viernes, 29 de junio de 2012

COMPADRE, AQUÍ HAY TOMATE

¿Quiénes de los que asistieron a la corrida de lunes en Badajoz, al día siguiente de San Juan, podía admitir que aquello que ocurrió en el coso pacense no era el acontecimiento del siglo XXI? Nadie. Las revistas especializadas, las dos que yo compro, atrasaron un día su salida y el sandunguero Antonio Burgos le propuso a las mandatarios de todas las Españas que hicieran lo posible para llevar al de Galapagar a sus foros para salir de todas las ruinas. Una parte importante de la parafernalia tomasista es la que cuenta los dineros que su héroe aporta a las distintas administraciones. Lo que nadie comprende es como no se le obliga a José Tomás por Real Decreto a hacer cien paseíllos en otras tantas plazas como lo hicieron “Joselito”, Luis Miguel y hasta “Jesulín de Ubrique”. Eso es lo que propone Antonio Burgos en ABC aunque termina su artículo entre paréntesis y con este triste lamento: “Lo único malo de las tardes de José Tomás como factor de crecimiento económico es que luego viene Sánchez Dragó y te lo cuenta…”. Y lo ha contado, claro. Debajo de la crónica de Zabala y con citas a Borges, a los goces de Ava y Luis Miguel, uno, cien hubiera sido vulgar, el “aleph”, primera letra del alfabeto judío y el torero ecuménico. Dios se lo premie. A Dios con mayúscula también se refiere Carlos Ruiz Villasuso con este titular: “El día que Dios envidió al hombre”. Y en su colaboración de “Aplausos” de esta semana también se pone en manos de la Divina Providencia. Le ha debido pasar como a san Pablo al caer del caballo. Bendito sea el otras veces críptico cronista. Ha visto a Dios, con mayúscula.


Apenas una crítica, sólo dos leves apuntes en lo escrito por Juan Miguel Núñez y por Vicente Zabala de la Serna, que dicen que los fabulosos naturales del quinto toro fueron interpretados de uno en uno, no ligados y pienso que, desde hace más de un siglo, un factor fundamental del toreo es ligar los lances o los pases. Antonio Ordóñez, fabuloso en muchas cosas, utilizó la licencia del uno a uno al remate de su carrera torera. Un recurso. Entonces comprobé lo que me facilitaron los medios del moderno internet, los tres minutos de la esencia de José Tomás en Badajoz, en la hoguera encendida de su arrebatadora llamarada sanjuanera, y pude ver que, al final de cada natural, José Tomás quitaba de la cara del toro la muleta, la escondía tras su cadera y la balanceaba al modo del albaceteño Dámaso González en el péndulo que vino de las Américas. Y esa media docena de naturales era la almendra de la gran joya engarzada en la triunfal exaltación del mesianismo torero. Al referirse a estos naturales, Rosario Pérez en ABC decía que había que cantarlos “como Moratín cantó a Belmonte”. Yo solo conozco a un Moratín escritor y aficionado a los toros, Leandro Fernández, que murió en París en 1828 y, aunque le puso el guión a Goya para que dibujara la parte histórica de su “Tauromaquia”, no pudo conocer a don Juan, el “Pasmo de Triana” pese a nacer en la calle Feria de Sevilla. Y Sevilla no es Triana. Rosario Pérez, las prisas son malas para casi todo, remata así uno de sus párrafos: “La espada, pese a caer algo desprendida, desató la pañolada y dio una apoteósica vuelta al ruedo con el doble trofeo”. Lo juro, pese a llevar más de setenta años acudiendo a las plazas de toros, yo no he visto nunca a una espada darse un paseo por la candente arena. Recuerdo que estuve en la inauguración de la plaza de Badajoz que se anunció con un cartel de Pepe Díaz dedicado a Paco Camino puesto que iba a ser el “Niño Sabio de Camas” el que hiciera en solitario el primer paseíllo. No fue así. Sí recuerdo que el piso de plaza estaba imposible y que en aquel patatar era difícil olvidar la trágica fama de la anterior plaza que también conocí. Allí me confesó Curro Romero que cortaba la temporada porque llevaba no sé cuantas corridas y eso no era torear, eso era trabajar. Luego también estuve en la alternativa del torero lusitano “Pedrito de Portugal”, que amaneció de repente en la plaza de Zaragoza. Desde entonces no he vuelto. No estoy para estas aventuras aunque me pierda tan celestiales acontecimientos. Es seguro que tampoco iré a Huelva ni a Nimes y, como me aseguran que el señor Boix no se pondrá de acuerdo con la empresa del coso de Pignatelli para que su torero cierre por estos lares su liliputiense temporada, a mí no me quedará más consuelo que recordar a José Tomás de novillero, cuando le apoderaba Santiago López y yo me peleé con el jurado para que le dieran el premio de triunfador de aquellos festejos pese a que se le concediera al alimón con el oscense Tomás Luna. Chauvinismo puro.

