara”), y se celebraba el ágape nupcial en un lugar llamado algo así como “Garden Devesa”, cerca de El Saler, al que acudimos unas quinientas personas y de entre las que elijo una sola porque fue la última vez que hable con él: Julio Robles. Olvido a Massiel que montó un número. Pepe Cuevas Roger, hermano  de Victoriano, padre de la novia, me contó en el hotel “Meliá” de la Valencia moderna por qué los Alba le llamaban a  Eugenia, duquesa de  Montoro, “la ratona”, por entonces, novia del cuarto de los “Litri”. Bueno, coincide que, en estos días y en Valencia, Ponce ha pasado por un doloroso trance, pero, al fin, con mucha suerte. Graves consecuencias, un tiempo de recuperación y vuelta al mismo sitio, al ruedo. Han pasado muchos años y, sin embargo, no creo que el de Chivas abandone sin volver a vestir el traje de luces. Cinco mil toros y, que yo recuerde, cinco graves cogidas en Sevilla, Alicante, El Puerto, León, la más extrema y similar a la última, la de Valencia. El uno por mil. De los grandes, solo cuatro toreros se salvaron de la quema: Pedro Romero, “Lagartijo”, una cornada en  un brazo en Madrid, “Cúchares” y “Guerrita”, ambos coincidentes en el escenario de sus desgracias, Francisco Arjona porque fue a torear a La Habana y allí murió de vómito negro, y el Guerra porque en aquella plaza, ¿cuándo volverán los toros a Cuba?, sufrió la única cornada grave de su vida. Pero, a cambio de la animadversión de la plebe. “No me voy, me echan”, dijo Rafael Guerra en Zaragoza. Lo de Pepe Bienvenida fue diferente: estuvo muchos años en el ruedo y sólo pasó por la enfermería una tarde en  Pamplona por culpa de una contusión, pero fue a morir de infarto en la plaza de toros de Lima después de poner un par de banderillas, suerte en la que era el mejor de los hijos del “Papa Negro”. En eso y con la espada. Las gentes se ponen de parte de los desafortunados y casi toda la suerte de los Bienvenida se la llevó Pepe y se la arrebató, sin querer, indudablemente, a su hermano Antonio, desafortunado hasta el último muletazo. Mejor final pero abundante daño tuvieron Diego Puerta y Antonio Ordóñez aunque el parecido entre ellos sea pura coincidencia.

Pero estaba con Enrique Ponce y en  Valencia. No fui a ver a Ponce en esta ocasión. Aproveché el fin de semana para asistir a la corrida en la que coincidían Juan Serrano “Finito de Córdoba”, José Antonio Morante, el de La Puebla, y José Mari Dols “Manzanares”. Buen cartel, vive Dios. Me fijé en  los toros, pero poco, “los artistas” de don Juan Pedro. No aprendo. Aunque no me arrepiento. Lo que ocurre es que noté al público valenciano muy cambiado. Hablador, no saben o no pueden susurrar,  inquieto, “gintonics” y pipas de girasol, casi no se oía la  música. Me gustó “Finito” pero menos que en Zaragoza. Si va a Madrid tiene que olvidarse del pico. Alado y geométrico, Manzanares, aunque impacte instantáneamente con la masa. De no partirse la mano izquierda el sexto toro en uno de los primeros muletazos, el alicantino habría sumado dos orejas más a las ya cercenadas del tercero de la tarde. Completísimo técnica y artísticamente “Morante de la Puebla” en función de sus toros. Al segundo de la tarde lo toreó a la verónica en armónica profundidad, le ligó muletazos doctos y encauzadores, de sentimiento, con la derecha, pero solo pudo bocetar algún muletazo con la izquierda porque el de don Juan Pedro tenía poca cuerda. Lo viví todo con especial regusto, con juvenil regocijo, sin, en este sentido, añoranzas. Y es que cualquier tiempo pasado, por pasado no fue mejor. Adolfo Bollaín, de los Bollaín de Colmenar Viejo, vivero de buenos aficionados, Alberto Vera “Areva”, Luis Fernández Salcedo, los Martínez de los siete toros de “Joselito”, los Salcedo, el picador y el de la cafetería de Caballero de Gracia, Agapito García “Serranito”… Don Adolfo, hermano de don Luis, notario de Sevilla y belmontista de hueso colorado, escribió en los años 50 del siglo pasado un libro que tituló “Hoy se torea peor que nunca”. No era verdad. Como tampoco sería verdad que en este momento, uno de los muchos pontífices de la moderna Tauromaquia se le ocurriera hacer la misma afirmación. Un detalle, en mis tiempos jóvenes se escuchaba a menudo que tal o cual torero codilleaba. Hoy no codillea nadie y hay ocasiones en que el codillear es una virtud. Todo cambia en función del toro que es el que manda. Lo importante es que existan hombres (en el sentido genérico de la palabra) que manden en el toro.