Pero vuelvo a la actualidad, a lo del pasado 25 de junio, al día siguiente del desmeleno de Ferrera con seis toros de Victorino. Repito, apenas he leído alguna auténtica crítica. Dominan las hagiografías tomistas hasta desembocar en el paroxismo de los afectos y las pasiones. Y si no comulgas con su doctrina, eres un maldito y te condenan, ya que estamos en las hogueras del solsticio del verano, al fuego eterno. ¡Tú que sabrás de esto, chalao! Para disimular, un elogio a Julián López “El Juli” que, se supone, toreó con el hombro infiltrado, y otro algo más tímido a Juan José Padilla por aquello de taparse el ojo con un parche de diseño. Lucio Sandín no se lo tapó y tuvo que estudiar para óptico.

Pero ¡albricias! porque, gracias a José Tomás, no se cumple el vaticinio de don Enrique Tierno Galván, a quien sus amigos y alumnos conocían como “viejo profesor” y el malvado hermano de Juan Guerra calificaba como “la víbora con cataratas”. Atención a lo que escribía el alcalde de Madrid antes de que un coche funerario tirado por seis caballos negros y con negros atalajes se lo llevara por la calles de Madrid, con parada en la Cibeles, al cementerio de La Almudena: “A mi juicio, cuando el acontecimiento taurino llegue a ser para los españoles simple espectáculo, los fundamentos de España en cuanto nación se habrán transformado. Si algún día el español fuese o no fuese a los toros con el mismo talante que va o no va al “cine”, en los Pirineos, umbral de la Península, habrá que poner este sencillo epitafio: “Aquí yace Tauridia”, es decir, España”. ¡Viva España! ¡A los toros, a los toros!

jueves, 14 de junio de 2012

PREVISIONES TRUCULENTAS A MEDIO PLAZO

Al hablar de Madrid, del que hablo muchas veces por poderosas razones, por Madrid mismo y por mi larga estancia en la capital de España, me olvidé de contar que fui a ver la exposición de Chagal en el Museo Thyssen, al que llegué después de tomar un autobús hasta la Cibeles, bajarme junto a la verja del Ministerio de la Guerra, atravesar la concurrida calle de Alcalá y emprender la cuesta abajo por el Paseo del Prado, a la vera de las pétreas y cercadas paredes del Banco de España. Al otro lado de la repleta calzada, preciosos y monumentales árboles, a cuya sombra permanece la Fuente de Apolo o de Las Cuatro Estaciones. Y se me ocurrió pensar en que, si me dieran a elegir, antes derribaría el tremendo edificio de los arquitectos Adaro y Sainz de Lastra que talaría los imponentes y fornidos árboles. Me ofrecí mentalmente a encadenarme a uno de esos gigantescos vegetales junto a Tita Cervera, a la que yo casé con un torero malagueño del mismo nombre y apellido que el verdadero esposo, sin maliciar que, al final, sería el barón Thyssen el que reconociera y subsidiara al hijo nacido en este matrimonio efímero. Y, al final, resulta que el hijo está enfadado con su madre. Cosas.


Pero mi objetivo en el día de hoy es hablar de los muchos profetas con que cuenta la Fiesta de los Toros y examinar si alguno puede acertar las causas de esas nuestras tribulaciones que se extienden por todos los aspectos de este espectáculo con aires de ceremonia religiosa en su concepción más amplia de sacrificio. Ahí están, a nuestra disposición, los hombres y los toros. Al lado de los hombres se ha puesto la Ciencia y muchos traumatismos que en otros tiempos hubieran resultado mortales, hoy se resuelven satisfactoriamente gracias a la cirugía y los derivados de la penicilina. Por eso, en la explanada de la Monumental madrileña, se mantiene el perenne brindis en bronce de un torero al doctor Fleming. Al toro solo le salva el indulto presidencial y el tratamiento veterinario para la cura de las heridas recibidas en la brava lucha. Brava lucha muchas veces contra los elementos, como la Armada Invencible que Felipe II mandó a las costas de Inglaterra. Don Felipe, tan católico él y, según dice Henry Kamen, poco aficionado a los toros como supuestamente la generalidad de los españoles, no acató la bula de Pío V y permitió la celebración de corridas de toros aunque no asistiera a ellas pese a que las patrocinara don Juan de Austria. Si bulas papales, prohibiciones reales, guerras y personalidades como Jovellanos y Unamuno, en su lejanía temporal e intelectual, no acabaron con la corrida ¿en qué se basan los actuales profetas para anunciar su inmediato final? En un reportaje publicado en “El Mundo” del pasado domingo, 3 de junio, se afirma que “expertos auguran el exterminio del toro si esto no cambia”. Podríamos decir lo mismo del cordero, el caballo o el burro, como en tiempos lejanos, cuando el general Primo de Rivera impuso el uso del peto. En aquellos días, los aficionados levantaron airados sus brazos al cielo y aseguraron que aquello del peto iba a acabar con la fiesta. Fue al contrario: gracias al peto la fiesta ha llegado hasta nuestros días, pese a que a mí se me haya metido en la cabeza lo del peto anatómico para devolver a la suerte de varas la emoción de otros tiempos, la valía de los picadores, la bravura y fuerza del toro y la destreza y conocimiento de los toreros de a pie. Eso es primordial y algo apunta en este sentido Ruiz Villasuso en el último número de “Aplausos” dentro de su riqueza verbal y su gongorina complicación intelectual. Para mí, este es el tema primordial para reivindicar la brillantez y emoción del espectáculo taurino porque hay buenos toreros con el capote, matadores y subalternos que interpretan con variedad la suerte de banderillas, excelentes muleteros y magníficos estoqueadores de toros. Otra cosa es lo que sucede en el ruedo de San Isidro porque los privilegiados no eligen las ganaderías que embisten, las cuatro de garantía – Torrestrella, Baltasar, Alcurrucén y Cuadri – no las mataron las figuras, los autodenominados buenos aficionados tienen la mente cuadriculada y solo admiten un vetusto clasicismo, se dictan normas y consignas para no dejar crecer al triunfador de otras plazas y paralos del Foro no hay otra cátedra en el Mundo que la granítica de Las Ventas del Espíritu Santo.

Dos ganaderos hablan en “El Mundo” de la ruina ganadera. Uno tiene cuatro hierros, dos de procedencia de Murube, uno de Vega Villar y otro de Santa Coloma, todos avecindados en tierras salmantinas y con don José Manuel Sánchez García Torres y doña Teresa Sánchez Majeroni (o Sánchez – Cobaleda) como titulares de la propiedad de dos de las ganaderías, y la de Santa Coloma bajo el nombre de “Terrubias” y la otra, de Murube, al de “Castillejo de Huebra”. Dicen del señor Sánchez García Torres que su ganado era el preferido de El Litri y Paco Camino y que ha sacrificado 600 reses de sus ganaderías. ¿De todas? Es muy complicado seguir tantas líneas de origen si, como dice la tradición, los toros se parecen al ganadero.

Pero el más explícito es don Mariano Cifuentes que no está en la Unión de Criadores de Toros de Lidia, pero que se erige en el conservador del encaste de Coquilla pese a las reivindicaciones de Sánchez Fabrés y Javier Sánchez Arjona. Don Mariano, que dice que gozaba de la predilección de Espartaco, Paquirri y Niño de la Capea pese a iniciarse en estas lides en 1982 por compra del ganado de José Matías Bernardos “Raboso”, es el que habla con más contundencia.

Matías Bernardos también optó, como Sánchez Arjona, por la línea emblemática de lo santacolomeño de Coquilla y la generalista de don Juan Pedro con “Aldeanueva” y su fama de hombre rústico y astuto le elevó a los altares de la popularidad con el sobrenombre de “Raboso”, no por contar con un apéndice de pelos deshilachados y sí por su listeza de zorro nocturno y cazador. Mariano Cifuentes, al que no conozco personalmente y a sus pupilos de Coquilla por una perversa novillada sin caballos lidiada en Zaragoza, no es tan rústico como Matías Bernardos y se prodiga en las explicaciones que le han llevado a sacrificar 566 reses en el matadero más cercano a su finca de “Encina Hermosa”.

- ¿El futuro? No hay futuro, hay ruina. A la Fiesta le quedan cinco o seis años, ni uno más.

- ¿Sugiere que podría ser el fin de la casta brava? – le pregunta Paco Rego, autor del reportaje de “El Mundo”.

- Creo que es el principio del fin y no hay marcha atrás.

El resto de lo publicado en esa página de “El Mundo” son las lamentaciones de un hombre que llegó ya maduro a esto de la ganadería brava, que se erigió en paladín del emblema “Coquilla” y que, a sus 70 años, abandona la lucha sin haber alcanzado la meta que perseguía. Lamentable, sí, pero no tan universalmente trágico. Esperemos.

Dentro de la actualidad preocupante, me fijo en un hecho venturoso que sucedió al final de la pasada corrida de Beneficencia en Madrid. El imprevisible Talavante se inspiró en sus dos toros, les cortó sendas orejas y se ganó la salida a hombros a cargo de “El Chino” y compadres. Pero, nada más traspasar las puertas de salida del ruedo, aquello fue algo similar al salto de la verja de los almonteños con la Virgen del Rocío. Un ciudadano a hombros de otro quería quedarse con la hombrera izquierda de la chaquetilla del extremeño mientras que unos y otros tiraban, empujaban y arrancaban lo que podían del traje grana y oro que habían respetado los toros. Alamares, machos y zapatillas desaparecieron en la tumultuosa manifestación de júbilo y, al final, Talavante se hizo el retrato en el palco de honor junto a sus compañeros de cartel y la infanta Elena y la presidenta Esperanza como cuando El Lute fue detenido tras fugarse de un tren. Antes, los aficionados se podían llevar a un torero hasta la calle del Príncipe o la antigua General Mola en Madrid y hasta el Pilar en Zaragoza y no pasaba nada. ¿Ahora? Sin comentarios.

miércoles, 6 de junio de 2012

TOREROS CONCAVOS, CONVEXOS Y VERTICALES

Me hace ilusión ir a los toros en Zaragoza porque es una de las plazas más cómodas de España. Y algo he colaborado yo a ello. La cosa empezó el año 1979, cuando entré en la Diputación después de una fugaz experiencia periodística en el diario “Aragón Exprés”, en el que, desde el punto de vista taurino, resucité la cabecera de “El Chiquero” con dibujo del señor Unceta, don Marcelino, pintor historicista y torero; pero, en lo profesional, aquella aventura acabó tristemente y me salvé del ostracismo laboral en un giro copernicano hacia la nueva vía de los Gabinetes de Prensa. Allí me encontré con el gran aliciente de que la Diputación de Zaragoza era, y es, la propietaria de la Plaza de Toros que construyera en 1764 don Ramón de Pignatelli. Una gran reforma se hizo en 1917, al amparo del enfrentamiento de Herrerín y Ballesteros, dispar y contrastado y, por tanto, generador de emociones, devociones, altercados y discusiones. Llenaban la plaza y hubo que ampliar su capacidad. Luego, al socaire de los nuevos tiempos, se ha vuelto al anterior aforo pero se ha ganado en comodidades. ¿Quién te ha visto y quién te ve? Se empezó por lavarle la cara y se acabó por ponerle boina a su amplia, despejada y aireada cabeza. Nuevas viviendas para el conserje y el mayoral, puerta de cuadrillas a la inversa con nuevo palco para los presidentes, no más anuncios fijos en el interior, cuadras, recinto para el sorteo, desolladero, oficinas, luminoso con plena y práctica información ( se le dice al público hasta el nombre de los pasodobles que se tocan), bares, pasillos y capilla. Se colocó a Goya en su sitio, en el tendido tomando un apunte del salto de la garrocha de Juanito Apiñani, y la influencia de un ególatra empresario que siempre hablaba de si mismo en tercera persona lo condenó a un rincón del patio de cuadrillas, en el que le tapa cualquiera de los vehículos que allí aparcan. Nobleza aragonesa para con los nuestros. Espero que un día de estos, el señor Presidente de la Diputación de Zaragoza restituya a don Francisco al lugar para el que fue creado por el escultor Manuel Arcón. Merece la pena.

Estuve en la gestión de la cubierta que algún comentarista “visivo” y moreno de bote y de bigote calificó de preservativo. Que le pregunten a los toreros. El primer impulsor fue el arquitecto cubano Bernardo Díez, “Guajiro” en los “diez minutos” que intento ser novillero al amparo de Manuel Benítez, el segundo el empresario Arturo Beltrán y el que puso la base para que semejante obra de ingeniería se consolidara, el arquitecto José María Valero, un mágico restaurador de viejos edificios. Después de mi jubilación se han modificado los tendidos, gradas y andanadas y se ha bajado de 14 mil a 10 mil localidades, que confío que algún día se llenen en su totalidad, futuro que, por el momento, no se vislumbra, razón de más para cederle a Don Paco el de los Toros esas cuatro localidades, cuyo abono no creo que se niegue a pagar la propia Diputación de Zaragoza.

Ahí estaba yo el pasado domingo, 3 de junio de este año jacarandoso y bisiesto, para contemplar una corrida de toros en la que se anunciaron toros de Montalvo y acabaron viniendo los de Gerardo Ortega de tierras de Onuba, procedencia veragüeña, armónica presencia pese a que tres toros eran cuatreños, los tres primeros, y otros tres cinqueños. Negros todos, algún mechoncillo blanco por el braguero en el cuarto y en el sexto y pesos entre los 506 kilos de ese cuarto y los 556 del tercero. En cuanto a comportamiento, casi un denominador común: alegría a la salida al ruedo, impaciencia por acudir a los caballos al relance de los capotes y picotacillos señalados en las segundas entradas. Frágiles de temperamento. ¿O de casta, raza o bravura? Francisco Rivera Ordóñez, de azul intenso y oro, Manuel Jesús Cid, de azul profundo y oro, y César Jiménez, de helado de fresa y nata. Un banderillero vestía de tabaco e “hilo blanco”, Rafael Perea “El Boni” de gris pizarra y azabache y Jesús Arruga, naturalmente, de cariñena y azabache. Si el fenomenal Arruga hubiera nacido en Rioja y Burdeos bebería otros vinos. El caso es que soy algo daltónico, me hago un lío con esto de los colores de los vestidos de torear y me subo por las paredes cuando a un negro le llaman catafalco. Pura morbosidad. “Barquerito”, en su crónica de Madrid, asegura que Curro Díaz vestía de palisandro y oro (palisandro, madera de color rojo intenso). En esta misma corrida, Jesús Arruga, el mejor entre los mejores de su categoría, le hizo un quite auténtico a David Mora.

Del resultado del festejo del coso de Pignatelli, al menos lejos de Zaragoza, tendrán noticia los que me leyeran. En el resto de los medios de papel, un solitario telegrama en “El Mundo”. A los responsables de la plaza de Zaragoza, un ruego: abrán o cierren la cubierta al completo. Dejar una raya de sol entre dos sombras perjudica a la visión del toro y del torero. Compren banderillas de todos los colores y no hagan caso del particular Reglamento Taurino Aragonés. En la variedad está el gusto. Lo más brillante, el tercio de banderillas del tercer toro a cargo de los aragoneses Carlos Casanova y ese Jesús Arruga que va por los dos pitones. Estupenda la cuadrilla de “El Cid”, don Manuel Jesús, que tuvo la oportunidad histórica de resucitar a “El Cid”. Cortó una oreja a su primero y otra a su segundo, pero fue un torero cóncavo, hueco, distante, colocando el engaño en uve y llevando al toro hacia las afueras. Alvarito Albornoz, el de “Revoleras”, decía que Manuel Benítez era un torero convexo por la colocación de su tronco, cabeza y brazos, y por su toreo hacia los adentros. En la postura se le parece César Jiménez pero su toreo es centrífugo. Rivera Ordóñez vaga por los alrededores y tiene partidarios y detractores muy definidos. Ni cóncavo ni convexo, centrífugo o centrípeto. Se encuentra con un ambiente injustamente hostil y su voluntad, ahora con el aditamento de las banderillas, no encuentra la solución. Todo lo que contribuye a su descollante y privilegiada posición en la genealogía torera parece que se vuelve en su contra. Y en la de su hermano Cayetano. Torero vertical por antonomasia lo fue Manuel Rodríguez “Manolete”. Geometría taurina. Las orejas de “El Cid” (las concedidas a “El Cid”, una y una), en Madrid le hubieran servido para salir a hombros por la Puerta Grande como David Mora, primero en recibir tal honor este año. En Zaragoza, para nada. Ni siquiera para ocultar que se ha quedado manco de la mano izquierda, él que tantas glorias conquistó como “maestro de la siniestra”, y que cultiva el truco del ocultismo de la muleta al final de cada pase para no ligar unos con otros y para degenerar lo que era recurso de Antonio Ordóñez en sus últimos días como matador de toros en activo. Mató a su primero de metisaca y estocada y al quinto de bajonazo. ¡Qué más da! César Jiménez, el vestido de helado de fresa y nata, también jugó al escondite.

Noticias de última hora: en varios pueblos de España y por distintas circunstancias se ha puesto a votación lo de toros u otra cosa. En todos, hasta en la guipuzcoana Cestona, ha ganado el sí a los toros. Por otro lado se anuncia que le segunda corrida programada por el apoderado de José Tomás para esta su menguada temporada es un seis toros de diversas ganaderías, dos, para su solitaria presencia. Pero ... en Nimes. ¿Qué creían ustedes, que iba a ser en Madrid? En fin, una alegría, porque Nimes es un lugar emblemático y porque su desamparado paseíllo en aquel circo romano demuestra que el de Galapagar está en plenitud de facultades y que 2013 será el año de un más amplio desafío conforme a la categoría que se le asigna de primera figura del toreo. También José Tomás está en la verticalidad torera. A compás abierto o a pies juntos, pero en la línea “manoletista”, magnífica reivindicación de los valores de aquel que murió en Linares al final de un vía crucis humano, torero y sentimental. Una tarde, en aquel mismo ruedo, el propio Tomás, en su senequismo tomista, soñó con la muerte purificadora. “Don José, para llegar a la perfección, sólo le falta morir en las astas de un toro. Se hará lo que se pueda, señor Boix”. Recreación del diálogo entre el torero y el literato. Pura fantasía.